Una vez alguien me contó que entraron a
su casa para robarle; mi amigo estaba solo y se defendió. Al escuchar al
intruso se escondió en una de las puertas y con precisión perfiló un palo de
golf para estrellárselo en las piernas.
El desenlace fue el grito desgarrador
del bandido de poca monta y arrastrándose como serpiente le dejó huir. Lo peor
estaba por venir, pues poco tiempo después el ladrón demandó a mi amigo por
lesiones y la ley, la estúpida ley apoyó al bandido.
Él lo cuenta como una anécdota, pero en
su legítima defensa no recibió apoyo, por el contrario, parece que muchas leyes
están hechas para apoyar y fomentar la delincuencia. No diré el nombre de mi
amigo, ni en qué lugar ocurrió el suceso, pero fue muy aislado de lo que a mí me
pasaría, me costó trabajo creerle hasta que viví algo terriblemente similar,
solo que con agravantes.
Ocho de Agosto de 2017, nunca lo
olvidaré, iba circulando por la calle abordo de una camioneta que justo acababa
de adquirir ese mismo mes de agosto, otro amigo me la había vendido, Joseba
Herrero; la camioneta no terminaba de pagársela. Joseba sabía que estaba
pasando por una difícil situación cuando en abril de ese mismo año alguien había
estrellado mi antigua camioneta y no me la había pagado, alguien que me la había
pedido prestada era quien me amenazaba para no pagarme; prometo que en otra
ocasión hablaré de ese oscuro momento, pero mi vida estaba pasando por duros
baches.
Joseba me vio tan mal, justo me acababa
de separar de mi mujer y estaba sumergido en una fuerte depresión, y el tipo
que me había estrellado la camioneta tenía mucho que ver en todo esto, ese
favor me había costado mucho sufrimiento y en toda tormenta vino un alivio.
Joseba me vendió a plazos otra camioneta y me facilitó la vida. Recién la estaba
estrenando cuando queriéndome alejar de mi mala racha en la que casi no quería
salir a la calle, decidí seguir. No sé si fue la mejor idea, pero yo circulaba
en la recién adquirida camioneta y en un semáforo en rojo me detuve. No pasaron
ni dos minutos cuando alguien me impactó por detrás destrozándome el maletero y
haciéndome saltar casi hasta el cristal, de no haber sido por el cinturón de
seguridad otra hubiera sido la historia.
Me bajé aturdido, el silencio se apoderó
del ambiente y detrás de mí estaba el tipo que me había impactado ¡Qué mala
suerte! Pensé, por algo no debía salir a la calle, estaba mal y de malas,
gafado.
El tipo que me envistió por detrás no
tenía puesto el cinturón de seguridad y sangraba como un puerco, era un viejo
regordete, de poca estatura, moreno, bigotón y con un coche viejo, de esa lámina
dura. Él irresponsable se bajó y parecía no haber sufrido muchos daños más que
el impacto contra el cristal por no usar el cinturón de seguridad, su camioneta
era vieja un modelo de los noventas; yo por humanidad le pregunté si se
encontraba bien, sin saber que el traía una nefasta intención en contra mía;
entonces nos quedamos en medio de la avenida y todos nos empezaron a pitar para
que nos moviéramos. Como en todo accidente eso es lo correcto, moví mi
camioneta a una esquina y note como se arrastraba la defensa trasera, el señor
ya no pudo mover su coche, pues no encendió.
De pronto lo que tan mal se veía
empeoraría de súbito, llegó gente que conocía al señor, familiares, amigos y
empezaron a insultarme, en especial un cuñado de él que me decía – No te pases de
verga hijo de la chingada, mi cuñado es un señor mayor –
Juro que no entendía lo que estaba
pasando, de haber estado parado en un semáforo y ser impactado pasé a ser el
enemigo público de una turba enfurecida, el señor que me chocó no decía nada,
la gente que pasaba por ahí se detenía y me sentenciaba – Yo conozco al señor
José, él es buena gente y es el portero de la escuela que está aquí atrás, no
dejen que el güero se pase de pendejo, Don José es un señor mayor –
Sin deberla ni temerla pasé de ser
alguien impactado en un semáforo a ser el enemigo de una veintena de resentidos
sociales, hubo un tipo que no sé de donde salió y tenía intención de golpearme;
parecían fieras irracionales descargando sus frustraciones y sin conocer la
historia me querían linchar; los miré con desprecio, a pesar de que estaba solo
seguí soportando; el mareo me aturdía y el cuello me empezó a doler.
No había nada que explicar, ni razones
que entender, nadie quería escucharme, toda esa gente eran vecinos y conocidos
del señor, y salieron como cucarachas de una alcantarilla multiplicándose a
cada minuto. Cuando pensé que nadie me liberaría de un linchamiento pude
respirar al ver a la policía acercarse, la ley hacía su aparición y calmó al
tumulto, dos oficiales que decían ser peritos, y digo decían porque no eran mis
salvadores, no eran quienes defenderían la verdad, solo venían a extorsionar, a
sacar provecho de mi desventaja.
Uno de ellos sin conocer los hechos me
dijo – ¿Ya viste lo que hiciste? Es un señor mayor –
– Yo no hice nada, estaba detenido en el
semáforo y él me chochó por detrás –
Mis palabras alebrestaron a esa gentuza
que defendía ciegamente al viejo que se envalentonó cuando escuchó lo que me
dijeron los policías – ¿Por qué movió su carro? ¿Ahora cómo vamos a saber si lo
que usted dice es cierto? –
Los insultos seguían y para suerte de
este señor su coche ya no encendió y se quedó en el lugar exacto del siniestro,
un policía tuvo a bien romperme los esquemas diciendo – Ya ve como el señor no
movió su coche, si usted no hubiera sido el culpable no se hubiera movido
tampoco –
Sentí que todo se caía, hay veces que la
verdad y la razón no son suficiente y el malamadre tipo que me impactó se colgó
de esa coartada de la autoridad e inventó una versión, fue algo macabro que me
ponía en desventaja frente a un tumulto enardecido y una ley corrompida – El
salió de una esquina y yo no lo pude esquivar –
Ese fue su argumento y yo pidiéndole a
la pareja de policías que razonara – Ustedes dicen que son peritos, si yo salí de
un costado ¿por qué tengo el impacto en la parte trasera? –
– Se movió y no podemos saberlo –
– Pero… ¿Cómo no pueden saberlo? El impacto
es atrás, tengo sumida la cajuela, los laterales están intactos –
El policía giró la cabeza evadiendo mi
argumento y el otro oficial atrevido y coqueto me dijo – Esto te puede salir
caro, a menos que nos pongamos de acuerdo –
Parecía una broma, no sé si quería un beso
o quería dinero, vi el panorama y no había nada que hacer, sin culpa y lo mejor
era haberse dado a la fuga, si aún no me habían puesto una mano encima era de
milagro. El cuñado del tipo que me chocó seguía insultándome hasta que le dije –
Ya basta, ve y chinga a tu madre –
Se me quiso venir encima, pero la policía
lo detuvo, y me dijo – Que boquita tienes güerito –
– Es que ya basta, me está insultando
desde que llegó –
– Ya párele señor – le dijo el policía joven
y sexoso al señor regordete y de bigotes que quería intimidarme casi lográndolo.
Acariciando su macana se reía y me
miraba compasivo pensando en que debía decirle que sí aunque en mi cara veía en
asco del no. El otro policía era un viejo de gafas que se mantenía seguro en
apariencia y había ya tirado todo mi argumento por la borda.
Parecían buitres carroñeros esperando
desquitar su ira a la mínima provocación, pero la cosa se ponía peor, la policía
dijo que se llevaría los coches, en especial el mío porque tenía matricula de
otro estado y que la multa para sacarlo era muy grande.
Con todo el problema encima y la batería
del teléfono a punto de acabarse llamé a un amigo; Pascual Audera, fue él quien
me vino a la mente en ese momento y le conté rápido lo que me estaba pasando y
que estaba solo en esta ciudad, que seríamos dos contra veinte más la
autoridad.
Cuando llegó Pascual pude respirar, yo
seguía aturdido, pero la presión que había ejercido el tumulto y la policía ya
me habían hecho firmar un papel y declararme culpable. El policía perito seguía
desestimando mi versión y el otro policía me sonreía, quería acercarse a darme ánimo,
insinuándome que no estaba solo al tiempo que acariciaba su macana.
¿Culpable de qué? En realidad era
culpable de haber salido a la calle y haberme detenido en un semáforo a la hora
maldita, era culpable de que me impactaran por detrás y de la edad del señor,
también era culpable de que el otro tipo sangrara por no haber usado el cinturón
de seguridad, así como también era culpable de tener placas de otro estado y de
haber movido el coche. Pero a fin de
cuentas era culpable.
Sin poder responder a más insultos
miraba a Pascual fresco, defendiendo mi causa, él hablaba, pues yo ya me había
cansado de explicar la verdad que no se quería ver. No quiero ponerme como víctima,
digamos que la pelea la ganan los audaces y yo no lo había sido, ingenuamente
le pregunté al señor como estaba justo después del impacto, mi intención era
arreglarlo humanamente, pero el problema se volvía más complejo conforme pasaba
el tiempo, el mal nacido se estaba aprovechando sin piedad.
La policía empezó a presionar, estaba
claro que querían dinero, y por unos míseros billetes, en vez de poner las
cosas en su sitio, me habían hecho ver como el villano; “Cuando el dinero habla la verdad calla” pero nada se llevarían,
pues Pascual dijo – Tenemos derecho de llamar al seguro y no se pueden llevar
el coche –
Pascual pensaba con más lucidez en aquel
momento, y la policía enfadada no tuvo más remedio que esperar a que yo hiciera
la llamada, el seguro estaba en regla y un ajustador tenía que llegar, para no
variar el otro tipo tampoco tenía seguro. Era un completo desastre, para su
suerte había conspirado el universo a su favor.
Minutos después llegó un tal Hilario,
que rondaba los sesenta años, él era el ajustador y le conté paso a paso el
siniestro; el tipo llegó muy hostil, más que estar conmigo parcia estar del
lado del enemigo, saludó a los policías, a todas luces era evidente que se conocían.
Pensé que el ajustador me solucionaría
el problema, pues para eso uno paga un seguro y cuando todo debía mejorar vino
la última puñalada, el ajustador también se fue en mi contra, después de hablar
con los policías llegó en tono áspero y casi gritándome, me reprendía por haber
movido el coche, que el seguro no se haría responsable.
Pascual quiso defenderme y dijo – Ya
hicieron todos su agosto, abusando de este pobre hombre –
Por un momento me sentí como un idiota,
estaba decepcionado de mi, desorientado, y además tenía un bloqueo, no era
capaz de reaccionar.
Si así lo quieren que les aproveche,
ustedes ganas asquerosos buitres, me liberé de todo y sin evitar los insultos
firmé los papales a los policías, o supuestos peritos, también firmé
deslindando al seguro y también firmé pagar al señor. A raíz de eso vino una
celebración entre apretones de manos, el ajustador con los policías, y el otro
señor que me miraba seriamente, no podía leerle la conciencia, pero podía estar
feliz, había salido triunfante y de qué manera.
Cuando el ajustador nos quiso dar la
mano ni yo ni Pascual respondimos a su despedida, lo dejamos con la mano extendida,
se retiró indiferente, pero con una sonrisa sarcástica y pensé – Este tipo es
de los mafiosos, parece que hay delincuentes en la compañía de seguros –
Preferí dejarlo así, pues la sucesión de
hechos me llevaban a un escenario cada vez peor y esto podría incluir una
venganza, pues las garantías que me ofrecía el ajustador y la autoridad eran
propias de hundirme.
No tenía más remedio que pedir perdón al
señor que me chocó y ofrecerme a pagarlo todo, el señor sostuvo su versión de
que yo era el culpable y ya habiendo conseguido que yo me hiciera cargo de su
vehículo me pedía una indemnización y gastos de hospital.
Yo ya había aceptado la culpa, el
ajustador se había marchado liberando al seguro y los policías me presionaban,
en especial el viejo, diciendo – Si no se ponen de acuerdo ya, me llevo los
coches –
Esbocé una leve mueca de sonrisa mirando
al señor que me chocó y pensé – Como es que no tiene conciencia –
Pero acepté y le dije – Coche, hospital ¿me
falta algo más? –
El tipo me miró a los ojos, sabía que se
estaba pasando, pero no era nada personal, lo veía en su mirada, de triunfante
perdedor, no pudo decirme una palabra más, pues nada podía sostener si de la
maldita verdad se trata, las cosas le habían salido bien y la suerte le había sonreído,
y de qué manera.
La policía quería su parte y se acercó el
supuesto oficial perito hasta a mi – Ya lo resolvimos –
Estiró su asquerosa mano para recibir
dinero y le dije – Gracias oficial, pídale al señor que defendieron y que salió
triunfante ante la verdad que ustedes conocen –
Se quedó callado, atropellé su dignidad,
o la poca que les quedaba, me sentía como un gran imbécil, pero aliviado, aun
escuchaba los gritos del tumulto enardecido en mi cabeza y la policía cambiando
la versión, después el ajustador en mi contra y la cara de asombro de Pascual
ante mi indefensión.
No había nada que hacer, Pascual me llevó
a un taller y asumí sin mayor opción los gastos de ambos coches, el tipo ese me
firmó unos papales de que había recibido una cantidad para ir al médico y que
su coche saldría reparado. Los del taller veían anormal el caso, y repito, no
soy una víctima, pero hay días que es mejor no salir de casa.
A la mañana siguiente y después de meses
sin mi camioneta anterior me encontraba en la misma situación, mi amigo David
me acompañó al médico, y en consulta me recomendaron usar un collarín. Recién
se había ido de casa mi ex esposa y me tendría que hacer los cuidados yo mismo,
miré al cielo y comencé a reír, después de todo nada podía estar tan mal, aquí
seguía yo, y bien librado.
Días después llegó Joseba de España, el
amigo que me vendió la camioneta y a él no le pareció bien lo que había hecho
el seguro, tenía varios coches asegurados con ellos y me dijo que debíamos ir a
las oficinas.
Pedimos con el jefe de siniestros y
Joseba alterado al escuchar mi versión arremetió a gritos contra ellos, incluso
amenazándoles de un periodicazo, no se pudo contener, pues a todas luces era un
fraude. Yo estaba tranquilo y el jefe de siniestros le pidió a Joseba que se
callara o que nada se nos pagaría; seguí con mi historia y el asegurador mandó llamar
al maldito, ese tal Hilario, al ver su cara de cerdo no me pude contener, parecía
un señor bueno, sonreía de nervios y yo diciéndole al superior que pensaba que
ese señor estaba compichado con la mafia, que era un corrupto, que si era de
los malos, o estaba en acuerdo con la policía.
Me dieron ganas de levantarme del
asiento y partirle la cara, todos lo notaron y al ver la tensión el superior le
pidió al tal Hilario que se marchara, el jefe de siniestros vio mi afectación y
dijo – Ya voy a jubilar a este señor, está muy viejito y ha hecho muchas
idioteces, pero no te preocupes, este seguro pagará los daños de tu camioneta,
de tu agresor y los gastos médicos –
Había salido la luz una semana después, aunque
nadie me quitaba el mal trago, pero de lo perdido, lo ganado; era dinero, por
lo que todos peleaban, por el dinero se deshacen familias, se destruyen
amistades, se dejan tantas cosas en el camino, pero yo lo había recuperado, aunque
en mi cabeza tenía ese oscuro momento; en mis peticiones pedí no volver a
tratar con el que me chocó, ni con su marabunta que no dejaban ni hablar, todo
fue concedido y salí con la autoridad atravesada, aunque tu podrás pensar que soy
culpable, o inocente, la verdad es que no me importa, hay cicatrices que no se
pueden ver, pero ahora ya estoy lejos y qué más da, seguiré viviendo fuera de la
ley.
No hay comentarios:
Publicar un comentario