domingo, 25 de noviembre de 2018

Hola Caballito de Mar


El insomnio es una guerra entre la mente y la nada. Regresaría a la gran escuela para empezar el nuevo curso escolar, pero en el mismo grado, repetiría el primer año de la secundaria, porque el sufrimiento en mi primer primero no había sido suficiente.


Me sentía como un caballito de mar en el gran océano, pues los hipocampos somos torpes para nadar, además de lentos, para avanzar un metro y medio por hora bailamos y echamos chorros de agua. Pero en ese hostil océano acechan todo tipo de criaturas feroces, que se saben con la fuerza y solo era cuestión de suerte permanecer vivo.


Yo seguía siendo pequeñito, no había crecido casi nada; me imaginaba irreverentes a mis nuevos compañeros, solo esperaba encontrar la fuerza para defenderme o la casualidad para no estar en el momento menos indicado.


Mi corazón ya no era el mismo, estaba lleno de tristeza y se fue perdiendo entre la malicia de mis compañeros, ahora entendía mejor el mundo, no importaba ser bueno, sino el mejor sin importar a quien se dañe, la burla era satisfactoria para el victimario y de buenas intenciones es mejor no hablar, esas llevan al infierno.


Volver a empezar no tenía sentido, si no hacía un pacto con el diablo la batalla la perdería tarde o temprano. El aire tenía un aroma distinto, ahora cargaba un fracaso a mis espaldas; repetir el curso no era alentador, yo esperaba sentirme libre, que las torturas acabaran, los abusos de los compañeros bribones y con suerte los regaños de mi padre.


Esta no era una muerte era más bien una resurrección, los días grises y de desesperanza estaban en el pasado, junto con Macrino y la sonrisa tímida de Miranda, hoy se me daba una nueva y fresca oportunidad. Pero la vida era todo menos justa, porque en un gesto de enorme compasión, el Coordinador y las demás autoridades de la institución decidieron darme otra oportunidad.


¿Pero quién demonios les dijo que yo quería otra oportunidad? ¡Nadie! sabía que este reingreso significaría más de lo mismo, romper las falsas esperanzas era cuestión de tiempo y quiero suponer que todos lo sabíamos.


Empezó el curso de una manera violenta, las nuevas generaciones estaban locas y lo que parecía una mañana cotidiana desembocó en un zafarrancho que se salió de dimensiones.

Toda la escuela es peligrosa, no había esquinas donde refugiarse, así como en el océano, yo un desamparado hipocampo con los ojos saltones miré como el cardumen de pirañas atacaba a su presa hasta deshacerla por completo.


Lo que sucedió es que un alumno entró al colegio vestido con la camiseta de otro equipo, un plantel rival; eso desató una alerta que puso las miradas fúricas en él. Era una presa fácil, sin camuflar, se había puesto solo en peligro y sucedió lo inevitable. Empezaron los chiflidos, de esos que dejaban sordo a cualquiera, después los insultos, y el tipo ya estaba en la boca del pez grande que lo habría de devorar.


No bastó con los gritos, ni con las palabras humillantes, se acercaban otros alumnos para golpearlo, patadas, puñetazos, collejas y más, eran diferentes personas, se acercaban y se alejaban al momento de propinarle tremendos golpes. Después y como los tiburones, que no son cazadores solitarios, se asomaron por los balcones muchos y muchos alumnos, que con gritos formaron una sombra colectiva que empezó a lanzar cosas desde su trinchera. Escupitajos, bolígrafos, libretas, mochilas, provocando una lluvia desgraciada sobre ese pobre infeliz.


La cara de pánico que tenía ese pobre diablo me conmovió y al mismo tiempo nunca había visto a tantos alumnos unidos por una causa; lástima que la causa era mala. Pero ni los gritos, ni los golpes, ni los chiflidos, incluso ni la lluvia de escupitajos fue poca, para que dos corpulentos alumnos salieran de entre la multitud y le destrozaran a golpes la camiseta al supuesto provocador. Allí estaba el tipo semidesnudo, con los pantalones hechos trizas y la camisa rota en el suelo como harapos, harapos que eran su dignidad.


Para terminar la faena, llegó El Camarón, un gordo crustáceo que era nuestro coordinador, su patética intervención fue la gota que derramó el océano, encaró al pobre muchacho que había quedado como un mendigo y le dijo sin piedad – Tienes que salir de la escuela, estás poniendo el desorden –


Otro punto más para el sistema, después de ser golpeado, escupido y humillado terminaron corriéndolo de la gran escuela, el tipo se fue acompañado del Coordinador y gritó desde afuera – ¡Pinches nacos! – que es un equivalente a – ¡Macarras de mierda! –


Allí quedaban en el suelo los trozos de la camiseta destruida y la gente enardecida seguía gritando cosas, era buen momento para empezar el curso, pero yo tenía que continuar con mi camino, el camino del desastre.


Los caballitos de mar tienen una excelente visión y pueden mover cada ojo de manera independiente; al entrar en el aula ejercí mis poderes visuales y en ese cardumen de peces novatos y desorganizados se escondían tiburones y especies malignas de las profundidades, yo era presa fácil y rápido reconocí el peligro, el frio me hizo temblar y la mirada tan pesada de un bribón me hizo voltear, era Mota, un depredador de viejas cicatrices, su sonrisa maliciosa me sonreía y fue ahí donde pensé – Esto no puede empezar tan mal – Era el primer día y ya estaba exhausto.


– Hola Gallego – dijo Mota casi dejando escapar una risotada, sus colmillos afilados me mostraban la antesala del desastre, lo miré, pero no lo encaré, bajé la mirada y su voz ahogada continuó – Este curso la vamos a pasar muy bien –


Cambié de color como los caballitos de mar, se agolparon en mi mente pensamientos de suicidio, de desesperación y lo volví a hacer, sin pensarlo, con mi portafolio le atesté un golpe en la mejilla que le torció la boca.


Se hizo un silencio, y él sonrió sobándose la cara – Ay mi querido Gallego, sigues siendo el mismo, lo pendejo no se te quita –


Lo que parecía desembocaría en una pelea desastrosa no pasó, Mota me devolvió la mirada sin dejar de sonreírme escabrosamente y resopló – Tengo todo un curso para hacerte la vida imposible –


Nuestros compañeros nos miraban asombrados, acababan de salir de la primaria y esto era solo una pequeña demostración de lo que podía pasarles. Por detrás se me acercó un regordete y me tocó el hombro para preguntarme – ¿Tu eres el Gallego? –


– Sí – le grité alzando el puño para enfrentarlo, el jovencito afeminado se arrodillo ante mí – ¡No me pegues! ¡Por favor no me pegues! –


El Mota nos observaba disfrutándolo, justo antes de que llegara la profesora de geografía y el afeminado muchacho seguía de rodillas – ¡Levántate! No te voy a hacer nada –


– Perdóname si te molesté –


Me quedé pensativo para verlo mejor y le pregunté – ¿Y tu como coño sabes que yo soy el Gallego? –


– Yo soy Uribe y la verdad solo quería saberlo –


– No te pregunté tu nombre, no me interesa, solo quiero que me digas como sabes que yo soy El Gallego –


El gordo sudaba, parecía una ballena sofocada, arrepentido de hablar ahora tenía que hablar y ante mi mirada endurecida lo soltó – Bueno, es que este año el Camarón hizo una junta con nosotros los alumnos nuevos y los padres de familia y tu apodo era el ejemplo del peor alumno, de lo que no se debía hacer; bueno, ya lo dije, no me pegues por favor –


Lo dejé allí y le di la espalda, sus palabras me dejaron pensando, jamás creí convertirme en un referente del fracaso académico y menos aún que las autoridades se refirieran así de mi persona exhibiéndome públicamente. Seguí mi largo camino hasta el pupitre de atrás y se levantó otro muchacho muy reverente – Yo soy Morales, quiero estrechar tu mano, me han hablado tanto de ti –


Lo miré y seguí caminando, hasta mi lugar, mientras otro compañero gritó – ¡Tenemos al Gallego en el salón!, será genial este curso –


Después de los aplausos hizo su aparición la maestra de geografía, que como tortuga con displasia se movía – ¿A qué se debe tanta algarabía muchachos? –


Antes de una respuesta, su respuesta fue respondida con precisión, los miró, me miraron, la miré y se echó las manos a la cabeza – No puede ser –


Me senté y todo intento de camuflarme y pasar desapercibido como lo hacen los caballitos de mar fue inútil, a pocas horas de haber iniciado el curso ya era conocido por todo el cardumen de peces y tiburones; no había nada que ocultar, yo era un recusador y el peor ejemplo en la escala de valores para la gran escuela, era más venenoso que un pulpo de anillos azules o más letal que un pez piedra.


Los días subsecuentes fueron un poco más calmados y aprendí a temerle a la calma, yo quería con todo mi corazón pasar de moda, pero no lo lograba, puedo recordar a cientos de pelmazos como el Pampers, quien estaba en el límite del retraso mental y la realidad alterna, después llegó Wally, un gran colega que tenía la cara como un pez globo, alto y corpulento, de gafas redondas y un fleco extraño, después se nos unió Calderón y los tres juntos nos volvimos unos ladroncillos vulgares.


Yo no sabía robar, pero con Wally aprendí, el me protegía, era muy alto y fuerte, pero a cambio yo tenía que trasegar las mochilas y recolectar discos de música, videojuegos, películas y cosas de interés para el ocio de mi amigo. El a cambio le empezó a hacer la vida complicada al Mota.


La espiral de violencia, contrario a lo que cualquiera pudiera pensar, trajo la calma, la calma y el perdón; y finalmente, el perdón y la amistad, una verdadera amistad basada en la complicidad y el abuso hacia otros compañeros, a decir verdad no me gustaba golpear a nadie, pero eso hacía que uno ganara respeto, era como preparar la paz mediante la guerra. Uno de los animales más astutos del mar y amo del ilusionismo es el calamar, que pude crear un abrigo de invisibilidad, por sus órganos de pigmentación y pasar inadvertido; como en el mar cada entorno tiene sus trucos.


Mota se volvió el rey y fue el único que me ganó en asignaturas suspensas, le vi realmente afectado por eso, sentí empatía por mi amigo, yo había pasado por ahí, había estado en esa horrible habitación llamada fracaso, bueno, a decir verdad aún seguía ahí, dentro de sus paredes desnudas y esos enormes cristales desde lo que se podían ver las burlas y los dedos señalando, Mota y yo éramos marineros del mismo barco.


Pero lo pescaron pocos días después en una emboscada; Mota agredió bruscamente a Mayerstein, quien salió con lesiones por la golpiza. Aun hasta el último día Mota demostró lo ruin que podría ser, cuando fue interrogado sobre el origen de la pelea se le ocurrió la genial idea de inculparme. Claro que yo carecía de toda credibilidad y la palabra de ese traidor bastó para que yo fuese culpado de causar aquellas lesiones. Para mi suerte de poco le valió aquella sucia artimaña a Mota, cuando Mayerstein perdió el miedo y le dijo lo sucedido al Coordinador, su cabeza rodó, tal cual lo hiciera la testa de María Antonieta, quizá no fuimos testigos de la decapitación, figurada claro está, pero sí se nos anunció con bombo y platillo que Mota había sido expulsado de la escuela, a ver si eso nos servía a los demás de escarmiento y mejorábamos nuestro actuar.


La partida de Mota fue un remanso para mí, no era necesario ya ir molestando a inocentes para encajar y para no ser molestado; podía respirar con un poco más de tranquilidad, e incluso me hice el firme propósito de poner atención en las clases, sin Mota yo era el último de la estirpe maligna que quedaba en la escuela, el último sobreviviente de un caos que tarde o temprano me alcanzaría, como la misma muerte.


Ese turbulento mar desembocaría en un rio, tal vez me estoy desviando, pero había un compañero de apellido Ríos, la verdad es que no figuraba en mi vida, ni en la escuela y el muy listillo quiso hacer sus pinitos de una manera muy estúpida.


Como el cangrejo ladrón gigante llegó de lado y me sorprendió, yo siempre me quitaba los zapatos horripilantes que parecían hechos de plástico lastimando mis pies; pues este tipo pateó uno de mis zapatos que por el golpe salió volando, fue por él y lo lanzó con todas sus fuerzas para divertir a los presentes. Cuando el zapato caía del otro lado del aula sus amigos estallaban en risotadas como tontos, y el imbécil aplaudía como una foca arrítmica y animaba al resto a reír con él. Su broma no me ocasionaba ninguna gracia, no estaba yo de humor para soportar más humillaciones, no más, nadie me iba a destronar.


Tranquilo respiré lentamente, caminé pausado hasta donde estaba mi zapato y lo recuperé, me calcé con calma  y me senté en mi sitio; durante varios minutos cavilé mi venganza, no podía soportar la risa de los demás, sentía sus burlas como dilapidación. Esperé hasta que todos ocuparan sus pupitres, tranquilos, pequeños cachorros amaestrados esperando alguna instrucción. Analicé a Ríos, lo vi sentarse y luego con su risilla cínica mirarme de reojo para agacharse y tomar algo de su mochila, era momento de actuar; cuando Ríos se agachó su culo estaba expuesto, él estaba flexionado del vientre dándole la espalda al enemigo enfurecido y el pez espada actuó.


Como si de un instinto se tratara en cuestión de segundos saqué mi comida de la mochila y por suerte mi madre me había puesto una leche de chocolate de esas pequeñas en forma de tetrabrik, con el arma entre mis manos me acerqué a Ríos, le hice el agujero al tetrabrik por donde se pone la pajita, y la aplasté para que saliera a chorro manchando todo el culo de Ríos, que sintió mojado su trasero como si se hubiera meado.


Esta vez sí rieron todos y los que no lo hicieron se quedaron asombrados, y una voz popular gritó – ¿Ya vieron lo que le pasó a Ríos? Ríos de leche en el culo –


Ríos no pudo soportar el resultado de lo que había sembrado, su nuevo y merecido apodo acompañado de burlas. Mi empapado compañero puso el grito en el cielo, se incorporó y corrió hacia mí como un loco. Yo reía frenéticamente, la afrenta había sido pagada, pero ahora tenía que correr; y así lo hice, me puse de pie y emprendí una carrera fuera del aula. Corrí tan rápido como pude, mientras Ríos iba atrás mía, al punto del llanto; escuchábamos a lo lejos las carcajadas de todos los compañeros que habían presenciado aquello. Ríos nunca me alcanzó, tuvo que resignarse que en esa ocasión había perdido y ni con todo lo que corrió se secaría, estaba pagando el precio, la advertencia estaba lanzada, no sólo para Ríos, también para el resto de la clase.


Ríos desde el otro balcón me miraba agitado y yo reía, reía con una fuerza que él podía escucharme, a pesar de la distancia escuchaba mis carcajadas flexionándose del cansancio, como el depredador que se da por vencido cuando no puede alcanzar a su presa, resignado y triste, humillado por un lento caballito de mar que buscaba una efímera guarida. Hoy había triunfado, pero mañana será incierto, medité tomando unas pequeñas bocanadas antes del siguiente round, pues en el agitado océano la vida es todo menos tranquila.





lunes, 12 de noviembre de 2018

Caos de la Irracionalidad


Murió mi amigo Miranda, la vida parecía injusta al no darle oportunidad a los buenos, a los arrepentidos, y a pesar de que todos nos equivocamos, hay errores que no tienen vuelta atrás. El paso de los días y la rutina diluyeron la muerte de mi amigo, así como su presencia en la escuela, el mundo continuaba igual, y apenas se notaba su ausencia, pero a decir verdad yo si la notaba, había sido afortunado de tenerle como amigo, en el patio buscaba una mirada compasiva como la suya, pero alrededor solo había lobos, sonrisas retorcidas, parecía que la maldad se apoderaba del ambiente.


Por primera vez me fijaba en la gente, yo era despistado y en mi mundo ellos no existían, caminábamos los mismos pasillos, nos sentábamos en los mismos pupitres, pero eran invisibles, eran unos entes; mientras más los miraba más les temía y jamás ni por asomo volví a ver una mirada como la de mi amigo, la bondad que esos ojos encerraban se tuvo que ir, solo miraba al cielo y le preguntaba – ¿Dónde estás? – Era evidente que no recibí respuesta y seguí mi camino en esta vida que es para los fuertes, aquellos que saben aceptar su realidad y siguen caminando, no hay tiempo para detenerse, sin embargo los débiles lloran, son tan apegados a las cosas que no las pueden soltar, nadie entiende que en este viaje todo es prestado, absolutamente todo. Y hablando de préstamos, me encontré al jefe de grupo, el estúpido Canito, un niño horrendo que parecía una mini escultura de Benito Juárez. Pequeño y con la cabeza enorme; el joven amorfo me llamó y con una sonrisa enseñando sus amarillentos dientes me dijo – Esto es para ti, tienes correspondencia –


Le arrebaté el sobre y abrí la carta que decía: Estamos en el quinto periodo de seis ciclos, este documento es una carta condicional que se les da a los alumnos que son propensos a repetir el curso, de continuar con mala conducta y bajas calificaciones puede provocar la expulsión definitiva del plantel.


Me quedé flotando en el espacio, ido, pero las risas de Canito me trajeron de vuelta a la realidad – ¿Te estás burlando? – le dije lleno de cólera, miré de un lado a otro para asegurarme de que nadie viniera y poder atestarle un buen puñetazo que terminara con su horrenda caries, pero Canito que es más pequeño e inteligente adivinó mis intenciones y me dijo – Ten cuidado con lo que me vas a hacer, golpearme no te ayudará a resolver tus problemas –


– Pero puede que me sienta bien si lo hago –


– No será bueno para ninguno de los dos – dijo Canito asustado


– Tal vez para ti sea bueno que te enderece de un puñetazo los colmillos de perro maltes que tienes en el hocico –


En ese momento pasaba un Coordinador de otros cursos y Canito lo saludó a propósito, yo solo me quedé con el puño haciendo el amago y no tuve más remedio que detenerme; de momento se me había ocurrido conocer más académicos para que me salvaran de los puñetazos, pero eso fue momentáneo, pues con mi reputación podría ser contraproducente.


De cualquier manera no me había sentado nada bien la noticia de que soy candidato a la expulsión definitiva, y por si fuera poco el jefe de grupo se mofaba de mí, como si mi situación le alegrara. Pero así es esta escuela, porque como todo sistema rechaza lo que es diferente, lo que parece estropeado o roto, o que no funciona como el resto, en lugar de investigar qué está pasando con ese alumno, qué turba la mente del adolescente, que adolece de capacidad académica; además que le lleva a suspender todas esas asignaturas, es rechazado, porque es más fácil echar a la calle que reparar, lleva menos esfuerzo y es lo mejor para los adultos, nada de responsabilidad.


Recuerdo que me gustaban pocas cosas a mi alrededor, entre ellas la lucha libre y el boxeo, aunque nunca pensé ser parte del espectáculo. El bajo mundo se había fijado en mí trazándome un claro camino. Poco después de que Canito y el Coordinador se fueran lejos, apareció un turbio personaje, a quien llamaban El Iguano, salió de atrás de una puerta de un aula vacía, esperó a que nadie estuviera cerca y me dijo – ¿Te quedaste con las ganas de golpear a ese pobre desgraciado? –


No respondí a su pregunta y me hizo la siguiente – ¿Tú eres el Gallego? –


– Sí ¿y tú quien coño eres? –


En aquel momento no le conocía, no físicamente y me dijo – Soy El Iguano, el mejor organizador de peleas de toda la gran escuela y me he fijado en ti –


– ¿Eres maricón? –


El Iguano perdió a paciencia y me enganchó por la camisa – Una estupidez más y yo mismo te parto la madre –


– Bueno, solo llevo una, no es para tanto –


– Eres muy gracioso Gallego, me hubiera encantado ver cómo le enderezabas los colmillos de perro a Canito, pero vas a tener muchas oportunidades y si lo quieres él caerá –


– Yo no quiero nada, solo estar tranquilo –


– No es tu decisión Gallego, la verdad es que no puedo imaginar que con ese pequeño cuerpo hayas peleado con El Alf y desafiaste a la pandilla de los cinco, si sigues vivo no debes ser tan malo –


– Todo ha sido suerte, un verdadero milagro –


– Tú tienes algo más y lo voy a averiguar –


– ¿Y qué es lo que quieres? – Pregunté impaciente, nada de esto podía estar bien, uno de los peores estudiantes se me acercaba porque seguramente tramaba un plan muy retorcido; El Iguano era alto y delgado, su enorme mandíbula lo hacía ver como un pálido reptil, parecía un personaje sacado del videojuego Mortal Kombat, me miraba con suspicacia y lo soltó de golpe – Seré tu manager, organizaré peleas y serás muy popular, más de lo que has imaginado y cuando llegues a la cima te enfrentarás con El Mota –


– Ya soy muy popular y no me gusta, creo que el que quiere ser popular eres tu –


Se enardeció – Hoy tienes a toda la comunidad estudiantil como público, ya está anunciado; Gallego VS Cooper, si no le das una paliza te juro que te borro del mapa –


Se fue dejándome una invitación, ya no había más misericordia en la gente, pero tampoco había nada que perder, o tal vez si – ¿Quién era Cooper? – no tenía idea de a quién me iba a enfrentar, pero eso no debía preocuparme, en unas horas me enteraría de las dimensiones de mi oponente.


No sentí nervios, pero tampoco podía concentrarme, pensé en escapar, también pensé que podía tratarse de una broma del Iguano, pero no fue así, a las tres de la tarde, hora de salir, el autoproclamado mi manager me esperó afuera del aula y me dijo – ¿Estás listo? –


No respondí, pero le seguí con la mirada vacía, sin sentir nada, con una carta condicional en mi expediente y mis amigos que habían desaparecido me acompañé de la única persona que se había fijado en mi, y no para hacer algo bueno conmigo.


Llegué hasta una parte del patio de atrás cubierto por un viejo edificio dentro del colegio, y allí la multitud aplaudía, me aplaudía; vi al Cooper esperándome, un gordo, con mejillas hinchadas, párpados muy abiertos y me dijo – Te vas a morir –


Mi respuesta no se dejó esperar y le hice dedo – ¡Cállate cachetes de marrano entumido! –


Mis insultos provocaron las risas de la multitud que estaba muy organizada, eran peleas donde había vigilancia para que no se acercara ningún profesor y las hacían en horario después de la salida, para que no hubiera gente cerca en ese club clandestino.


El Iguano me presentó, diciendo que yo no necesitaba presentación, habló de mis oponentes pasados y prometía futuras peleas, haciendo énfasis en El Mota; pidió silencio y le preguntó a Cooper – ¿Qué le vas hacer al Gallego? –


– Le voy a romper la madre –


– Y tu Gallego ¿Qué le vas a hacer al Cooper? –


– Le voy a dejar esos cachetes más flojos que el culo de su abuela –


La gente reía, me aplaudían, estaban admirados con mis estúpidas respuestas que ni yo mismo sabía de donde salían, Cooper resentido se me fue encima al sonar el chiflido de un árbitro o más bien un réferi bufón.


La pelea no fue relevante, pero sí muy rápida, un golpe precedía a otro y a otro y sin parar uno más en la cara, Cooper pidió que nos detuviéramos y eso me dio más confianza que seguí golpeando, de pronto una guayaba se estrelló contra mi ojo, explotándome en el rostro y haciéndome despertar del trance violento.


Todos se empezaron a reír y gritaron – El Gallego se fusionó con la guayaba –


– Sí, el Gallego Guayabo –


– Miren su cara, parece una amarilla guayaba –


Eso fue lo que escuché en mi letargo, El Iguano se enfadó y detuvo la pelea – No se vale lanzar cosas, El Cooper perdió, él pidió esquina –


Me levantó la mano el referí y todos aplaudían – ¡Arriba el Guayabo! ¡Arriba el Guayabo! –


En la amarga victoria lo único que había era dulce de guayaba; retiraron al Cooper, quien también tenía la cara roja como un tomate y la euforia terminó, la gente se retiraba una a una mientras El Iguano me llevaba a una esquina – No habrá autógrafos, lárguense todos, no hay nada más que ver aquí –


Literalmente el colegio se convirtió en un campo de batalla surrealista, de las entrañas de ésta surgió El Guayabo, nombre artístico para las peleas. Nunca dejé de ser el fracasado, mis compañeros y maestros seguían teniendo la impresión de que algo debía faltar en mi materia gris, incapaz de aprender, de realizar algo correctamente y ahora un bribón buscapleitos, aunque a la distancia puedo darme cuenta que mi mayor delito fue dejarme llevar; estaba casando de luchar, de intentar mejorar mi imagen, de ser mejor alumno, mejor hijo y mejor ser humano; todos tenían claro que no valía un céntimo; yo era el último en darme cuenta, así que me dejé llevar, así fue como bajo la tutela del Iguano libré varias peleas, todas devastadoras para mi físico y para mi alma.


El Iguano me felicitó – Te has ganado al público, fue un gran debut –


No me sentía bien peleando, pero la vida me había llevado por ese camino, no servía para hacer otra cosa, era un personaje creado en su totalidad por el rechazo social, nada más ni nada menos que yo mismo.


El Iguano era popular, pero junto a mi se volvió inolvidable. Él y sus amigos nos echaban a pelear a los tontos, como perros y hacían apuestas. Una vez me tocó pelear con el Mofles, un chico deforme con la cabeza como higo, recuerdo que cuando entraba en el aula todos le gritaban – ¡Tengo un tumor en la cabeza! ¡Tengo un tumor en la cabeza! – eran unos absurdos canticos y esa tarde no se dejaron esperar, la pregunta de siempre; preguntaron al Mofles que qué haría conmigo – Voy a matar a ese animalito bebé –


Lo veía tan tierno como estúpido, pero no era malo, cuando estaba muy enojado nos llamaba animalitos bebé, con su voz ronca y desbalanceada, después me preguntaron a mi, y todos estaban atentos a mi respuesta espontánea – ¿Gallego, que le vas a hacer al Mofles? –


– Le van a crecer los huevos cuando le baje el tumor a puñetazos –


El público reventó en risas cuando escucharon mis burlas hacía mi rival, después las guayabas caían de varios lados, pero con más suavidad que cuando me bautizaron, luego las maniobras que ya dominaba, esquivaba golpes, saltaba, e incluso lanzaba mis puños sin siquiera ver mi objetivo, y cuando el Iguano me veía en peligro suspendía la pelea, parecía tomarme aprecio poco a poco, me garantizó que después de vencer al Mota sería libre.


Toda la pelea se desarrollaba con comicidad, mi forma de moverme, mis insultos y aunque a veces escupía sangre siempre enseñaba esa sonrisa con mis dientes manchados de rojo.


Esa tarde cayó El Mofles a mis pies, todo se valía en la pelea y no dudé en clavarle un dedo en el ojo, el pobre se retorcía y el público gritaba más, pedía más violencia, patadas por ejemplo. Los miraba desde arriba motivados por ese montón de mierda de espectáculo que yo les daba y de pronto los seguía escuchando, pero en cámara lenta, como si el sonido desapareciera por momentos, busqué en todas las miradas y ninguna como la de mi amigo Miranda, él tal vez estaba gritando desde el cielo o se avergonzaba de mi, tal vez nunca lo sabré, solo recuerdo que mi manager me levantó en hombros mientras me aclamaban los espectadores como en el coliseo romano.


Fue una etapa complicada, pero no duró mucho tiempo, sin previo aviso, y con un escueto anuncio nos dieron a conocer que mi representante había sido expulsado definitivamente del colegio, y no volvería.


German Cedillo alias El Iguano había sido expulsado, así que estaba libre, no tendría que pelear más, ya no sería ese animal de circo; si peleaba con alguien lo haría por necesidad. Ahora me sentía liberado, era como el esclavo que ganaba su libertad al morir su amo, y en esa escuela El Iguano estaba muerto, jamás volvería, se había metido en un problema muy gordo por incitar a la violencia a los alumnos, parecía que algún chivato se había encargado de deshacer el gran club.


La gente murmuraba que mis peleas eran todo un espectáculo, pero ya no quería ser un showman, atrás quedaban las caídas y los chistes, solo los dolores y las cicatrices. Ese club había llegado a su fin, pues la vigilancia académica aumentó, y estaba muy penado solapar e incitar a la violencia de una forma tan directa, el ejemplo más fehaciente era la cabeza caída de mi manager.


Si el Guayabo peleaba, la risa estaba garantizada y nunca, pero nunca faltaban guayabas en el ruedo, lo único que les faltó y les faltaría era esa prometida pelea con El Mota, que ya jamás iba a tener lugar, para mi fortuna.


Tenía que seguir caminando, o más bien corriendo, estaba a punto de empezar la clase de deportes, me quité rápido los pantalones, me puse el calzoncillo corto y por un divino milagro no me comí el suelo. Apuré y me miré en el espejo grande de la papelería, menuda pinta de deportista que tenía. Como ya ha quedado claro, yo no era ninguna lumbrera tampoco era una estrella en la clase de deportes, además era muy temprano, la primera hora, cuando a casi nadie le da por estirar los músculos en pleno sereno, no sólo eso, también la asignatura la impartía un profesor que además de carecer de modales caía en favoritismos, y claro yo no estaba en su lista de preferidos.


Empezó el calentamiento, los ejercicios, arriba, abajo, y después tumbados en el suelo, el sol me daba en la cara con sus primeros rayos, empecé a mirar el movimiento de las nubes y me imaginé allí arriba, saltando de una a otra al ritmo de las abdominales, miraba figuras entre el espeso blanco y de pronto un ejercicio sobre un brazo y el profesor gritó – A ver Gallego, ¡¿qué cremas anuncias?!, para eso vete a la escuela de maricones que está aquí al lado –


Me paralicé en el acto, sentí cómo los músculos de mi cara se contraían todos al mismo tiempo, ¿qué le podía responder a ese troglodita? ¿Había acaso una respuesta loable ante eso? – ¡Pasa al frente! – gritó después de sonar su silbato.


Yo era joven, pero tenía coraje y dignidad y lo miré con toda la furia que se puede mirar a alguien, pero obedecí, me coloqué frente a las filas y él me pidió que repitiera el ejercicio, pero en cuanto comencé vociferó – Así no Gallego, no me digas que así de tontos son tus paisanos – no pude más.


– Español, el país se llama España ¡cerdo ignorante! –


Ups ¿Lo dije o lo pensé?  Para cuando me di cuenta de lo que había dicho era demasiado tarde, la había vuelto a cagar en grande, las palabras habían salido de mi boca por sí solas, en una especie de centrifugado histérico. El instructor abrió los ojos de sorpresa, me imagino que ningún alumno le habrá mostrado su falta de cultura y educación de esa manera, del asombro pasó a las risotadas – Estás sentenciado… gallego-español, te mostraré quién es el cerdo –


Entonces todos miraron a Rosales, el compañero obeso y se empezaron a reír, el profesor aún estaba enfurecido y dijo – Esta vez no es con Rosales –


Las carcajadas fueron en aumento, mientras el obeso amigo se ruborizaba, chuza, dos humillaciones al hilo. El profesor se me acercó apretando las mandíbulas, conocía ese gesto, hice de mi cuerpo una concha, sabía que precedido de esa mirada profunda y las fauces apretadas seguía una golpiza, así que me preparé para lo peor; no sé si mi profesor habrá sopesado la posibilidad de llenarme de bofetones, pero si fue así se contuvo; me tomó del brazo con fuerza y me derribó, llevándome a rastras a la oficina del Coordinador. Para mi fortuna estaba cerrada; el profesor resopló de enojo y me sacudió acomodando mi cuerpo junto a la puerta, se me acercó de nuevo y me ordenó esperar hasta que llegase el Camarón, luego entonces ajustaríamos cuentas.


Mientras me hablaba podía ver sus asquerosas piezas dentales, y los gruesos hilos de espesa saliva que se hacían entre sus labios, a leguas ese hombre estaba furioso conmigo – Espérate Gallego, te vas a acordar siempre de mí – Contrario a lo que todos pensaban tonto nunca he sido, así que en cuanto le vi dar la vuelta en la esquina corrí, como alma llevada por el diablo, hasta el baño.


Estaba decidido, dejaría de asistir a su clase el tiempo necesario para que el profesor de deportes olvidara lo sucedido, uno o dos o tres meses, aún no lo sabía; tendría que trazar rutas seguras de tránsito, en el patio y entre los recesos, evitando encontrarme con él; haría todo lo necesario para no verle hasta que la efervescencia del momento se pasara. Mientras tanto la táctica era quedarme refugiado en el baño hasta la hora del comedor; y así hice, conversando con la cuidadora del baño el tiempo pareció no pasar tan lento, ella ya me conocía – ¿Y ahora qué hiciste chamaco? –


– Ya te lo contaré todo, tu solo avísame si viene el profesor de deportes, el de bigote que siempre usa visera –


 La cuidadora moviendo la cabeza dijo – ¡Niño!, ¡niño!, ¿cuándo aprenderás? –


– Por lo menos me puedo esconder aquí –


La muchacha empezó a mover las manos – córrele, que vienen varios profesores –


– ¿Estás de broma? –


– En serio, córrele –


Subí las escaleras despavorido pudiendo evitar al profesor y a mi paso me encontré con el truhán y desventurado Mota. Alejandro Espinoza Mota era un elemento de alta peligrosidad y lo arrollé a mi paso; cuando él bajaba yo subía a toda velocidad como una locomotora sin frenos; él venía comiendo fruta en su tupper con un tenedor que casi se traga completo por el impacto conmigo; varios presenciaron el choque y El Mota que me conocía de habladas vociferó en mi contra.


Por el contrario, yo no tenía el placer de conocerle, pero más que placer debo decir que fue un infortunio – Es el idiota del Gallego, ¡vamos por el! – Le dijo a su palomilla de funestas amistades. Y pensándolo bien lo mejor era ir a la oficina del Camarón, allí donde me había dejado el maestro de deportes. Los vi correr atrás mía y mierda, la oficina seguía cerrada.


El Mota faltaba frecuentemente a clases, y cuando asistía se encargaba de sembrar caos, contaba con su pandilla de colaboradores, pobres diablillos llenos de acné que hacían todo lo que El Mota les ordenaba y celebraran cada una de sus canalladas. Para mi desgracia El Mota y compañía me habían escogido como su blanco esa mañana.


Estaba acorralado como rata en la antesala de la oficina del Camarón, por primera vez quería que él estuviera ahí, no tenía nada que hacer, era hombre muerto, rodeado de tipos que me empujaban hacia el centro de lo que podría ser una gran pelea. Tal y como lo había prometido El Iguano, tal vez estaba escrito.


Alguien como yo, cuyo expediente me hacía pender de un hilo, vi la vida como un caos; estúpidamente encaré al Mota y le atesté un puñetazo en la cara que lo dejó viendo borroso y le dije – Esto es de parte de mi ex manager El Iguano –


Todos se quedaron asombrados con mi reacción, incluso yo mismo, por un minuto perdí la razón, no debí haber hecho eso, pero los alumnos querían golpes y esa pelea estaba pactada, era una pena que mi manager no estuviera ahí para interceder en un momento de emergencia, pero todo se había presentado de una manera inesperada.


El Mota con un leve gesto de dolor se acarició la cara y me dijo – Gallego, eres más estúpido de lo que hubiera imaginado –


No entendía nada de lo que estaba pasando, giré en mi eje y sólo veía rostros enfurecidos, dientes, puños cerrados subiendo y bajando en una especie de danza; de la muchedumbre salió un puño que se estrelló con toda su fuerza en mi mandíbula. El golpe me nubló la vista, sentí cómo la articulación se rompía, un aroma a hierro inundó el ambiente, levanté la vista con esfuerzo buscando al dueño de ese puño, seguí el brazo tenso; El Mota había dado el segundo golpe, pero muy bien dado, me había mandado al suelo. Aspiré profundo, intenté, sin éxito, atestarle un par de guantazos, contrario a él, que sí llegó a su objetivo más de una vez, doliéndome.


– Muy bien puto español, ahora levántate y pelea –


De entre los gritos de los compañeros escuchamos la voz del Coordinador, provenía de las escaleras; yo solo sentía un sonido ensordecedor dentro de mi oído y después se fue a la sordera. No sé de donde había salido tanta gente y el Camarón se abría paso entre nosotros, la pelea había terminado por un flashazo muy oportuno, acordamos inconscientemente no seguir intercambiando golpes y nos perdimos entre el montón; éramos tantos que el Coordinador ni siquiera nos vio.


Mota tenía mirada de psicópata, era robusto moderado, con su corte de cabello casi un rapado militar. Pudimos pasar desapercibidos por esta vez, esa pelea no le convenía a ninguno de los dos, ya que Mota también era un pésimo alumno, los dos pisábamos la cuerda floja.


La gente se marchó y vi que El Mota levantó su mochila, y un sobre, una correspondencia como la mía se asomaba de entre sus libretas, pude identificar su carta condicional, esa que nos sentenciaba a la expulsión; me le quedé mirando y él a mí, saqué mi carta y le dije – Yo también tengo una –


Después de contener tanto estrés y rabia estallamos en risas como dos locos, risas incontrolables que se escuchaban en todo el pasillo, nos reíamos de nuestro destino irracional, de nuestro caos.






jueves, 8 de noviembre de 2018

Mancilla


Soñaba con un señor que llevaba a un niño entre sus brazos, ese señor que lo abrazaba con tanta fuerza era su padre, no lo quería dejar ir, pero tenía que hacerlo. El niño de casi ocho años iba triste bajo la oscura noche, lo iban a dejar en un río para que las corrientes lo arrastraran y lo llevaran hacia los brazos de otro señor que lo recogería del otro lado del río, no había ningún peligro, pues el niño llegaría sano y salvo en una cesta de mimbre en la que no entraría el agua; cuando el padre, quien traía en brazos al niño tuvo que soltarlo entristeció y pudo ver casi al momento como otro señor del otro lado del río lo recogía y lo abrazaba con el mismo cariño; el niño se giró discretamente para despedirse de su antiguo padre, pero no dijo nada, solo el rugir de las furiosas aguas y lo que parecía un sueño sin sentido dibujaba la realidad de un viaje, ese viaje que hacemos todos sin darnos cuenta, cruzando el furioso río, conociendo a unas y a otras personas, no sabemos si nos vamos a reencontrar con aquellos que quisimos durante nuestra vida, pero mientras están en nuestro camino debemos quererlos y aprovecharlos.


Navegaba como un marino con los ojos sobre el mar; era un príncipe de mimbre que tenía su reinado en una tierra inexistente, siempre con miedo a lo desconocido, pero no podía dejar de sentir los peligros que se reflejaban en el rugir del agua. Lo que parecía un absurdo sueño me despertó de sobresalto y mirando el techo de la habitación sonreí para dejar escapar una carcajada junto a una lágrima, el sueño me había tocado el corazón.


Habían pasado años desde que estudié en la secundaria y recordaba con resignación aquellos tiempos funestos. Era como haber navegado en una cesta de mimbre por el turbulento río, tan salvaje, pero teníamos que cruzarlo una y otra vez y nadie se salvaría de eso.


A diferencia de mi sueño donde todo era noche, incertidumbre y oscuridad; los rayos del sol entraban por mi persiana, y estaba más despierto que nunca, recordaba el caparazón de mimbre y recordé que no era el único niño en el sueño, unos brazos me depositaban y otros brazos me recogían casi al momento, parecía un amor muy paternal que me dejaba solo en los tramos cortos, pero siempre velaba.


Un grito me trajo a la realidad aún más real, mi padre entró en la habitación sin llamar a la puerta, no sé qué me dijo, pues estaba conectándome con el mundo, solo pude reparar en su silueta cansada mientras seguía moviendo la boca y manoteaba sin parar.


Me quedé inmóvil ante un guerrero que había tenido la difícil misión de criarme, la batalla había dejado sus cicatrices; la barba y el pelo un poco más blancos, los párpados que no se resistían al poder de la gravedad y esa voz más ahogada, pero aun enérgica. Solo él sabe si ha fracasado, aunque yo pienso que no; contra todo pronóstico y después de esas expulsiones de dos secundarias hoy me encontraba estudiando Ingeniería Civil en la Universidad.


A pesar de todo el pasado nos atormentaba, en ocasiones los padres nos quieren evitar el sufrimiento, porque ellos ya cruzaron el camino, pero les es inútil, cada uno tiene que cruzar el río para su aprendizaje personal y eso es inevitable.


A lo mejor nunca quiso soltarme, pero tuvo que hacerlo como en ese sueño cargado de simbolismos. Yo seguía meditando y el hombre histérico me pedía que me levantara de la cama y que dejara de mirarlo, pues había llegado el señor cartero con una correspondencia para él y alguien tenía que firmar de recibido el paquete, y debía firmar yo, pues mi padre no encontraba sus gafas.


Recibí al cartero y firmé la correspondencia, el señor se fue y mi padre recibió su carta, al parecer era un asunto bancario, yo me arreglaba con calma, pues era fin de semana y no llevaba prisa, pero para mi desgracia mi padre encontró sus malditas gafas y miró mi firma en la hoja de la copia, enfureció y empezó a gritar – Para firmar así lo hubiera hecho yo sin gafas –


Está bien que mi letra era horrible, pero insistió – Para hacer estas mierdas hubiera firmado yo con los ojos cerrados –


Seguro estoy que tenía razón, pero no era para tanto, él tenía su carta y el cartero ya se había marchado, aunque mi firma fuera un garabato no creo que el señor cartero quisiera enmarcarla. Pero no respondí a nada, pues eso podría empeorar la ya empeorada situación. Me vestí y de un salto me coloqué los pantalones, a decir verdad nada tenía que hacer en la calle, pero deseaba cruzar esa puerta para ya no escuchar más gritos ni reclamos.


Caminé hasta la puerta, salí de casa, bajé las escaleras; y como topo que sale de su madriguera mi padre seguía vociferando cosas, yo solo le veía mover la boca y las manos atrás de la ventana, mientras el ruido de los coches y su tráfico no me dejaban oírle, bendito ruido, era armónico.


En especial ese día recordé la secundaria y descubrí que después de la tempestad la vida no era tan mala como mi reputación, pero a fin de cuentas ya estaba en la Universidad estudiando Ingeniería, está bien que mi bachillerato fue mediocre, pero poco a poco iba avanzando como las hormigas obreras, nadie mejor que yo sabía lo que era estar abajo y con el pie en el cuello.


Estoy seguro de que había muchos niños como yo, pero cada uno tuvo que librar una batalla diferente, Annie y Miranda no habían vivido para contarlo, Kamala luchaba contra su mórbida obesidad, el Camarón contra todos nosotros, el Macrino contra los pulcros y hasta mi profesora, la que me lo enseñó todo luchaba con sus demonios. Después recordé a Mancilla, mi cabeza se fue hasta él y pensé que tal vez era otro príncipe de mimbre, de esos que usan un caparazón para cruzar el río.


Recordé la última vez que hablé con él, fue en casa de mi falsa novia Janeth, habían pasado cuatro o cinco años. En aquel tiempo empezaba la telefonía móvil y era divertido pasar todos los contactos del directorio de papel a los teléfonos, para tener un directorio electrónico. Yo en mis contactos había guardado todos y cada uno de los números de los que tenía registro, busqué con éxito y lo encontré; José Antonio Mancilla.


Digité las teclas dudoso, pues no le conocía de nada, pero tampoco tenía a donde ir a tales horas; y regresar a la casa no era opción, sonó la línea hasta dar tono precedido por la voz de una mujer agitada dándome el nombre de la compañía y finalizando con – ¿En qué le podemos servir? –


– ¿Se encuentra el Señor José Mancilla? –


– ¿Quién busca al Licenciado Mancilla? –


– Óscar Fernández –


– ¿De algún asunto en particular? –


– Nada en particular, solo soy un viejo amigo –


Se hizo un largo silencio y la secretaria sentenció – Lo lamento, pero el Licenciado Mancilla murió trágicamente en un accidente de automóvil hace dos años –


Me quedé de piedra, había dejado pasar la oportunidad de conocer a la leyenda viviente de la gran escuela, algo me dolía, pero no sabía qué, dejar pasar el tiempo a veces es un error y permanecí en silencio como esperando que resucitara y me contestara como lo había hecho cuatro años atrás.


La secretaria volvió a preguntar – ¿No es usted del banco? –


– No – Respondí


Entonces desencadenó una serie de preguntas, y le respondí, dándole santo y seña del absurdo de mis intenciones, le conté de la escuela en la que estuvimos y todo lo que me fue posible explicarle; con voz de extrañada la secretaria en un mar de dudas le dio el recado a alguien que estaba cerca, quien después de unos minutos me atendió, su voz suave me desequilibró, era un señor amable y me dijo – Hola, vaya que tardaste años en volverte a comunicar, pensé que eras una broma, o una mentira –


– ¿Quién eres tú? – pregunté con la mente turbada


– Soy la persona con la que quieres hablar –


– Me acaban de decir que José Mancilla murió en un accidente de coche y hasta donde tengo entendido los muertos no hablan –


El hombre se empezó a reír a carcajadas, junto con su secretaria, yo tal vez me había equivocado y había llamado a un manicomio. Pensé en colgar, pero el hombre sentenció – Hoy sábado es un día muy aburrido, y nos gusta bromear con los bromistas, yo soy José Mancilla y estoy muy vivo, pero si dejas pasar otros cuatro años a lo mejor ya no lo estaré –


– Lo siento, mira, la verdad que no es por molestarte, pero si te contara lo que me pasó aquel día no me lo creerías, tal vez todo esto es un absurdo, una tontería –


– Sí me buscas es por algo desconocido viejo amigo, te daré la oportunidad de visitarme hoy –


Me dio la dirección de su oficina; estaba muy cerca de la escuela y de donde yo vivía; y añadió – Hoy sábado tengo mucho tiempo libre, sí quieres venir puedes llegar ahora mismo o más tarde, disculpa que no pueda seguir hablando contigo pero no me gustan los teléfonos, si no es una broma y eres quien dices ser te espero, sino ya no vuelvas a llamar hasta que pasen otros cuatro años, saludos –


Colgó el teléfono, parecía un tipo loco e impulsivo, pero ese señor tenía razón, tal vez yo en su lugar no hubiese tomado la llamada, era un deber moral hacerle esa visita prometida a mi recién y adquirido amigo desconocido. Entonces tomé el rumbo para llegar a donde estaba el.


Me tomó quince minutos llegar a pie, la curiosidad me hacía no dudar en deshacer mi camino y entré. La oficina de Mancilla era sencilla, fría, e incluso minimalista, y aun así en su esencia parecía ocultar algo detrás de los filos de la pared, o de las líneas de la mesita de centro de la sala de espera, me recibió la secretaria con amabilidad y le solicité mi petición de hablar con su jefe al anunciarme. La secretaria comenzó a reír sin poderse contener, yo la miré como si de una loca se tratara y entre sus risas tapándose la boca se quiso disculpar – Lo siento mucho, pero mi jefe es un bromista – Seguía riendo sin poderse contener. Yo acepté sus disculpas moviendo la cabeza, pero jamás reí, ni mencioné palabra.


Mientras aguardaba a mi anfitrión leí “Sócrates murió gritando la verdad” las letras que pendían de la pared me atraparon, después un cuadro me llevaba hasta una imagen de Einstein y en manuscrito con letras pequeñas se leía “En la lucha del mundo contra ti, ponte de parte del mundo” La última frase me hizo esbozar una sonrisa y rascándome la cabeza pensé – El señor Einstein seguro que tiene la razón, por algo había llegado tan lejos –


Bruscamente mis pensamientos fueron interrumpidos por la secretaria que me dijo – El licenciado ya no tarda – y volvió a reír sin control, no sé si era mi cara o la maldita broma de la supuesta muerte de su jefe, quise cambiar el tema y le pregunté – ¿Usted cree que Sócrates murió diciendo la verdad? – Se lo solté así, sin más. Ella sonrió como quien está nerviosa, claro que no esperaba una pregunta como respuesta a sus burlas, y menos esa pregunta – No lo sé, pero creo que sí – nos miramos sin advertir la presencia de un tercero – Claro que murió gritando la verdad, al menos su verdad –


Giré mi vista y vi a quien creía estar viendo, su silueta se asomaba detrás de la puerta hasta que la tenue luz que entraba por la ventana le descubrió el rostro, su piel era blanca, su pelo tan castaño como el mío, no tan robusto, más bien delgado sin llegar a ser escuálido como yo, seguro rondaba 1 metro 75, se acercó y me extendió su mano diciendo – Tú debes ser Óscar ¿me equivoco? –


– Si no esperabas a nadie más claro que soy yo –


Se echó a reír – Esa chispa me agrada –


No pensé que hubiera dicho algo gracioso, más bien fui sarcástico, pero al famoso Mancilla le pareció chusco, y pregunté – ¿Entonces tu eres el famoso Mancilla? –


Con un rictus de resignación me miró serio, no incómodo por mi pregunta, pero era evidente que no le gustaba recordar aquello – Fui el famoso Mancilla, hoy sólo doblo mis manos ante el sistema, aunque no voy a negarte que hago de las mías cuando puedo –


– Espero puedas hacer muchas de las tuyas –


Sonriendo me dio una palmada en la espalda – Anti tradicionalista como yo, seguro que nos vamos a llevar bien –


– ¿Tienes alguna pista? Nunca le había preguntado esto a nadie, pero ¿sabes de qué planeta venimos? –


Suspiró profundo – Te miro y me miro a mi hace años, ahora ya no me pregunto por nuestro planeta, solo me pregunto quién nos ha abandonado aquí a todos nosotros, ¡mírales! Nadie tiene ni la mínima pista de a que vino a este mundo, unos se consuelan creyéndose historias, otros se inventan una misión, solo sé que todos caminan en este mundo con los ojos cerrados, unos apuestan más y otros menos –


– Somos ciegos guiando a ciegos –


– Eso es bíblico amigo, la frase que más me convenció de todo el libro sagrado, la repetía tantas veces Jesucristo –


Me encogí de hombros y me llevó hasta el interior de su oficina, tenía muchas fotos, con gente famosa y le pregunté – ¿Cómo es que conoces a tanta gente? –


– Me divierte el comportamiento que tienen, son genios muchos de ellos, pero en el fondo son tan mortales e ignorantes como nosotros –


– ¿Y quién es tu favorito? –


Sacó una foto de una cajonera y con emoción me explicó – David Bowie, ¿Lo conoces? –


– Claro, pero no como tú, esa foto es increíble –


– Es un tipazo, deberías de plantearte conocerlo algún día –


– No sé cómo llegar a él –


– Tienes dos opciones, verte como una persona con cualidades o compadecerte de ti, nosotros podemos llegar o morir en el intento –


No le dije nada, tenía tanta razón, todo estaba en la forma en que uno mismo se percibiera, no podemos creernos víctimas de las circunstancias, la gente no tenía tanta importancia, la gente no es importante, cada quien lucha con sus demonios como puede y a veces no es personal nada de lo que nos sucede.


– Los ves, nadie apostaba por nosotros, y llegamos lejos, pero lo que dice la gente no importa, míranos, la decisión fue nuestra, de nadie más –


– ¿Y cómo te sientes con eso? –


– Soy el mismo, en el fracaso y en el éxito, la única diferencia es que los halagos no me satisfacen, sigo siendo más apegado a la crítica, no me lo vas a creer, pero le tengo nostalgia al fracaso –


– Cierto, a mí tampoco me gustan las adulaciones, las siento tan falsas, sin embargo en el fracaso es todo sinceridad –


– Ahora que me va bien varios ex compañeros que me humillaban han venido a pedirme trabajo, pero la verdad es que con esa calidad humana que tenían no los quiero cerca –


– Y los profesores siguen ahí desde hace más de 20 años, son como robots programados para días repetidos, no controlan ni su tiempo, ni su vida, yo tuve tiempo de fracasar, resurgir y avanzar, pero allí no se ha movido ni una sola piedra, se han vuelto invisibles por haber estado tanto tiempo en el mismo lugar –


– Observa y no juzgues, eso déjalo para ellos, los eternos evaluadores –


– Ellos que nos han expulsado –


– Aquellos que nos expulsan no se sentirán bien ni en el lugar donde creen pertenecer –


– Pero su visión tan pequeña del mundo daña a tantas personas, y después tener que soportar a los chivatos, una vez me culparon de una asquerosa flema que se balanceaba debajo de mi pupitre, no sé qué clase de marrano la colocó allí, recuerdo que fue en la clase de matemáticas con la Monja Chimuela y me mandó limpiar esa asquerosidad; yo quería vomitar, pero contra todo el grupo gritándome y culpándome no podía hacer nada, y para terminar me echó de clase, mientras todos me gritaban en el aula, cerdo Gallego, gachupín marrano, lo que los tarados nunca supieron es que a los españoles establecidos en América se les llama cachupines, no gachupines –


– Tus anécdotas me recuerdan a las mías, sin importar mi nacionalidad, yo soy mexicano y aun así los profesores me trataban con la punta del pie y me culpaban de todo. Pero había gente buena, ¿cómo olvidar a Don Max? al portero que sí le dabas dinero te dejaba entrar cuando llegabas tarde, pero lo echaron, sabes que los hijos de Judas siempre nos acechan, primero se benefician y después se quejan, es como pasar por un puente y después derribarlo para que nadie más pueda pasar –


– Odié esa escuela, en la clase de deportes todos me golpeaban con la pelota de baloncesto, me ponían contra la pared y a los que se descuidaban en el patio los sorprendían con un terrible balonazo. Una vez le pasó a un lerdo de gafas que estaba tratando de ligarse a unas chicas que seguramente solo le pedían la tarea, pero en medio de su charla recibió un fuerte balonazo en la cara, tan duro fue el golpe que le tiró las gafas al suelo y hasta le explotaron los barros y juraría que dejó las espinillas clavadas como púas en el balón, el tipo tambaleante se levantó y comenzó a llorar como un niño pequeño, al ver la escena las chicas se alejaron y jamás aparecieron los culpables –


– Eso pasaba tantas veces; pero lo peor era cuando los mismos profesores te humillaban. Una vez hubo una ceremonia y yo olvidé la corbata, me escondí entre las filas, pero fue inútil, me descubrió El Ranchero, un coordinador de la escuela de las niñas. El tipo ese rápidamente me puso en evidencia, me sacó de la fila para humillarme delante de todas, ese día las niñas que estudiaban en otro plantel supieron que existía yo. Algunas de ellas reían, otras se compadecían de mi, y el supuesto profesor gritándome en el patio y anunciando a los cuatro vientos mi olvido, incluso mencionó a las chicas que se fijaran en el tipo de hombre con el que salían, vaya que la pasé muy mal en ese momento, y de milagro no me le fui encima –


– Era denigrante la forma de proceder de esos profesores, y por desgracia a veces las pagaban otros, en uno de mis arranques de ira me salió todo al revés, ese día jugaba baloncesto muy cerca de la tienda donde vendían comida, esa tiendita estaba justo en el patio del colegio, allí atendía una dependienta que era muy joven y muy amable, así como humilde. Recuerdo que en aquel tiempo preparaban unas quesadillas y había un tazón de salsa roja en la barra, para que los alumnos se sirvieran al gusto, yo que tengo pésima puntería, visualicé el balón sobre el tazón de salsa con el fin de salpicar al profesor de historia, me lo imaginaba bañado en esa salsa roja al maldito; pero para mi desgracia el balón pegó en el lado equivocado del tazón y bañó a la pobre dependienta, a la mujer morena le escurría la salsa hasta por el pequeño bigotito que se le notaba con el sol y gritó incrédula – No me puede estar pasando esto a mí – El maestro de historia; Pompín, se quiso reír, pero intentó buscar a alguien sin mucho esfuerzo, llevaba prisa y se retiró del lugar, se había salvado el muy infeliz, en el fondo creo que sabía que el ataque era para él. En cuanto a la pobre mujer, nada personal, sentí algo de pena, más cuando otros alumnos se unieron a la burla y las risas, la mujer cerró la tienda y se fue de allí –


– A mí me expulsaron porque otros echaban bombas fétidas en una clase, el profesor de esa asignatura empezó a tomarla en mi contra y le tuve que responder, al grado de llegar a los golpes, ese día yo, Mancilla, desaparecí del lugar para siempre y empecé a demostrarme a mí mismo quien era; ese día empezó mi vida –


– Nos trataban como delincuentes, era normal que algún día reaccionáramos, y no somos delincuentes ni personas de segunda, yo recuerdo en el transporte de la escuela que le gustaba a una niña; Jessica, ella estaba muy entusiasmada conmigo, pero escuché a las profesoras decirle que yo era malo, que conmigo se metería en muchos líos, e incluso le buscaron un novio, un tipo tan horrendo como aplicado, llegaron al grado de aislarme y ya con esas marcas no podía ser más que lo que me obligaban a ser, no importa lo que hicieras, siempre serías el mismo –


– Que trágica tu historia de amor, me hiciste recordar a Jean Valjean del libro Los Miserables de Víctor Hugo, por robar un trozo de pan lo marcaron y aun cuando salió de mendigo y rehízo su vida, lo persiguieron por siempre; de las etiquetas no nos podemos liberar tan fácilmente, la gente no se molesta en mirar más adentro –


– No has pensado que la gente no tiene tanta importancia como se la damos, tal vez ninguna, cuando trataba de ayudar a los marginados me iba mal y cuando trataba de defender una causa justa las mentes mediocres se ponían de acuerdo para silenciarme –


Mancilla se sonrió – Vamos a dar una vuelta por la escuela, no todo es tan malo ¿Recuerdas algo bueno? –


– Claro que sí, el Señor que vendía dulces afuera de la escuela, el me cuidaba la mochila y su hija Jessica siempre estaba con él, al principio se burlaban de mí, pero después nos hicimos grandes amigos, fueron testigos de mis primeras peleas y en cierta manera me resguardaron, me cuidaban –


Caminamos por la escuela y entramos en trance, tal vez teníamos miedo de regresar solos, pero ya éramos unos hombres, no nos podían hacer nada con tanta facilidad. Contrario a lo esperado fue un viaje de mucha paz y silencio, cada esquina guardaba un recuerdo, las caras que ponía mi nuevo amigo a veces eran de tristeza, de pronto una sonrisa le esbozaba la boca, no todo era malo, ni bueno, solo circunstancial, a mí me ocurría lo mismo, cada lugar guardaba algo, algo inconfesable.


Miraba correr a un niño con los ojos en fuego, era como el del río, lo arrastraban todas las corrientes pero seguía en pie, su padre lo abandonaba a la orilla del río en la noche oscura y atravesaba esas tormentas que no eran apacibles, en sus manos pequeñas que no sabían dar puñetazos se fueron acumulando los golpes, desprotegido corría sin rumbo, pero muy en el fondo era feliz, siempre soñaba con que todo iba a cambiar, con que la vida era justa, con que los niños no eran crueles. Buscando el futuro que no existía, cerrando cicatrices sin pertenecer a ningún lugar, recordando esa tierra lejana donde todo comenzó, de España solo quedaban recuerdos a 9000 kilómetros de impertenencia y ahora no tenía una guarida, solo era seguir en el río esperando que la corriente no apretara tanto, ese era el Príncipe de Mimbre, con un reino lejano, frágil y tal vez inexistente.