miércoles, 17 de agosto de 2016

Cicatrices Invisibles

Otra vez yo, o tal vez no soy yo, no sé quién he sido todos estos años, seguramente el protagonista sin rostro de muchas bizarras historias. Jamás pensé que esto me pasaría a mí, sí, a lo que según creo ser, bueno, sin más confusión empezaré.

Yo era alegre, privilegiado, que puedo decir, mi vida estaba llena de luz, pero un día llegó la oscuridad total, algo me atormentaba y no sabía que era lo que estaba pasándome, de tener una vida feliz empecé a enfermar, poco a poco me iba derrumbando, me había convertido en otra persona, en un ser apagado.

Pasaban los días y empezaba a adelgazar, miraba en el espejo esas profundas ojeras y entró en mí una tristeza y desesperación que llegaron para quedarse. Como una nube negra me seguía a todos lados y después se desató la tormenta. Una sensación de angustia presionaba mi pecho, sentía el corazón comprimido, mis pulmones no se podían llenar de aire y me derrumbaba sin saber porque.

Me volví un adicto a las noticias, a los periódicos, leía lo mal que estaba el mundo, homicidios, atentados, guerra, extorsión, esos gobernantes sin escrúpulos, el hambre, la gente millonaria que nunca se ve saciada y llegó a pasar por mi mente que ya no tenía sentido vivir.

Sentía que venía de otro planeta, mi preocupación por la desgracia humana a muchos les causa risa, soy ese tipo ridículo que se encierra en una habitación y se mete entre sus sabanas para tolerar la depresión.

Se me veía mal, la angustia me atormentaba cada día más y después de ver el ejemplo de varios viejos amigos yo también pensé en el suicidio; lo mejor sería seguir su camino, salir de este cuerpo y ser libre. Ya no correría más peligros.

¿Y qué tal si todos hiciéramos lo mismo? Ya no habría masacres, ni tristeza, ni peligros, estaría aquí arriba observándolos, tal vez me lamentaría de verles luchando por causas sin sentido destruyendo el planeta y los olvidaría, me iría a un lugar lejano, donde todas las clases de historia que me enseñaron en el colegio, las borraría, pues eso queda de la humanidad, solo la desolación escrita en unos cuantos libros que mienten.

La angustia corroía mis entrañas, entonces y por casualidad una persona muy cercana a mí me dijo – Ya no puedes seguir viviendo así, has probado la medicina y otras cosas, pero esa angustia te está matando, te vas a enfermar de gravedad –

No le di mucha importancia y recalcó – Tienes una cita con Nidia –

– ¿Y quién es Nidia? – pregunté asombrado

– Ella me curó a mí, yo tenía un ente alojado en mi cuerpo, una posesión; expulsó a esa energía maligna –

Me quedé pasmado y le pregunté – Pero… ¿Eso puede pasar? –

– Si, yo oí voces, lo escuché cuando salió de mí, pero ahora siento una tranquilidad muy grande, deberías dejarte ayudar –

La conversación no trascendió más e inexplicablemente semanas después me encontraba tocando la puerta de Nidia, quien me recibió amablemente a pesar de mi tardanza.

Me invitó a pasar y tomé asiento – Que bien que viniste – dijo y tomando su péndulo me hizo un diagnóstico.

Me llamó por mi nombre y me dijo – Tu planeta gira al revés, todos tus chacras están desalineados, estas enfermo, y como lo has pensado, no eres tú, es un espíritu que manipula tus emociones, un ente que se aprovecha de ti para desgastarte, te está acabando poco a poco –

Tenía razón la mujer y solo atiné a preguntar – Pero… ¿Por qué? ¿Por qué esos entes están en los cuerpos de la gente? No tiene sentido –

– Ellos quieren vivir experiencias humanas y te utilizan, como esos coches de carreras, hasta llevarlos al límite, al suicidio, mucha gente no cree, pero esto es muy serio –

– ¿Quién me hizo daño? ¿Por qué a mí? –

– Malas mujeres, veo intereses, relaciones rotas, envidias, veo dos presencias ajenas en ti, hay santería y otros trabajos, enterraron tu plasma en algún cementerio, te dieron algo de comer, tenemos que expulsar a esos entes –

Lo que Nidia me decía me erizaba la piel, podía ser verdad, pero decidí calmarme, su diagnóstico era desgarrador.

Ella me dijo – Vuelve en un mes, si quieres curarte –

En el momento de despedirme y cruzar la puerta Nidia me lanzó una advertencia – Ten mucho cuidado, ese ente es muy agresivo, hará todo lo que este en sus manos para que no volvamos a vernos, eres vulnerable a accidentes, cuídate mucho, no utilices el teléfono en la calle y pon atención en cada movimiento –

Salí de allí recordando la delgada figura de Nidia, su entereza, una mujer joven y muy segura de lo que me decía, pero empecé a olvidar, cada calle me hacía mirara mis pasos y perderme hasta que de pronto salió a mi encuentro un hombre riendo a carcajadas, era un callejón y el anciano de barba larga, dientes partidos y extrema gordura me quiso abrazar, pero me le escabullí aterrado.

Sus carcajadas eran como de aquel que nos es de este mundo y no paraba de reír, como si me reconociera, como si reconociera algo en mí, me volvía a pedir un abrazo, pero su voz de cloaca marchitaba mi olfato en la distancia.

Salí de allí y caminé presuroso, pensé que de un viejo loco se trataba cuando me quise engañar a mí mismo.

Llegué lejos, a otro extremo de aquella ciudad y con una hora de diferencia me ocurrió algo que me entrecortó el cuerpo. Pasaba por un lugar donde había una cantidad considerable de indigentes y uno de ellos que estaba acostado torció su cabeza y con los ojos en blanco, que parecían tener las pupilas decoloradas me dijo – ¿Cómo va todo? –

En el mendigo reconocí la risa del anciano, esa dentadura marchita y podrida se volvía a encontrar conmigo o  con algo que había en mí, después de hablarme se perdió en el limbo con esos ojos blancos sin dejar de mostrar esa sonrisa permanente y yo apuré mi paso. Una vez era casualidad, pero dos.

Tal vez os cueste trabajo creerlo, a mí también me cuesta, pero sucedió y de pronto una desesperación me invadió, era tan grande que podía llevarme a la misma muerte. No podía más, prefería morir a vivir así; ese espíritu maligno se sabía descubierto y su arma más grande era llevarme a la angustia y pensé en el suicidio.

Por lo regular Nidia no contesta llamadas según me dijo quién me recomendó con ella, pero la llamé y sin dejarme esperando más de dos tonos respondió – Dime –

– Ya no puedo más, esto va acabar conmigo, no llego a fin de mes, no estaré en la próxima cita, no creo poder curarme –

– Yo solo adelanto a un paciente si corre peligro mortal o está en una grave situación, y tu caso es urgente, aguanta tres días, ven el sábado –

– Pero… ¿Llegaré? –

– Esa energía te va a llevar al límite, hará todo para que no vuelvas, solo procura resistir, haz una barrida de incienso 7 veces, eso aleja las malas presencias y las neutraliza –

Tomé el incienso que Nidia me había dejado y seguí los pasos poniendo el teléfono en altavoz; me tenía que barrer 7 veces de cabeza a pies y después el corazón en dirección contraria al movimiento de las manecillas del reloj. Lo hice como pude y entonteces la barra sacó chispas como si fuera un efecto de repulsión. No abandoné mi fe y al fin pude relajarme, pero vivía con la sensación de no sentirme cómodo en mi propio cuerpo.

Los siguientes días no pude ni salir, además no era recomendable, mi vista se clavaba en una pared blanca con la ceguera de la cortina que cubría la ventana, trataba de hacer contacto conmigo, pero no podía, estaba desequilibrado, mis chakras giraban al revés, como el planeta Venus, en sentido contrario a todos los demás, mi cuerpo y mi espíritu estaban inconexos, literalmente estaba fuera de mí.

Llegó el día esperado, abrí la ventana y por fin la luz entró invadiendo la habitación, pero yo me sentía oscuro. Caminé esas calles con toda la precaución y preferí tomar transportes seguros, hasta llegar junto a Nidia.

Allí estaba la delgada mujer, quien con una sonrisa discreta me recibía – Estás en mis manos – dijo – Y te vas a curar; tengo un pacto con los ángeles y si alguien va a morir le pido que no dé conmigo –

Eso podía se alentador, aunque lo que estaba por venir era mi cirugía astral, el momento de expulsar a esos entes.

Cerré mis ojos encomendándome a los ángeles y sostuve una medalla con las dos manos mientras Nidia repetía rezos y oraciones, invocaba a todas las entidades para pedir permiso de mi sanación.

En lo particular yo tenía miedo cuando llegara el turno de la Santa Muerte, pues cuando toco su turno bajó la temperatura y sentí un frio polar; su respuesta se hizo esperar mientras mis manos sudaban, pero con un pinchazo agudo en mi hombro me dejó, al parecer aun no era mi turno.

La temperatura regresó a la normalidad mientras las otras entidades una a una se hacían presentes. Yo desconocía muchos nombres como Palo Mayombe y otros más; pero esa mañana se abrieron las puertas de otras dimensiones y nada personal. Todos permitieron mi sanación.

Entonces el ente abandonaría mi cuerpo, resistí con fuera y un quejido ahogado se dejó escuchar, era como el zumbido de una gran mosca, entonces en mis dientes se hizo presente una tierra pastosa y la empecé a escupir con discreción.

Tal vez era aquella tierra del panteón, o algo que había comido en aquella maldición, algo que mi victimario me había preparado, para condenar mi alma al suplicio. Se fue el zumbido ahogándose en la lejanía, Nidia decía que fue amenazada, que intentaron separar sus manos, pero esa energía del bajo astral se marchó y fue como renacer.


Abrí los ojos y me sentía nuevo, no tenía coraje ni quería venganza, aunque sí curiosidad, ¿Quién? ¿Por qué? pero Nidia solo habló de relaciones rotas y envidias, me dio pistas y en mi mente se dibujó el rostro de aquella persona que quería condenar mi alma.



domingo, 7 de agosto de 2016

Hotel Reikiavik

El alcohol, pasé casi media vida cuidándome de los perros rabiosos, de los amores fatales, de las peores amistades; quién me diría que lo que casi me mata; y de paso dejaría damnificados a unos cuantos sería el alcohol; porque egoísta nunca he sido y si un día para mi mal viene a buscarme la muerte, compartiría mi aventura con unos incautos más, más que yo, quiero decir, pero sólo un poquitín. Todos hemos sabido sobre el borrachito que se ahogó en su propio vómito, ¿pero qué hay del borrachín que casi ahoga a medio mundo? de ese nadie sabe nada, pero pronto lo sabrán.

Pasaban los días en mi pueblo, me había apuntado a la brigada de bomberos para hacer algo de mi vida, pero conforme los calores del verano se apagaban los incendios también y mi trabajo se hacía menos necesario. No es que extrañara el olor a humo en mi cabello, o el beso hollín de los restos de un incendio, pero eso de quedarse sin nada qué hacer en el trabajo es fatal. El lluvioso cielo de Carballino se encargaba ahora de las llamas insurgentes, sublevadas que no entendían que no debían mordisquear la naturaleza.

Caminé, como todos los días, hasta la calle de los bares en mi barrio de Flores, el ambiente pintaba gris, la antesala para el tiempo suspendido del otoño y subsecuente invierno. Una chispa de color saltó de entre las mesas, era Neftalí; que con su desenfado cambiaba de perspectiva cualquier escenario. Luego de un escueto saludo me sentenció – Me voy para Reikiavik –

Me quedé desconcertado, había escuchado ese nombre alguna vez, pero no me venía a la cabeza en donde podría estar. Tal vez era una broma, y que tal si la vida era una broma; Neftalí era un desenfadado soñador, con una guitarra a cuestas, que convertía las bromas en realidades.

– Pero… ¿Por qué? –

– Mi barrio es un barrio bajo –

Lo escuché muy catastrofista, pero la realidad es que yo me quedaba sin trabajo y él también, las lluvias apagaban el fuego mejor que nuestras brigadas y reparé de nuevo en sus palabras – Me voy de aquí, me voy para Reikiavik –

Me quedé de piedra, cuales eran mis opciones, irme a ese lejano país, Islandia; o morir aquí de tristeza, me apuré la bebida y le dije – ¿Pero cuando? ¿Trabajo de qué? ¿Y si tardo más en tomar la decisión? –

– Ya sabes que te espero en el país del hielo –

– Bueno, sí Neftalí, pero dame más detalles –

– Donde los días y las noches pueden ser eternos –

– Eso lo sé, pero háblame del trabajo –

– Tomorrow, may be tomorrow –

Recuerdo que era un martes y el viernes estábamos montados en el avión, era un clásico martes de hadas y ninfas, pero de eso hablaré en otra ocasión.

Un vuelo de bajo costo, la versión europea fría y aburrida, de las guaguas latinoamericanas. Me había documentado lo suficiente para aterrizar en Islandia; el clima es más frío que el cuerpo de Walt Disney; pero las tías están tan buenas que podrían calentar a Walt Disney. Eso compensaba la situación térmica.

En los trabajos pagan muy bien, mejor que en cualquier lugar de la Unión Europea; a excepción del Reino Unido, que aún no lanzaba al suelo sus juguetes en este parque de hielo. Bueno, estoy hablando del 2006, posiblemente cuando lean esto ya estaré muerto.

Era una extraña aventura, poco sabía de aquel país, en realidad muy poco, sólo que eran algo más de 300,000 habitantes y que se hablaba islandés. Le quise pedir más detalles a Nefta y sólo atinó a decirme que los lagos se congelan, entonces supe que era extremadamente frío. Y bueno hasta ahí, nadie necesita más información.

Para qué hablar del embarque, del delicado rostro de la sexagenaria empleada, de sus adecuados modales al lanzarme mi pasaporte como freezbe a un perro. Aterrizamos en medio de la noche, la penumbra y la lluvia, fue turbulento, pero las expresiones de la gente eran siempre las mismas, nadie reía, ni se preocupaba, eran como muñecos inmersos en sus adentros.

Unos clamaban amor, otros amistad sincera, nosotros sólo queríamos empleo y su  búsqueda fue más sencilla de lo que pensé, luego de una ligera inspección de Sigrun, la administradora del único hotel de Reykholt. Fuimos aceptados como empleados calificados para limpiar baños y recamaras.

Nos fuimos a esa tierra escandinava, los paisajes eran espectaculares, la aurora boreal es más increíble de lo que cualquiera pudiese explicarlo, no es que no quiera decir nada en esta ocasión, pero esos colores que no son más que la luz de los rayos solares reflejados en el polo norte, pintan el cielo en cambiantes tonos, tan solo en segundos, no hay palabras, ni lente de cámara que los pueda ver como el ojo humano.

Empezamos trabajando en un hotel en Reykholt, hacíamos el aseo en las habitaciones. Yo preparaba las camas, mientras Nefta limpiaba las tazas de baño, siempre lo admiré por lo bueno que era con las uñas, no quedaba mancha alguna mientras sollozaba – Uuu, uuu, todos se van y el deseo gira en espiral en esta atmosfera de vicio –

Pobre, creo que el olor le afectaba mucho, pero aun así decidí preguntarle – Nefta, ¿Está todo bien? –

– Y si la respuesta está en el viento, para que te digo lo que siento –

– Es verdad, huele fatal, parce que no hacen la digestión con ese omelette que les ponen en el desayuno todas las mañanas, pero bueno, ¿cómo quedó ese baño? –

– Transparente –

– Eso campeón, eres un fenómeno, no tienes tanto tiempo para tocar la guitarra, pero vaya que sigues con tus ejercicios de digitación, aunque sea bajo el agua –

– Sí este año no salimos campeones, que no digan que no hemos peleado –

– Cierto –

Me había quedado muy claro, debía ser difícil estar con la cabeza tan cerca del inodoro, despegando esas manchas provocadas por una extraña erupción que preferiría no imaginar.

Después de un mes nos mudamos a Reikiavik, nos fuimos a distintos trabajos, pero vivíamos puerta con puerta en un hotel llamado “Salvation Army”; Justo en el cuarto piso. A reserva de que me quedaba a unos pasos de mi nuevo trabajo, la habitación en la que residía era una cripta; con suerte podía estirar mis brazos de lado a lado sin chocar con las paredes, el muro era de un cartón frágil y mi pequeña cama estaba pegada a un lavamanos. La ropa permanecía colgada en perchas frágiles justo al lado de mi cabecera; y las duchas y los baños eran compartidos.

Todo estaba bien, a excepción de mi vecino de al lado. Los cuartos eran tan pequeños que se escuchaba todo y el tipo ponía música electrónica para dormir durante la noche; no era nada alto el volumen, pero suficiente para desquiciarme como una gotera que caía. No pude hablar con él, parecía ser eslovaco o de algún país de la ex Yugoslavia y no dominaba ni el inglés, ni ninguna otra lengua que yo pudiera conocer. Tenía una mirada intensa, tatuado y muy introvertido, me miraba sin decir nada cuando nos cruzábamos.

La semana era muy aburrida, se acercaba el invierno y cada día se perdían 15 minutos de luz en promedio, hasta llegar casi a la penumbra total. Los sábados todos salían, bebían hasta perderse, ¡Bebían como vikingos!

Esa noche fui un vikingo, salí con Neftalí a tomar unas birras, pero lo perdí, me perdí a mi mismo. Por unas horas no supe quién era, ni que hice esa noche, ni con quien estuve, todo era tan confuso y mi mente estaba rota, fue un sábado inolvidable, lleno de olvido. No supe como llegué al hotel, pero me dicen que llegué y caí en un profundo sueño, tan profundo como la muerte.

Advertencia al lector:

Los siguientes hechos son narrados basados en testimonio de los afectados; bueno en realidad reclamos a voces altas y miradas de odio; pero de acuerdo con un estudio realizado por la universidad de la vida, los resultados arrojan que “si no me acuerdo no pasó” así que lo que viene es una especie de recreación, los nombres y lugares no han sido cambiados porque después de todo al único que debería darle vergüenza es a mi y pues yo estoy narrando esto así que, venga vamos allá.

Al día siguiente tocaban con brusquedad a mi puerta, estaba tan cansado que no quería ni abrir, seguramente era Neftalí. Pero mi sorpresa fue tan grande cuando puse un pie en el suelo, sentí como si me estuviera sumergiendo en una gran sopa de fideos, mi habitación estaba convertida en una piscina y había cosas flotando. Cualquiera podría pensar que estaba loco, pero el agua me llegaba a los tobillos.

Me levanté descalzo y en calzoncillos me dirigí hacia la puerta para abrirla. Pero quien llamaba a no era Nefta, eran los bomberos que estaban evacuando a la gente. Se veían desesperados, al fin gente expresiva. Un tipo gritó – Sorry – pero su compañera le interrumpió gritando – ¡Jesus! No sorry –

Puedo jurar que no fue por mi, sino por el desastre en la habitación. Neftalí estaba en pie, mirándolo todo y yo me preguntaba que estaba sucediendo. Muy aletargado empezaba a comprender que había una inundación y que estaban evacuando a toda la gente. Yo sé, una inundación en el cuarto piso; por la mente de cualquiera podría pasar el diluvio universal o algo peor, pero los hechos me aturdían cada vez más.

Salió mi vecino, el de la música electrónica, su computador goteaba porque el agua había atravesado todas las paredes de cartón y por un momento pensé – Ya no tendré que soportar esa música – Pero él me devolvió una mirada de odio, como si yo fuera quien tuviera la culpa, o peor aún, tal vez podía leer mis pensamientos.

Lo esquivé, como era de esperarse nunca dijo nada, su lengua lo hacía mudo. Seguí caminando, pero me sentía desnudo; era una extraña sensación al caminar por el pasillo, pero recordé que literalmente estaba desnudo, miré mis piernas y estaba caminando en calzoncillos, mientras los demás evacuaban. Algo tenía que hacer, sí, ponerme un pantalón.

Después de esconder aquellos gayumbos a rayas rescaté mis zapatos y calcetines del fondo de la cama, con cada paso cedían y se ablandaban como galletas remojadas en leche, sentí que se me iba a deshacer el calzado en el trayecto, pero evidentemente no sucedió.

Salimos por el largo pasillo en el que como cascada corría el agua, ese momento me recordó a la película del Titanic, así se ha de haber vivido la manera en que el mar devoró a ese inmenso barco. Miré a Neftalí buscando respuestas, pero nunca llegaron, sino por el contrario, la situación se volvía más confusa a cada momento. Bajamos al tercer piso, allí no había agua, solo la que descendía por la escalera y se comía a grandes bocanadas la vieja alfombra.

Visto así no podía ser una inundación, según la poca lógica que me quedaba, una inundación en un cuarto piso tenía que tener a la ciudad de Reikiavik en jaque; entonces pensé en fuertes lluvias, pero recordé que arriba todo estaba seco, el quinto piso y las escaleras que conducían a él estaban intactas. Parecía una inundación atrapada en un solo piso; eso sí era aún más confuso.

¿Y qué tal si era una fuga? ¿De dónde podría provenir?, pasamos el segundo y el primer piso y todo parecía tan normal como las quietud de las calles de Reikiavik, afuera nada estaba sucediendo. Era tanta la tranquilidad del país, que esa inundación del cuarto piso en el hotel “Salvation Army” fue noticia de periódico.

Se acercó a mí el conserje, mientras varias miradas que me acusaban seguían mis pasos, la prensa no pudo acercarse a la propiedad privada y el señor de avanzada edad y altura considerable me dijo en inglés – Traté de despertarte antes, pero no reaccionabas, te levanté de la cama y te movías como un títere, después llegaron los bomberos y pudiste despertar –

Tenía los ojos bien abiertos y le pregunté al señor – ¿Qué pasó? –

Él se sorprendió y me dijo – ¿De verdad no lo recuerdas? –

Notó mi desconcierto en la mirada – ¿Recordar qué? – respondí con otra pregunta. El hombre empezó a asignar habitaciones y espero hasta el final para hablar conmigo, me habló por mi nombre y me dijo – Ayer llegaste muy mal, casi inconsciente, antes de dormir vomitaste en el lavabo y lo dejaste abierto, eso provocó la inundación –

– Pero… No puedo creerlo, no comí piedras, ¿Cómo pudo pasar? –

Empecé a sentir vergüenza y me disculpé, le pedí perdón, en verdad me dolía desperdiciar el agua de esa manera, pero el con tanta tolerancia me dijo cariñosamente – Fue mejor así, te pudiste haber ahogado con tu propio vómito, no reaccionabas –

La alfombra tenía la textura del cereal cuando se le deja remojar mucho en la leche, incluso hacía el mismo sonido cuando se le presiona; las estrechas tuberías, acordes con la talla de la habitación no habían tenido capacidad para contener más de seis horas de fluido de agua constante, misma que había llenado el lavabo y trastumbado el mismo, hasta seguir su curso y llenar mi nivel y dos abajo; después de todo resultó cierto eso de que el agua sigue su curso.

Una pobre incauta versión de mí, cuasi inconsciente había tenido la necesidad de vaciar el contenido estomacal; y había escogido el lavabo, quizá fuera por eso que dejé el grifo abierto, lo que mi poca capacidad cerebral no calculó fue que mis ojos no se abrirían más, no al menos en las siguientes horas. El desconcierto dejó paso al terror cuando el flujo de agua no cesó y por el contrario, cual Titanic, en tierra firme, el nivel del raudal no hacía más que aumentar.

Me pasó la vida como esa inundación que pudo haber estallado dentro de mí y al paso de las horas lo entendía todo, la inundación, las miradas de reproche, el computador escurriendo del chico de la música electrónica y a Neftalí quien me dijo – ¡Ya nada es lo que era! –

Y tenía razón, todo cambió, me asignaron una habitación en el último nivel, lejos de la música electrónica y de Neftalí, lejos de todo. Tal vez allí las tuberías eran mejores, pero, nada de gracioso tenía ese evento, el conserje y los que me conocían me llamaban vötn, que significa aguas en islandés. Vötn, Mr. Vötn.

Quise preguntarle a Nefta y lo llamé Neftalí, pero el con rapidez me corrigió y me dijo – Soy Nefta Lee –

– Sorry – Atiné a decir – Soy muy malo con la pronunciación Neftalí, pero dime Nefta Lee, ¿Qué recuerdas? ¿Cuándo pasan estas cosas? –

 – Cuando llegas tarde, una cosa lleva a la otra – dijo el señor Lee al señor Vötn

Y tenía razón, suerte, era salir vivo de esta y volver a verte, lo dije en mi mente a ese barrio bajo de Carballino, donde nunca seré una estrella de la televisión, pero Reikiavik me volvió un adicto al aguardiente. Dejé mis lentes opacos sobre el buró y bajé al cuarto piso. Todo parecía tan normal, pero un ruido se escondía tras la puerta de mi vieja habitación. Mi pequeña celda y guarida no tenía cama y estaba siendo habitada por una gran succionadora de agua que terminaría de secar el lugar en algunos días.

Otro trabajo que pierdo a causa del agua, primero, la brigada de bomberos, y ahora esto. Pensé bailando con la aurora – Me hubiera quedado aquí, en el país del hielo, sin tratar de derretirlo –
                  
                       Atte.
                                        Mr. Vötn




jueves, 4 de agosto de 2016

La Casa de la Roma

Esa era mi casa, allí vivía yo, era imposible imaginar que sus paredes enmohecidas, su madera crujiente y el polvo que se acumulaba en cada rincón como mi aburrimiento me dieran aquella noche que me mantendría al borde de un infarto. Vista en su cotidianidad esa casa me invitaba a dormir, a enfermar, sus humedades lejos de ser lúdicas eran arcaicas, vejestorios de otros tiempos. Como casa del terror que revive al caer el sol, me dio paz, pero también me dio angustia, los minutos parecían horas en las garras de aquellos extraños invasores que llegaron una noche, de pronto sentí que todo había acabado… Pero antes de acabar debo contarlo desde el principio, en esa mi casa, donde vivía yo.

Aquella vieja casa me dejó impactado, era tan grande como antigua, estaba en pleno corazón de la Ciudad de México, recuerdo la dirección con exactitud, calle Puebla, número 100, en la Colonia Roma.

Recién llegaba de España ese enero del 2011, había roto todos mis vínculos con el pasado y necesitaba unos días para pensar, me alejé de todo y buscaba una casa donde habitar algunos meses.

La encontré, o al menos eso creía, con nostalgia me encontraba perdido en la capital azteca sin saber bien cual era mi propósito. Mi amiga Pris me ofreció su casa unos días, ella y su santa madre fueron de gran ayuda, mi amiga me tendió la mano y me hizo sentir que México no me era tan ajeno después de haber estado tantos años fuera.

Ella me acompañó a buscar casa, le gustaba esa colonia, la dichosa Roma, yo influenciado por la vida nocturna y lo céntrico terminé limitando mi búsqueda, hasta que esa casa apareció de la nada, con una ubicación y un precio inigualables.

Esa tarde iba con Pris y preguntamos tocando las puertas de los anuncios ya vistos. En la corta búsqueda salió una señora que rondaba los 40 años y nos dio la información; no necesita anticipo, tampoco firmar contrato, la casa es compartida, cocina, baños y comedor, pues ya hay otros inquilinos, el único lugar privado es la habitación.

Al ver la casa no parecía tan malo el trato, era grandísima; la escalera, el salón, las habitaciones, incluso podría bien ser un museo, tenía tantas secciones que era fácil perderse en ella. Preguntamos Pris y yo que cuartos estaban disponibles y escogimos uno en la parte de arriba con balcón. No era tan grande, pero tenía lo necesario, aunque era extraño caminar sobre su suelo; esa madera tan vieja y empolvada hacia que todo temblara con cada paso.

Me la quedé, no había más que pensar, al día siguiente me mudé con mis pocas cosas. Empecé a vivir allí y a explorarla. El lugar parecía siempre estar solo, no se escuchaba ningún sonido, y poco a poco fui descubriendo a los vecinos. En la zona de arriba solo estaba Héctor, un músico que había acoplado su habitación como estudio; allí tocaba la guitarra eléctrica.

Según recuerdo Héctor era del estado de Guerrero; a los pocos días llegó Lorenzo, un muchacho que venía de Madrid por seis meses y se instaló justo al lado de mi habitación, fue con Héctor y Lorenzo con quienes más cercanía tuve.

Debajo de la escalera había una habitación, yo jamás hubiera sospechado que existiera y de allí salió Julia, parecía vivir como las ardillas, en una cueva. Después recuerdo a una pareja de médicos en otra habitación de la parte de abajo y me supongo que éramos todos.

Me vino a la mente ahora, ella se llama Oyuki, el ya no lo recuerdo, tal vez porque poco hablamos, hay veces que uno no recuerda ni nombres ni caras, sólo sombras.

Seis personas en una gran casa, un número extraño y lleno de superstición. La privacidad era más de lo que podía pedir, el espacio suficiente, y como ya lo había dicho la ubicación era inigualable, a solo unos pasos del metro y de la glorieta de insurgentes. Pero el suelo que hacía temblar mi habitación estaba tan viejo y lleno de polvo que empezaba a costarme trabajo respirar; mi voz engruesaba y mi tos se volvió crónica. Cosa que no me importó.

Pasó el mes de enero y con los que más charlaba en las noches era con Lorenzo y con Héctor, llegó febrero y me sentía muy instalado, ya se veía a gente caminar por el salón y la convivencia era más natural entre todos. Pero una noche ocurrió un suceso inesperado, un infortunio.

Yo tenía visita en mi habitación, pasaban de las 9 de la noche y estaba muy relajado charlando, de pronto tocaron con brusquedad en mi ventana, eso era muy extraño, pensé, los golpeteos se repitieron con mucha fuerza mientras una voz nos gritaba – Salgan de ahí –

Deslicé la cortina y pude ver a un hombre que jamás había visto en mi vida acompañado con algunas personas y un par de policías uniformados. El tipo tenía una malformación en la mano y los dedos en una extraña forma y seguía gritando – Salgan de ahí –

Por mi mente pasaron varias cosas, podía ser el crimen organizado que en ocasiones estaba apoyado por la policía, o simplemente policías falsos, pero no había opción, estábamos acorralados, solo una puerta delgada nos separaba de ellos y decidí abrir, pasara lo que pasara.

El malformado con agresividad me preguntó – ¿Qué haces aquí? –

– Aquí vivo – Respondí sin entender que estaba ocurriendo, no sabía con quién trataba, ni lo que estaba a punto de ocurrir.

Él me dijo – Tú no puedes vivir aquí, esta casa pertenece a una fundación, es de un señor fallecido –

Cada palabra del tipo me hacía tener menos pistas – Si no se larga llamaré a la policía – Le dije con ira, pero el a cambio me devolvió una carcajada y respondió – La policía viene conmigo, y se los van a llevar a la cárcel por invadir esta propiedad –

– Se equivoca, yo pago alquiler –

– ¿A Quién? ¿Tienes un contrato? –

En ese momento recordé que la señora no nos había dado un contrato, y los recibos eran en folios de papel de estraza, al menos en mi caso, bajé con rapidez las escaleras y le dije a Lorenzo lo que estaba ocurriendo; no sé si él estaba comprendiendo lo que le contaba, no tenía ni pies ni cabeza, le sugerí que abandonáramos el lugar, pero al abrir la puerta las sirenas de los coches de la policía iluminaban la calle con sus luces y salir era como entregarnos.

Los policías y el tipo me siguieron hasta el salón y nos dijeron – Están detenidos –

Salió Julia en el momento apropiado y la discusión se tornó muy subida de tono, pero la situación es que una señora nos estaba cobrando el alquiler. Entonces el señor sentenció – Si no entregan a esa señora los detenidos son ustedes, pues están invadiendo propiedad privada –

Héctor no estaba, tampoco los doctores, Lorenzo, Julia y yo estábamos detenidos por haber llegado temprano a casa y yo había llevado la peor parte al encontrarlos afuera de mi recamara. Julia dijo – La señora vive al lado, vamos por ella, nosotros pagamos, no invadimos esta casa –

Salimos y tocamos su puerta que colindaba con la nuestra, el tipo y los policías nos miraban incrédulos, pero con atención,  hasta que al fin salió la señora molesta para reclamarnos, llegó hasta la mitad de la acera, pero al percatarse de lo que estaba ocurriendo entró de inmediato a su casa, cerró la puerta y por más que tocamos no volvió a salir.

El tipo que se identificaba como abogado de dicha fundación nos dijo – Si no la entregan a ella ustedes son los detenidos –

– Pero usted la vio, allí la tiene –

– Eso sería allanamiento, nosotros no podemos entrar sin una orden por ella a su casa, en cambio ustedes si están invadiendo propiedad privada –

No hubo más discusión, y empezaron a arremeter contra nosotros, Lorenzo, Julia y yo seguíamos sin comprender la situación y en esos escasos segundos dije – Al principio pensé que venían por mí, creí que era un asalto o un secuestro, algo relacionado con el crimen organizado –

Julia se me quedó mirando y dijo – Yo pensé que alguno de ustedes vendía droga y lo iban a detener –

Separándonos y por la fuerza nos subieron en distintos coches de policía, o como bien se les conocía; patrullas. Como un delincuente y por medio de forcejeos entré en la parte trasera del vehículo y sentía asfixiarme a causa de las rejas y del reducido espacio, mi visita subió a la dichosa patrulla, a pesar de los esfuerzos de los policías por decirle que se marchara, que yo solo le iba traer problemas y que estaba en calidad de detenido.

Allí quedaba la fachada de la Casa de la Roma y fue ese viaje lleno de incertidumbre en el que empezaron las amenazas por el camino, había policías y granaderos en toda la calle y se jactaban de habernos agarrado, siendo en realidad que los verdaderos delincuentes descansaban en sus casas o tenían pacto con esos malditos.

Llegamos a una llamada delegación, o ministerio público, nos bajaron entre alegatos y amenazas y abrieron un acta. Por no decir más el trato fue humillante y empezaron a tomarnos huellas para ser encerrados. De pronto mi visita se acercó, habló con su padre y le recomendó que llamaran a mi embajada, que solo ellos podrían hacer algo.

Yo atiné a decirle que se fuera, pero ella insistente dijo que no me dejaría solo y que intentaría entablar contacto con la Embajada Española.

El tipo de la mano extraña nos acusaba y decía que llevaba varios días cazándonos para asegurarse de que estábamos invadiendo la propiedad, según la ley y sin orden judicial no podían entrar después de las 9 de la noche, pero eso no lo sabíamos y para aquel momento nos tenían contra la pared. El tipo se jactaba de su astucia por habernos detenido y nos confesó como detective frustrado que la señal para que ellos entraran era que la luz del baño se encendiera. Y el detonante fui yo.

Alegue muy poco en mi declaración, mientras el tipo seguía diciendo – Por invasión a propiedad privada te caerán años en la cárcel – Lo decía con odio y frustración, ese hombre luchaba contra un enemigo invisible que hoy tenía mi cara.

De enfado le pedí al ministerio público que callaran de una buena vez a ese tipo, ya era suficiente, de pronto mi visita entró con el enlace de la Embajada Española y el ministerio público no quiso tomar la llamada, en seguida me puse yo al teléfono y denuncié los abusos y la forma en que se nos había tratado y que por encima querían encerrarnos conociendo al criminal que nos había alquilado la propiedad haciéndonos un fraude y que además de haber sido víctimas de una delincuente ahora seríamos victimas de lo que se llamaba justicia. Era un sistema en el que los malos nunca perdían.

Como nadie quiso tomar la llamada pedí los teléfonos del lugar y a regañadientes nos los dieron. El representante de la embajada me dio ánimo y dijo que no nos dejaría solos, colgó y rápidamente llamó a ese ministerio público.

Allí sin alternativa tomaron la llamada, se identificó el funcionario de la Embajada Española y dijo saber que tenía a dos ciudadanos de España en calidad de detenidos sin motivo y que no iban a permitir que eso procediera.

Dejé de escuchar cuando el mismo ministerio público se puso al teléfono y fue como si el tiempo se hubiera detenido; yo era el primero en prestar declaración, a casi media noche y sin abogados, en completa indefensión y victimizado como mis compañeros de casa.

Acabó esa llamada y el arrogante tipo que me maltrataba habló con mi visita y le dijo – Todo está bien, por favor llévese a su novio o amigo de aquí –

Yo quise hablar, pero él no se dirigía a mí, rompieron folios y cargos y nada había pasado, solo un gran susto y el tipo repetía – Señorita llévese por favor a este hombre de aquí –

Yo insistente pregunté – ¿Y a los demás? –

– Váyanse todos, arreglen allí afuera sus diferencias –

Todos se quedaron con la boca abierta, en especial los acusadores. Sólo puedo decir que la llamada de mi embajada fue milagrosa, de no haber sido por ellos era muy probable que nos hubieran detenido, pues el proceso en mi contra ya había iniciado, me estaban tomando huellas y otro tipo de señas particulares en un reporte que no alcanzaba a entender, eso pudo haber abierto antecedentes penales, pero justo por esa llamada y la gran idea de mi visita todo terminó en un gran susto solamente.

En la acera siguió la discusión, pero ellos habían perdido toda la fuerza, ya no eran nadie, la autoridad estaba desvencijada, como una vieja puerta. Mi visita me dijo que me fuera a su casa, que ya no volviera a esa propiedad porque no sabíamos con quién estábamos tratando.

Recordé que mis cosas eran muy pocas, y pensé en abandonarlo todo. Los policías se fueron y se quedó el de los dedos extraños con un abogado, ellos se dirigieron a mi diciendo – Bueno, podemos arreglarlo, si me pagas a mí la renta no hay problema –

Me reí con ironía – ¿Después de querernos encerrar te interesa un trato con nosotros? –
Insistió con lo mismo – Podemos arreglarlo – al tiempo que el señor de los dedos extraños le tiraba los tejos a Julia.

Era todo tan surrealista que no me lo podía creer – No señor, yo no hago trato con delincuentes, si me permite sacar mis cosas lo hago, en caso contrario puede quedárselas –

Avancé caminando y abriéndome paso en la noche, Lorenzo y Julia siguieron discutiendo con esa gentuza, era inconcebible hacer algún trato con ellos. Mi visita y yo llegamos a la casa para alertar a los demás, se lo dije a Oyuki y a su pareja; también alerté a Héctor, lo hice por consideración, era mi deber que no los pillaran desprevenidos, como me había ocurrido a mi horas atrás; después de haber estado charlando en mi cama, terminé en una patrulla y en una delegación a punto de ser detenido.

Que noche tan larga pensé; desde las nueve de la noche que había iniciado esta trifulca hasta ahora, la media noche pasada.

Los doctores vieron la angustia en mi cara y salieron con sus cosas de la casa, parecía un éxodo de angustia. Angustia crónica y contagiosa.

Esa noche Lorenzo y Julia llegaron a un arreglo con aquel señor, yo tomé algunas de mis cosas y me alejé del lugar, me haría mejor.

Sin contrato ni pruebas esos podían hacer cualquier cosa, pero no valía la pena averiguarlo, tampoco valía la pena esperar como procedían sus acusaciones, si por la embajada no hubiera sido yo creo que la historia sería distinta.

Dormí en casa y con la temprana mañana me marché sacando poco a poco mis cosas, en marzo regresaría a España y por un par de semanas no era necesario seguir allí, viéndole la cara a ese abogado. Al parecer los chicos llegaron a un arreglo, lo cual fue estupendo. Lorenzo regresó a España 2 meses después, Oyuki regresó sola desde Playa del Carmen y volvió a vivir allí. El otro día telefoneé a Julia, quien aún está en la casa así como Héctor a día de hoy, otra vez enero, pero de 2016.

Ya pasaron cinco años de aquella surrealista noche y en alguna de mis paradas en D. F. haré una visita a los muchachos que allí quedan, sé que más gente ha pasado por la casa y que han cambiado muchas cosas, pero será maravilloso reunirme con Héctor y Julia en ese gran salón al calor de una noche y recordar viejos tiempos con pan y café.