sábado, 30 de diciembre de 2017

La Geometría del Azar


Unos le llaman suerte, otros le llaman astucia, yo pienso que es una combinación entre esas dos y algo más, tal vez “magia”.

An Englishman in Tequesquitengo, era un difícil blanco para un spanish backstage man, todo se vislumbraba tan difícil, tan complicado, como decía Sting en su canción Fragile. En cualquier momento se podía romper todo con un movimiento en falso.

Pero empezaré diciendo que amaneció un sábado muy triste, dos amigos Fernando Salomón y Luis Ego tenían el plan de ir al estado de Morelos donde se presentaría el grandioso Gordon Matthew Thomas Sumner, mejor conocido como Sting.

A Fernando ya le conocía, a Luis Ego lo conocería horas después en una de las misiones más audaces del fantasma del backstage. Me había levantado sin ganas, con pensamientos torpes y desganados, como esas veces que vas a tratar de ligar con la más guapa del bar y puedes ver el “NO” desde antes de intentarlo, pero existía un “SI”, tan diminuto como mis esperanzas.

Todo se había terciado muy mal, aquella mañana quedé de verme con Fernando en la estación de autobuses de Taxqueña, ubicada en el sur de la Ciudad de México, para juntos tomar el autobús a Cuernavaca de allí, al destino final; Tequexquitengo.

Eran las ocho de la mañana, tal vez las nueve, no lo tenía muy claro. Los nervios me superaban y el metro venía deteniéndose, y por cuestiones ajenas a mi llegué 15 minutos tarde. Llegué dando trompicones a la estación de autobuses del sur y para mi sorpresa Fernando ya se había marchado, lo buscaba con la mirada una y otra vez, le llamaba a su teléfono móvil y no me contestaba, fueron momentos de duda, tal vez debía regresar, nada tenía ni pies ni cabeza, era una decisión difícil, al frente de mí solo se veía niebla, niebla muy espesa.

 – Ya estaba allí – pensé, no tenía por qué desistir, fue una corazonada, o tal vez una locura, o algo de las dos cosas; y sin torturarme con más suposiciones estúpidas decidí tomar el autobús hacia Cuernavaca, Morelos.

Fue largo el camino, pero llegué y la suerte volvió a sonreírme después de esa hora triste mirando por la ventanilla, Fernando me devolvía la llamada preguntándome – ¿Dónde estás? –

– En Cuernavaca – Respondí con avidez  

– Ya la libraste, estoy con un amigo, ven y alcánzanos en otra terminal que nos llevará al destino que buscamos –

Me dio las instrucciones al tiempo que el cronómetro iba en mi contra, si no llegaba en 10 minutos se iban. Le pedí al primer taxi que me llevara al lugar, sin demoras, sin contratiempos, lo hizo en un corto camino en el que no cruzamos palabra. Yo solo en mi cabeza pensaba que ya no encontraría a los amigos.

Por fortuna esta vez no fue así, lo vi a lo lejos y sus largas barbas se movieron para esbozar una sonrisa picaresca – ¿Qué tal man? – Me dijo extendiéndome la mano; con la incredulidad que me abandonaba poco a poco lo saludé, alegre de verlo, y allí me presentó a Luis Ego, un muchacho que vive en Cuernavaca. Intercambiamos pocas palabras y compramos los asientos del próximo autobús a Tequexquitengo.

Fue allí que llegó la relajación, los tres juntos, sin rumbo fijo, especulando a cerca de algo tan lejano – Conocer a Sting –

Toda una aventura, un viaje incierto hacia un bello lugar en el que nunca había estado; Tequexquitengo; me dejó con la boca abierta al ver ese gran lago que está situado en el corazón del poblado, y esas casas y hoteles que rodeaban expectantes sus estancadas aguas.

Corría el año 2015 y el calor azotaba cada rincón, cada sombra, al bajar del autobús caminamos como quijotes, locos y visitando todas las posadas en busca de alguien inalcanzable, esperando encontrar un poco de viento sin molinos.

Fernando, el experto, se sentó a la sobra y dijo – No está por ningún lado, cabe la posibilidad de que lo hospeden en una quinta privada, tal vez lo trajo un político o un maloso –

Luisito visiblemente molesto y cansado dijo – Esto está imposible, no creo que demos con el –

Era muy temprano y les dije – Vamos hasta el escenario, es al aire libre, busquemos los camerinos, que tal si están haciendo el soundcheck –

Los amigos se animaron, pero de nada sirvió, fue un largo peregrinar para encontrar ese desolado escenario, con gente moviéndose como loca de arriba abajo. A nuestro encuentro salió una señora, y lejos de brindarnos ayuda nos fichó, nos mandó sacar del lugar de una mala manera, nadie sabía nada, nadie quería darnos información.

Después de haber caminado tanto estábamos de vuelta en los caminos de tierra, bajo el furioso sol que no dejaba de agotarnos con su fuerte brazo de calor. Fernando se acercó a una tienda y compró algo para beber, mientras se tomaba una cerveza dijo – Esto está imposible, muy hermético, la seguridad que se va a desplegar al rato va a ser infranqueable –

Miré a lo lejos el escenario, y el gran lago, y por un momento me sentí  tan pequeño, la geometría del azar era prácticamente imposible, algo así como sacarse la lotería. Pero lo decía Sting en su canción “Shape of my heart” podría haber oculto un rey bajo la manga.

Todo era en verdad tan surrealista y se trataba de no desistir, dicen que lo que empieza mal termina mal, pero esa tarde sería la excepción. Tuve a bien tranquilizarme al tiempo que le sol se escondía, conocí un poco mejor a Luis, y en verdad ambos amigos eran un par de profesionales en conocer celebridades, me compartían con sus teléfonos unas tremendas fotos, al parecer estaba entre los grandes, pero de los tres mosqueteros no quedaban esperanzas, mejores días habíamos tenido.

Sin importar el día difícil decidimos acercarnos al escenario, para ver el concierto, o entrar al camerino, algo tenía que suceder, era el golpe final. Y así lo hicimos, pero la seguridad era imponente, los filtros más aun, entonces tuvimos que entrar por separado para después reunirnos en la primera fila y accesar.

Nos miramos antes de separarnos y continuamos nuestros caminos en solitario, yo pasé los filtros comprando un boleto de reventa y me fui abriendo paso entre las multitudes. Al haber pasado unos cuantos controles me seguí abriendo paso hasta la primera fila. Y en verdad fue muy fácil, pues eran una inmensidad de sillas sobrepuestas y la gente no se sentaba, estaban en las barras de las esquinas bebiendo cerveza.

Yo fui el primero en llegar a la cita, estaba frente al gran escenario, parecía una fortaleza. Tan cerca, pero tan lejos. El espíritu del desgano se apoderó de mi cuando le llamé a Fernando a su teléfono móvil y no me contestaba, otra vez estaba en la misma situación, solo ante la incertidumbre. Para mi desgracia no le había pedido el teléfono a Luis y pensé – Tal vez ellos conocían el camino, el verdadero camino –

Justo dieron las ocho y me senté a esperar a que Sting hiciera su aparición, hora justa en la que estaba programado el concierto. Pero pasaban los minutos y nada, ni Sting aparecía, ni Fernando, ni Luis. Entonces decidí ponerle movimiento a mi mundo, me acerque a un reportero que se veía molesto y le pregunté – Disculpa ¿Por qué no sale Sting? ¿No ha llegado? –

Me miró como el que no te quiere hacer caso y me dio la respuesta más grande que jamás hubiera esperado, en su enojo me dijo – Sting está atrás de ese escenario, lleva esperando más de media hora, pero nuestros políticos e invitados son unos impuntuales y unos irrespetuosos, por eso estamos como estamos –

Su respuesta fue determinante y asentí con la cabeza dándole la razón, pero su dedo señalaba un pequeño pasadizo donde estaba un policía vigilando. Me alejé sin mucho afán y llegué hasta esa pequeña puerta, era tan delgada como el burletero de una plaza de toros, solo cabía una persona. Todo era tan frágil, el momento exacto, el lugar milimétrico.

Me llamé por mi nombre y me dije, es momento de atravesar por allí, y es ya; tomé mi teléfono móvil y empecé a simular una conversación en inglés, me acercaba al policía y me temblaban las piernas, pero no la mirada, seguí caminando sin pensar envuelto en mi conversación absurda, y después de la respuesta del periodista seguí el camino hasta verme frente al policía que…

No me preguntó nada, se abrió para darme el paso como si todo estuviera preparado para mí, y una vez estando del otro lado la vista era más de lo que me podía imaginar.

A unos pasos estaba Sting conversando con su pianista afuera del camerino y todo a su alrededor estaba blindado, pero no había marcha atrás, era momento de guardar mi teléfono y acercarme al músico británico.

Todas las decisiones se desarrollaron en segundos, caminé hasta Sting y lo saludé con una amigable sonrisa hablándole en su idioma – Bienvenido Señor Sting –

Me miró de arriba abajo, con paciencia y me dio las gracias; el ambiente a mi alrededor se volvió frágil, todo se podía romper en cualquier momento, pero nadie se me acercó, pues el artista empezó a entablar una conversación conmigo, algo que nunca me hubiera esperado.

No le quise decir lo que le decía todo el mundo, además quise ser muy breve, entonces saqué uno de mis libros; Portavoz de la Miseria que en inglés se lee como “Misery´s Voice” y se lo entregué.

El muy agradecido lo recibió y me hizo una broma con su habitual seriedad – ¿El libro es acerca de mi? –

Yo lo entendí casi al momento “Misery´s Voice” se puede interpretar como La voz de la miseria, o una voz miserable y tal vez me quiso decir si el libro hablaba de su miserable voz.

Yo me llevé las manos a la cara y le dije –  No señor Sting, no… –

El me interrumpió riéndose – Era una broma –

Hojeó el libro y dijo – ¿Qué hace un español en México? –

– Lo mismo que un englishman en Nueva York – Y nos empezamos a reír.

De pronto, todo se tensó alrededor, habían descubierto al intruso, o sea a mí, que más prueba fehaciente que una foto, sino, jamás hubiera pasado, me despedí de él muy cordialmente y le pedí una foto, él le dijo a su pianista que la tomara y como detalle posó con el libro, le sonreí y le dije – Gracias, de verdad gracias –

– No, gracias a ti por el libro – Me dio una palmada en la espalada y se fue hacia su camerino.

No me moví mientras él abandonaba la explanada, perecía que la seguridad había fallado, aproveché esos segundos para quitarle la tarjeta a mi cámara por si me la rompían o por si me rompían la cara.

Con más decisión que al entrar, decidí salir, pero el policía quiso detenerme cuando la señora que por la tarde me había sacado me reconoció. Le quité las manos de mi hombro y me eché a correr entre la multitud. Algunos elementos salieron en mi búsqueda, pero al llegar a una lejana fila me agaché ocultándome entre varias personas que bebían de pie; y justo allí estaba una viejita sentada, sola – ¿De quién te vienes escondiendo hijo? –

Sonreí – De nadie, señora –

Vi pasar a los que se monitoreaban con el radio, pero de mi ya no había ni rastro – ¿Y le gusta Sting señora? –

– Si claro, tiene mucha elegancia en sus canciones, es muy bueno –

– Sí, lo es – Pensé

Me alejé poco a poco cuidándome las espaldas y de pronto sonó mi teléfono, era Fernando y le contesté – ¿Dónde estás? –

– Aquí, cerca del escenario –

– Vente, estamos Luis y yo en la tercera fila –

Con miedo bajé, pero ya no había peligro, el lugar se llenaba de gente, para ese momento era una multitud la que me cobijaba, y me encontré con Luis y Fernando.

– Vi a Sting – Dije.

Ellos me miraron como quien mira a un incoherente, pero Fernando me siguió el juego – ¿Y qué tal? –

– La verdad que muy bien –

– A ver la foto –

Metí  la memoria en mi cámara y cuando la vieron se quedaron con la boca abierta – ¿Cómo le hiciste? – Dijo Fernando – Métenos por favor, venimos juntos –

Me tenía que arriesgar por ellos, volví a dejar de pensar y el espíritu del arrebato entró en mi cuerpo, eran las 9 y aun no empezaba el concierto – Yo los meto – dije con decisión.

Los llevé hasta el escenario, pero por el otro lado y nos detuvieron, había tantos policías, tantos bloqueos que parecía más sencillo que un pecador entrara en el paraíso. Solo quedaba la puerta donde había entrado yo, les conté con detalle la historia y llegamos hasta donde estaba ese policía, quien de inmediato me reconoció. Nos miró a los tres y me dijo – Ya lo conseguiste ¿No? ¿Qué más quieres? Por aquí no va a volver a pasar nadie, tengo el radio, pero no voy a hacer nada, si yo fuera tú me iría, te lo digo como cuates, güero –

Lo miré disculpándome y me sonrió como quien aprende una lección, estoy seguro de que no le volverá a pasar, además era Sting, esas cosas solo pasan una vez en la vida, con esa suerte, precisión, tal vez magia, que se yo. Se apagaron las luces y de pronto el Englishman dijo sobre el escenario – Nos faltan 43 – Y empezó a cantar, cantó con esa virtud que lo hace único –


Todo tan frágil, tan preciso, quien hubiera pensado que se hubiera podido romper con tanta fragilidad.



lunes, 9 de octubre de 2017

Sueños de Polvo

Mañana gris en México, ruedan hacia el sur los vientos que golpean los rascacielos de hormigón. Desde mi ventana les miraba correr, empujarse, tocar el claxon como locos, gritar; todos presurosos sin saber a qué rumbo tomar solo para llegar a algún lugar.

Se levantaban como zombis, esclavos del trabajo, poseídos y con un ligero desayuno en la barriga se escurrían entre multitudes abarrotando los transportes públicos a tal grado que parecían reventar los metros y los autobuses. A lo lejos se miraban esas masas sin principio ni fin, manos, brazos, cabezas, todos compartiendo la respiración en las cabinas de esos vehículos que les llevarían a su destino.

La Ciudad corría a un ritmo tan acelerado donde nadie se paraba ni un segundo a mirar que la vida era linda, y que no nos pertenecía, no había tiempo para meditar, para reír, para disfrutar del trayecto, solo los perros de la acera se pausaban por momentos.

Los pichones atravesaban el sucio aire sin tener un lugar seguro para aterrizar, y la tierra sentía todos esos pasos, esa tensión y el ajetreo. Tal vez un día normal, un día más en la gran mancha urbana que colapsada de gente no tenía control. Dejé la ventana por un momento y miré hacia la cocina, allí estaba esa viejecita de pelo blanco preparándome el café y sonrió – Ahh hijito, ¿Por qué no fuiste a trabajar hoy? –

– Míralos abuela, desde la ventana te puedes dar cuenta que parecen hormigas, y todos los días es lo mismo, chocan unos contra otros –

– ¿Vas a volver a cambiar de trabajo? –

– No lo sé, me gustaría llevarte lejos, a otro lugar –

– Yo ya soy muy viejita, me gustaría que encontraras una compañera y que te fueras a vivir tu vida, como lo hice yo cuando era joven con tu abuelo, sabes, aun lo extraño mucho –

– Lo sé abuela, pero hace casi 14 años que murió –

– Los viejos como yo vivimos del pasado, ¿Quieres dos de azúcar en el café? Solo dos, porque has comido mucho dulce –

– Si abuela, lo que tú digas –

La miraba extraña, mi abuela era un ángel, pero esa mañana se veía aún más angelical que nunca, tenía una luz en los ojos, un resplandor que jamás podré describir.

Yo vivía solo con mi abuela en un tercer piso, en la gran ciudad, ella se me acercó y me sirvió el café, miró por la ventana y me dijo – Cuando tu abuelo y yo llegamos del pueblo, México era muy bonito, aun había árboles y terrenos vacíos, no había tantos metros, ni coches, ni tanta gente, ahora es un fastidio salir –

La abuela suspiró y dijo – No sé en qué momento nos rodearon, cada año aparece más y más gente, y míralos ahora, ya ni caben en esos autobuses, pero se ponen bien necios para meterse, hasta golpes he visto –

– Lo sé abuela, es muy difícil llegar a cualquier lado, pero la gente está acostumbrada a eso –

La abuela clavó su mirada en el vacío, por momentos se entristecía y me dejaba pensado – ¿Qué te pasa abuela? ¿Te pusiste triste de repente? Es por el abuelo ¿Verdad? –

– No hijo, pero me da mucho pendiente que te quedes solo, tienes que encontrar una mujer, si esta viejita se te muere te quedarás solo –

– No digas esas tonterías, ¡Mira qué sana estás! Tú no te vas a morir pronto, además, ¿para que quiero yo una mujer? Están todas locas, imagínate tú, la última con la que salí hasta era reguetonera, no abuela, no saben lo que quieren, ya no hay mujeres como tú –

– No seas anticuado, las cosas cambian, ahora las muchachas son diferentes, si supieras el trabajo que le costó a tu abuelo hablar con mi padre, una vez hasta le sacó la escopeta al pobre –

La abuela se ahogaba en carcajadas mientras me lo contaba – Entonces te causaba gracia que el abuelo la pasara mal –

– No hijo, solo me acordé lo pálido que se puso el hombre, pero luchó mucho por mí, por hacer una familia, era un hombre formal –

– ¿Familia? Hoy le dices eso a una mujer y te manda al hospital de dos trancazos –

Empezamos a reír la abuela y yo, mientras el mundo se mataba allí afuera, corrían como si les fueran a pagar el premio gordo de la lotería, se empujaban, se golpeaban, pero con moretes y todo conseguían la meta; llegar al trabajo.

– La vida no era así hijo, todo ha cambiado tanto –

Repentinamente tocaron la puerta – Voy yo hijo, seguro es la vecina –

– ¿Cuál vecina? –

– Es una muchacha que se mudó aquí al departamento de al lado con su niña, creo que su marido las dejó y ella vende cosas de belleza para vivir, pero ya le he dicho que yo no me maquillo y que no me interesan las cremas para rejuvenecer –

La abuela me sacó otra carcajada, se había levantado con mucha chispa. Abrió la puerta y como bien dijo era esa vecina que yo no conocía. Una débil mujer con su niña en brazos, crucé levemente mi mirada con ella y pude sentir el pesar del fracaso en la suya, mi abuela me sacó de mis pensamientos y me la presentó por su nombre, pero no recuerdo ese nombre, ni su cara tampoco, el tiempo y el momento fugaz la borraron de mi mente, o tal vez no le di mucha importancia; me acerqué a saludarla – Que linda niña tienes –

– Gracias, ¿pero cómo sabes que es niña? –

– Me lo dijo mi abuela, es que yo jamás me hubiera dado cuenta –

Me sonrió y mi abuela le dijo – Siéntate, tomate un café con nosotros –

Ella se sintió extraña al verme ahí, donde yo vivía y puso un pretexto para irse a su departamento, justo en la puerta de enfrente. La vecina salió y yo me despedí sin mucho afán.

– Pobre muchacha, así con una cría, sola en la ciudad, pero aún le falta mucho por vivir y a ti también hijo –

Pasó tan rápido la mañana, y es que hacía tanto tiempo que no me daba el lujo de pasar tiempo con mi abuela, esa rutina que me hacía irme tan temprano, malcomer en la calle y regresar muerto de cansancio.

Había disfrutado tanto el tiempo con mi viejita, por una vez paré el reloj y los miré a todos desde la ventana, eran tantos que yo pasaba desapercibido en las hostiles calles.

Se acercaba peligrosamente la una de la tarde del 19 de septiembre, esa hora marcaría mi vida para siempre. La abuela me sonrió – Nada pasará hijo –

Empecé a sentirme nervioso, muy nervioso, cada segundo era como un alfiler que se me clavaba en la piel y la abuela secó con ternura el sudor de mi frente, se sentó en una silla que daba a la ventana y allí se quedó – Esta vez no utilizaré el ascensor –

– ¿Cómo? – pregunté alterado

De repente un relámpago tocó la tierra, era como un rayo luminoso en el cielo y empezó a temblar con violencia; era un brusco movimiento que jamás había sentido, he de confesar que me estaba asustando, pero disimulé para que mi abuela no se alterara, aunque por extraño que fuera ella estaba muy tranquila.

El movimiento empeoraba, se escuchaban gritos y cristales caer, en ese momento supe la gravedad del problema, era un sismo de grandes proporciones; y de repente tocaron la puerta con golpeteos, era la vecina que con desespero gritaba – ¡Ayúdenme a sacar a mi hija de su habitación! ¡Auxilio! Se los suplico –

Se ahogó en lágrimas y mi abuela dijo – Ve, y ayuda a esa mujer –

Yo no entendía nada hasta que vi como un edificio se desplomaba frente a nosotros, mientas nuestras ventanas se rompían y entraba el polvo grueso a la casa.

Mi abuela lo sabía, solo una mirada – Salva a la niña –

Los gritos de la vecina no me dejaban pensar y mi abuela insistía – Sácala primero a ella y después ven por mí –

La abuela me apretó la mano y me sonrió – Siempre estaré contigo hijo –

No le pude decir nada, abrí la puerta y esa mujer me rogaba sacar a su hija, quise mirar adentro, pero el polvo no dejaba que mi abuela me devolviera una cándida mirada; sin pensar lo hice tan rápido como pude, entré a la habitación, saqué a la niña y bajamos los dos, yo con la pequeña en brazos, mientras el edificio se tambaleaba como si fuera de papel. Las dejé en la calle y vi como toda la gente gritaba y corría mientras que algunos edificios se iban partiendo. Era tan difícil de explicar cómo se desquebrajan las almas y los muros de las construcciones, por un momento la ciudad se congeló y dejaron de pelear, por primera vez unos miraban a los otros; ya no eran extraños como todas las mañanas.

Yo iba a regresar por mi viejita y tomé larga carrerilla para hacerlo, pero alguien me detuvo con su brazo bruscamente – No se puede pasar allí –

Miré hacia la ventana y mis ojos se rompieron como los cristales, en llanto, pero lo peor estaba por suceder, en esos segundos el edificio donde estaba viviendo se derrumbaba, la gente corrió y el polvo cubrió el cielo.

Ese polvo me cegaba, pero también me abría los ojos, ese polvo era todo lo que tenía, en polvo se había convertido lo que más quería en el mundo. No me podía perdonar haber dejado a mi viejita allí, a su suerte; empecé a gritarle con desesperación – ¡Abuela! ¡Abuela! ¿Dónde estás? –

Lloraba solo, le lloraba al polvo, la seguí llamando hasta que mi garganta se cerró y al llamarla ella me respondió cuando el cielo se despejó y cada partícula de polvo tocaba el corazón de alguna persona que estaba cerca. De pronto el cielo se volvió azul y la niña a la que habíamos salvado empezó a llorar en los brazos de su madre.



miércoles, 9 de agosto de 2017

Pañuelos Negros

El valor lo cegaba, enfrentaba a cualquier toro con su montera y espada, pero en el alma cargaba una pena muy grande, a pesar de jugarse la vida en el ruedo en cada corrida, un puñal atravesaba su alma, era más grande el dolor que aquellos toros de media tonelada.

Con su traje de luces cargado de sueños, reflejaba esa tarde la muerte, su amor quien le dedicaba coplas con la voz privilegiada que tenía, lo engañaba con otro hombre, él lo sabía, pero no podía creerlo, al verla tan frágil y entregada, su mirada parecía sincera, su amor parecía incondicional.

Ella lo esperaba después de cada corrida, no podía ver los toros, los nervios la mataban al ver cada vez que su esposo era rozado por los pitones – Que cerca estuvo – pensaba con el corazón hecho un nudo.

El torero estaba distraído, esa tarde fue la última que se le vio torear, una llamada antes de salir al ruedo confirmó sus sospechas, su amor aquella cantante de voz dulce lo engañaba, su mirada cálida se repartía entre dos amores; y a pesar de las pruebas el torero no lo podía creer.

– Si ella me engaña es que no hay nadie incondicional, juro que hubiera metido las manos al fuego por esa mujer, juro que era una santa, que era solo mía – Pensaba en silencio con un gesto amargo.

Quería llorar, pero estaba paralizado, tenía que enfrentar a un toro, a ese toro que le quitaría la vida y con ella el dolor.

El torero era buen mozo, de ojos azules y figura esbelta, aun joven y a la vez veterano, triunfaba en los ruedos cortando rabos y orejas, dejando aquellos pañuelos blancos agitándose por los aires, tantos triunfos, pero esa tarde podía respirarse la derrota.

En el ruedo una distracción puede ser mortal, la concentración del torero tiene que ser tan fría y calculadora como los movimientos de una mosca antes de dejarse atrapar. Se encomendó a su virgen, aquella a la que los toreros rezaban antes de dejar allí la vida, tal vez mas que una encomienda fue una petición – Déjame volver a ver su risa otra vez, o cierra mis ojos para siempre guardando ese último recuerdo –

La imagen en su mente de su amor lo ponía triste y por una extraña razón no se pudo despedir de ella, y… ¿Para qué decirle lo del otro hombre? ¿Tal vez lo negaría? ¿O solo había sido una aventura? ¿Tal vez un momento de soledad por sus largas giras?

Se culpaba y la culpaba, no se perdonaba, pero la quería perdonar, decidió no llamarla, no despedirse y salir al ruedo, él lo sabía, rondaba en su cabeza que esta sería su última corrida, y si dejaba la vida en los cuernos del toro podría ser menos doloroso.

Había llegado su turno, partió plaza y sonrió a su público que lo aclamaba, con esa sonrisa dulzona, tan parecida a la de Julio Iglesias, como el mismo Paquirri, un hombre noble de pelo rizado y tez blanca.

Brindó el toro a su público que abarrotado esperaba ondear esos pañuelos blancos, admirar desde la sobra y el sol ese traje de luces recorriendo con su montera a ese toro negro, el ritual de la fiesta brava era el preludio del final, quien aquella tarde tomó su capote y empezó a torear.

Su postura era cabizbaja, desde las primeras filas se podían observar los pocos kilos que había perdido el matador, parecía engrandecerse el toro como si intuyera su victoria; ese bóvido ibérico ganaría la batalla y se le concedería el indulto.

Había sido un paseíllo fúnebre, esa cuadrilla con los seis ayudantes del matador, los dos picadores, los tres banderilleros y el mozo de espadas podían palpar el dolor en la cara del torero, el equipo se sentía inseguro, tal vez enmarcados en una foto surrealista donde nada tenía sentido.

El torero buscaba a su amor en la plaza, entre el público, en las primeras filas, sin tener éxito, ninguna mirada le devolvía la calma a su mirada de desesperación, quería verla y por más que la buscó desde la media plaza, no la encontró.

Se encontraron toro y torero en un cruce de miradas, el toro le sonrió con la sonrisa de su amor y le pasó muy cerca, tanto que lo derribó. Salieron los ayudantes con sus capotes y comprobaron lo bravío del animal, que corría tras unos y otros que se dejaban el capote en el viento, como si de un espejismo se tratara, como querer envestir con los cuernos al aire.

Algunas señoras en el público se taparon la boca, menudo susto. El torero volvió a salir, había sentido el rigor de su oponente y el dolor de las heridas físicas, pero las heridas del corazón, aquellas que no se podían ver aun dolían más.

– Miradme, ya estoy muerto – Gritaba el torero, aunque nadie podía escucharlo con claridad. Después de unos pases largos y otros cortos el torero volvió a caer, parecía que un cuerno lo había rozado; el banderillero Manuel Ibarra lo tomó del brazo y con la confianza y amistad que tenían de años le llamó la atención.

– ¿Pero qué te pasa tío?, mira pal toro hostia –

El torero agachó la cabeza y su amigo cabreado reclamó – Que estás muy distraído coño, si sigues así te va a pillar ese toro y míralo, tiene muy mala hostia –

– Tal vez sea lo mejor – Dijo el torero con sangre en su brazo

– ¿Pero tú eres gilipollas? Hay que suspender ahora mismo la corrida –

– No, deja, yo jamás le haría eso a mí afición –

– Pero mírate, ¡Estás sangrando! ¿Qué no te enteras? –

– Voy a seguir –

Ibarra lo miró y le dijo – Ella te espera –

– Sabes que no – dijo el matador con una sonrisa apagada, como quien ya no pertenece a este mundo, desenfadado y sin poner resistencia a su destino tomó valor y sintió el calor de su brazo gotear la sangre que tragaba sedienta la arena de la plaza. Dolía más el alma que ese brazo expuesto, pesaba más el corazón que la montera y la espada.

Le sonrió al toro y le dijo – Bonito, hagamos una buena corrida, la última y te prometo el indulto –

El torero se entregó en el ruedo como nunca, pases arrodillado ante el fúrico toro, desvanecía el capote en el aire con su débil brazo mientras el animal levantaba el polvo. El torero no estaba allí, pensaba en su amor, en esa dulce mirada, en esa promesa del altar, no podía creer que ella se hubiera entregado a otro hombre y le siguiera fingiendo el amor, nada le dolía más que perderlo todo, porque sin ella ya no hay vida.

Su brazo no dolía, solo el alma.

– Hay que parar la corrida – Gritó alguien de la primera fila, pero ya era tarde, estaba escrito que el torero perdería la vida cuando una inminente y atroz cornada le atravesó una pierna y lo hizo volar por los aires.

La gente empezó a gritar despavorida, la cuadrilla entró en auxilio y metió al matador tras burletero, pero la mancha roja era ya muy grande, el torero se desangraba y su traje de luces empezaba a apagarse.

Volvió a sonreír, empezó a hacer bromas y dijo – No se preocupen, yo estaré bien, sin sangre mi corazón ya no podrá lastimarme, tal vez en otro lugar volvamos a compartir nuestros sueños y todo sea perfecto, pero en esta vida no –

Manuel Ibarra lo miraba sin contener las lágrimas, el torero le devolvió una sonrisa, igual de dulzona, pero con más esfuerzo – Sé que tiene quien la cuide, pero mira por ella –

La gente no pudo sacar los pañuelos blancos como en todas las corridas y es que no había pañuelos negros.


Quisieron detener la hemorragia, pero ya era tarde, el torero miraba al cielo, la miraba a ella sonreírle como el día que se casaron, como cuando la abrazó por primera vez, su mirada se perdía, ya no sentía dolor con su traje de luces cubierto en sangre, se fue, le brotaron alas a su espíritu y se fue a un lugar donde podía amarla, pero sin sufrir.



viernes, 21 de julio de 2017

OLY-OLY

La conocí de la manera más extraña, caminaba con mis tenis rojos y de pronto encontré su mirada, solo pequeñas pistas de Oly-Oly, no la podía descifrar bien, eran como colores delgados que se conectaban entre sí para perderse en un fondo negro, tan negro como cuando desconocemos toda una historia, tan profundo como cuando andamos a ciegas hablando con una encantadora extraña.

Confieso que fue una cita a ciegas, pero tuvo un segundo encuentro. Me presentó a su mejor amiga; o tal vez esa mejor amiga significaba algo más en su vida, era como su hermana; audaz y calculadora, Dorotea si no mal recuerdo, me analizó como si fuera un escáner y quiso descifrar mi misteriosa historia sin tener éxito.

Dorotea era fuerte, de carácter dominante, se jugaba un pulso con la vida; era dura, pero se intentaba mostrar amable, parecía que alguien invadía su territorio, pero aun así me dejó pasar.

Oly-Oly y yo hicimos click, pero un fantasma de mi pasado y de mi presente se interponía entre nosotros. En la tercera cita fui a ese bar en donde servían bebidas… ¿Cómo decirlo? más artesanales. Dorotea estaba en la barra y nos preparaba el elixir de la embriaguez mientras Oly-Oly  y yo bebimos hasta dejar que las dos oscuras historias se conectaran hasta lo más íntimo.

El bar olía a madera, era café como sus tablas cicatrizadas, parecía que el polvo se quedaba entre mis manos. Era un viaje al pasado, tal vez asemejado a una caballeriza, de paredes rancias, no puede tapar las tristezas de la gente que ahogan sus penas en alcohol, los espejos opacos son el reflejo de los años que eran buenos y no lo serán más.

Las baldosas del suelo resignadas a la suciedad se negaban a mostrar su color original; y se conformaban con el tatuaje amarillento de miles de pasos, pasos ignorantes, indolentes, ebrios trastabilleos; tenue a lo lejos, apenas podía distinguirse la gente que estaba bebiendo en las mesas, allí tan distantes de la barra.

 En ese fondo oscuro resaltaban las bebidas de colores, había una de canela que era roja, la de jalea era rosa, los tintes de mezcal de moras eran muy suaves con un resplandor morado; y el de 38 grados era totalmente transparente como ella. Eran pócimas que se mezclaban en mi razón despertando un mundo de colores.

Todas servidas en vaso de boca ancha, porque la degustación se hacía acompañar de su peculiar aroma, mientas mi olfato y corazón se perdían en los ojos de Oly-Oly, quien acababa de confesarme que el fantasma de colores (como ella lo llamaba) se había aparecido dos veces en su vida, la primera, sin saber que yo existía, la segunda con el conocimiento de quien era.

Oly-Oly desplomó sus parpados, cerró su mirada y pidió perdón desde lo más profundo de su corazón, le pidió bendiciones en una luz nítida que iluminaba su vida. Claro, a Dorotea, por quien sentía mucha gratitud y cariño. Aunque a veces no concordaban, evitaba juzgarla, pues cada quien da lo que tiene dentro, somos un reflejo de nuestros defectos y virtudes.

Recuerdo parte de lo que pasó, pero esa pequeña parte fue el todo; las cámaras nos sorprendieron junto con la madrugada. Éramos Oly-Oly y yo con el alma en paños menores. Dorotea llamó a Oly-Oly para decirle que en su bar habíamos hecho un tremendo escándalo, ese acto de entrega en las cámaras se veía tan brusco, éramos como dos animales devorándonos en el suelo de la entrada para terminar en el baño; esas baldosas olvidadas recuperaron su color por unos minutos.

Esos destellos de luz llegaban a mi mente, pero el video era claro, aunque tenue en su imagen. Dorotea se enfadó mucho y dijo que si sus jefes veían ella grotesca película le podían cerrar el bar, la podían despedir, nos describió como un par de degenerados fornicando en la calle y en el baño. Pero a pesar de su enfado nos ayudó.

Dijo montón de mentiras para poder tener acceso al cerebro de la máquina y borrar el video, según nos dijo lo logró.

¿Arrepentido? No lo sé, los sentimientos no pueden ser grabados por ningún lente conectado a cables.

Dorotea le presentó a Oly-Oly uno de mis fantasmas, y ella reaccionó con desconcierto, estaba tan arrepentida que parecía no quererme volver a ver, su voz ya no era suave ni cálida, era otra Oly-Oly.

Tiempo después encontré a Dorotea, nunca pensé que su mirada de justiciera me hiciera justicia, pero lo hizo, me vio mal y en malos pasos, con mis pecados a cuestas. Habló con Oly-Oly y le dijo – El día que un hombre te trate como yo, ese día seré feliz –

Oly-Oly había perdido su empleo y empezó a trabajar al servicio de Dorotea; después de un tiempo la vida nos volvió a reencontrar en un viejo teatro donde se presentaba un escritor, fue incomodo, tal vez bochornoso, Pero no por Oly-Oly, sino por Dorotea; quise saludarla y ella simplemente me ignoró, le hablaba y apenas me contestaba, yo no entendía nada.

Oly-Oly empezó a sentirse muy incómoda. El conferencista hablaba de lo que debíamos hacer para ser mejores y el público comenzó a dar sus respuestas, Dorotea no se quedó callada y dijo – Hay que ser más hombres –

Me levanté de la vieja butaca y salí, caminé a través del viento, rompiendo todos esos colores de la historia que me sumergían en el fondo negro, caminé por la noche a través de las ocurras calles para entender, pero no tenía nada que entender, era como estar en la corte, donde los condenados mentían.

Nuestra historia fue algo que creció como las llamas y se apagó como cuando el viento se convierte en brisa, me acosté mirando al cielo y recordé lo que pude, con menos detalle que las cámaras, pero con el corazón más resignado.

No quería ser uno más Oly-Oly, y me convertía en uno menos. Sonó el teléfono y era ella; la cálida y dulce voz de Oly-Oly me llamaba con ese apodo característico; estaba triste, lloraba y me dijo – Lo siento tanto, Dorotea se portó muy mal, tenía tantas ganas de abrazarte, de abrazarte tan fuerte y no soltarte más –

No le pude responder aunque sentía lo mismo. Oly-Oly estaba inquieta y me dijo – Tengo una profunda tristeza porque como sabes Dorotea me da trabajo, dependo de ella para muchas cosas, está enojada contigo, me dijo que no eres sincero, que solo querías aprovecharte de mí, que ella me quiere tanto y no lo soportará, no dejará que me hagas daño  –

El silencio me la arrebató – Lo sé, (LE DIJE) Dorotea está enamorada de ti –

Oly-Oly lo reconoció entre el asombro y la resignación, me dijo que a Dorotea le gustaban las mujeres y que no la podía dejar por el trabajo, que tenía que fingir, viviendo una historia que no tenía pies ni cabeza.

De pronto todo volvió al fondo oscuro cuando Dorotea abrió la puerta de la recamara de Oly-Oly para interrogarla y escuché como se desconectaban las líneas que me dejaban oír su voz.


Oly-Oly, ¿dónde estás? Después de todo lo vivido, tal vez en otra vida nuestros colores sean destellos de grados y matices idénticos, sin fantasmas ni jueces, para poder caminar por fin tomados de la mano y lanzarnos juntos a un camino sin rumbo.


sábado, 1 de julio de 2017

Bitter Caroline

Te levantas un día como un loco, tan loco como el fantasma del Backstage; no tienes nada que perder, ¿o sí? Te embarcas en un viaje hacia los Estados Unidos para encontrarte con un personaje desconocido que marcó tu vida desde la infancia y dices – ¡Lo voy a conocer! No sé cómo, pero lo voy a conocer

¡Qué locura! ¡Qué descabellado! El largo viaje me llevaría a la Ciudad de Lago Salado en el corazón del territorio americano; allí daría un concierto el señor Neil Diamond.

Y… ¿A quién le importa Neil Diamond? Los jóvenes de mi país no le conocen, y los casi veteranos ya lo han olvidado en los países de habla hispana, si no todos, una gran mayoría. Mi padre desde que yo era muy niño siempre ponía esas canciones, “September Morn” “Sweet Caroline” “I am I said, y no seguiré mencionándolas todas, aunque la mía era “I´ll come runningo Lonfelow Serenade

En la casa teníamos una gran consola y esos discos enormes de acetatos que eran más grandes que mi cuerpo; Nicola Di Bari, Antonio Molina, Juan Pardo, que sé yo, nombres que no le pasan a muchos por la cabeza y entre esos grandes discos estaba el de Neil Diamond. Yo con 11 años decidí decirle adiós a Parchís y empecé a poner esa música una y otra vez, y esa voz forjó mi camino.

Fue una de las mejores herencias de mi padre, con el tiempo fue descubriendo más de Neil y puedo decir que está muy cerca de Bob Dylan o de Elton John, es una leyenda en su país y su música sigue siendo el soudtrack de películas como Shreck I am a believer

Abril de 2017, vuelo de Delta Airlines, un huracán me haría tener un viaje turbulento, no parecía ir bien la cosa, pero al fin aterricé en la Ciudad del Templo Mormón; allí donde la seguridad no era tan paranoica como en el resto del país, esa ciudad pacífica donde nunca pasaba nada, hasta que un español puso el pie en el aeropuerto.

Pero no me había dado cuenta de mi torpeza durante el vuelo, subí con una pasta de dientes en la rejilla que mi bolso traía afuera y por los golpeteos de otras maletas la pasta de dientes se abrió y manchó todo el compartimento, al darme cuenta, saqué mi pequeña maleta y salí del avión para evitar reclamos. Mi chamarra iba toda llena de pasta. Lo que era un tuvo gordo y casi nuevo se convirtió en unas molestas plastas que se adherían por todos lados.

Llegué a casa de mis amigos oliendo a frescura dental; me recibieron Yahir Delgadillo y su esposa Cindy, siempre es una alegría verles a ellos y a sus dos pequeños, Santi y Cristian. Parecía que el tiempo no pasaba, pero los niños crecían, cada vez que les visitaba estaban más grandes, y yo, yo también.

Disfruté al máximo con mis amigos, pero el viaje fue muy extraño, pues todos estaban ocupados, todos menos Jonathan Delgadillo, mi brother, con quien comencé esta aventura, sin duda alguien como yo, otro loco y descabellado.

De este viaje hay mucho que decir, pero, el fantasma del backtage iría en busca de Neil Diamond. Jonathan me acompañó ese sábado. Después de la noche nevada del viernes el apareció en la casa de Yayo y nos fuimos a desayunar.

Jonathan no entendía cuál era el propósito, él había pedio unos días para estar conmigo y me acompañaría hasta el final, tal vez no se imaginaba quien era Neil Diamond para mí.

Después del desayuno no sabíamos a dónde ir a buscarlo, era estúpida la probabilidad que jugaba en nuestra contra, el solo hecho de verle, de cruzarnos con él, pero algo en mi corazón me hacía sentir que en unas horas le conocería.

El llegaría el sábado, el concierto era el domingo, después de estar en el lobby de un lujoso hotel un par de horas nos fuimos a otro hotel.

Yo creo que no llegará a este hotel – le dije

El mejor hotel en Lago Salado es el Grand America, podemos ir allí –

La ciudad era tan pacifica como perdediza, llegó el desánimo a mi y Jonathan me dijo Gordo y si vamos al aeropuerto

No lo pensé dos veces y le dije – Sí, es a lo único que le veo futuro

Su idea fue la mejor, llegamos al aeropuerto a preguntar por todos los vuelos que venían de California y nada, eran ya casi las tres de la tarde y después de recorrer una y otra vez las terminales aéreas alguien de información me preguntó – ¿A quién busca?

Es un músico, importante

Tal vez llegue en vuelo privado

– ¿Hay otro aeropuerto?

Propiamente no, pero a dos millas quedan unas pistas de dos compañías privadas

No lo pensé s y le dije Gordo, ¿podemos ir?

Jonathan me siguió la corriente en esta locura que no llevaba a ningún lado, una locura en la que a cada minuto las posibilidades de ver al Jazz Singer se reducían.

Llegamos a esas ocultas pistas y no había movimiento, solo un cielo nublado que lo cubría todo y pregunté en la primera compañía privada, pero la respuesta fue desalentadora, no tenían operaciones ese día, entonces fuimos a la segunda, la última opción.

Eran ya las tres y media de la tarde; la señorita del mostrador me dijo que aterrizaba solo un vuelo a las cuatro de la tarde, que venía de Fresno, California. Todo se iluminó de la nada, ya no había duda, parecía un milagro.

Es ese, es ese, Gordo, no puede haber otro, coincide todo

Nos sentamos en la sala de espera justo a tiempo; cada segundo era una puñalada, las manos empezaban a sudarme mientras el gordo me decía que me relajara. Me dio tiempo de hacerle una dedicatoria a Neil en el libro, ahora estaba convencido de que lo vería. Las nubes borrascosas como mis probabilidades pasadas, se abririan y lo pondrían frente a mi.

Estábamos en la sala, una sala más pequeña que la de mi casa, con un gran ventanal y el mostrador, una puerta de cristal nos separaba del avión que estaba a punto de aterrizar. De pronto llegó un hombre trajeado en una camioneta de la que no puedo dar detalles y entabló conversación con la del mostrador.

Lo que pude escuchar fue poco, que venía por un pasajero que llegaba en el vuelo privado, y quien justamente se iba a hospedar en el Grand America hotel. Cada vez tenía menos dudas y mas nervios, pero cuando el pequeño avión aterrizó me quedé sin fuerzas.

Le dije a Jonathan al ver salir al chofer Neil no va a entrar en la salita, de su avión se va a subir directamente a la camioneta

Pero gordo, esa es zona federal, no podemos pasar allí –

Es hoy o nunca

Me levanté y el gordo me siguió, le di mi teléfono móvil y le dije Toma fotos de cuando me reciba el libro

Vi bajarse del avión a la esposa de Neil tras el cristal y me acerqué a esa puerta automática que no se abrió; miré a la señorita y le dije – ¿Qué pasa? –

Perdón, es que me tienen que autorizar

En mi mente me quedé con la idea de siempre, solo lo vería pasar, y cada segundo es vital, de pronto se abrió la puerta – Pasen –

Sonreí y le dije a Jonathan Ya ves, Neil es un tipazo

Con toda la confianza nos acercamos a la puerta del pequeño avión y vi sus pies, sus delgadas piernas como pajillas y le grité emocionado – Mr. Neil –

El bajó desconcertado del avión y me miró, sin importarle mucho siguió caminando y le volví a gritar Mr. Neil, le traigo este libro, vengo desde España solo para verle

El señor apenas se detuvo para gritarme No

Vi su cara, no puedo olvidarla, fue un gesto horrible. Pero por mi mente pasaba otra película, habíamos llegado hasta allí, éramos Jonathan y yo, respetuosamente y todo se torcía justo en el mejor momento. Le seguí hablando, pero el ya no me miraba, yo sabía que me escuchaba, le hablé en voz alta y en su lengua, pero no le importó, ni mis esfuerzos, ni nada que viniera de mi, se subió a la camioneta y se fue.

Bajaron los guaruras que no entendían nada, nos trataron bien, tal vez les dimos lástima. Nos fuimos después de la euforia y la del mostrador estaba en shock, nadie nos decía nada, los pocos que habían presenciado el momento estaban incrédulos. Salimos por el largo pasillo y el gordo me contaba que un guarura lo agarró y que le quiso arrebatar el teléfono, pero él me sorprendió; mi amigo no lo permitió y tomó fotos.

 Al momento de que me lo devolvió el teléfono vi las capturas de pantalla y le dije Es increíble lo que has hecho, esta foto es genial, gracias gordo, gracias por todo, por estar hasta el final

Justo antes de llegar a la puerta escuchamos un grito – ¡Hey! Vengan aquí –

Miré al gordo y me dijo Es mejor no resistirnos

Caminamos hacia ese señor, tal vez policía, que sé yo, todo parecía apuntar a que nos habíamos quedado sin Neil Diamond, pero con un gran lio. El tipo nos miró y preguntó – ¿Quiénes son? ¿Por qué dijeron que eran familiares del señor? –

No, le juro que yo no dije que era nada del señor Diamond, nadie me preguntó nada

– ¿Cómo llegaron aqui? ¿Cómo supieron el vuelo? –

Se perdió mi mirada, la del chico distraido y es que la verdad no sabía que responderle, si le decía que se abrieron las puertas del cielo, o que algo superior me dio las pistas y el camino seguro que se reiria de mi como todos vosotros.

Se presentó como Grady, el piloto de Neil, le conté toda la historia y al final le enseñé el libro y la dedicatoria para el señor; dedicatoria que leyó con atención. El piloto sintió tristeza, era como si quisiera abrazarme, pero a la vez quería regañarme, se disculpó – Lo siento chicos, pero por suerte estamos en Utha, en Nueva York o en Los Ángeles tal vez estarían en la cárcel

Lo sé Grady, pero, no sé, no sé cómo pudimos llegar aquí, se nos abrieron todas las puertas menos la última

Grady me creía, sentía la historia y me dijo – Es dificil llegar a las leyendas –

Su tristeza se junto con la mía y así de la nada se ofreció a darme su teléfono Te prometo que si puedo hacer algo lo haré –

– ¿Te refieres a ver al Neil? –

– Lo intentaré, lo prometo –

En el shock no se me ocurrió dejarle el libro y me fui con el gordo hasta su coche, tenía la esperanza de verlo, aunque ya lo había visto, estaba confundido, tal vez decepcionado.

Pensarás que estoy loco

No gordo, ya olvídate de ese viejo que nadie recuerda y vamos a pasarla bien

– Tienes razón –

Fue un gran sábado, y el domingo también lo pasé con Jonathan, esperaba en silencio la llamada de Grady, pero como era de esperarse Neil no me quería ver, supe casi 24 horas después por un mensaje de Grady que el señor Diamond seguía alterado por lo ocurrido la tarde anterior. Miré al gordo y le dije – ¿Vamos al concierto? –

– ¿Aun lo quieres ver?

Gordo esta es la última vez

Llegamos tarde y el concierto ya había comenzado, estuvimos en la taquilla y no nos querían atender, se acercó una señora mayor, de las que vendían los tickets y nos dijo Aquí están sus boletos

El gordo y yo nos quedamos pasmados y dijimos Gracias

Entramos sin problemas, todo era tan raro, ¿Qué tal si se habían equivocado y nos metíamos en otro lio?, para que pensarlo más. Entramos y nos guiaron hasta nuestros asientos, la arena estaba repleta y solo había dos lugares muy bien posicionados, como si fueran un regalo, se volvían a abrir otra vez todas las puertas del cielo para llegar y verlo de cerca, solo de cerca. En el escenario el amable señor cantaba “September Morn” y el gordo con carcajadas me dijo Pictures no more


Todo terminó en risas tan cerca y tan lejos.



Stay for just a While
Stay and let me look at you
It´s been so long, i hardly knew you

martes, 9 de mayo de 2017

Un Pachuco Descabellado

– ¡Ya llegó su Pachucote!

Así me vieron mis amigos abriendo la puerta del Calavazo; el Calavazo era la habitación de uno de mis colegas, el más querido en aquel momento. Aún recuerdo esas paredes pintadas de amarillo claro y ese techo que hablaban por sí solos; habían mensajes escritos en rotulador por todos lados, no había lugar para una sola dedicatoria más, tanta gente había firmado allí que ni la puerta se había salvado; parecía un libro escrito por toda la habitación; incluso en el ropero, todo era un texto libre y desordenado, pero con mucho sentido.

Eran palabras que no se llevaba el viento, pero se las llevó un derrumbe, cuando años después el yeso se desprendió del techo; pero del Calavazo hablaremos en otro momento.

Abrí esa puerta en la que se leía “Bienvenido a Zona Puma” y entré; allí estaban cinco de aquellos amigos, nos miramos y parecía que iríamos a diferentes lugares.

A caso… ¿Era yo un Pachuco?

Mis amigos me miraban de arriba abajo en especial Mr. Manolo Ramone – ¿Cómo te atreves a vestirte de esa forma y salir así?, vamos a un concierto de la Maldita Vecindad, no a uno de César Costa

Me quedé pensando y recordé a César Costa; un cantante mexicano que en los años sesenta fue el ícono del rock and roll, pero era un rock suave, muy suave, vino a mi mente su imagen, su peinado, su suéter tejido hasta el cuello, sus pantalones de tergal y sus zapatitos bien lustrados.

Entonces así me veía yo, fuera de época, Cesar Costa y Los camisas negras cantaban “Para bailar la Bamaba en 1958”

Vi a mis amigos, Manolo, Paco Delgado, David Burgos, Karlita y todos vestían de negro; algunos con los pantalones rotos, mechones verdes o rojos en sus cabellos, sus camisetas eran de grupos y decían palabras contra el sistema, tampoco eran pachucos, pero eran otra cosa, algo muy diferente a mí.

Al ver mis zapatos lustrados, mis pantalones de tela azul oscuro, mi suéter blanco con morado, y mirarme en el espejo, era todo un Cesar Costa en su juventud. Manolo me sacó de mis pensamientos – Despéinate, rómpete los pantalones, hazte algo –

Manoteaba y lo repetía una y otra vez, los demás reían y yo me miraba a través del espejo, ese espejo que también tenía escritas muchas frases; las frases decían mucho, pero no podían ocultar al Cesar Costa que llevaba por fuera.

– Iré así – Dije

Manolo se echó las manos a la cabeza en resignación y se rió; Paco dijo – Ya vámonos, sino nunca vamos a llegar –

Salieron los cinco y el sexto en discordia; durante el camino pensé que un verde eléctrico le iría bien a mi cabello, como el del Joker, esos tintes azul oscuro no me gustaban, tampoco se estilaban tanto los tatuajes en aquella época, ya nada importaba de hecho esa noche yo iba a dar otro show.

Recuerdo al grupo que íbamos a ver La Maldita Vecindad y los hijos del quinto patio, en el año de 1996 eran de los grupos más grandes en México, era todo un suceso irlos a ver, al menos para mi.

El estilo de Roco el vocalista, era de un pachuco; un pachuco era alguien de clase baja, que era feo y se vestía mal; también podía ser un mexicano que vivía en las ciudades del sur de Estados Unidos en los años cincuenta y defendían su identidad en contra de las costumbres americanas.

Los pachucos usaban sombrero o tando como ellos le solían llamar, gabanes largos que junto con el pantalón le llamaban tacuche; una cadena como de reloj que pendía del bolsillo; tirantes o resortes, al pantalón le llamaban drape y a los zapatos, calcos, iban encamisados, lisa era el nombre de esa prenda de cuello triangular y grande. Era todo un arte ser pachuco, y al parecer eran tan viejos como Cesar Costa. Un momento, estaba yo más cerca de la época que mis amigos de cabellos pintados, pantalones rotos y camisetas negras.

Lo más importante aquí es que la Maldita Vecindad tiene una canción que se llama pachuco y hablaba de un papá que bailaba mambo, descalificando al rock y a los greñudos, pero un hijo rebelde se lo quería hacer recordar cuando lo regañaban.

Llegamos los seis a ese recinto. ¿Cuál fue mi sorpresa? Que los pachucos aún existían, wow, pensé y miré a todos, los skatos, los darks, los punks, y la reencarnación de Cesar Costa, o sea yo. Vaya que era diverso el ambiente. Un lugar grande, oscuro, la cerveza se servía en vasos desechables transparentes, eran enormes. La gente estaba eufórica, pues un desconocido grupo estaba a punto de abandonar el escenario para dar paso a la Maldita Vecindad.

Recuerdo el escenario y mucha seguridad, era excesiva, había un pasillo que separaba al público del grupo y en ese pasillo bastantes policías, quien cruzaba esa línea lo sacaban a la calle.

Salieron los aclamados con sus hits del disco Circo; la gente empezó a gritar, a bailar a volverse loca; era como un manicomio, como si se estuviera quemando el inmueble, como si hubiera el peor de los terremotos y después se hizo el Slam; golpes vuelos, patadas, llovían cervezas, personas que se impulsaban y salían por los aires disparadas sin importar a quien le caían encima. Hasta que llegó una canción llamada Kumbala que trajo un poco de cordura, pero solo un poco, pues con Pachuco explotó el lugar.

Eran esos éxitos de 1991, llevaban cinco años sonando y para aquel entonces ya eran un bang. No puedo perder el momento con mis amigos, yo trataba de encajar, pero el alcohol ayudó un poco, era un César sin complejos, con el suéter bañado en sudor y cerveza; Manolo y David me vieron y David Burgos me dijo – ¿Quieres volar? –

– ¿Qué droga es? –

Manolo se empezó a reír y dijo – Volar, así como vuelan estos que nos están cayendo encima todo el tiempo –

En realidad no quería, pero fueron muy insistentes, Burgos me dijo que yo era muy ligero, que podía volar muy alto, impensable.

Me imaginé sosteniendo la lámpara más alta y que interesante sería ver todo desde arriba, asentí sin pensarlo más, entonces entre Manolo y David me impulsaron como catapulta y volé.

Volé tan alto que me sentía como un ave, un ave sin un lugar donde aterrizar; me quería quedar en los aires, pero las cosas empeorarían al bajar de súbito. Estaba fuera de lugar, fuera de control y de dirección, cada vez veía más cerca a Roco, el vocalista de la Maldita, podía aterrizar a sus pies o un poco más atrás, sentía que podía volar sobre todo, sobre todos, pero de pronto se me acabó el combustible.

Y caí, caí justo antes de aquel pasillo que custodiaba la policía, caí justo en la barda y a mi paso y por desgracia aterricé en la cara de una darketa obesa, pensé que le había partido las narices con mi rodilla. La tipa se desvaneció por un momento, pero la imagen no era clara, pues el ruido era muy fuerte y los movimientos de tanta gente muy rápidos. Ella se incorporó y le iba a pedir disculpas; tocó su nariz ensangrentada y me dijo – Me rompiste el puto tabique –

Esas fueron sus palabras y después me soltó un derechazo con su pesadísimo brazo que me impactó en el pómulo sin causarme más que un tambaleo, yo cubrí mi cara, pues la tipa siguió dando golpes con puño cerrado mientras me gritaba – Me hiciste mierda el puto tabique –

La gente estaba borracha, drogada, y esta darketa obesa de pelos pintados de rosa con rojo estaba como poseída, quería destrozarme la cara. Se acercó más gente al ver la pelea y el Slam se centró en mí, cuando menos lo pensé, tenía mucha gente encima, me puse contra la barda y empezaron a llover puñetazos por todos lados.

Entré en desesperación y como pude repartí golpes, a un tipo que se agachó para derribarme le di un rodillazo y lo mandé al suelo con la cara roja, pero el tumulto que parecía una estampida lo empezó a pisar mientras este se ahogaba en un grito lleno de desesperación. Lo estaba destrozando a patadas y pisotones, fue entonces que se hizo una batalla campal.

Al ver tan mal las cosas empecé a perder el aire y me impulsé para salir al pasillo donde estaban los policías y que me sacaran de allí de una buena vez. Pero no pude lograrlo, pues alguien sujetó mi pie con fuerza y me lo impidió.

 Cuando pensamos que las cosas no se pueden poner peor nos equivocamos, entre quien me sujetaba el pie y los golpes que caían por todos lados, regresó la maldita darketa maldiciendo y sin poder contener la hemorragia de su nariz; pero eso poco le importaba, me agarró los pelos y tiró de ellos como queriéndome arrancar la cabellera.

Mi cabeza se movía en círculos, la tipa me volvió a tomar del pelo y zangoloteaba mi cabeza como queriéndome dejar calvo. Solo un lagrimón caía por mi mejilla, no estaba llorando, pero las lágrimas salían solas con tan fuertes tirones de cabello.

Me quería tirar hacia donde estaban los policías, entonces tomé todo el impulso, con todas mis fuerzas, pero quien o quienes sujetaban mi pierna me lo impidieron y anularon toda mi fuerza y fue así como me dejé caer por debajo de la gente, me dejé llevar por quien tenía prensada mi pierna en calidad de bulto.

No me veía nada bien, pasé por algunas patadas y pisotones, pero la gorda ya no estaba, toqué la mano de quien me tenía prensado y pensé – De esta no salgo vivo –

Esa misma mano me sacó de entre la gente y me puso a salvo, ayudado por otra mano, los vi, inexpresivo, pero más relajado, eran David y Manolo.


Se me quedó mirando Manolo y me dijo – No mames, te iban a sacar, que bueno que alcancé a agarrarte


En ese momento no sabía si darle las gracias o matarlo, pero no le dije nada, al parecer él no se había enterado de nada, me llevó a la esquina, allí donde estaban nuestros amigos. Paco, Karlita, y me quedé mirando a Roco y a su Maldita Vecindad. Atrás quedaba la gorda y su nariz destrozada, los puñetazos, los tirones de pelo. Solo quedaba un Cesar Costa con el peinado de Billy Idol y con los ojos acristalados.



Para bailar la Bamba se necesita un poco de gracia, pero para bailar el Slam se necesita…  ay arriba y arriba, yo volaré yo volaré… o tu ¿Bailabas mamboooo?