miércoles, 20 de junio de 2018

Frick-Frack


Estaba a punto de cometer el fraude del año; en esa prestigiosa escuela llena de bandidos los días subsecuentes no mejoraban mi situación, por el contrario, todo vino a peor, y ese señor Murphy con sus leyes me dio un guantazo.


Ni yo mismo conocía los alcances de en lo que estaba a punto de convertirme, era un despistado, tal vez no medía las consecuencias, parecía inocente y no creí destacar de esta manera, a veces volaba tan alto que cuando quería aterrizar nunca encontraba un lugar.


Había sido una mañana desafortunada, el peor error era pasar por el lugar equivocado a la hora equivocada y así lo hice, la pandilla de abusivos gandules estaba allí en el patio, todos sentados en el suelo como borrachos, riendo a carcajadas, entonces pasé muy cerca de ellos y me pusieron el pie para que tropezara. Y no solo tropecé, me fui de boca y me raspé las manos.


Escuché las carcajadas y en el suelo me enfurecí – ¿Por qué me pones el pie? ¿Lo hiciste porque me follé a tu madre? –


Todos se quedaron en silencio, y es que a esos cinco jamás nadie los había retado, ahora me comería mis palabras, se levantó “El Negro” así le decían por su moreno tan oscuro y me sentenció – Aquí no se dice follar Gallego de mierda, se dice coger –


– ¿Entonces no le gustó como la cogí? –


La había vuelto a cagar, y monumental; empezaron las burlas al Negro, entre carcajadas y sonidos como si de serpientes se trataran, El Negro se encendió y me quiso golpear, pero nunca esperó mi reacción cuando le estrellé mi portafolio en la cabeza. Todas fueron reacciones en combo, una tras otra, sin pensar y me habían salido muy bien.


Macías, un alto, de pelo rubio me levantó en aire y me dijo – Ya deja de ensañarte con El Negro, no ves que es de la banda pesada, pero tú imprudencia la vas a pagar españolito pendejo, te vamos a llevar a dar una vuelta por la escuela –


Me llevaron los cinco, todos eran altos, menos El Negro; quien me quitó los zapatos dejándome descalzo para que el Jamelgo me pisara todo el recorrido, Macías y Rosales me iban metiendo puñetazos en el estómago al tiempo de caminar.


El Negro lanzó mis zapatos por los aires y fueron a parar al techo de la tienda de uniformes y Macías le dijo – No te pases de pendejo, ahora cómo va a caminar todo el día – Y se empezaron a reír. El último elemento, que tenía cara de paella les dijo – Hay que soltarlo –


– Sí – exclamó Macías y me tiraron de cabeza en uno de los enormes tambos de basura.


El aterrizaje fue asqueroso; unas patatas con salsa, pizza y pasteles de chocolate con relleno cremosito se embarraban en mi cara, me desesperé para salir ya que el tambo no me dejaba incorporarme, entonces me balanceé para tirar el bote y así escapar envuelto en basura, mis pestañas tenían merengue y les grité a los malditos gandules que ya iban encaminados – Hijos de mil putas –


Macías se giró de golpe y sacó volando de una patada una mochila que estaba en el patio, me volvió a levantar del suelo y me sacudió los papeles – Eres hombre muerto Gallego, había escuchado de ti, pero nunca imaginé que fueras tan estúpido, a nosotros nadie nos reta – Y me lanzó contra una pared estrellando mi adolorido cuerpo.


El Jamelgo me miró con lastima y le dijo a Macías – Déjalo, mira cómo está, mejor impongámosle un reto imposible de cumplir, y si no lo cumple a la salida nos lo llevamos y le rompemos las costillas –


Escuché el plan y me parecía una aberración, aberrante como ellos; Macías reía y dijo – Está bien pinche Jameguito, y… ¿Qué se te ocurre? –


– Pues que se robe un examen, y si nos engaña le destrozamos la cara a puntapiés –


– ¿Escuchaste Gallego? La otra semana son los parciales de primer periodo, quiero uno de los exámenes de las materias más difíciles, solo uno, y tienes hasta hoy a las tres de la tarde; si lo consigues te doy inmunidad, y sino, prepárate para lo peor –


Se fueron, y esta vez no se me ocurrió gritarles nada, ni una sola palabra, qué idiota, me hubiera quedado callado desde el principio, ahora sí que estaba en líos, tenía que robar un examen.


Recordé a Víctor Lustig, quien había vendido dos veces la Torre Eiffel como chatarra a los multimillonarios franceses, el autor de la estafa maestra fue descubierto porque Poisson reclamó la pertenencia de la torre al gobierno galo, pero yo no tenía ese ingenio, ni era un estafador, no sabía robar.


Mi cabeza estaba en juego, y si me habían pedido el examen era porque las pruebas ya estaban elaboradas; podía buscar en los escritorios, en las pertenencias de los profesores o debajo de las piedras, mientras el reloj corría en mi contra.


Empezó el ajetreado día, el profesor de matemáticas era muy hábil, no había manera de hurgar en sus cosas, la de geografía no dejaba que nadie se le acercara y la de español era tan linda que no le podía hacer nada, tan buena; buena de bondad, entonces seguían pasando las horas hasta que llegó la clase de biología, eso era un total caos y él estaba revisando tareas; pude ver su portafolio en sus pies, mientras todos estaban apiñados en el escritorio, quise alcanzarlo con mi mano, pero un compañero que es idiota se me atravesó, le apodaban Alf, por su parecido con el extraterrestre de la serie. El me detuvo, bromeando, no sabía lo que estaba a punto de hacer, entonces lo empujé, se levantó y me atestó un puñetazo, se lo devolví con rapidez y el a mi hasta que intercambiamos más de cinco golpes; para mí fortuna al idiota le empezó a salir sangre de la nariz y salió corriendo al baño.


Entre tanto bullicio y jaleo nadie se había dado cuenta de que ese idiota se había interpuesto en mi camino, y sin sentir dolor, solo hormigueos en mi cara alcancé el portafolio y lo vi, estaba yo agachado y para mala suerte el maletín tenía combinación de tres dígitos que podían sumar al menos mil combinaciones diferentes, el tiempo se agotaba, era como un buzo sin oxígeno, el sudor que empapaba mis manos hacía que se resbalaran mis dedos con torpeza, y empecé de rodillas, 000, 001, 002, 003, 004, 005, 006, 007, bingo, fick, se escuchó el primer botón, frack el segundo y se abrió en el 007, mi querido James Bond me había ahorrado infinidad de combinaciones más y minutos letales. Lo abrí y revisé tan rápido como pude los papeles hasta que la palabra “Examen” me cegó y saqué esa hoja con rapidez arrugándola y escondiéndola en mis bolsillos, cerré el portafolio y de una patada lo lancé de vuelta hasta los pies del profesor.


– ¡Cálmense! – Gritó él – No pateen mis cosas –


“Vaya pendejazo”, pensé rascándome la cabeza, y una sonrisa nerviosa me convenció de que nadie se había dado cuenta, entonces sonreí triunfal sudando frío, esas gotas que caían sobre mi cara sabían a gloria.


Salí del aula con el crimen consumado y me quedé esperando a que llegaran esos mafiosos, fui al lugar indicado y me quedé mirando el patio desde el balcón de arriba. No tardaron mucho, pues llegaron más que puntuales, entonces se pronunció Macías – Solo un idiota llegaría a la cita sin el examen –


Le extendí mi mano sacando el arrugado papel de mi bolsillo, y Macías lo miró con detenimiento – ¿Cómo lo conseguiste? –


– La operación Frick-Frack ha sido un éxito –


– ¿Estás demente Gallego? –


– Es el sonido que hacen las palancas de la cerradura del portafolio del profesor de biología al abrir –


– ¿Me estás diciendo que fue una operación de inteligencia? –


– De inteligencia y desesperación –


– ¿Y nadie te vio? –


– No –


– ¿Estás seguro? –


– Sí, completamente –


– Si nos engañas te parto en dos –


– Ponlo a prueba, cumplí mi parte –


Me miró sorprendido – Muy bien Galleguito, esto parece real, el examen es parecido al del año pasado, creo que te subestimé; Negro, pídele perdón –


El Negro me mentó la madre y yo solo lo miré como quien mira a un pobre diablo, Macías me puso una mano en el hombro y me dijo – Te daré un mes de inmunidad, pareces legal, pero tienes la cara muy roja, no me digas que te madreaste al maestro de biología –


Todos empezaron a reír y el Jamelgo dijo – Cumplió su parte, no cualquiera roba un examen y menos en un día –


– Tienes razón – Contestó Macías y mirándome dijo – ¿Alguien se interpuso en tu camino? –


Por un momento lo dudé, pero lo dije – Sí, el Alf –


– ¿Y quién es ese idiota? Jamás había escuchado hablar de él –


– No tiene importancia –


– Dime quién es – Gritó Macías enérgicamente.


– No tarda en salir, está en el baño desde hace un rato, le partí la nariz –


– ¿Tu? –


– Bueno, yo y la desesperación, ese tipo le ha roto la cara a varios –


Macías se reía con la última respuesta y me dijo – Y la libraste Galleguito, escucha bien, humillar es increíble, vamos a ir afuera del baño, nosotros nos escondemos y cuando salga El Alf lo vas a insultar, como si fueras invencible, y cuando él esté listo nosotros hacemos el resto.


– No es necesario –


– Basta, por culpa de él casi no lo logras, además es una orden, quiero verte furioso, miéntale su madre –


Sin tener opción fui hasta el baño, después de un rato Alf se asomó cauteloso al mirarme y sin entender mi reacción me dijo – ¿Por qué me pegaste? Me las vas a pagar Gallego –


– ¿Estabas llorando en el baño? –


– ¡Cállate imbécil! –


– Con esa pinta de subnormal que tienes, parece que te engendró una extraterrestre hija de mil putas –


– ¿Qué me dijiste? –


– Que eres un subnormal y que tienes cara de extraterrestre, cuando llegaste pensé que te iba a explotar la cabeza  


– Te voy  a partir el culo a patadas –


Un Alf enfurecido se me fue encima, pero antes de que me tocara un solo cabello Macías lo levantó por los aires y dijo – Vaya estúpido, este se acuerda hoy de ti –


Alf estaba aterrado y gritaba – Por favor Galleguito, diles que no me hagan nada, por favor –


Desde la escalera miré la suerte del pobre Alf, después de unas patadas lo arrastraron por todo el patio, para terminar en el bote de la basura de cabeza y sus zapatos fueron a parar en el tejado de la dulcería. Vaya, un mal día lo podía tener cualquiera, lo peor era estar en el lugar y en la hora equivocada.


Pasó la semana y llegaron los exámenes y después la primera entrega de calificaciones, las primeras que recibiría en la secundaria, entonces entró en el aula nuestro coordinador, El Camarón, quien fue bautizado con ese apodo por su aspecto rojizo, esos coloretes en la cara, tan buena gente, siempre sonriente y amable, con esa barriga prominente que le dejaba apoyar la tabla de reportes con la inclinación exacta.


Nuestro coordinador, “El señor Camarón” interrumpió la clase de geografía, nos entregaría las calificaciones; ahí estaba yo, sentado en mi sitio, inocente, como un pequeño cordero que será degollado y no tiene ni idea de lo que le espera.


Sin preámbulos de ninguna naturaleza y con la sonrisa que le caracterizaba el coordinador se dirigió a nosotros, el silencio era ensordecedor hasta que de pronto se escuchó un pedo, era de esos pedos que parecían haber roto un pantalón y a nadie excepto a mí me dio la risa, provocando que me diera un fuerte hipo.


Las caras de todos, incluyendo a la profesora eran con los ojos saltones, al Camarón se le fue la sonrisa y dijo – Es una pena que no puedan controlar sus esfínteres y usted Fernández no tenía por qué eructar con ese descaro –


– Profesor, yo no eructé, fue hipo –


– Ya no me explique más y el que se echó esa flatulencia debería estar avergonzado –


Nunca se descubrió al culpable y varios empezaron a reír, entonces la maestra de geografía intervino tratando de callarnos, pero El Camarón con una frase letal sentenció – Voy a hacer entrega de las calificaciones, seguro estoy de que a muchos de ustedes se les borrará la sonrisa, se los digo de verdad, este grupo me preocupa, estamos empezando el ciclo y hay muchos reportes de esta clase, incluso el examen de biología fue robado, eso no se los puedo consentir, el examen de esa asignatura quedará anulado y deberán repetirlo –


El silencio precedió a la sentencia, así como la calma a la tormenta y El Coordinador dijo – Voy a empezar por aquellos alumnos que no suspendieron ninguna asignatura y enlistó a los compañeros que habían aprobado todo; uno a uno ellos fueron pasando al frente y con su boleta en mano recibían una calurosa felicitación, sonriendo triunfantes volvían a su lugar.


Luego de la última felicitación, El Coordinador suspiró profundo y comenzó a llamar a quienes habían suspendido una asignatura, entregaba el dichoso papel y pedía a cada uno de quienes los iban recibiendo que fueran más cautelosos con sus estudios. Cuando las boletas con una asignatura suspendida se terminaron llegaron las que tenían dos materias sin aprobar, luego las de tres y así en forma ascendente.


Hasta que el conteo fatal se detuvo en el quino sitio con una recomendación – Los que han suspendido cinco, alerta, mal principio, espero su pronta recuperación – la cuenta siguió con seis, siete, y ocho materias reprobadas, hasta que de nuevo la lista se detuvo, ahora con una advertencia – Son sólo doce asignaturas, los que reprobaron de nueve en adelante, están en la cuerda floja – y sarcásticamente sonrió, “sólo doce” a nadie nunca se le ocurrió que eran una multitud de materias, en este punto quiero aclarar que yo esperaba mi nombre desde el número 3, así que para este momento estaba bañado en sudor.


El Coordinador llamó uno a uno a los a conocidos rebeldes de la clase, pero ni siquiera entre ellos estaba yo; me consolaba pensado que quizá había olvidado mi boleta en su oficina, o el algún pliegue de su barriga, pero bastaba ya de bromas, la espera me estaba matando y ahí debía haber una explicación para el bochorno del que estaba siendo objeto.


Cuando se escucharon los nombres de quienes habían suspendido diez asignaturas se hizo un silencio en el aula, pues el honorable “Camarón” llevaba en su mano una última boleta, la vio y masculló algo que nadie alcanzó a oír, respiró profundo y entonó mi nombre –Fernández Vázquez, Óscar – tragué saliva al escucharlo, me levanté lentamente y caminé hacia él, sentía las miradas de mis compañeros clavarse en mi, como las espadas que un mago inserta en el cofre donde antes ha metido a su hermosa asistente.


Para la peor de las fortunas, “El Camarón” quien podía haberse dado cuenta de que ese era uno de esos momentos en los que el valor del silencio supera todos los valores decidió abrir su inmensa boca; y no sólo eso, sino proferir una burla hacia mi boleta, mi persona; y por supuesto, mis notas – Sólo aprobaste deportes – me lo dijo sonriendo, como quien cree que es muy gracioso, pero no lo es, como si alguien se lo hubiera preguntado remató – Once materias suspensas Fernández –


De entre los murmullos de mis compañeros de clase se escuchó una voz – ¿Entonces ni biología aprobaste? – Eso causó las risas de los demás.


Gracias a la nula discreción y subsecuente suspicaz comentario de mi Coordinador las burlas no se hicieron esperar; desde el momento que tomé el desgraciado papel con más números rojos que el actual bockbuster, escuché a mis espaldas las risillas y cuchicheos de lo que parecían ser roedores, bueno al caso casi lo mismo.


Me sentí como ese triste payaso que ríe por no llorar, intenté hacerme fuerte y una vez que el Camarón salió del aula, se me acercó Macías y me preguntó – ¿Es cierto que no aprobaste biología teniendo el examen en tus manos? –


– No la aprobé –


– Hay pero qué pendejo –


Me quedé callado ¿Qué le podía explicar? No había tenido tiempo de ver el examen que me había robado por la presión, porque se lo había dado a él después de librar una pelea, y si de explicaciones se trataba, las que tendría que dar en casa; crucé la puerta desganado, puse mi mejor cara; desgarbado tranquilo, y sin vacilar le entregué la boleta a mis padres… ¡Pum! como es de suponerse una bomba explotó, mi padre estalló, como solía hacerlo, si por algún error de ingeniería divino hubiera tenido un poco despegada la tapa del cráneo, seguro le habría salido volando, disparando sus histéricos sesos en el techo; por tanta presión que solía yo poner en ellos.


Mi madre calmó el incendio fúrico de mi padre, permitiéndome hablar; y comprometerme a que pondría todo de mi parte; fuerza, alma y corazón; para mejorar esas notas de la calle de la amargura, claro no sin antes escuchar todo ese discurso sobre lo decepcionante que era mi caso, de ahí a mil explicaciones del por qué no me parezco a ningún sobresaliente miembro de la familia, como mis primos lejanos, para llegar a las falsas esperanzas depositadas en mí; que eso era peor que creer en los políticos; y todos lo sabían, incluso yo.





jueves, 14 de junio de 2018

Adiós patios de adoquines grises

Había llegado la expulsión definitiva, el primer gran fracaso de un adolescente en la escuela secundaria. Los días futuros fueron inciertos, en cada uno de ellos había una promesa rota, pero nada debía preocuparme, esos adultos que intentaban dirigir mi vida no sabían que las suyas estaban encaminadas al infierno.


Los últimos días fueron marcados por peculiaridades, la prestigiosa escuela me escupiría airoso como siempre lo fui. Lejos de ser un adolescente emigrado que no encontraba la paz ni en las largas noches, me convertí en esa nefasta celebridad que no solo había quemado el bote de basura del laboratorio con intenciones de encender la escuela, sino también de haber vencido por azar a Kamala, el alumno más gordo y fuerte del colegio.


Todos me miraban como un bicho raro, no sabían si darme la mano, salir corriendo o aplaudirme, hasta los profesores sabían de mis hazañas, pero me habían dejado seguir, esperaban que yo cavara mi propia tumba, mis superiores estaban jugando un póker abierto, esperando ese error, ese último error que no tardaría en cometer para que tuvieran el pretexto perfecto y por fin borrarme de la historia.


Solo una linda profesora me sonreía, no puedo hablar de ella, ni decirte su nombre, tampoco que asignatura impartía, solo recuerdo que en su sonrisa encontré el consuelo que no me daba mi madre y me acerqué a ella. Se agachó y me peinó mi fleco para atrás y riéndose dijo – Tan flaquito que eres y tan menudito ¿Cómo venciste a Kamala? No lo creo y menos aún que incendiaras el laboratorio de biología, tienes una cara de niño bueno – Lo dijo mientas se tapaba la boca dejando escapar una carcajada.


Yo permanecía callado, mirando sus ojos y ella los míos, pero me sacó del trance – Hay Fernández, eres tan lindo, tan abrazarle ¿Tu mamá vive contigo? –


– Sí profesora –


– Que bonito acento, una mezcla de todo, te he escucho cuando les gritas groserías a tus compañeros, esa mezcla me mata flaquito – Y dejó escapar otra escandalosa carcajada.


Yo la miraba fijamente sin decir nada, ella me peinaba y yo sin perder la forma empecé a sentir algo raro, era su escote, sus ojos, tener a una mujer madura tan cerca, empecé a sentir algo extraño y tuve una erección. Tomé una libreta que tenía cerca para disimularlo, pero ella se había dado cuenta.


Retiró la libreta y me vio, se empezó a reír y me avergonzó, me puse tan rojo que podía brillar en la noche y salí corriendo como un niño asustado. Empecé a sudar, la profesora me había desconcertado, nada de esto era normal. Caminé por el patio de adoquines grises y miré como un niño corría con un balón de futbol americano, no tardaron en alcanzarlo y le cayeron como veinte tipos encima. Al ver ese alboroto me lancé en vuelo, era inevitable y de pronto apareció El Muerto, así le decían al coordinador actual, quien antes había sido mi profesor de matemáticas y me dijo – Fernández, está usted poniendo el desorden nuevamente –


Todos los chicos se levantaron y se fueron, pero el coordinador seguía en su perorata llamándome la atención a mí solo; nadie dijo nada, por el contrario, todos se alejaron alegres de que El Muerto la hubiera tomado conmigo y yo sin poderle decir nada – Pero qué coño, no se daba cuenta que yo solo iba pasando y me lancé en vuelo sobre todos – Eso lo pensé, pero no lo dije.


Después de firmar otro maldito reporte que aceleraba mi expulsión seguí caminando por esos adoquines grises y para mi desfortunio me encontré a dos chavales que eran apodados Viruta y Capulina, por su parecido físico con aquellos comediantes mexicanos que eran inseparables. El estúpido de Viruta que quitó mi portafolio y como si de un balón se tratara se lo pasó por aire al gordo de Capulina, quien lo interceptó en tránsito. Esto no era divertido para mí, pero ellos seguían con ese estúpido juego pasándose mi portafolio por aire hasta que Viruta no lo pudo atrapar y fue inevitable ver como mis libretas se esparcían por el suelo, mis bolígrafos y lápices, todo roto, aquel portafolio que me había comprado mi padre reventó con la caída y quedó inservible. Capulina gritó a Viruta – ¡Vámonos, ya la cagaste! – Y salieron corriendo.


Yo no tenía con quien quejarme, pues nadie me creía, menos mis superiores, entonces de entre los charcos recogí las pocas cosas que se salvaron y las abracé contra mi pecho, no entendía porque lo hicieron, Viruta y Capulina eran buenos estudiantes y pensé que tal vez algún coordinador o maestro los había mandado para que yo cayera en provocaciones, pero contuve mi impotencia, mi rabia.


Pegué con cinta algunos libros y libretas y puse mi portafolio al revés, como si de una caja de zapatos se tratara, como le iba a decir a mi padre que estaba a punto de ser expulsado, y para colmo que el portafolio que recién me había comprado dos semanas atrás estaba destruido, caminé bajo la llovizna que terminó por convertir en sopa de letras mis útiles escolares, entonces al pasar por la primera papeleta decidí tirarlo todo a la basura.


Vi como esas hojas se pegaban y yo tenía que seguir, aunque sin útiles caminaba más ligero de equipaje. Solo esperaba que no me fuera a encontrar una autoridad, lo que podían hacer era pedirme mis útiles y yo con otro cuento chino de esos que si la lluvia, que si los compañeros, que todo el puto mundo conspiraba en mi contra. Era como la vida real cuidándome de los policías y de los ladrones.


De pronto se volvió a alegrar mi día, apareció la profesora y me secó las mejillas, parecía seguirme de cerca y dijo – Nada es por azar, si venciste la enormidad de Kamala puedes vencerlo todo –


– ¿Y usted como sabe todo eso profesora? –


– Aquí ninguno de tus compañeros guardó su voto de silencio y hasta la Coordinación llegó la crónica del bote de basura que incendiaste y la pelea con Kamala, son unos chivatos y los coordinadores no reaccionan, están esperando cualquier motivo para expulsarte, pero yo sé que tú eres buen niño, tal vez te hace falta la atención de tu mamá –


– ¿Usted no quiere ser mi mamá? –


La maestra reventó en una carcajada sin poder parar de reír, yo la observaba serio y después de secarse los ojos que le lloraban por las risas me dijo – No flaquito, estoy esperando un bebé, y sé lo que puede sufrir, pues el idiota con el que me metí se enteró de que estaba embarazada y me dejó, desapareció –


– Si yo fuera el papá no la hubiera dejado nunca profesora –


La mujer se enterneció y me dio un abrazo tan fuerte que pude sentir su vientre prominente de que estaba en cinta y sus senos llenos de maná maternal. Me quise controlar, pero no pude, tenía que pensar en un pastel o en un helado de vainilla, pero por más que traté de evitarlo volvía tener una erección. Ella no se apartó, por el contrario, me abrazó más fuerte y me preguntó – ¿Tienes novia? –


– Va usted a pensar que soy un tonto, pero nunca he besado a nadie –


La maestra me volvió a abrazar y me dijo – No sé si esto esté bien, pero yo puedo ayudarte a que mejores en la escuela, siento algo especial por ti, no sé si es ternura, te veo tan desamparado, tan solo, si quieres ven a mi casa por las tardes, yo vivo sola y muy cerca de aquí –


Me dejó su dirección y se marchó no sin antes darme un beso en la frente, como una mamá, pero esta mamá me provocaba erecciones.


Seguí mi camino hacía la salida del colegio y una incipiente lluvia me empapó, no hacía frío, mas sentía un enorme vacío por mis cosas perdidas, caminé sin importarme que la precipitación apretaba. Poco después y en la esquina del colegio enconaré a un destacado compañero de apellido Amaro, disfrutando un helado con ese frío. Él levantó la mirada, y noté su inmediato nerviosismo; me acerqué imprudente pensando que sabría algo que yo no, desde hacía tiempo sufría ese tipo de delirios; mi sorpresa fue encontrarlo con su madre y otro niño, debía ser un poco más joven que mi compañero; en cuanto le vi reconocí esos ojitos pequeños y rasgos mongoloides, el Síndrome de Down era más que obvio. Saludé haciendo gala de mi pobre educación, intentando ocultar mi gañanía pregunté con delicadeza si el niño era hermano de Amaro; éste lo negó rotundamente, pero no había terminado la frase cuando su madre le increpó – ¡¿Por qué siempre nos niegas?! –


Sin despedirme emprendí la huida avergonzado, salí del local escuchando a la señora recriminar, Amaro me alcanzó y tirándome del brazo me imploró – No le digas a nadie, por favor – le sonreí discretamente, no me sentía con ánimo de hablar con nadie y menos recriminar a alguien que se avergonzara de su propio hermano, me alejé dejándolo ahí, con la duda de si alguna vez por indiscreto o desgraciado diera a conocer la condición de su familiar.


Pobre pequeñito, nada malo tenía padecer Síndrome de Down, había bastante cabrón suelto y con peores intenciones, este era el mundo de apariencias e hipocresía, esos destacados alumnos sin corazón. Llegué como pude  a la casa, por mí me hubiera tirado al flujo vial, pero no sé de donde saqué fuerzas para continuar.


Llegué y me acosté en cama, la situación de mi pronta expulsión me atormentaba y el recuerdo de la profesora me mataba a pajas. ¿Cómo la había podido dejar el padre de su hijo a su suerte? Mi padre era un cabrón, pero jamás capaz de algo así, pobre maestra, tal vez también era una incomprendida como yo.


No sé si era mi imaginación, pero creo que la profesora sentía cierta atracción por mí, yo le contaba todas mis fechorías cuando la encontraba en la escuela, mientras que ella me contaba otro tipo de cosas, llegamos a tener mucha confianza, la profesora disfrutaba de nuestras charlas, se reía mucho, siento que le encantaba escucharlas y me alentaba a seguir firme en mi forma de pensar, con nadie podía hablar con tanta soltura. Pero la vida para mí era otra, giraba en torno a mi desastre y mi absurdo paso por esta vida que se reducía a los patios de adoquines grises de ese colegio prestigioso.


Un día me animé después de darle mil vueltas a mi cabeza, me dirigí a la casa de la profesora pensando en verla, pero, tantas preguntas aparecían en mi mente, estaba realmente nervioso, toqué el timbre y me sudaban las manos, parecía que me estaba derritiendo, entonces ella salió por la ventana y me vio, su sonrisa fue explosiva – Ahorita bajo flaquito –


Se tardó tanto y eso me ponía más nervioso, por momentos pensaba en huir, pero por algo había llegado hasta ahí, y es que fuera de la escuela todo era tan distinto. Hasta que me sacó de mis pensamientos cuando abrió la puerta. Traía un vestido blanco que la hacía verse como los mismos ángeles, me gustaría describirla, pero no puedo, me quedo con su retrato en mi memoria, yo tenía tan pocos años y ella… ella no lo sé.


Me invitó a subir y me dijo – ¿Quieres un refresco? ¿Ya comiste? –


– No tomo refrescos profesora, solo agua –


– ¿Por qué estás tan pálido flaquito? –


– Estoy nervioso, un poco nervioso –


– Cálmate, todo va a estar bien – Se me acercó y me dio un beso en la frente, después en el cachete hasta que llegó a mi boca. Yo no sabía cómo responderle y sin preguntarle nada me dijo – Solo mueve la boca, como lo hago yo –


Fue desastroso, los nervios, la inexperiencia, nada era como en los sueños, la vida real era diferente, entonces le pregunté – ¿Me va ayudar a salvar el curso? –


– Ojalá se pudiera flaquito, pero tu ya sabes que está todo perdido –


– ¿Entonces lo de venir aquí no es para estudiar? –


– ¿De verdad quieres estudiar? –


Una sonrisa picaresca me puso en evidencia y dije – No, la verdad es que solo la quería ver, ojalá que no me enamore de usted –


– Flaquito eres tremendo, así le has de decir a todas –


– Nunca profesora, usted es la única, la primera y quiero que sea usted solo usted –


Mi seriedad la hizo ponerse seria y se desabotonó el vestido blanco diciendo – ¿Te gustan? – Miré sus senos desnudos y sentí que se me nublaba la vista, podía darme un infarto con esas sorpresas, tomó mi mano sudorosa y me dijo – Tranquilo, tócalas, tócalas despacio –


Las empecé a palpar y eran mucho mejor de lo que me hubiera imaginado, se me acercó tanto hasta que su aureola derecha estaba pegada en mi cara y empecé a besar, ya para aquel entonces mi aureola de ángel había desaparecido, y me perdí en ellas, en ella, quería que ese momento no terminara, pero como no di el paso ella lo dio mostrándome el camino, me llevó a su alcoba y me dijo – Vas a ser uno de los mejores amantes, pero tienes que hacerme caso –


Se deshizo del vestido y me pidió que la besara, que la besara completa – Muy bien Fernández, con la lengua hacia arriba, así puedes hacer que alguien dure horas – repetía entre gemidos ahogados.


La profesora lo estaba disfrutando, pero por momentos tenía una preocupación en su cabeza, era yo, o lo que estaba haciendo conmigo, y me dijo – Si sientes asco o te encuentras mal paramos –


– No maestra, todo está bien, nada de asco –


Me empezó a dar consejos de como besar y mover mi lengua, era como si hubiera esperado ese momento toda mi vida, pero a la vez no sabía qué hacer. Me sacó de mis pensamientos con un grito que la hacía temblar y se incorporó para quitarme la ropa. Vio mi pene erecto y preguntó – ¿Siempre está así? –


– Desde que la conozco más –


– ¿Y qué haces cuando piensas en mí? –


No pude responderle y me dijo – Esto va a ser mejor –


Me empezó a besar el pene que sentí que se me iban a caer las uñas, ella al darse cuenta de mi precocidad y de que era mi primera vez me dijo – Házmelo –


– ¿Cómo? –


Solo un idiota novato no sabía por dónde empezar, pero ella con su mano lo colocó por donde debía ir, y era en verdad fascinante, por primera vez un adulto me había encaminado hacia un lugar que no podía dejar de seguir. Lo hicimos, ella gritaba, me decía como, que era excelente, y sus temblorosas manos rasguñaban mi espalda. Terminé y ella me dijo – No te muevas, quédate en mi –


Así lo hice, hasta que me quedé seco. La profesora me limpió el sudor de la frente haciendo mi fleco para atrás como en aquellos días y me dijo – Eres un amante increíble flaquito, si te enseñan puedes aprenderlo todo bien –


Yo me quedé pensando, pues en las clases de formación humana nos habían hablado del embarazo y los métodos anticonceptivos, entonces le pregunté – Maestra ¿Vamos a tener un bebé? –


La maestra estalló en carcajadas y yo preocupado le recriminé – Imagínese si su hijo es mitad gallego y mitad chilango, lo van a molestar mucho en la escuela –


La profesora se enterneció – Dame un abrazo –


Me abrazó tan fuerte que no había sentido nunca un cariño así – Entonces maestra, ¿Vamos a tener un bebé? –


– No tontito, estoy embarazada de cuatro meses y mientras esté embarazada no puedo volverme a embarazar –


Me dio tristeza, pues yo quería tener un hijo con ella, pero apenas me podía limpiar el culo a mí mismo como para tener un hijo, se me quedó mirando mientras se tapaba con sus sabanas y la noté como si quisiera llorar, pero no lloró, solo me dijo – A veces me siento tan sola –


– No lo está profesora, cuando me corran de la escuela vengo a trabajar para ese hijo que espera –


– Tienes que irte a tu casa flaquito, tu mamá te espera –


– No maestra, nadie me espera –


Me dio otro fuerte abrazo, tan fuerte que me cortó el aire, me besó en la frente y me dio unas llaves – Si alguien se entera puede ser un problema, no se lo cuentes a nadie –


– No maestra, nadie sabrá nunca de usted –


Se lo dije con tristeza y me fui a casa, la dejé en su cama y cerré la puerta echándole sus llaves por debajo, caminé y miré hacia la ventana, esperaba que ella estuviera asomada, pero no fue así, entonces seguí caminando.


El día siguiente el mundo había cambiado, todo parecía más tranquilo de lo habitual, la típica calma que antecede la tormenta. Caminaba por esos patios adoquinados esperando encontrar a la maestra, pero no la vi, para distraer mi soledad compré unas patatas fritas, como les decían en el cole, papas fritas con salsa valentina. Justo las terminaba cuando luego de chuparme los dedos lancé la bolsa vacía al aire, estaba en una planta alta y la lacé hacia el patio gris, entonces un grito me hizo correr al filo de la baranda para enterarme de quién se trataba. Otro Coordinador, apodado El Indio me miraba con rabia y despotricó – Por cerdos como tú está el patio así – mis ojos recorrieron aquel lugar y efectivamente aquello era un basurero – ¡Quiero el patio limpio en una hora! ¿Fernández verdad? – Sólo asentí – Voy a pasar el respectivo reporte – y se marchó dejándome con la titánica tarea de recoger todos los desechos de un patio gigante y allí expuesto al duro sol empecé a levantar bolsas de todo tipo de botanas y chucherías.


Cuarenta minutos después no había limpiado ni la cuarta parte del patio, no contaba con una escoba, ni con un recogedor. ¡Pero qué coño! Estas no eran condiciones laborales correctas; y el sólo hecho de llevar la basura que llenaba mis manos a las papeleras me hacía tardar mucho tiempo. Sudando de pies a cabeza y rojo como un tomate luchaba contra la sed y el calor para conseguir la tarea que se me había encomendado, me faltaba el aliento, cuando me agaché para alcanzar una bolsa vacía de galletas escuché un grito más fuerte – ¡Fernández! ¡Deje eso ya! –


Estaba esperando que fuera mi princesa, la bella maestra de una asignatura olvidada, pero no, la aguardentosa voz era de otra mujer mal encarada. Estaba volviéndome loco, si volvía a escuchar mi apellido de nuevo iba a perder la cordura, gritaría como loco y me revolvería en la basura, desnudo.


Era Miss Trini, la directora de la institución, miré atemorizado hacia ella, que de sólo estar ahí destilaba autoridad –Fernández me hubiera gustado ayudarlo, pero usted no lo permite – no me dejó hablar y se fue, levantándome el castigo, dejándome ahí solo en el patio.


Desconcertado caminé hasta el aula – Te anda buscando El Camarón – Me dijo un compañero, un minuto después el Coordinador estaba frente a mí – Tenemos que hablar – otro reporte, otro regaño imaginé, caminé resignado tras él, como un condenado que ya sabe su destino.


En cuanto entramos a su oficina el ambiente se tornó más tenso, esperé paciente hasta que el Coordinador rodeó su escritorio y se sentó en su silla – Bueno Fernández hoy es el día, no importa el por qué, debió haber pasado hace mucho tiempo – sabía de lo que hablaba y aun así no daba crédito a sus palabras – ¿Y ahora qué pasará conmigo? – pregunté ingenuo – No lo sé – me respondió negando levemente con la cabeza y rascando su barbilla – No sé qué pasó contigo Fernández, no eres mal muchacho; espero que esta expulsión te sirva de algo y te encamines, vamos a liberarnos de esta dura frustración los dos, es hora de tomar caminos diferentes –


– Entonces me voy –


– Así es Fernández, no hay árbol malo que de buen fruto, pero tienes un talento especial, deberías aprovecharlo, tenerte aquí es lo peor que puedo hacerte –


– Profesor, sé que no merezco nada, pero, ¿podría hacerme un último favor? –


Don Camarón arqueó las cejas y con una señal me dejó hablar – ¿Podría decirle a mi padre que ya no me van a dar reinscripción? Es que eso de “expulsión” suena terrible, trágico –


El Coordinador me sonrió y tuvo a bien darme esa última voluntad, que supo a última cena de un condenado a muerte. Como había predicho las consecuencias no fueron tan devastadoras como si la palabra “expulsión” se hubiera colado en mi expediente, salí de ese colegio por la puerta pequeña y para siempre, nada de gloria ni admiración, esa que uno piensa tontamente que se gana cuando es un bribón, me iba yo como se fueron Macrino, Quesada, Wally, Mota, Calderón y tantos otros; en un par de semanas me olvidarían.


– ¿Nombre de su tutor? ¿A quién lo dirijo? –


– A mi padre por favor, Andrés Fernández –


Me miró y siguió redactando mi salida del manicomio. Yo no caía en cuenta, solo miraba fijamente a ese hombre sin tener palabras ni argumentos, El Camarón no era un mal tipo y redactó un reporte blanco con efectos letales, de esos que ayudan a digerir las noticias un poco mejor, ya bastante tenían mis padres con tener un hijo como yo.


El Camarón estaba conmovido y tuvo ese gesto de camaradería, me dio la mano y me peinó el fleco hacia atrás; esta vez no pasaría de ahí, pero dejando las bromas atrás, este día se cerró un triste y vacío capitulo en mi vida, de este errante que no sabe por dónde camina, adiós promesas rotas, adiós expectativas, adiós patios de adoquines grises.




martes, 5 de junio de 2018

Volo Inesatto


Imprecisión al pensar mal, y por desgracia el Presidente de mi empresa decidió luchar una guerra que no podía ganar; afectando solo a la gente trabajadora, a menudo tenía que cruzar largos trayectos en carreteras tan inciertas como misteriosas. Mi negocio dependía de viajar, incluso a las zonas más conflictivas, pues en el norte del territorio nacional se fabrica casi todo el acero del país; y muy a menudo a mí me tocaba ir a las plantas manufactureras, entre las que destacaba nuestro mayor socio comercial.

 

Yo no sentía miedo, viví mi adolescencia cuando la E.T.A. ponía bombas aleatoriamente en Vitoria, había enfrentamientos con la policía, quemaban autobuses y conteiners, y pese a ver a la gente atemorizada yo salía de fiesta, si crees que soy un loco, pues has acertado.

 

Vino la oportunidad de trabajar fuera de mi país y pensé – Si no lo hago yo, seguro que alguien más toma esta oportunidad, y eso era mejor que quedarme en casa –

 

Entre el año 2009 y 2012 viajaba por carretera hacia el norte por lo menos 10 noches al mes. La importante ciudad industrial que no figura en el mapa guardaba un sin sabor como daga, preparada para la mañana incierta.

 

Por el buen resultado en cuanto a ventas nos enviaron a hacer una visita a esa ciudad de la que no puedo dar el nombre. Junto con el Director General de Servicio de América, dispusimos la agenda para reunirnos con nuestros clientes de esa entidad.

 

Recuerdo aquella noche en esa cuidad donde llevaba pocos años viviendo, estábamos cenando en un restaurante llamado El Almacén. Lorenzo Caprino, Manager de FIMI para Latinoamérica, Maximiliano Mandolina, director de la empresa, Cesar Pérez, un técnico, y yo. Al calor de una conversación empezamos a bromear con el tema del narcotráfico, un tema delicado que tratamos de suavizar con mofas sobre el estereotipo de quienes se dedican a dicha actividad.

 

Les hice creer en broma que eran bajitos, barrigones y con sombrero; entre risas amargas hablábamos sobre la “supuesta” peligrosidad del territorio que visitaríamos la mañana siguiente, sin más remedio alenté a mis acompañantes diciéndoles – Yo he ido mil veces y a mí no me ha pasado nada –

 

– Pero me han dicho que es peligroso – me comentó uno de ellos.

 

Y yo le decía a los italianos – ¿Qué quieres que te cuente yo? si a mi no me ha pasado nada, es evidente que hay que tener cuidado, no hay que ir de noche a sitios raros, hay que viajar de día, y echar gasolina en los cruces de autopistas principales –

 

Con el tema en la cabeza salimos a las cinco de la mañana en mi Audi del año, un coche grande, de color negro. Yo suelo conducir máximo a 130 km/h porque soy muy despistado y falta que con mala suerte me parta la cabeza. Llegamos a una cuidad principal y allí tomamos una recta hasta nuestro destino que quedaba a menos de 200 kilómetros, entonces le dije a Lorenzo Caprino – Aquí hay que echar gasolina, es un cruce grande donde hay un parador muy seguro –

 

Cuando estábamos en la gasolinera Lorenzo me dijo curioso – ¿Questa è la strada diretta que posso correre a duecento chilometri per ora? –

 

– Sí, claro, esta es la autopista en la que no pasan coches, es tan plana que se ve el horizonte y que puedes ir a toda velocidad –

 

– ¿Puedo llevar el coche? Es que en Italia 110 es la máxima –

 

– Dale –

 

Lorenzo al volante, Mandolina en el asiento del copiloto, Cesar y yo atrás.

 

Lorenzo arrancó y pisó el acelerador a fondo; en sus ojos se le veía eufórico con juguete nuevo, seguro pensaba que en Italia con las multas de más de mil euros, las carreteras angostas que no le permitían correr, se sentía libre, como un caballo desbocado, para resumir, el camino que suele llevar dos horas lo hizo en una hora con cinco minutos al lugar del siniestro, y de paso se comió medio tanque de gasolina.

 

¡Siniestro! Sí, vino la hora oscura, sorpresiva como el depredador espera a su presa, premeditada y con sangre fría. Antes de llegar a nuestro destino había un famoso pueblo; y es famoso porque hay una historia de un hombre que recorrió todo Latinoamérica en moto, y al llegar a dicho poblado le detuvo la policía y querían quitarle la moto y mucho dinero, los oficiales le hacían dibujos – Si tu no me das mil dólares, ¡cárcel, cárcel, cárcel! – dibujándolo a él entre las rejas.

 

Entrando a al pueblo había una camioneta blanca detenida en el medio de la calzada, y nosotros pasamos con la rapidez de una flecha a su costado y vimos por el retrovisor que esa camioneta blanca se metió en nuestro carril intentado seguirnos; entonces Lorenzo dijo – Merda –

 

Él se pensaba que era como en Italia, que a veces hay coches lujosos como el Lamborghini blanco de radar, pues Lorenzo se pensó que era un radar. Entonces bajó la velocidad, que si no la hubiese bajado con suerte entrábamos al pueblo y ya no hubiéramos tenido problemas. Pero él redujo y esa camioneta blanca se nos puso detrás como veinte segundos, poco después aceleró, se metió por el arcén y se nos emparejó, solo pudimos ver esos cristales polarizados y una silueta que hacia esfuerzos para vernos poniendo las manos en la ventana tratando de enfocarnos mejor. De pronto frenó para quedar detrás nuestra, entonces repitió la maniobra y se nos emparejó pero del otro lado, bajaron la ventanilla y nos sacaron un AK 47, mejor conocido como cuerno de chivo.

 

Con el arma nos habían intimidado, entonces Lorenzo pegó un frenazo y la camioneta blanca frenó a tiempo quedando justo detrás nuestra, bajaron otra vez la maldita ventanilla y una voz rota gritó – ¡Que venga el conductor! –

 

Lorenzo golpeaba el volante – ¿Qué hago? ¿Qué hago? –

 

– Vete o ¿vamos a esperar aquí a que nos disparen? –

 

Lorenzo con miedo abrió la puerta y se bajó; había que ver a ese personaje, Lorenzo es la viva imagen de Fito Páez, se parece tanto, en el aeropuerto le detienen para pedirle fotos y autógrafos. Tiene el pelo igual, las gafas, la barba, el tipo iba con un pantalón de vestir azul, zapatos elegantes italianos, una de verano y de camisa.

 

Fue caminando hasta la camioneta, cuando él llegó bajaron la ventanilla y le pusieron una pistola en la cabeza al tiempo que le decían – despacio, sin movimientos rápidos, danos tu credencial –

 

Lorenzo más pálido que un papel preguntó – ¿Qué es la credencial? –

 

– Tu identificación – Recriminó la voz rota que provenía del interior de la camioneta blanca.

 

El abrió su saco, sacó la cartera y se la dio, aún recuerdo como abrió su cartera, como con pinzas de cirujano, a través de la ventana lo veía todo, y un pequeño respiro me vino cuando le quitaron la pistola de la cabeza y lo dejaron volver caminando hacia nuestro coche.

 

Ese fue uno de los momentos más fríos de mi vida, cuando Lorenzo subió al coche parecía un muerto, con los ojos fuera de sus órbitas y el alma le había abandonado, entonces como si de un robot se tratara iba a comunicarlos lo que le habían dicho a él. Yo pensé que todo había terminado, pero lo que nuestro amigo iba a decirnos me pondría los nervios de punta – Me han dicho que tenemos que seguirles –

 

– Pero… ¿cómo les vamos a seguir? – Replicamos los demás – En cuanto puedas y se despisten acelera, así nos escapamos –

 

Pero Lorenzo no reaccionaba – Me han dicho que si intentamos escaparnos nos matan –

 

– Bueno Lorenzo, y si vamos con ellos… ¿Qué nos van a hacer? –

 

– Me han dado su palabra de hombres que no nos van a hacer nada –

 

Y salta Mandolina – Ahh por culo, pero cuando dicen eso en las películas te matan –

 

Entonces nos empezamos a reír todos de los nervios, a carcajadas, justo en el momento que la camioneta blanca pasaba a nuestro lado, se quedaron en paralelo mirando cómo nos reíamos, sin decir nada, como concediéndonos esas últimas carcajadas.

 

No sé qué habrán pensado, tal vez que estábamos locos, y sin darnos importancia tomaron la delantera para que nosotros les siguiéramos. De las carcajadas pasamos a tener caras de sepulcro, ni el ruido de una mosca se escucha allí, seguimos hasta la entrada del pueblo, en los alrededores de un conglomerado industrial, se metieron por la parte sur de la ciudad y nos pasaron por delante de la policía, la camioneta blanca se detuvo, justo frente a la comisaría, se bajó el conductor, quien venía armado, nos pidió bajar la ventanilla y dijo – Miren ustedes que a nosotros la policía no nos hace nada, así que no se les ocurra llamarlos, no les hemos quitado los celulares, así que no llamen a nadie, y menos manden ubicaciones, ya vieron que aquí somos intocables –

 

El tipo de no más de treinta años de piel apiñonada subió a su camioneta para que le siguiéramos. En la camioneta blanca iban cuatro, un conductor, el copiloto y dos pistoleros. Nos llevaron hasta un barrio feo, sin asfaltar, una vez detenidos duramos cerca de diez minutos adentro esperando, como quien espera la muerte o un milagro.

 

Lo que creí una vieja casa de campo no era más que un desguace, habían coches quemados y al ver eso adiviné nuestro destino, no pintaba nada bien, alejados de los ojos de todos y a merced de unos desconocidos esperamos instrucciones.

 

Abrieron las puertas de su cuartelillo de posición, nos pidieron bajar de la camioneta soportando el terrible sol que quemaba como si estuviéramos a cuarenta grados en pleno mes de julio, se bajó el copiloto, quién llevaba un chaleco con granadas, él era el jefe, piel canela, no más de treinta años, alto, delgado, con ojos locos, busqué en sus miradas ausentes la clemencia, pero los encontré vacíos.

 

Él nos miraba, se soltó el chaleco, se quitó las granadas, las tiró contra el suelo y vino a charlar con nosotros, después de una pausa le dijo a Lorenzo – Bueno, tú eres Lorenzo Caprino, ¿y tú? ¿Tú eres el otro italiano? –

 

Entonces Mandolina le respondió – Sí, Maximiliano Mandolina –

 

Después me mira a mí y me dice – Entonces tú eres el español – y después miró a César y le dijo – Tu no hace falta que me digas nada, porque tienes una cara de local –

 

César que es regordete, moreno y de cejas pobladas asintió. Después vino esa serie de preguntas incomodas – ¿Quiénes son? ¿A dónde van? ¿Con quién vienen? ¿A qué vienen? ¿Cuánto tiempo van a estar aquí? ¿Qué vienen a hacer? –

 

No las recuerdo todas, pero evité involucrar a cualquiera de mis clientes, por la cuestión de las extorsiones, ellos dedujeron que ni yo ni los italianos vivíamos en el país, porque el coche estaba a nombre de la empresa.

 

Nos dejaron subir a la camioneta para tener encendido el aire acondicionado, pues ese calor sofocante quemaba al entrar por la nariz. Y allí nos dejaron mientras por el radio repetían nuestros nombres una y otra vez para averiguar si alguien nos conocía.

 

Una hora después volvió al coche, cuando ese tipo se acercaba se podía esperar cualquier cosa, pero en esta ocasión quiso ser amigable a pesar de que nunca se deshizo de la metralleta y nos preguntó – A ver ¿Si yo fuera italiano a que equipo de fútbol le iría? –

 

– Al Nápoles ¡maldito mafioso! – Pensé en mis adentros, pero Mandolina, que no perdió los papeles le respondió – Al inter de Milán, campeón de Italia, campeón de Europa, campeón de copa –

 

Él se acercó más y nos dijo que su equipo era el Santos Laguna; los italianos se miraban entre ellos como si nunca hubieran escuchado mencionar ese club, solo César y yo sabíamos de qué equipo se trataba. Después nos pidió un poco más de paciencia, pues no sabía que hacer aún con nosotros.

 

Argumentó que estaba intentando darnos la seguridad para circular por nuestro destino, cuando yo creo que todos somos libres de circular por donde queramos; pero ellos tenían el poder y las armas, y sin su bendición y su permiso no seríamos capaces de volver a ver ni el anochecer.

 

Nos quedamos retenidos otra vez arriba del coche, el tipo se volvió a ir y de pronto me desvanecí, no supe como pero me quedé dormido como si no pasara nada, los italianos flipaban, pensarían, este desgraciado aunque peligre nuestra vida se duerme.

 

Volví en mí y el silencio de la larga espera carcomía a mis acompañantes, y me dijo Mandolina – Pero tu duermes como si nada pasara, están a punto de matarnos –

 

Lo noté molesto, tal vez desquiciado; después Lorenzo tragó amargamente la saliva – Allí vienen otra vez –

 

Regresó nuestro amigo el mafioso y nos dijo – Son libres de circular por mi ciudad, bienvenidos – nos pintó unos números en la matrícula y nos liberó seis horas después.

 

Respiré profundo; no sé si sentí alivio, impotencia o desgano, solo recuerdo lo que vi a través de la ventana del coche. Volví a mirar ese desguace con aquellos cuatro hombres de quienes fuimos rehenes; entre ellos jugaban, se apuntaban con las armas, reían, se golpeaban y todo parecía un juego, no les importó nunca saber quiénes éramos, si teníamos familia, hijos, o si alguien nos esperaba, nada era trascendental, solo éramos eso; rehenes atrapados en el tiempo.