viernes, 21 de diciembre de 2018

En la Penca del Maguey


Odiaba los palenques; ese desolado lugar donde los gallos pierden la vida peleando unos contra otros y entre gritos, aplausos y apuestas tuve que descubrirlo; pasaba cerca de un bote de basura, allí dentro de un palenque y vi a esos gallos con la mirada extraviada, sus cuerpos desplomados unos sobre otros y mi corazón se encogió, me sentí tan mal y mirando ese ruedo lleno de arena y sangre me salí a tomar el aire, juré no volver a ir a un palenque hasta que uno de los artistas mexicanos más grandes de la historia decía adiós por siempre.

Se trataba del gran Vicente Fernández, harto de la prensa y las presiones había anunciado su retiro, su cabello canoso, tantos años en el escenario y esos reporteros imprudentes que le acosaban sin parar con la pregunta – ¿Cuándo te retiras? –

Él lo confesó y dijo – Pues ahora es cuando – Movido por el impulso le dijo adiós a su público y en su última gira y una de las últimas presentaciones lo encontré. Fue a la feria de Pachuca, hablando de palenques, malditos palenques.

Tiempo atrás había intentado establecer contacto con el charro de voz inquebrantable, por medio de Juanjo, su asistente, quien era padre de una de los alumnos de una de mis mejores amigas; pero Juanjo siempre nos cerró las puertas, cuando Vicente hacía gira por ciudades cercanas, Juanjo nos negaba todo tipo de comunicación. Es el clásico manager que tiene dos caras, de corta estatura y cara grande terminó por no volver a contestar su teléfono.

Me comuniqué a la Feria de Pachuca, pues ese manager no era el camino para encontrar al charro y a mi llamado acudió Ximena, una encantadora muchacha que trabajaba para ellos, le conté que estaba interesado en ir, en conocer, en valorar la gastronomía y en particular ver a Vicente Fernández por primera vez en un palenque.

Ella con amabilidad, e incluso me atrevería a decir que ternura me dijo – Ven a Pachuca, aquí yo te atenderé personalmente –

Era raro creer que alguien a quien nunca había visto en mi vida, y que tampoco me conocía en persona me brindara ese apoyo y su teléfono personal. No lo pensé más y le dije a mi amigo Noé Flores que me acompañara a Pachuca; en aquel tiempo ambos vivíamos en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.


Por Cierto, Noé es el de la izquierda.



Por una extraña razón él se animó y emprendimos el largo viaje hasta la tierra de la verdadera barbacoa, Pachuca, con su fuerte viento y esas mañanas frías y nubladas.

El recibimiento de Ximena fue de lo más emotivo, parecía alguien dedicada totalmente a mi y a Noé, comimos juntos, me enseñó la ciudad, incluso eso le trajo problemas, pues sus compañeras de trabajo le empezaban a hacer caras y a complicarle la vida, insinuándole que solo paseaba con el novio.

Entre risas le dije si le molestaba que la relacionaran conmigo, Ximena era muy seria, pero pude sacarle una carcajada, todo era un misterio en aquel lugar, pues por alguna inexplicable razón Ximena nos trató a Noé y a mí como si fuéramos una visita personal o amigos de toda la vida.

Entró a la oficina y su semblante cambió, parecía haber entristecido y me dijo – Óscar, te tengo que dejar, las de la oficina de la feria se han quejado de mí, nos comunicamos más tarde, no podré llevarte hasta Vicente Fernández, pero el hará una rueda de prensa, parece que se despide esta noche –

Se alejó y miré a Noé, pues Ximena había hecho hasta lo imposible por hacernos sentir bien en todo momento, comimos la deliciosa barbacoa y tomamos los pulques de sabores, visitamos la bella airosa y después nos sumergíamos en la soledad profunda de un frío atardecer.

Llegó la noche y fuimos mi amigo y yo hasta el lugar donde el charro más grande de México daría su rueda de prensa; contrario a lo que pensamos eso parecía un manicomio por la desorganización, estaban más de doscientos reporteros de las cadenas y televisoras más importantes del país esperando ingresar en la sala.

Había rejas, y todos en la acera empujándose por entrar. Salió uno de los organizadores y dijo – O se comportan o no los paso –

Parecían chimpancés en un zoológico apiñados, empujándose e insultándose y el orden no se establecía. Después de unas horas de empujones y frio llegó una camioneta negra, era él, el gran Vicente; el señor bajó su ventana y ante nosotros se dibujó la silueta de un hombre ya muy cansado, con tantas batallas a cuestas. Los reporteros se lanzaron al cofre, sin piedad, gritando, preguntado, mas golpes, empujones y entonces un periodista llegó con su micrófono a la boca del interprete y se hizo es silencio para escuchar la pregunta más aberrante que jamás hubiera imaginado.

– Señor Vicente, cuéntenos ¿Cómo sigue de su próstata? –

Miré a Noé con incredulidad, todos nos quedamos más fríos que el clima y Don Vicente se enfadó – Estoy retirándome, es mi último palenque y que me falten así al respeto, a mis años, disculpen muchachos, pero ya no voy a dar rueda de prensa –

Fue ahí donde se esfumaron los sueños de conocerlo y auxiliado por policías, ejercito y estado mayor ingresaron la camioneta del artista en el estacionamiento del palenque que solo nos dividía por una maya ciclónica horrenda.

Empezaron los gritos y los empujones, querían golpear a ese reportero – Por tu culpa ya nos chingaron – y se hicieron de palabras, Noé me insinuaba que era tiempo de partir, pues la cosa se ponía fea, de pronto y arrastrados por la multitud de periodistas nos vimos estrellado en la reja, pues todos corrieron y nosotros quedamos hasta adelante, de los gritos no se oía nada y Noé me dijo – Me están aplastando la cámara, ya vámonos –

Entendimos la reacción de los reporteros cuando una silueta cansada se aproximaba a donde nosotros estábamos, era Don Vicente que se acercó y dijo – No se vale que sean irrespetuosos muchachos, yo les quería dar una conferencia de prensa, pero con esas preguntas no –

Nadie lo escuchaba, todos acercaban sus micrófonos como locos y le seguían preguntado incoherencias, Don Vicente se dio cuenta y dejó de hablar, les dejó gritar sin responder, él había quedado tan cerca de mí, solo una maya ciclónica nos separaba, misma maya que se me clavaba en los huesos y le dije – Don Vicente, me gustaría regalar un libro – Con la poca movilidad que tenía se lo enseñé y me dijo – Claro que sí –

– Pero es que por la reja no cabe y sería una grosería lanzárselo por arriba –

El me miró, mientras los reporteros seguían como poseídos y al ver ese espectáculo grotesco se fue; no faltaron los insultos, los chiflidos, mientras el señor se alejaba hasta perderse en la oscuridad del pasillo.

Pasaron 5, tal vez 6 minutos y salió un señor alto con sombrero negro empujó la reja pegándole a los reporteros en la cara y me miró de entre la multitud – Pásate güero –

Yo incrédulo me acerqué – ¿Yo? –

– Sí, tu –

– Pero vengo con un amigo –

– ¿Quién es? –

Señalé a Noé y el sombrerudo me dijo – Pasen los dos, en chinga –

Noé y yo entramos a pesar de sentir los tirones de ropa y los gritos de los reporteros y uno gritó – Pero esos pendejos no son de prensa –

Le respondí con una mentada de madre una vez estando detrás de la reja y le dije – Claro que no soy prensa, vergüenza son –

Mas chiflidos y mentadas de madre contra mí y contra Noé, regresé mi mirada a la multitud de periodistas y les dije – Miren, para la noticia de hoy – Y le pinté dedo con mi mano, Noé asustado – Cálmate, nos van a madrear ahora que salgamos –

El sombrerudo se echó a reír – Pero que divertidos esos de prensa, mandan a lo peorcito –

Le respondí con una sonrisa mientras le seguíamos, sin dejar de caminar; fue así que nos llevaron hasta el final del pasillo, después unas escaleras y directos al camerino del charro vivo más grande de México; Don Vicente Fernández.

Lo tuve de frente ante toda expectativa de fracaso, Noé y yo éramos los únicos invitados y le dije extendiéndole la mano – Señor Vicente, gracias por aceptar el libro, pero le voy a regalar dos –

Se sonrió – Yo leo a veces hijo, pero mi esposa Cuquita si los lee, ella me pondrá al corriente –

– Gracias por recibirnos –

– Yo llegué temprano para una conferencia de prensa, pero esta gente  solo me quiere insultar y faltar al respeto –

Nos quedamos hablando con un grande, todo lo que había tenido que pasar para llegar hasta la cima y esos pseudoperiodistas en unos minutos le querían quitar el ánimo en su último palenque al gran Vicente.

– A veces los inicios son más emotivos que los finales – Murmuró el charro y cada una de sus palabras tenía mucha luz, era una larga carrera donde se empieza solo y se termina igual, le cambié el tema y comenzamos a reír cuando le conté lo que les hice a esos reporteros, era lo que se merecían, el charro se despidió y me dijo – Gracias por los libros –

– Gracias a usted Don Vicente, es un honor haber charlado con usted, en realidad no me quisiera ir, primero por la compañía, claro y segundo porque allá afuera me van a partir la madre –

Don Vicente se empezó a reír, y se limpió los ojos – Yo te mando a mi guardaespaldas para que te saque lejos de ellos –

Noé dijo – La foto –

Posé con Don Vicente y la cámara se había atascado en la zona del lente – Ya les rompieron la cámara esos reporteros – dijo Vicente – Tranquilo hijo, ahora se compone – pues vio a Noé muy nervioso.

De pronto llamó a Juanjo, ese manager, quien sorprendido nos reconoció y Don Vicente le dijo – Haznos la foto chaparro –

Quién lo diría, el tipo que me lo negaba era quien me tomaba las fotos, como cambian las cosas, la despedida fue emotiva y escoltados salimos del lugar. Fue un placer Don Vicente y afuera la multitud de periodistas no resignados, aunque más calmados, nos vieron salir sin tocarnos un pelo y nos fuimos, algunos quisieron acercarse, pero no les di ni la mirada, pues podían desencadenar un problema.

Llegamos hasta la oficina de Ximena y ella preguntó – ¿Cómo fue todo? –

– Excelente, Conocimos a Vicente y pues básicamente fuimos los únicos –

– ¿En serio? Eso es muy difícil –

Eso pensé yo y lo seguía pensando, me fui a cenar con Ximena y con Noé y la fría noche de Pachuca nos cobijaba con la niebla y la voz del gigante se escuchaba por todo el complejo, por tu maldito amor, por tu maldito amor.




lunes, 3 de diciembre de 2018

Bajo Cero

Alguna vez escuché que todos los seres humanos estamos equipados con lo necesario para salir adelante, y aunque a veces las circunstancias no son favorables, las ventajas ajenas no son tan fuertes como creemos.

Pensaba que la vida quería mi cabeza, y no entendía por qué, eso me hacía sentir amenazado y comencé a vivir en el fracaso, lo conocí tan bien que aprendí a amarlo. Después solo quedaba dudar que todos tuviéramos la misma capacidad e inteligencia.

No es bueno culpar a otros si la culpa está en uno mismo; en mi caso ya no estaba en mis manos salvar el curso, se había salido la situación de todo control, el problema estaba fuera de mi coordenada, y como el tiempo no perdona había llegado el sexto y último periodo que determinaba quien aprobaba el curso y quien lo repetiría.

Como desahuciado de una extraña enfermedad terminal mis números iban en descenso y no me alcanzaba el promedio ni poniendo los números al revés para un resultado digno de un simple suficiente. Esto era peor que el clima de Rusia en invierno, bajo cero.

Sabía que iba a repetir el curso y ni un milagro divino podía salvarme, era más fácil resucitar un muerto; pero vaya mi cinismo, yo tenía que haber sido expulsado del colegio por mi horrendo currículo desde hace ya mucho tiempo.

Todos mis compañeros de andanzas estaban en la calle, y se podía decir que yo era un afortunado sobreviviente de la desgracia, o un enfermo terminal al que le alargaban la tortura.

Todo había quedado en peleas con mis compañeros, en malentendidos con los maestros, en quejas de la sociedad, en lamentos de mi padre y en parámetros que median mi inevitable descenso, yo quería cambiar, pero no sabía cómo, me sentía inútil, inseguro, y ¿a quién quiero culpar? Si la culpa es solo mía.

Seguiría purgando mi condena en esa maldita secundaria y un lunes cualquiera me encaminé calmado hasta el laboratorio de biología, tenía que hablar con el profesor sobre mis notas y unas tareas, pero no lo encontré. Esperando por él caminé por las mesas, por los estantes, que sólo tenían varios fetos humanos, en diferentes etapas de desarrollo, enfrascados con formol, los vi con mucha tristeza, y sentía que ellos también podían mirarme, su situación era triste, pues como yo ellos estaban aquí atrapados, nadie los había querido y por eso habían sido donados a la docencia, para ser observados por centenas de chiquillos que no alcanzaban a entender el milagro de la vida, permanecían inmóviles, queriendo esbozar una sonrisa que nunca pudieron dar. Miré por encima uno de los frascos sin tapa; y vi la cabeza perforada de ese pequeño, era evidente que en un momento de aburrimiento a algún rufián no se le había ocurrido una cosa mejor que apuñalar los pequeños cadáveres con su bolígrafo.

Sentí asco y más tristeza, al ver esos agujeros en las cabezas de los fetos, pobres pequeños indefensos, ni ellos se salvaban de la crueldad. Salí, pues no tenía caso esperar más al profesor, no lograba entender porque esos pobres niños no habían tenido la oportunidad de nacer; pero no eran niños, eran fetos, solo fetos, algo que mi mente no podía entender, y al verlos allí mis problemas ya no eran nada, todas esas almas me dieron fuerza y llegué a mi casa con las notas más bajas que cero, listo para esperar los gritos, esas verdades que no se podían callar.

– ¡Contigo me limpio el culo! – gritó mi padre al ver esas horrendas calificaciones.

Fue su primera reacción, y pensé – ¿Por qué no me abortaste? Podría ser un desgraciado feto con la mirada perdida y no te hubiera molestado jamás –

Y entre sus gritos me imaginé a mi padre limpiándose su peludo culo conmigo, pues mi mente es muy gráfica, tan duras como reales sus palabras, era un sabio, al principio no podía escucharle, pues me ponía muy nervioso, pensaba que después de acabar cada frase recibiría un buen bofetón, pero ese golpe no llegaba, hasta que de pronto, plaf, en la cara y las frases seguían especulando sobre mi persona, cuidado Óscar, que puede venir un segundo golpe, me repetía en la mente.

Después le seguía oyendo y él tenía razón, mi padre no era precisamente un poeta, ni expresaba las verdades de una manera muy adecuada, pero estaba lleno de sabiduría. Sus palabras no reparaban mi dignidad ni mi amor propio, además no contaba con un refugio para lamer mis heridas.

Mi cuerpo estaba decorado con marcas violetas, rojas y amarillas, eso era lo que me había dejado la escuela. Ya no le temía al dolor físico, que por doler me dolía hasta el aliento.

– Estoy harto de ti, me tienes hasta la mismísima madre –

Más de esas palabras se atascaban en mi tejido emocional y necesitaba un abrazo, pero qué coño, ¿un abrazo yo? No sabía lo que era eso y no lo necesitaba.

Reconocí en mi padre a un guerrero incansable, con una gran capacidad de insistir, no se rendía; él estaba convencido de que sus métodos educacionales eran los correctos y no desistía; su tácita favorita era evidenciarme, sin importar cuanta gente estuviera cerca.

 El no entendía que yo no podía convertirme en un estudiante modelo y las humillaciones me hundían en un abismo que me tragaba y me conducía al vientre de la bestia; a un inframundo en el que yo era Sísifo; cuando creía que podría salir avante de la lluvia de gritos e insultos, que sortearía todas esas lanzas que se clavaban en mi alma, mi padre siempre ágil para esos menesteres encontraba una nueva forma de derrumbarme; de arrastrarme hasta lo más profundo, para volver a empezar.

No lo puedo juzgar, la desesperación es ciega, y después de todo cada uno tiene sus maneras de hacer las cosas.

 Los golpes físicos dejaron de dolerme, con el tiempo las palabras también, mi mente viajaba a un universo paralelo y lo veía mover la boca y gesticular y solo escuchaba – Jenguele, jenguele –

Mis oídos y mi mente se bloquearon y solo escuchaba – Jenguele, jenguele –

Con mi pelo largo que me cubría las orejas podía esconder los audífonos para escuchar la música de Neil Diamond; un cantante americano de voz peculiar y pausada que también me había heredado mi padre, me lo imaginaba cantando “beutiful noise” o “forever in blue jeans”, esos gritos se convirtieron en una serenata donde la voz melodiosa me daba un respiro.

Siempre me ponía los audífonos cuando íbamos en el coche, él hablaba y gritaba todo el camino, yo tal vez hice mal, pero cambié la tortura por una serenata y a mi cerrada mente llena de frustración vino un recuerdo de un padre y su hijo que vi por televisión; en un capítulo de Los Simpsons recordé a nuestra ridícula sociedad, y su pensar sobre los perdedores. En ese episodio Bart ganaba un trofeo y se burlaba de los perdedores, entonces la madre de Bart le decía que no estaba bien burlarse de los perdedores, pero Homer Simpson, su padre pensaba lo contrario y abrazando a su hijo – Tal vez nunca volvamos a ganar, es el momento de burlarnos de los perdedores – y juntos se burlaron de ellos, a pesar de que Bart estaba mal, su padre le hizo sentir el apoyo. ¿Pero a quien cojones quería engañar? mi realidad era otra, yo no tenía ni un solo trofeo. Antes de bajar del coche escuché la palabra culo ocho veces más y entré al colegio.

Estar dentro de la gran escuela me liberaba de mi padre, pero no de un día fatal como el que se avecinaba; mi energía ya estaba muy decaída, muy baja para llegar a cero, muy cansado para estudiar, y muy cansado para pensar. Después de venir en el coche escuchando tantas palabras que habían rebotado en mi cabeza seguían los ecos como si la tempestad no hubiera terminado, aunque la música de Neil Diamond servía como escudo, en los cambios de canción se colaban algunas frases hirientes.

Como un filme en cámara lenta estaba a punto de terminar el primer curso de secundaria, aunque para mí no significaba ninguna alegría, caminaba por los pasillos como si del patíbulo se tratara  y aunque sabía que académicamente no tenía salvación me sentía tranquilo; esperaba el final, sin ansia, pero sin ánimos de postergarlo, todo tendría su tiempo y yo estaba conforme con ello, como el enfermo que quiere morir.

Era evidente que no sólo yo sabía de mi pronto deceso estudiantil, mis compañeros me señalaban, con picardía me veían de reojo y chucheaban entre ellos, pues era yo uno de los pocos sobrevivientes, y digo sobrevivientes, pues los de mi extirpe habían desaparecido.

El fracaso y la burla no eran buenos compañeros y solo desataban pensamientos impropios, recordé los pobres fetos apuñalados por el bolígrafo de algún psicópata y esas injusticias que ocurrían en cada pasillo, entonces miré al cielo, no había a quien reclamarle, tampoco a quien pedirle la guía y consejo; tenía que haber algún director o directora de este gran desastre y si yo acababa con esa deidad tal vez todo terminaría, al fin no tenía nada que perder.

Pregunté a la gente de limpieza, que era la única que me dirigía la palabra – ¿Dónde está la oficina del director de toda esta escuela? –

Como si de un loco se tratara me veían y uno de ellos, desgarbado me respondió – La Miss Trini está en el edificio central – Señalando – Allí solo se llega con cita, ella no recibe a nadie –

Sin tiempo para agradecer tomé camino para ver a esa persona, tenía tantas cosas que decirle a la reina del caos, porque en el reino del mimbre la vida no es así, las injusticias no duelen tanto y el fracaso no nos marca la vida.

Llegué hasta el piso en el que estaba su puerta; y allí estaba su nombre; Trinidad, con su apellido, y el flamante título de directora. Era Trinidad, como la santísima, tenía que preparar mis palabras, saber cómo decirle lo que sentía y tantas otras cosas que ella tenía que saber, porque no estaba enterada.

El llamar a la puerta me acobardaba y mientras lo pensaba miré la punta de ms zapatos hasta que un fétido aliento me sacó de mi realidad – Fernández, es usted un fuerte candidato a ser expulsado de la escuela –

La voz ronca de mujer se metió en mi cabeza mientras levantaba la cara para dedicarle una mirada; cuando vi de quien se trataba me quedé admirado, como quien mira a un fantasma. Me froté los ojos y lo comprobé, su rubio pelo en forma de príncipe valiente y su estatura imponente, no podía creer que de entre miles de alumnos ella me llamara por mi nombre, involuntariamente le sonreí, no tuve que hablar, su mirada se quedó fija en mi, pero se ablandó, hacía tiempo que mi boca no le sonreía a nadie.

Tal vez ella sabía lo que me estaba pasando y con tantos alumnos no había tenido tiempo de salir a mi encuentro, pero yo la había encontrado y ella resopló – ¡Fernández! ¿qué voy a hacer con usted? –

Era evidente que me conocía, no respondí, no creí que hubiera contestación para eso; sólo la miré como solía hacerlo, como un cordero que está a punto de ser sacrificado, ella borró el gesto duro de su rostro y me sonrió – No sé por qué tiene esa terrible fama, me dan ganas de darle unas nalgadas y cambiarle el pañal para que se componga –

Sus palabras fueron dulces y maternales lejos de asustarme me hicieron sonreír, hacía tempo que no sentía algo así, por un momento pensé en abrazar a la mujer cuando me tomó del hombro, pero ella tocó mi cabeza, empujando mi fleco revoltoso; el éxito y el fracaso se habían reunido por unos minutos y estaban en paz, todas mis palabras se perdieron en dentro de mi pecho cuando vi a la mujer abrir la puerta de su oficina al tiempo que me dedicaba una última mirada, como compadeciéndose de mi.

Tal vez pensó que mi cara, y mi persona no correspondían a la fama de un gamberro y de los gamberros de alta peligrosidad, tanto como para recordarme de entre tantos y tantos alumnos. Llegó gente a su oficina, estaba muy ocupada y todos mis pensamientos se disiparon, ya no había nada que hacer allí, entonces me fui a clase de mecanografía.

Llegar al aula era escuchar gritos, empujones y desastre, la profesora trataba de tranquilizar a los alumnos, y como si el desastre no fuera poco llegué yo y me hice visible; involuntariamente, pero lo hice.

Abrí con desgano mi mochila, y saqué mis folios blancos, dispuesto a no decir una sola palabra, pero cuando estaba por tomar asiento escuché a un compañero gritar – ¡El Gallego trae cucarachas en su mochila! –

Cuando giré mi cabeza vi al blátido sacar sus antenas escalando el mueble, al verlo la sangre se agolpaba en mi cabeza, cambiando mi tono de piel a púrpura; cuando miré mis útiles ahí estaba el insecto; marrón, con su exoesqueleto brillante, sus patitas aferradas; sentí asco y terror, en cierta manera sentía repudio por los insectos. Empezaron a gritar cosas – ¡El Gallego y sus cucarachas amaestradas! –

– Son sus mascotas –

– Va a infestar la escuela –

– Los españoles son unos cerdos –

Quise explicar que no sabía cómo ese polizón había llegado a mis pertenencias; pero era demasiado tarde, mis compañeros gritaban burlas y reían mientras la profesora se deshacía para poner orden. Me incorporé de inmediato, subí cuanto pude el tono de mi voz, pero nadie me escuchaba; sentí como un ardiente llanto de impotencia inundaba mis lagrimales hasta que algo golpeó mi frente, sacándome de ese trance, el proyectil, que resultó ser un trozo de tiza que se rompió en mil pedacitos al aterrizar en mi frente y eso provocó que mis compañeros se burlaran aún más de mí – Profesora me han tirado una tiza a la cabeza

– Fui yo Fernández, a ver si ya te callas y me dejas dar mi clase –

Entre las risas mi grito ahogado de auxilio se perdió y sentí como si una piedra en mi pecho no me dejara respirar, pronto se hizo mucho más grande. Otra vez había puesto yo el desorden, bueno yo no, la cucaracha. La presencia de mi no deseada amiga había evitado que yo notara que el Coordinador merodeaba por la clase, se había posado en el marco de la puerta; y luego de observar el espectáculo indolente había pedido a la profesora que me dejara salir con él.

– Buenos días Profesora Ángeles, precisamente vengo por Fernández, ¿tienes algún inconveniente en que me lo lleve? –

– Por favor llévatelo – dijo la profesora con alivio mientras trataba de callar a mis compañeros.

Yo me levanté para ver que noticia me daban ahora, estaba seguro de que no se trataba de nada bueno, mientras salía escuchaba más burlas de mis compañeros que gritaban – Lo van a expulsar por infestar la escuela con cucarachas –

La profesora pedía orden en el momento que yo abandonaba el aula, recogí mis cosas, y para cerrar con broche de oro hice mi acto final; de los nervios quise tomar mis cosas con rapidez y se me cayeron al suelo saliendo de mi mochila mis bocadillos de días anteriores con el pan duro y lleno de hongos y manchas verdosas, mis libretas y miré a la pared, por un momento quería ser la cucaracha que escalaba y no yo – ¡Qué desastre – murmuró el Coordinador, de entre mis cosas resaltó un papel arrugado, era mi carta condicional que algunos reconocieron, la metí a mi mochila pretendiendo que nadie viera mi secreto, pero ya era muy tarde, me fui cabizbajo y como pude regresé las tortas de pan duro a la mochila.

Seguí al Coordinador y llegamos a su oficina, me pidió que me sentara y en una serie de folios venía un historial que parecía ser el mío y dijo – Tiene usted el currículo más desagradable e indisciplinado de toda la escuela – Ya no tuve dudas, era el mío.

– Dime ¿Qué te pasó? ¿A qué se debe este terrible historial? –

– No lo sé, yo mismo estoy sorprendido –

Y en verdad lo estaba, nunca pensé lograrlo, ni que las circunstancias me llevaran tan lejos, volé como la araña que antes de morir se la lleva el viento envuelta en su débil telaraña. El Coordinador arqueó las cejas – Su cinismo no tiene límites Fernández, pero el tiempo ya nos ha alcanzado, a estas alturas el curso está perdido, ya no hay nada que hacer, nos vemos el próximo ciclo, otra vez en primero de secundaria –

Como suponía mi interlocutor esa noticia no era una sorpresa, no dije nada, no había que hacerlo, porque no había nada que salvar. Tampoco era necesario comprometerme a nada, las expectativas se habían acabado, ya no había ilusiones que romper.

Me fui con mi mochila a cuestas esperando que una cucaracha saliera de ahí y me caminara por el hombro para consolarme, caminé despacio, desahuciado; nunca negaré las travesuras que hice con mis amigos, incluso puedo pensar que mi presencia animaba a varios a hacer cosas que por sí solos no se atreverían; el comportamiento de mis cómplices se hacía cada vez más temerario, pero estaba solo de nuevo en el patio del colegio, solo y solitario; furioso porque todos los que alguna vez consideré compañeros me habían abandonado para tener un mejor horizonte, pero ¿y yo? yo no tendría mejor horizonte, yo quedada a la deriva del olvido, del dolor, enfrentarme de nuevo a esa jauría de horcos voraces que eran mis compañeros. Esa misma tarde se acercó a mi una profesora, que nunca me había impartido clase, sin embargo me conocía; la famosa Ronald McDonald, por su cabello amarillo claro, esponjado y con ese maquillaje pálido se había ganado el mote a pulso.

Esa pintoresca profesora de quien no recuerdo el nombre quiso darme un discurso, hablarme de un legendario alumno al que yo le recordaba, como si no hubiera sido suficiente la intervención del Coordinador, la de la Miss Trini y la de mi padre, ella se me acercó y me dio otro mensaje, que no me salvaría – Hola hijo, de verdad te veo muy mal –

Me dieron ganas de decirle que se pusiera gafas, pero no tenía caso decir nada, me detuve aunque no me apetecía escucharla, estaba tan harto como las celebridades de recibir felicitaciones, pero esto era al revés, en mi errante y erróneo camino no esperaba a esta esponjosa mujer, pero siguió hablándome – Tu debes ser el muchacho del que se habla en todas las juntas de profesores, lo más parecido a un terrorista juvenil – Lo dijo sin gracia en un tono gracioso y yo que no acostumbraba a reírme de los chistes de los extraños.

– Llevo más de 15 años en este colegio, y usted me recuerda mucho a un alumno que estudió aquí hace 10 años –

– ¿Mancilla? –

La mujer sorprendida me preguntó – ¿Lo conoces? –

– No, estudió aquí hace diez años ¿Cómo podría conocerlo? –

Su risa nerviosa la delató – Sabes su nombre, tal vez te lo hayan repetido varias veces, su historia fue muy trágica y no me gustaría que te pasara lo mismo –

 – No soy él, además ya es tarde, me acaban de decir que voy a repetir el curso –


La Ronald McDonald solo me miraba con tristeza, como compadeciéndose de mí en lo más tierno de su mirada, vio mi poca disposición para aceptar ayuda y discretamente se alejó con su caminar tan extraño, movió mi corazón esa buena mujer, a quien pude agradecerle en mi interior su buena voluntad, pero no me serviría de nada, ya que no tenía intenciones de regenerarme, sino de contraatacar al sistema, pero ahora con todas mis fuerzas. Supuse que al llegar a casa ardería Troya, pero no fue así; todos actuaron como si fuese algo que esperaban, sin decir nada seguí caminando para convertirme en un recursador, asimilando la derrota, que nos deja respirar al ver la situación fuera de control, pero con la que es difícil lidiar en el interior de la cabeza. Era como una lejana luz en un camino de oscuridad y con el corazón congelado ya harto de amenazas y reclamos, todos sabían más que yo, pero en sus vidas no eran nadie, para mi todas sus palabras quedaban sepultadas bajo cero.



domingo, 25 de noviembre de 2018

Hola Caballito de Mar


El insomnio es una guerra entre la mente y la nada. Regresaría a la gran escuela para empezar el nuevo curso escolar, pero en el mismo grado, repetiría el primer año de la secundaria, porque el sufrimiento en mi primer primero no había sido suficiente.


Me sentía como un caballito de mar en el gran océano, pues los hipocampos somos torpes para nadar, además de lentos, para avanzar un metro y medio por hora bailamos y echamos chorros de agua. Pero en ese hostil océano acechan todo tipo de criaturas feroces, que se saben con la fuerza y solo era cuestión de suerte permanecer vivo.


Yo seguía siendo pequeñito, no había crecido casi nada; me imaginaba irreverentes a mis nuevos compañeros, solo esperaba encontrar la fuerza para defenderme o la casualidad para no estar en el momento menos indicado.


Mi corazón ya no era el mismo, estaba lleno de tristeza y se fue perdiendo entre la malicia de mis compañeros, ahora entendía mejor el mundo, no importaba ser bueno, sino el mejor sin importar a quien se dañe, la burla era satisfactoria para el victimario y de buenas intenciones es mejor no hablar, esas llevan al infierno.


Volver a empezar no tenía sentido, si no hacía un pacto con el diablo la batalla la perdería tarde o temprano. El aire tenía un aroma distinto, ahora cargaba un fracaso a mis espaldas; repetir el curso no era alentador, yo esperaba sentirme libre, que las torturas acabaran, los abusos de los compañeros bribones y con suerte los regaños de mi padre.


Esta no era una muerte era más bien una resurrección, los días grises y de desesperanza estaban en el pasado, junto con Macrino y la sonrisa tímida de Miranda, hoy se me daba una nueva y fresca oportunidad. Pero la vida era todo menos justa, porque en un gesto de enorme compasión, el Coordinador y las demás autoridades de la institución decidieron darme otra oportunidad.


¿Pero quién demonios les dijo que yo quería otra oportunidad? ¡Nadie! sabía que este reingreso significaría más de lo mismo, romper las falsas esperanzas era cuestión de tiempo y quiero suponer que todos lo sabíamos.


Empezó el curso de una manera violenta, las nuevas generaciones estaban locas y lo que parecía una mañana cotidiana desembocó en un zafarrancho que se salió de dimensiones.

Toda la escuela es peligrosa, no había esquinas donde refugiarse, así como en el océano, yo un desamparado hipocampo con los ojos saltones miré como el cardumen de pirañas atacaba a su presa hasta deshacerla por completo.


Lo que sucedió es que un alumno entró al colegio vestido con la camiseta de otro equipo, un plantel rival; eso desató una alerta que puso las miradas fúricas en él. Era una presa fácil, sin camuflar, se había puesto solo en peligro y sucedió lo inevitable. Empezaron los chiflidos, de esos que dejaban sordo a cualquiera, después los insultos, y el tipo ya estaba en la boca del pez grande que lo habría de devorar.


No bastó con los gritos, ni con las palabras humillantes, se acercaban otros alumnos para golpearlo, patadas, puñetazos, collejas y más, eran diferentes personas, se acercaban y se alejaban al momento de propinarle tremendos golpes. Después y como los tiburones, que no son cazadores solitarios, se asomaron por los balcones muchos y muchos alumnos, que con gritos formaron una sombra colectiva que empezó a lanzar cosas desde su trinchera. Escupitajos, bolígrafos, libretas, mochilas, provocando una lluvia desgraciada sobre ese pobre infeliz.


La cara de pánico que tenía ese pobre diablo me conmovió y al mismo tiempo nunca había visto a tantos alumnos unidos por una causa; lástima que la causa era mala. Pero ni los gritos, ni los golpes, ni los chiflidos, incluso ni la lluvia de escupitajos fue poca, para que dos corpulentos alumnos salieran de entre la multitud y le destrozaran a golpes la camiseta al supuesto provocador. Allí estaba el tipo semidesnudo, con los pantalones hechos trizas y la camisa rota en el suelo como harapos, harapos que eran su dignidad.


Para terminar la faena, llegó El Camarón, un gordo crustáceo que era nuestro coordinador, su patética intervención fue la gota que derramó el océano, encaró al pobre muchacho que había quedado como un mendigo y le dijo sin piedad – Tienes que salir de la escuela, estás poniendo el desorden –


Otro punto más para el sistema, después de ser golpeado, escupido y humillado terminaron corriéndolo de la gran escuela, el tipo se fue acompañado del Coordinador y gritó desde afuera – ¡Pinches nacos! – que es un equivalente a – ¡Macarras de mierda! –


Allí quedaban en el suelo los trozos de la camiseta destruida y la gente enardecida seguía gritando cosas, era buen momento para empezar el curso, pero yo tenía que continuar con mi camino, el camino del desastre.


Los caballitos de mar tienen una excelente visión y pueden mover cada ojo de manera independiente; al entrar en el aula ejercí mis poderes visuales y en ese cardumen de peces novatos y desorganizados se escondían tiburones y especies malignas de las profundidades, yo era presa fácil y rápido reconocí el peligro, el frio me hizo temblar y la mirada tan pesada de un bribón me hizo voltear, era Mota, un depredador de viejas cicatrices, su sonrisa maliciosa me sonreía y fue ahí donde pensé – Esto no puede empezar tan mal – Era el primer día y ya estaba exhausto.


– Hola Gallego – dijo Mota casi dejando escapar una risotada, sus colmillos afilados me mostraban la antesala del desastre, lo miré, pero no lo encaré, bajé la mirada y su voz ahogada continuó – Este curso la vamos a pasar muy bien –


Cambié de color como los caballitos de mar, se agolparon en mi mente pensamientos de suicidio, de desesperación y lo volví a hacer, sin pensarlo, con mi portafolio le atesté un golpe en la mejilla que le torció la boca.


Se hizo un silencio, y él sonrió sobándose la cara – Ay mi querido Gallego, sigues siendo el mismo, lo pendejo no se te quita –


Lo que parecía desembocaría en una pelea desastrosa no pasó, Mota me devolvió la mirada sin dejar de sonreírme escabrosamente y resopló – Tengo todo un curso para hacerte la vida imposible –


Nuestros compañeros nos miraban asombrados, acababan de salir de la primaria y esto era solo una pequeña demostración de lo que podía pasarles. Por detrás se me acercó un regordete y me tocó el hombro para preguntarme – ¿Tu eres el Gallego? –


– Sí – le grité alzando el puño para enfrentarlo, el jovencito afeminado se arrodillo ante mí – ¡No me pegues! ¡Por favor no me pegues! –


El Mota nos observaba disfrutándolo, justo antes de que llegara la profesora de geografía y el afeminado muchacho seguía de rodillas – ¡Levántate! No te voy a hacer nada –


– Perdóname si te molesté –


Me quedé pensativo para verlo mejor y le pregunté – ¿Y tu como coño sabes que yo soy el Gallego? –


– Yo soy Uribe y la verdad solo quería saberlo –


– No te pregunté tu nombre, no me interesa, solo quiero que me digas como sabes que yo soy El Gallego –


El gordo sudaba, parecía una ballena sofocada, arrepentido de hablar ahora tenía que hablar y ante mi mirada endurecida lo soltó – Bueno, es que este año el Camarón hizo una junta con nosotros los alumnos nuevos y los padres de familia y tu apodo era el ejemplo del peor alumno, de lo que no se debía hacer; bueno, ya lo dije, no me pegues por favor –


Lo dejé allí y le di la espalda, sus palabras me dejaron pensando, jamás creí convertirme en un referente del fracaso académico y menos aún que las autoridades se refirieran así de mi persona exhibiéndome públicamente. Seguí mi largo camino hasta el pupitre de atrás y se levantó otro muchacho muy reverente – Yo soy Morales, quiero estrechar tu mano, me han hablado tanto de ti –


Lo miré y seguí caminando, hasta mi lugar, mientras otro compañero gritó – ¡Tenemos al Gallego en el salón!, será genial este curso –


Después de los aplausos hizo su aparición la maestra de geografía, que como tortuga con displasia se movía – ¿A qué se debe tanta algarabía muchachos? –


Antes de una respuesta, su respuesta fue respondida con precisión, los miró, me miraron, la miré y se echó las manos a la cabeza – No puede ser –


Me senté y todo intento de camuflarme y pasar desapercibido como lo hacen los caballitos de mar fue inútil, a pocas horas de haber iniciado el curso ya era conocido por todo el cardumen de peces y tiburones; no había nada que ocultar, yo era un recusador y el peor ejemplo en la escala de valores para la gran escuela, era más venenoso que un pulpo de anillos azules o más letal que un pez piedra.


Los días subsecuentes fueron un poco más calmados y aprendí a temerle a la calma, yo quería con todo mi corazón pasar de moda, pero no lo lograba, puedo recordar a cientos de pelmazos como el Pampers, quien estaba en el límite del retraso mental y la realidad alterna, después llegó Wally, un gran colega que tenía la cara como un pez globo, alto y corpulento, de gafas redondas y un fleco extraño, después se nos unió Calderón y los tres juntos nos volvimos unos ladroncillos vulgares.


Yo no sabía robar, pero con Wally aprendí, el me protegía, era muy alto y fuerte, pero a cambio yo tenía que trasegar las mochilas y recolectar discos de música, videojuegos, películas y cosas de interés para el ocio de mi amigo. El a cambio le empezó a hacer la vida complicada al Mota.


La espiral de violencia, contrario a lo que cualquiera pudiera pensar, trajo la calma, la calma y el perdón; y finalmente, el perdón y la amistad, una verdadera amistad basada en la complicidad y el abuso hacia otros compañeros, a decir verdad no me gustaba golpear a nadie, pero eso hacía que uno ganara respeto, era como preparar la paz mediante la guerra. Uno de los animales más astutos del mar y amo del ilusionismo es el calamar, que pude crear un abrigo de invisibilidad, por sus órganos de pigmentación y pasar inadvertido; como en el mar cada entorno tiene sus trucos.


Mota se volvió el rey y fue el único que me ganó en asignaturas suspensas, le vi realmente afectado por eso, sentí empatía por mi amigo, yo había pasado por ahí, había estado en esa horrible habitación llamada fracaso, bueno, a decir verdad aún seguía ahí, dentro de sus paredes desnudas y esos enormes cristales desde lo que se podían ver las burlas y los dedos señalando, Mota y yo éramos marineros del mismo barco.


Pero lo pescaron pocos días después en una emboscada; Mota agredió bruscamente a Mayerstein, quien salió con lesiones por la golpiza. Aun hasta el último día Mota demostró lo ruin que podría ser, cuando fue interrogado sobre el origen de la pelea se le ocurrió la genial idea de inculparme. Claro que yo carecía de toda credibilidad y la palabra de ese traidor bastó para que yo fuese culpado de causar aquellas lesiones. Para mi suerte de poco le valió aquella sucia artimaña a Mota, cuando Mayerstein perdió el miedo y le dijo lo sucedido al Coordinador, su cabeza rodó, tal cual lo hiciera la testa de María Antonieta, quizá no fuimos testigos de la decapitación, figurada claro está, pero sí se nos anunció con bombo y platillo que Mota había sido expulsado de la escuela, a ver si eso nos servía a los demás de escarmiento y mejorábamos nuestro actuar.


La partida de Mota fue un remanso para mí, no era necesario ya ir molestando a inocentes para encajar y para no ser molestado; podía respirar con un poco más de tranquilidad, e incluso me hice el firme propósito de poner atención en las clases, sin Mota yo era el último de la estirpe maligna que quedaba en la escuela, el último sobreviviente de un caos que tarde o temprano me alcanzaría, como la misma muerte.


Ese turbulento mar desembocaría en un rio, tal vez me estoy desviando, pero había un compañero de apellido Ríos, la verdad es que no figuraba en mi vida, ni en la escuela y el muy listillo quiso hacer sus pinitos de una manera muy estúpida.


Como el cangrejo ladrón gigante llegó de lado y me sorprendió, yo siempre me quitaba los zapatos horripilantes que parecían hechos de plástico lastimando mis pies; pues este tipo pateó uno de mis zapatos que por el golpe salió volando, fue por él y lo lanzó con todas sus fuerzas para divertir a los presentes. Cuando el zapato caía del otro lado del aula sus amigos estallaban en risotadas como tontos, y el imbécil aplaudía como una foca arrítmica y animaba al resto a reír con él. Su broma no me ocasionaba ninguna gracia, no estaba yo de humor para soportar más humillaciones, no más, nadie me iba a destronar.


Tranquilo respiré lentamente, caminé pausado hasta donde estaba mi zapato y lo recuperé, me calcé con calma  y me senté en mi sitio; durante varios minutos cavilé mi venganza, no podía soportar la risa de los demás, sentía sus burlas como dilapidación. Esperé hasta que todos ocuparan sus pupitres, tranquilos, pequeños cachorros amaestrados esperando alguna instrucción. Analicé a Ríos, lo vi sentarse y luego con su risilla cínica mirarme de reojo para agacharse y tomar algo de su mochila, era momento de actuar; cuando Ríos se agachó su culo estaba expuesto, él estaba flexionado del vientre dándole la espalda al enemigo enfurecido y el pez espada actuó.


Como si de un instinto se tratara en cuestión de segundos saqué mi comida de la mochila y por suerte mi madre me había puesto una leche de chocolate de esas pequeñas en forma de tetrabrik, con el arma entre mis manos me acerqué a Ríos, le hice el agujero al tetrabrik por donde se pone la pajita, y la aplasté para que saliera a chorro manchando todo el culo de Ríos, que sintió mojado su trasero como si se hubiera meado.


Esta vez sí rieron todos y los que no lo hicieron se quedaron asombrados, y una voz popular gritó – ¿Ya vieron lo que le pasó a Ríos? Ríos de leche en el culo –


Ríos no pudo soportar el resultado de lo que había sembrado, su nuevo y merecido apodo acompañado de burlas. Mi empapado compañero puso el grito en el cielo, se incorporó y corrió hacia mí como un loco. Yo reía frenéticamente, la afrenta había sido pagada, pero ahora tenía que correr; y así lo hice, me puse de pie y emprendí una carrera fuera del aula. Corrí tan rápido como pude, mientras Ríos iba atrás mía, al punto del llanto; escuchábamos a lo lejos las carcajadas de todos los compañeros que habían presenciado aquello. Ríos nunca me alcanzó, tuvo que resignarse que en esa ocasión había perdido y ni con todo lo que corrió se secaría, estaba pagando el precio, la advertencia estaba lanzada, no sólo para Ríos, también para el resto de la clase.


Ríos desde el otro balcón me miraba agitado y yo reía, reía con una fuerza que él podía escucharme, a pesar de la distancia escuchaba mis carcajadas flexionándose del cansancio, como el depredador que se da por vencido cuando no puede alcanzar a su presa, resignado y triste, humillado por un lento caballito de mar que buscaba una efímera guarida. Hoy había triunfado, pero mañana será incierto, medité tomando unas pequeñas bocanadas antes del siguiente round, pues en el agitado océano la vida es todo menos tranquila.





lunes, 12 de noviembre de 2018

Caos de la Irracionalidad


Murió mi amigo Miranda, la vida parecía injusta al no darle oportunidad a los buenos, a los arrepentidos, y a pesar de que todos nos equivocamos, hay errores que no tienen vuelta atrás. El paso de los días y la rutina diluyeron la muerte de mi amigo, así como su presencia en la escuela, el mundo continuaba igual, y apenas se notaba su ausencia, pero a decir verdad yo si la notaba, había sido afortunado de tenerle como amigo, en el patio buscaba una mirada compasiva como la suya, pero alrededor solo había lobos, sonrisas retorcidas, parecía que la maldad se apoderaba del ambiente.


Por primera vez me fijaba en la gente, yo era despistado y en mi mundo ellos no existían, caminábamos los mismos pasillos, nos sentábamos en los mismos pupitres, pero eran invisibles, eran unos entes; mientras más los miraba más les temía y jamás ni por asomo volví a ver una mirada como la de mi amigo, la bondad que esos ojos encerraban se tuvo que ir, solo miraba al cielo y le preguntaba – ¿Dónde estás? – Era evidente que no recibí respuesta y seguí mi camino en esta vida que es para los fuertes, aquellos que saben aceptar su realidad y siguen caminando, no hay tiempo para detenerse, sin embargo los débiles lloran, son tan apegados a las cosas que no las pueden soltar, nadie entiende que en este viaje todo es prestado, absolutamente todo. Y hablando de préstamos, me encontré al jefe de grupo, el estúpido Canito, un niño horrendo que parecía una mini escultura de Benito Juárez. Pequeño y con la cabeza enorme; el joven amorfo me llamó y con una sonrisa enseñando sus amarillentos dientes me dijo – Esto es para ti, tienes correspondencia –


Le arrebaté el sobre y abrí la carta que decía: Estamos en el quinto periodo de seis ciclos, este documento es una carta condicional que se les da a los alumnos que son propensos a repetir el curso, de continuar con mala conducta y bajas calificaciones puede provocar la expulsión definitiva del plantel.


Me quedé flotando en el espacio, ido, pero las risas de Canito me trajeron de vuelta a la realidad – ¿Te estás burlando? – le dije lleno de cólera, miré de un lado a otro para asegurarme de que nadie viniera y poder atestarle un buen puñetazo que terminara con su horrenda caries, pero Canito que es más pequeño e inteligente adivinó mis intenciones y me dijo – Ten cuidado con lo que me vas a hacer, golpearme no te ayudará a resolver tus problemas –


– Pero puede que me sienta bien si lo hago –


– No será bueno para ninguno de los dos – dijo Canito asustado


– Tal vez para ti sea bueno que te enderece de un puñetazo los colmillos de perro maltes que tienes en el hocico –


En ese momento pasaba un Coordinador de otros cursos y Canito lo saludó a propósito, yo solo me quedé con el puño haciendo el amago y no tuve más remedio que detenerme; de momento se me había ocurrido conocer más académicos para que me salvaran de los puñetazos, pero eso fue momentáneo, pues con mi reputación podría ser contraproducente.


De cualquier manera no me había sentado nada bien la noticia de que soy candidato a la expulsión definitiva, y por si fuera poco el jefe de grupo se mofaba de mí, como si mi situación le alegrara. Pero así es esta escuela, porque como todo sistema rechaza lo que es diferente, lo que parece estropeado o roto, o que no funciona como el resto, en lugar de investigar qué está pasando con ese alumno, qué turba la mente del adolescente, que adolece de capacidad académica; además que le lleva a suspender todas esas asignaturas, es rechazado, porque es más fácil echar a la calle que reparar, lleva menos esfuerzo y es lo mejor para los adultos, nada de responsabilidad.


Recuerdo que me gustaban pocas cosas a mi alrededor, entre ellas la lucha libre y el boxeo, aunque nunca pensé ser parte del espectáculo. El bajo mundo se había fijado en mí trazándome un claro camino. Poco después de que Canito y el Coordinador se fueran lejos, apareció un turbio personaje, a quien llamaban El Iguano, salió de atrás de una puerta de un aula vacía, esperó a que nadie estuviera cerca y me dijo – ¿Te quedaste con las ganas de golpear a ese pobre desgraciado? –


No respondí a su pregunta y me hizo la siguiente – ¿Tú eres el Gallego? –


– Sí ¿y tú quien coño eres? –


En aquel momento no le conocía, no físicamente y me dijo – Soy El Iguano, el mejor organizador de peleas de toda la gran escuela y me he fijado en ti –


– ¿Eres maricón? –


El Iguano perdió a paciencia y me enganchó por la camisa – Una estupidez más y yo mismo te parto la madre –


– Bueno, solo llevo una, no es para tanto –


– Eres muy gracioso Gallego, me hubiera encantado ver cómo le enderezabas los colmillos de perro a Canito, pero vas a tener muchas oportunidades y si lo quieres él caerá –


– Yo no quiero nada, solo estar tranquilo –


– No es tu decisión Gallego, la verdad es que no puedo imaginar que con ese pequeño cuerpo hayas peleado con El Alf y desafiaste a la pandilla de los cinco, si sigues vivo no debes ser tan malo –


– Todo ha sido suerte, un verdadero milagro –


– Tú tienes algo más y lo voy a averiguar –


– ¿Y qué es lo que quieres? – Pregunté impaciente, nada de esto podía estar bien, uno de los peores estudiantes se me acercaba porque seguramente tramaba un plan muy retorcido; El Iguano era alto y delgado, su enorme mandíbula lo hacía ver como un pálido reptil, parecía un personaje sacado del videojuego Mortal Kombat, me miraba con suspicacia y lo soltó de golpe – Seré tu manager, organizaré peleas y serás muy popular, más de lo que has imaginado y cuando llegues a la cima te enfrentarás con El Mota –


– Ya soy muy popular y no me gusta, creo que el que quiere ser popular eres tu –


Se enardeció – Hoy tienes a toda la comunidad estudiantil como público, ya está anunciado; Gallego VS Cooper, si no le das una paliza te juro que te borro del mapa –


Se fue dejándome una invitación, ya no había más misericordia en la gente, pero tampoco había nada que perder, o tal vez si – ¿Quién era Cooper? – no tenía idea de a quién me iba a enfrentar, pero eso no debía preocuparme, en unas horas me enteraría de las dimensiones de mi oponente.


No sentí nervios, pero tampoco podía concentrarme, pensé en escapar, también pensé que podía tratarse de una broma del Iguano, pero no fue así, a las tres de la tarde, hora de salir, el autoproclamado mi manager me esperó afuera del aula y me dijo – ¿Estás listo? –


No respondí, pero le seguí con la mirada vacía, sin sentir nada, con una carta condicional en mi expediente y mis amigos que habían desaparecido me acompañé de la única persona que se había fijado en mi, y no para hacer algo bueno conmigo.


Llegué hasta una parte del patio de atrás cubierto por un viejo edificio dentro del colegio, y allí la multitud aplaudía, me aplaudía; vi al Cooper esperándome, un gordo, con mejillas hinchadas, párpados muy abiertos y me dijo – Te vas a morir –


Mi respuesta no se dejó esperar y le hice dedo – ¡Cállate cachetes de marrano entumido! –


Mis insultos provocaron las risas de la multitud que estaba muy organizada, eran peleas donde había vigilancia para que no se acercara ningún profesor y las hacían en horario después de la salida, para que no hubiera gente cerca en ese club clandestino.


El Iguano me presentó, diciendo que yo no necesitaba presentación, habló de mis oponentes pasados y prometía futuras peleas, haciendo énfasis en El Mota; pidió silencio y le preguntó a Cooper – ¿Qué le vas hacer al Gallego? –


– Le voy a romper la madre –


– Y tu Gallego ¿Qué le vas a hacer al Cooper? –


– Le voy a dejar esos cachetes más flojos que el culo de su abuela –


La gente reía, me aplaudían, estaban admirados con mis estúpidas respuestas que ni yo mismo sabía de donde salían, Cooper resentido se me fue encima al sonar el chiflido de un árbitro o más bien un réferi bufón.


La pelea no fue relevante, pero sí muy rápida, un golpe precedía a otro y a otro y sin parar uno más en la cara, Cooper pidió que nos detuviéramos y eso me dio más confianza que seguí golpeando, de pronto una guayaba se estrelló contra mi ojo, explotándome en el rostro y haciéndome despertar del trance violento.


Todos se empezaron a reír y gritaron – El Gallego se fusionó con la guayaba –


– Sí, el Gallego Guayabo –


– Miren su cara, parece una amarilla guayaba –


Eso fue lo que escuché en mi letargo, El Iguano se enfadó y detuvo la pelea – No se vale lanzar cosas, El Cooper perdió, él pidió esquina –


Me levantó la mano el referí y todos aplaudían – ¡Arriba el Guayabo! ¡Arriba el Guayabo! –


En la amarga victoria lo único que había era dulce de guayaba; retiraron al Cooper, quien también tenía la cara roja como un tomate y la euforia terminó, la gente se retiraba una a una mientras El Iguano me llevaba a una esquina – No habrá autógrafos, lárguense todos, no hay nada más que ver aquí –


Literalmente el colegio se convirtió en un campo de batalla surrealista, de las entrañas de ésta surgió El Guayabo, nombre artístico para las peleas. Nunca dejé de ser el fracasado, mis compañeros y maestros seguían teniendo la impresión de que algo debía faltar en mi materia gris, incapaz de aprender, de realizar algo correctamente y ahora un bribón buscapleitos, aunque a la distancia puedo darme cuenta que mi mayor delito fue dejarme llevar; estaba casando de luchar, de intentar mejorar mi imagen, de ser mejor alumno, mejor hijo y mejor ser humano; todos tenían claro que no valía un céntimo; yo era el último en darme cuenta, así que me dejé llevar, así fue como bajo la tutela del Iguano libré varias peleas, todas devastadoras para mi físico y para mi alma.


El Iguano me felicitó – Te has ganado al público, fue un gran debut –


No me sentía bien peleando, pero la vida me había llevado por ese camino, no servía para hacer otra cosa, era un personaje creado en su totalidad por el rechazo social, nada más ni nada menos que yo mismo.


El Iguano era popular, pero junto a mi se volvió inolvidable. Él y sus amigos nos echaban a pelear a los tontos, como perros y hacían apuestas. Una vez me tocó pelear con el Mofles, un chico deforme con la cabeza como higo, recuerdo que cuando entraba en el aula todos le gritaban – ¡Tengo un tumor en la cabeza! ¡Tengo un tumor en la cabeza! – eran unos absurdos canticos y esa tarde no se dejaron esperar, la pregunta de siempre; preguntaron al Mofles que qué haría conmigo – Voy a matar a ese animalito bebé –


Lo veía tan tierno como estúpido, pero no era malo, cuando estaba muy enojado nos llamaba animalitos bebé, con su voz ronca y desbalanceada, después me preguntaron a mi, y todos estaban atentos a mi respuesta espontánea – ¿Gallego, que le vas a hacer al Mofles? –


– Le van a crecer los huevos cuando le baje el tumor a puñetazos –


El público reventó en risas cuando escucharon mis burlas hacía mi rival, después las guayabas caían de varios lados, pero con más suavidad que cuando me bautizaron, luego las maniobras que ya dominaba, esquivaba golpes, saltaba, e incluso lanzaba mis puños sin siquiera ver mi objetivo, y cuando el Iguano me veía en peligro suspendía la pelea, parecía tomarme aprecio poco a poco, me garantizó que después de vencer al Mota sería libre.


Toda la pelea se desarrollaba con comicidad, mi forma de moverme, mis insultos y aunque a veces escupía sangre siempre enseñaba esa sonrisa con mis dientes manchados de rojo.


Esa tarde cayó El Mofles a mis pies, todo se valía en la pelea y no dudé en clavarle un dedo en el ojo, el pobre se retorcía y el público gritaba más, pedía más violencia, patadas por ejemplo. Los miraba desde arriba motivados por ese montón de mierda de espectáculo que yo les daba y de pronto los seguía escuchando, pero en cámara lenta, como si el sonido desapareciera por momentos, busqué en todas las miradas y ninguna como la de mi amigo Miranda, él tal vez estaba gritando desde el cielo o se avergonzaba de mi, tal vez nunca lo sabré, solo recuerdo que mi manager me levantó en hombros mientras me aclamaban los espectadores como en el coliseo romano.


Fue una etapa complicada, pero no duró mucho tiempo, sin previo aviso, y con un escueto anuncio nos dieron a conocer que mi representante había sido expulsado definitivamente del colegio, y no volvería.


German Cedillo alias El Iguano había sido expulsado, así que estaba libre, no tendría que pelear más, ya no sería ese animal de circo; si peleaba con alguien lo haría por necesidad. Ahora me sentía liberado, era como el esclavo que ganaba su libertad al morir su amo, y en esa escuela El Iguano estaba muerto, jamás volvería, se había metido en un problema muy gordo por incitar a la violencia a los alumnos, parecía que algún chivato se había encargado de deshacer el gran club.


La gente murmuraba que mis peleas eran todo un espectáculo, pero ya no quería ser un showman, atrás quedaban las caídas y los chistes, solo los dolores y las cicatrices. Ese club había llegado a su fin, pues la vigilancia académica aumentó, y estaba muy penado solapar e incitar a la violencia de una forma tan directa, el ejemplo más fehaciente era la cabeza caída de mi manager.


Si el Guayabo peleaba, la risa estaba garantizada y nunca, pero nunca faltaban guayabas en el ruedo, lo único que les faltó y les faltaría era esa prometida pelea con El Mota, que ya jamás iba a tener lugar, para mi fortuna.


Tenía que seguir caminando, o más bien corriendo, estaba a punto de empezar la clase de deportes, me quité rápido los pantalones, me puse el calzoncillo corto y por un divino milagro no me comí el suelo. Apuré y me miré en el espejo grande de la papelería, menuda pinta de deportista que tenía. Como ya ha quedado claro, yo no era ninguna lumbrera tampoco era una estrella en la clase de deportes, además era muy temprano, la primera hora, cuando a casi nadie le da por estirar los músculos en pleno sereno, no sólo eso, también la asignatura la impartía un profesor que además de carecer de modales caía en favoritismos, y claro yo no estaba en su lista de preferidos.


Empezó el calentamiento, los ejercicios, arriba, abajo, y después tumbados en el suelo, el sol me daba en la cara con sus primeros rayos, empecé a mirar el movimiento de las nubes y me imaginé allí arriba, saltando de una a otra al ritmo de las abdominales, miraba figuras entre el espeso blanco y de pronto un ejercicio sobre un brazo y el profesor gritó – A ver Gallego, ¡¿qué cremas anuncias?!, para eso vete a la escuela de maricones que está aquí al lado –


Me paralicé en el acto, sentí cómo los músculos de mi cara se contraían todos al mismo tiempo, ¿qué le podía responder a ese troglodita? ¿Había acaso una respuesta loable ante eso? – ¡Pasa al frente! – gritó después de sonar su silbato.


Yo era joven, pero tenía coraje y dignidad y lo miré con toda la furia que se puede mirar a alguien, pero obedecí, me coloqué frente a las filas y él me pidió que repitiera el ejercicio, pero en cuanto comencé vociferó – Así no Gallego, no me digas que así de tontos son tus paisanos – no pude más.


– Español, el país se llama España ¡cerdo ignorante! –


Ups ¿Lo dije o lo pensé?  Para cuando me di cuenta de lo que había dicho era demasiado tarde, la había vuelto a cagar en grande, las palabras habían salido de mi boca por sí solas, en una especie de centrifugado histérico. El instructor abrió los ojos de sorpresa, me imagino que ningún alumno le habrá mostrado su falta de cultura y educación de esa manera, del asombro pasó a las risotadas – Estás sentenciado… gallego-español, te mostraré quién es el cerdo –


Entonces todos miraron a Rosales, el compañero obeso y se empezaron a reír, el profesor aún estaba enfurecido y dijo – Esta vez no es con Rosales –


Las carcajadas fueron en aumento, mientras el obeso amigo se ruborizaba, chuza, dos humillaciones al hilo. El profesor se me acercó apretando las mandíbulas, conocía ese gesto, hice de mi cuerpo una concha, sabía que precedido de esa mirada profunda y las fauces apretadas seguía una golpiza, así que me preparé para lo peor; no sé si mi profesor habrá sopesado la posibilidad de llenarme de bofetones, pero si fue así se contuvo; me tomó del brazo con fuerza y me derribó, llevándome a rastras a la oficina del Coordinador. Para mi fortuna estaba cerrada; el profesor resopló de enojo y me sacudió acomodando mi cuerpo junto a la puerta, se me acercó de nuevo y me ordenó esperar hasta que llegase el Camarón, luego entonces ajustaríamos cuentas.


Mientras me hablaba podía ver sus asquerosas piezas dentales, y los gruesos hilos de espesa saliva que se hacían entre sus labios, a leguas ese hombre estaba furioso conmigo – Espérate Gallego, te vas a acordar siempre de mí – Contrario a lo que todos pensaban tonto nunca he sido, así que en cuanto le vi dar la vuelta en la esquina corrí, como alma llevada por el diablo, hasta el baño.


Estaba decidido, dejaría de asistir a su clase el tiempo necesario para que el profesor de deportes olvidara lo sucedido, uno o dos o tres meses, aún no lo sabía; tendría que trazar rutas seguras de tránsito, en el patio y entre los recesos, evitando encontrarme con él; haría todo lo necesario para no verle hasta que la efervescencia del momento se pasara. Mientras tanto la táctica era quedarme refugiado en el baño hasta la hora del comedor; y así hice, conversando con la cuidadora del baño el tiempo pareció no pasar tan lento, ella ya me conocía – ¿Y ahora qué hiciste chamaco? –


– Ya te lo contaré todo, tu solo avísame si viene el profesor de deportes, el de bigote que siempre usa visera –


 La cuidadora moviendo la cabeza dijo – ¡Niño!, ¡niño!, ¿cuándo aprenderás? –


– Por lo menos me puedo esconder aquí –


La muchacha empezó a mover las manos – córrele, que vienen varios profesores –


– ¿Estás de broma? –


– En serio, córrele –


Subí las escaleras despavorido pudiendo evitar al profesor y a mi paso me encontré con el truhán y desventurado Mota. Alejandro Espinoza Mota era un elemento de alta peligrosidad y lo arrollé a mi paso; cuando él bajaba yo subía a toda velocidad como una locomotora sin frenos; él venía comiendo fruta en su tupper con un tenedor que casi se traga completo por el impacto conmigo; varios presenciaron el choque y El Mota que me conocía de habladas vociferó en mi contra.


Por el contrario, yo no tenía el placer de conocerle, pero más que placer debo decir que fue un infortunio – Es el idiota del Gallego, ¡vamos por el! – Le dijo a su palomilla de funestas amistades. Y pensándolo bien lo mejor era ir a la oficina del Camarón, allí donde me había dejado el maestro de deportes. Los vi correr atrás mía y mierda, la oficina seguía cerrada.


El Mota faltaba frecuentemente a clases, y cuando asistía se encargaba de sembrar caos, contaba con su pandilla de colaboradores, pobres diablillos llenos de acné que hacían todo lo que El Mota les ordenaba y celebraran cada una de sus canalladas. Para mi desgracia El Mota y compañía me habían escogido como su blanco esa mañana.


Estaba acorralado como rata en la antesala de la oficina del Camarón, por primera vez quería que él estuviera ahí, no tenía nada que hacer, era hombre muerto, rodeado de tipos que me empujaban hacia el centro de lo que podría ser una gran pelea. Tal y como lo había prometido El Iguano, tal vez estaba escrito.


Alguien como yo, cuyo expediente me hacía pender de un hilo, vi la vida como un caos; estúpidamente encaré al Mota y le atesté un puñetazo en la cara que lo dejó viendo borroso y le dije – Esto es de parte de mi ex manager El Iguano –


Todos se quedaron asombrados con mi reacción, incluso yo mismo, por un minuto perdí la razón, no debí haber hecho eso, pero los alumnos querían golpes y esa pelea estaba pactada, era una pena que mi manager no estuviera ahí para interceder en un momento de emergencia, pero todo se había presentado de una manera inesperada.


El Mota con un leve gesto de dolor se acarició la cara y me dijo – Gallego, eres más estúpido de lo que hubiera imaginado –


No entendía nada de lo que estaba pasando, giré en mi eje y sólo veía rostros enfurecidos, dientes, puños cerrados subiendo y bajando en una especie de danza; de la muchedumbre salió un puño que se estrelló con toda su fuerza en mi mandíbula. El golpe me nubló la vista, sentí cómo la articulación se rompía, un aroma a hierro inundó el ambiente, levanté la vista con esfuerzo buscando al dueño de ese puño, seguí el brazo tenso; El Mota había dado el segundo golpe, pero muy bien dado, me había mandado al suelo. Aspiré profundo, intenté, sin éxito, atestarle un par de guantazos, contrario a él, que sí llegó a su objetivo más de una vez, doliéndome.


– Muy bien puto español, ahora levántate y pelea –


De entre los gritos de los compañeros escuchamos la voz del Coordinador, provenía de las escaleras; yo solo sentía un sonido ensordecedor dentro de mi oído y después se fue a la sordera. No sé de donde había salido tanta gente y el Camarón se abría paso entre nosotros, la pelea había terminado por un flashazo muy oportuno, acordamos inconscientemente no seguir intercambiando golpes y nos perdimos entre el montón; éramos tantos que el Coordinador ni siquiera nos vio.


Mota tenía mirada de psicópata, era robusto moderado, con su corte de cabello casi un rapado militar. Pudimos pasar desapercibidos por esta vez, esa pelea no le convenía a ninguno de los dos, ya que Mota también era un pésimo alumno, los dos pisábamos la cuerda floja.


La gente se marchó y vi que El Mota levantó su mochila, y un sobre, una correspondencia como la mía se asomaba de entre sus libretas, pude identificar su carta condicional, esa que nos sentenciaba a la expulsión; me le quedé mirando y él a mí, saqué mi carta y le dije – Yo también tengo una –


Después de contener tanto estrés y rabia estallamos en risas como dos locos, risas incontrolables que se escuchaban en todo el pasillo, nos reíamos de nuestro destino irracional, de nuestro caos.