Rápidamente me quité la ropa y pude verme, algún
insecto alojado en el colchón tenía más hambre que Héctor y yo juntos, tenía
unos enormes granos que me cubrían el cuerpo, sentía fiebre y como pude doblé
mis puños anchos como los de Mike Tyson.
– Que chinga te pusieron Oscarin – decía un Héctor
rascándose como sarnoso, al principio podía tener gracia, pero no teníamos idea
que tipo de insectos vivían en los colchones.
– Ahora si se te ven más nalgas, y tienes tres pezones
más grandes que los dos que tenías antes –
Me quise reír, o tal vez golpearlo, quise abrir el
agua para ducharme y no fui capaz de permanecer debajo del agua mucho tiempo
sin sentir dolor, debo decir que ponerme la ropa fue otro suplicio.
– Para un día que te puedes bañar no lo haces, eso de
ser puerco ya es por gusto – dijo Héctor sin parar de bromear esa mañana. Yo
solo lo miraba – En Tegucigalpa casi perdemos la cabeza en medio de una
balacera ¿y tú aún tienes humor? Y en San Salvador la niña que saltaba sobre la
cama –
Me senté a la orilla del colchón y Héctor se me acercó
–Es mejor no recordar todo eso, me volvería loco, no sé si pueda resistir mucho
más, pero yo nunca te pregunto nada, no sé qué sigue ahora, tú has sido el guía
–
– San Pedro Sula – respondí sin pensar
Se me quedó mirando sin saber lo que le decía –
Pinches mosquitos, me picaron por todas partes, ya no soporto el comezón –
– Estos no pueden ser mosquitos, las ronchas son más
grandes que tus ojos, que tus dos ojos juntos –
Héctor se empezó a reír mientras se rascaba – Nos
picaron por todos lados –
Como un par de sarnosos salimos del lugar rumbo a San
Pedro Sula, sin despedirnos de nadie salimos de Comayagua y yo no sabía qué
decirle a este Quasimodo moribundo que tenía sus esperanzas puestas en que los
días mejorarían, ahora ya no entendía ni yo cual era el propósito del viaje,
pero con las pocas fuerzas que nos quedaban seguimos nuestro camino.
Tomamos el autobús, pero la extraña geografía de
Honduras nos haría un viaje mucho más largo, en aquellos tiempos las vías de
comunicación no eran muchas, teníamos que regresar a Tegucigalpa para ir a San
Pedro Sula, no había línea directa entre Comayagua y San Pedro. Yo pregunté –
¿por qué? – Y el chófer del autobús en modo gracioso me explico que esto era
como una tarántula gigante donde Tegucigalpa era la cabeza y cada una de las
terminaciones de las patas que salían de esa cabeza eran un destino, una
ciudad.
Fue muy ilustrativo y después de un cambio de autobús
llegamos a San Pedro Sula y Héctor me preguntó – ¿Por qué esta ciudad? –
– No lo sé Hectorin, según leí es la ciudad con más
homicidios de todo el continente –
Héctor tragó saliva – ¿Nos trajiste aquí para
matarnos? ¿Así querías que acabara todo esto? Ni a tu peor enemigo –
No le respondí yo solo estaba concentrado en querer
cruzar una calle, pero era imposible, todos se echaban el coche encima, nadie
cedía el paso, en la hostilidad se les iba la vida, entonces un policía intentó
detener el tráfico para que pasamos los peatones apiñados en una esquina y
cuando estábamos a punto de pasar un taxista nos echó el coche encima,
empujando con el cofre a una señorita que gritó y cayó al suelo.
El policía gritó – ¡Détente taxi! –
Pero el taxista lejos de hacer caso sacó su brazo por
la ventana y con el dedo en alto le hizo un ademan ofensivo a la autoridad.
Todos nos quedamos pasmados, y ayudamos a la señorita
a levantarse, para aquel momento el taxista ya estaba muy lejos y el policía no
podía hacer nada más por nosotros, pues le era casi imposible detener el
tránsito, los conductores furiosos empezaban a pitar con la amenaza de acelerar
sus autos sin importar quién estuviera en el pavimento.
Nos apuramos a llevar a esa señorita casi en brazos y
le pregunté si se encontraba bien, ella extrañada, como si ofrecer ayuda fuera
algo malo no me respondió, y se puso en pie para irse caminando a pasos largos.
El policía me guiñó el ojo y se encogió de hombros, apartándose de la vía para
no ser aplastado.
Por suerte no hubo heridos, solo desconcertados; a
decir verdad no recordaba algo así, fue un episodio estresante, Héctor no podía
decir nada, en cada calle nos jugábamos la vida, pues no había una esquina
donde desapareciera la hostilidad. Hasta las nubes parecían negras, la energía
era sombría, pero triste, era como si los pensamientos malignos se acumularan
por todas partes y nos atormentaran como truenos, la atmósfera de la ciudad era
de tensión, el clima empeoró de súbito y la lluvia ácida empapó las calles.
– Ya no quiero estar en esta ciudad – dijo un Héctor
rebelde que no paraba de rascarse
– Pues es pronto se hará oscuro y en la noche todo se
cierra –
– Vamos a morir aquí –
– No va a pasar nada, encontraremos un lugar y mañana
temprano nos vamos –
Con miedo de preguntar a la gente hostil me quedé con
las palabras en la boca muchas veces, no fue que hasta llegar a un parque con
estatuas en ruinas nos acercamos a unos muchachos, eran dos hombres y dos
mujeres y le pregunté a uno de ellos – ¡Chicos! ¿Sabrán ustedes donde se puede
pasar la noche? –
– ¿De qué película salieron ustedes dos? – Dijo el
rapado con tatuajes, yo solo me reí mientras todos reían, Héctor me tiró de la
camiseta – Mejor ya vámonos –
El otro muchacho sacó un jeringuilla y mientras se
inyectaba algo me inquirió – ¿Quieres? Nosotros vamos a pasar la noche en el
parque, aquí con fiesta y teniendo sexo con nuestras mujeres, pero ellas son
muy compartidas, si quieren unir sus pijas a la fiesta les damos todo, pero hay
que pagarlo –
– ¿Pijas? – preguntó Héctor
– Sus vergas hermano, ¿eres idiota o finges? –
– Es idiota – dije para salir del apuro, entonces una
de las muchachas se quitó la blusa y le dijo – Inyéctame en la tetita – y se
empezaron a reír.
Que buen ambiente hay en San Pedro Sula, pensé. La
mujer casi desnuda gemía con la jeringuilla en el brazo dejando sus pezones al
reflejo de la luz de la luna en el oscuro parque, entonces el pelón de tatuajes
dijo – ¿Van a consumir o los mando para el otro barrio? –
– ¿Cuál barrio? – preguntó Héctor
– Los mato cabrones, pásame el arma mi amor –
– Héctor, ¿Podrías dejar de preguntar? – le dije
mientas el tragaba saliva, sintiéndose condenado a muerte; entonces la otra
chica dijo – Míralos Walter, no son de peligro, se escaparon de la Casa de la
Risa, solo hay que mostrarles el camino de vuelta –
– Sí, somos de allí, pero no sabemos volver –
– ¿Tu eres el listo del dúo? – Me inquirió mientras se
reían los demás, entonces agarró mi cara con fuerza, apretando mis mejillas y
me dijo – ¿Ves esa casa blanca que está a dos calles? –
– Sí –
– De allí no debes salir – y me soltó de golpe
– Bueno chicos ya nos vamos a casa, me alegró
saludarles –
El otro tipo sacó el arma y dijo – Una pendejada más y
disparo –
– No Milton, déjalos que se vayan – dijo la muchacha
desnuda montándosele encima y pidiendo más droga.
Héctor y yo caminamos hasta la famosa Casa de la Risa,
era una mansión, blanca y con puertas cristalinas en la entrada; no había
vigilancia y nos metimos hasta adentro, recorrimos los pasillos hasta encontrar
una escalara y a nuestro encuentro acudió una viejecita – Hola muchachos –
Nos abrazaba como si nos conociera de toda la vida,
tanto abrazo nos empezaba a poner nerviosos, después escuchamos un grito que
venía de una de las habitaciones – ¡Viene por mi! ¡Viene por mi! –
– No se asusten muchachos, Irma habla sola, dice que
el demonio la visita todas las noches –
La viejecita se puso a fumar, mientras nos contaba que
conoció una mosca, decía que esa mosca la visitaba todas las noches y que hacía
el amor con ella, que nada era más placentero que copular con una mosca.
Héctor y yo la escuchábamos y ella seguí hablando, nos
llamó la atención cuando el cigarro le llegó hasta las uñas y se estaba
quemando los dedos – ¿No le duele? –
– El dolor es mental – respondió muy seria – Lo que
más me duele es mi mosca, nunca nadie entendió nuestro amor –
– ¿Oiga y para dormir? –
– Para dormir es la vida eterna, aprovechen, pero si
quieren vayan a una habitación y si ven a la mosca díganle que vuelva –
Héctor iba a abrir una puerta y la señora gritó – No,
esa puerta no, allí está Mara, ella se arrancó los ojos por que le tiene miedo
a la luz, siempre dijo que vivir en la oscuridad es mejor, a veces se quita los
venajes y verla así puede ser impactante aunque ella no los vea –
Salió a nuestro encuentro un joven – Vengan a mi
habitación, yo me llamo Samuel y soy vocalista de un grupo de rock, ¿conocen
Iron Maiden? –
– Sí, claro que sí –
– Pues yo canto con ellos en sus primeros discos –
La viejita se enfureció – ¡Váyanse con ese loco y si
viene la mosca díganle que baje a la cocina –
Samuel nos metió a su habitación, estaba llena de
carteles de Iron Maiden y nos puso su radio a todo volumen, cantaba sobre su
cama y nos dijo – No se asusten, la vieja Rebeca está loca, también hay gente
normal aquí como yo –
Cantamos las canciones de Iron Maiden y cuando el
muchacho nos dio tregua pudimos dormir, él se aisló a una esquina, empezó a
sudar por las manos, palideció, dijo que estaba harto de los fans, que lo
dejáramos en paz por favor, y entre la cama y la pared pudimos conciliar el
sueño unas cuantas horas.
Nos despertó una carcajada estruendosa, y salimos
mientras el supuesto cantante de Iron Maiden, el Bruce Dickinson hondureño
dormía salimos al encuentro de un hombre de túnica amarilla; nos miró con su
mirada cristalina, ausente, se nos acercó y tomo nuestras manos – ¿Qué mal les
aflige? ¿Qué demonio los ataca? Solo los que vivimos aquí podemos ver el mundo
de la realidad –
– Nosotros no somos de aquí –
– Nadie somos de aquí, todos venimos de otro lugar muy
lejano y volveremos a casa, este mundo a veces es un calvario, pero en casa
tendremos paz, todas nuestras mentes descansaran, y ya no habrá sufrimiento –
Era un sabio o un loco, un loco muy sabio – Lo que yo
quería decirle es que estamos aquí de visita –
– No teman, pues aunque las paredes colapsen ustedes
volverán bien a casa y a su destino final, está escrito –
– ¿Quién eres maestro? –
– Soy Isaak, lidio entre el mundo del mas allá y del
más acá –
Lo miramos y nos dijo – La vida solo es caminar, sigan
a su corazón y no importa donde estén, ni los demonios que los hagan caer,
ustedes deben seguir –
Nos dio la espalda y se fue a paso lento, poco después
los pasillos se llenaron de gente diferente, de sonidos extraños, de gritos
inusuales y Héctor me dijo – ¿Esto es un manicomio verdad? –
– No lo sé, se respetan más aquí adentro que allá
afuera, lo del parque fue peor –
– ¿Nos vamos a quedar a vivir aquí? –
– No sería tan mala idea –
Caminamos hacia la salida y allí estaba un señor, tal
vez 55 años, estaba en un teléfono de monedas, intentaba hacer una llamada, lo
curioso es que lo vimos ayer que llegamos, llevaba toda la noche intentando
hacer esa llamada; pero no lo lograba, se le caían las monedas y volvía a
digitar.
– Déjenlo – dijo la anciana Rebeca, la amante de las
moscas y añadió – El lleva años intentando hacer una llamada, es el viejo
Ernesto y sé que algún día lo logrará –
Se reía mientras perseguía a una mosca y hacia buzz
buzz, corría tras ella buzz buzz y Héctor y yo salimos de la Casa de la Risa,
rumbo a un autobús que nos llevaría al puerto de Tela, veíamos a lo lejos la
Casa y se me ocurrió extender los brazos como alas y gritar buzz buzz.
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