Ese día esperaba morir, pero los brazos de la gélida noche
me abrazaron con fuerza y me mostraron lo frágiles que somos. Me sumergía en
mis ojos y quería volar, como esos pájaros que vuelan tan alto y hay días que
no tienen dónde aterrizar.
Conducía mi coche, sin pensar, no tenía ni la más remota
idea de que esa noche mi vida cambiaría por completo. Lo que empezó con una
fiesta terminó en una dolorosa ruptura, no solo de mis huesos, sino de muchas
cosas más.
Aprendí que todo lo que se puede pegar tarda mucho en
hacerlo y lo que ocurre en un fugaz segundo lleno de frenesí puede durar varios
años en sanar, desde el alma hasta el cuerpo.
No soy inocente, lo sé, todo empezó en casa de Karlita, en
una fiesta donde me lo estaba pasando bomba. Manolo, El Troll, Dulce y tantos
amigos más, noches como esas jamás quisiéramos que acabaran, y en el sin fin de
copas acabé con una tremenda borrachera que me privaba de la realidad.
Esa noche yo había llegado con El Troll y con un amigo de el
que se llamaba Alejandro, a él no lo conocía, era bastante más joven, pero a
fin de cuentas buen tipo. Alejandro sin casi conóceme empezó a insistirme que
era hora de irnos, que tenía que llegar a su casa, que lo llevara. En mi
generosidad y sobrevaloración de sentirme capaz de conducir un coche dije que
sí, que desde luego le llevaría y El Troll dijo – Por ahí me das un aventón –
Me despedí sin despedirme, aun quería reenganchar con una
morena servida en vaso, pero… ya era suficiente, no necesitaba más alcohol para
ponerme peor. Se acercó una muchacha que al parecer vivía por ese rumbo, solo
recuerdo sus rizos, pero me vio y prefirió quedarse, no estaba en su destino
nuestro trágico trayecto, asintió y pausadamente me dijo – Esta noche no, tal
vez otro día –
No le di importancia y me coloqué al volante, ya listo para
llevar el coche. El Troll y Alejandro empezaron a discutir, al principio pensé
que era a causa de mi estado etílico, pero no, la gran pelea era para ver quien
venía de copiloto. Eran como dos críos – ¡O suben o arranco! – Les grité
bromeando; pero dio resultado, eso puso fin a la discusión y Alejandro se quedó
adelante, le ganó el asiento con un empujón, mientras El Troll iba muy enojado
en el asiento de atrás.
Pusimos en marcha ese coche, quién iba a pensar que al Ford
Escort blanco solo le quedaban unos kilómetros de vida, pocos, muy pocos.
Después de recorrer unas cuantas y oscuras calles, este conductor
cafre borracho y despistado asomó el cofre del coche a una gran avenida y de
pronto todo se rompió en un frágil momento que duró segundos.
Fue muy sorpresivo como un tráiler de grandes dimensiones
pasó tan cerca que nos hizo temblar, venía a una velocidad excesiva y para
nuestra mala suerte uno de los hierros de la defensa de mi coche quedó
enganchado a él.
En ese momento tomamos gran velocidad sin tener el control, estábamos
pegados al tráiler y éste no se detenía; el volante giraba solo y las piezas de
mi coche se iban quedando por el camino una a una, nos desarmábamos segundo a
segundo.
El tráiler nos había sacado de la esquina a toda velocidad y
ya era imposible detenernos, parecía que terminaríamos igual que mi auto; hechos
pedazos, pero por fortuna un poste nos detuvo de golpe, pasamos de cien a cero
en fracciones de segundo.
Fue tan grande el impacto que el poste nos separó del tráiler
y el motor se partió en dos, y después de eso todo se fue a negro.
Perder la conciencia no es nada reconfortante, lo olvidé
todo, no sabía dónde estaba, alguien me hablaba pero no podía abrir los ojos,
me bajé por mi propio pie y sentí la sangre caer por mi boca, miré al Troll, y
a Karla, estaban varias personas, no sé con exactitud quienes ni cuantos, de pronto
algo nubló mi vista, vi a un hombre allí tendido en el pavimento, con la cabeza
sangrando, de hecho había sangre por todos lados y brillaba con la tenue luz de
la farola, se veía oscura y espesa.
No podía dejar de mirarlo, extrañado dije – Acabo de atropellar
a alguien, lo maté – Me sentía como un asesino, no recordaba el tráiler,
tampoco el poste, solo miré a aquella persona allí tendida en la acera con la
cabeza completamente abierta, las manos desvencijadas y el rostro sin forma.
– No atropellaste a nadie, es Alejandro – Me dijo Karla
– ¿Quién es Alejandro? –
– Pues el amigo del Troll, con el que llegaste a la fiesta ¿no
me digas que ya no lo conoces? –
Me hice a un lado y es que no me acordaba de ningún Alejandro,
se quedaron desconcertados, pensaron que había perdido la razón. Y en parte sí,
pero la había perdido desde mucho antes de sentarme al volante.
Llegó una ambulancia y se llevó a quien llamaban Alejandro,
pregunté si estaba vivo y El Troll me dijo que si, que venía con nosotros y que
había salido volando rompiendo el parabrisas. No forcé los recuerdos, pero
cuando desperté del desmallo vi un par de zapatos que se habían quedado pegados
en el cristal delantero y todo empezaba a tener lógica.
Para mí es muy duro recordar estos momentos, me llenan de
tristeza y de dolor y me cuesta mucho cada palabra que escribo, porque es
regresar el tiempo, a esa oscura noche, en la que la muerte había estado tan
cerca.
Karla para ayudarme
llamó a uno de nuestros amigos, uno que es abogado; este muchacho había estudiado
la preparatoria con nosotros y consideré en mi poca cordura que era la mejor y
la única opción. Él llegó de inmediato y dijo – Tú no te preocupes mi hermano,
yo voy a hacer que ese maldito trailero
te pague tu coche y todas las lesiones –
Por un momento sentí que tenía la razón y le dije – bueno ¿pero
se va a recuperar ese chico, el tal Alejandro? –
Nadie respondió, se lo llevaron muy mal, inconsciente, había
perdido mucha sangre. El abogado asumió el caso y tenía un plan, me vio
desconcertado, pues de la borrachera ya no quedaba nada.
El plan del abogado consistía en que se dijera que El Troll
iba conduciendo, porque yo estaba fuera de mí. Karla me llevó a su casa y me
ofreció una cama, el herido estaba muy grave en el hospital luchando por su
vida y yo estaba muerto de la tristeza y lleno de culpas que no me dejaban
dormir.
Estaba seguro que en manos del abogado todo estaría bien,
solo miré al cielo y pedí por la vida de este tal Alejandro, no quería que nada
le pasara. Lo del coche a fin de cuentas me lo pagarían y el trailero culero tendría
que responder.
A la mañana siguiente amaneció plomizo, triste y gris, salí
de casa de Karla y me fui a donde vivía por mis identificaciones para después ir
a la delegación. Llegué en taxi, un amable anciano me llevó por el camino,
quiso escarbar en mi tristeza, pero poco pude explicarle, solo el asombro que
ambos tuvimos al ver mi coche partido en dos. No puedo describirlo, no soy
capaz, pero siendo burdos ese coche parecía un transformer, se había puesto de
pie, era como una “L” había cambiado de forma.
El señor me miró con asombro, me tomó del hombro y con su
voz suave me dijo – Si no se murió en ese accidente es que algo le queda aún
por hacer en esta vida –
Me bajé del coche sin decir nada, aunque meditaba sus
palabras cada segundo. Le pagué y pensé en lo que me faltaba por hacer, pero la
situación daría un vuelco terrible, inesperado.
Crucé la explanada de la delegación y ese abogado del que no
daré el nombre se me acercó con enfado, parecía otra persona, estaba como poseído,
no sé si por la ambición o por quien – Tu amigo el Troll está en la cárcel y lo
van a pasar a la grande y de allí ya no hay salida –
No sabía que decirle, nada tenía sentido – Pero... ¿Cómo? Tú
dijiste que el trailero me pagaría mi coche, él es el que tiene que estar en la
cárcel, él nos arrolló –
– Tú estabas borracho y tu coche no tiene seguro, ya me dijo
el dueño de la empresa de trailers que no va entregar a su trailero –
– Entonces ¿Estás con ellos? –
– Mira, yo te podría cobrar hasta la risa, pero te voy ayudar,
a ti y al Troll, necesito veinte mil pesos para sacarlo de la cárcel –
– ¿Entonces para qué vinimos a la delegación? ¿Para encerrar
al puto Troll? –
El maldito me miraba, pero no respondía ¿y de donde iba a
sacar yo veinte mil pesos?, ¿De dónde?
Era una pesadilla, llegué a la explanada y estaban varios
amigos de la prepa, mucha gente que había estado en la fiesta, pero me miraban
horrible, y me lo dejaron saber – El Troll está en la cárcel por tu culpa, el sí
es un amigo, dio la cara por ti –
Pero… ¿Qué cara? Era el plan del abogado ese. Ahora no solo
cargaba a cuestas con una persona casi moribunda, sino con un amigo en la cárcel
y mucha gente descontenta, viéndome como lo que era, un pobre diablo.
Me senté en las escaleras de la explanada y me sentía tan
solo, la gente murmuraba, hasta que de pronto una señora muy peculiar caminaba
como si se le moviera el suelo y atrás de ella venia su marido, logré
reconocerlos, eran los padres del Troll. Cuando la señora me vio casi rompe en
llanto y me dijo – Ojala se hubieran muerto ayer, ya me tienen los dos hasta la
madre, si se hubieran muerto por lo menos sabría a donde llevarles flores –
Se tapó la cara y quiso llorar, pero fue muy fuerte, encaró
al abogado y él se negó a recibirla, dijo que un tío de él estaba a cargo del
caso que era muy grave y que teníamos que juntar veinte mil pesos –
La madre del Troll se enojó y dijo – Pues que lo encierren
por pendejo, yo no voy a dar ni un quinto – Y se fue junto con su marido.
La señora tenía razón, era mejor recibir flores que todo
este pesar. En aquellos tiempos, cuando uno es más joven, más ingenuo, y también
más pobre, se me ocurrió levantarme y decirles a todos los congregados en la
plaza – Ayúdenme, por favor, entre todos podemos juntar veinte mil pesos –
Unos se hicieron los locos, otros se rieron, menos Manolo
que me prestó un dinero y me dijo – Agárralos cabrón, no me debes nada –
Ese fue el gesto más bonito y llegó la noche, tomé el
billete que me dio mi amigo entre las manos y cuando todos se fueron empecé a
llorar. Aun me faltaba mucho para llegar a los veinte mil pesos.
El abogado me sorprendió llorando y me dijo – Hay que
afrontar lo que hiciste –
Su tío me echó la mano al hombro y me vio tan mal que me
dijo – Solo junta dieciséis mil y yo lo saco –
El abogado estaba siempre con un amigo y cuando su tío se
fue me dijo – ¿Cuánto dinero traes? –
– No sé –
– Es que hay una emergencia; el chico que dejaste
inconsciente se puso mal, está entre la vida y la muerte y necesitan dinero –
– Quiero verlo, quiero estar con la familia –
– Si vas por allí te linchan, ya me dijeron, dame dos mil
pesos y yo lo arreglo, les tapo la boca a esos –
– ¿Pero va a vivir? –
– No lo sé, lo que quieren es dinero –
Le di los dos mil pesos, allí se iba todo, incluso el
billete que me había regalado Manolo. Se fueron y no me quedaba otra
alternativa, la única persona de mi familia era mi tío Pepe, quien vivía en
Chiapas, muy muy lejos de la capital. Le llamé por teléfono y le conté toda la
historia, le pedí el dinero y su presencia. Si no hubiera sido por él no sé cuál
hubiera sido el final de la historia.
– Está bien, voy a ir y te voy a prestar el dinero, pero después
de eso vas a hacer lo que yo te diga, sacamos a este de la cárcel y te olvidas
del coche, te olvidas de todo y de todos, te vas –
Evidentemente acepté las condiciones. Al día siguiente Pepe
estaba allí, venía con un amigo de nombre Rosendo. El abogado se quiso dirigir
a mí, pero Pepe interrumpió, que se firmaran las condiciones para que El Troll
saliera de la cárcel.
Se cerró el trato por dieciséis mil pesos que pagaría en cómodas
mensualidades, pero se cerró con el sí del abogaducho ese. El maldito ya no me
encaró más, en unas horas saldría El Troll, Pepe me lo repitió – Nos vamos ya,
no estarás en el momento triunfal, donde el sale de la cárcel y lo reciben como
un héroe, es momento de dejarlo todo, así nada mas –
El cumplió su parte, yo cumplí la mía. Me fui dejando esa explanada
que era testigo de mi tristeza, ya no estaría allí en el momento de alegría para
poder recibir al Troll, tenía tanto que decirle, que nos contáramos las
angustias, pero no me fue posible, no siempre se puede estar en los momentos de
gloria.
Estaba agradecido con Karla, y con Manolo, las demás personas
eran sombras, me fui lejos y pensé que el coche no tenía valor al lado de las
desgracias, fui por lana y regresé trasquilado. Al fin tomé un respiro y me fui
a Chiapas con Pepe; pero algo no me dejaba dormir, y era Alejandro, aquel muchacho
del que poco sabía, pero todas las noches aparecía en mi mente.
Conseguí el teléfono de su madre, la señora Yolanda, le
llamé y me presenté como el desgraciado que era – Señora, disculpe mi
insolencia, yo soy el borracho que iba conduciendo el día que su hijo quedó
inconsciente y le di mi nombre completo con santo y seña –
Un silenció me la arrebató en el teléfono y muy tiernamente
me dijo – Mi hijo está bien, perdió la memoria un tiempo, pero se recupera,
estará bien –
Una emoción tan grande me invadió y casi me saca las
lágrimas – Me alegro tanto, yo nunca dejé de pensar en ustedes, les mandé dos
mil pesos con el abogado, sé que es poco pero… –
Me interrumpió de súbito – No joven, el abogado nunca nos
hizo llegar ese dinero, nos dijo que estabas prófugo –
Se me hizo un nudo en la garganta, pero lo desaté – No
señora, estoy aquí, para apoyarle en lo que necesite –
– Gracias a Dios mi hijo está bien, no necesitamos nada, cuídate
y aprende la lección –
Aprende la lección
Aprende la lección
Aprende la lección
Fue hace doce años ya, Alejandro se recuperó, perdí mi
coche, hasta el día de hoy El Troll no me habla, mis amigos se alejaron de mí, y
el abogado se vendió.
Aunque debo confesar, pudo haber sido peor. Ojala que me perdonen ellos y Dios. A lo mejor algunos me juzgaron con cierta razón, como un borracho irresponsable que puede manejar, pero si los errores se pagan este va cicatrizando día con día, fueron momentos duros, mi pierna y mi espalda ya no son las mismas, tampoco mis amigos, bueno, algunos, algo se rompió dentro de mí, y espero que siga soldando día con día.
Aunque debo confesar, pudo haber sido peor. Ojala que me perdonen ellos y Dios. A lo mejor algunos me juzgaron con cierta razón, como un borracho irresponsable que puede manejar, pero si los errores se pagan este va cicatrizando día con día, fueron momentos duros, mi pierna y mi espalda ya no son las mismas, tampoco mis amigos, bueno, algunos, algo se rompió dentro de mí, y espero que siga soldando día con día.
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