domingo, 5 de abril de 2020

Fun House (La casa de la risa)

Una vez que tocamos cama caímos en coma, era tal el cansancio acumulado que fue un abrir y cerrar de ojos y los gallos ya estaban cantando, me puse en pie y sentía el cuerpo pesado, podría decir que me encontraba hinchado hasta que sentí el bravo escozor que recorría mi cuerpo.

Rápidamente me quité la ropa y pude verme, algún insecto alojado en el colchón tenía más hambre que Héctor y yo juntos, tenía unos enormes granos que me cubrían el cuerpo, sentía fiebre y como pude doblé mis puños anchos como los de Mike Tyson.

– Que chinga te pusieron Oscarin – decía un Héctor rascándose como sarnoso, al principio podía tener gracia, pero no teníamos idea que tipo de insectos vivían en los colchones.

– Ahora si se te ven más nalgas, y tienes tres pezones más grandes que los dos que tenías antes –

Me quise reír, o tal vez golpearlo, quise abrir el agua para ducharme y no fui capaz de permanecer debajo del agua mucho tiempo sin sentir dolor, debo decir que ponerme la ropa fue otro suplicio.

– Para un día que te puedes bañar no lo haces, eso de ser puerco ya es por gusto – dijo Héctor sin parar de bromear esa mañana. Yo solo lo miraba – En Tegucigalpa casi perdemos la cabeza en medio de una balacera ¿y tú aún tienes humor? Y en San Salvador la niña que saltaba sobre la cama –

Me senté a la orilla del colchón y Héctor se me acercó –Es mejor no recordar todo eso, me volvería loco, no sé si pueda resistir mucho más, pero yo nunca te pregunto nada, no sé qué sigue ahora, tú has sido el guía –

– San Pedro Sula – respondí sin pensar

Se me quedó mirando sin saber lo que le decía – Pinches mosquitos, me picaron por todas partes, ya no soporto el comezón –

– Estos no pueden ser mosquitos, las ronchas son más grandes que tus ojos, que tus dos ojos juntos –

Héctor se empezó a reír mientras se rascaba – Nos picaron por todos lados –

Como un par de sarnosos salimos del lugar rumbo a San Pedro Sula, sin despedirnos de nadie salimos de Comayagua y yo no sabía qué decirle a este Quasimodo moribundo que tenía sus esperanzas puestas en que los días mejorarían, ahora ya no entendía ni yo cual era el propósito del viaje, pero con las pocas fuerzas que nos quedaban seguimos nuestro camino.

Tomamos el autobús, pero la extraña geografía de Honduras nos haría un viaje mucho más largo, en aquellos tiempos las vías de comunicación no eran muchas, teníamos que regresar a Tegucigalpa para ir a San Pedro Sula, no había línea directa entre Comayagua y San Pedro. Yo pregunté – ¿por qué? – Y el chófer del autobús en modo gracioso me explico que esto era como una tarántula gigante donde Tegucigalpa era la cabeza y cada una de las terminaciones de las patas que salían de esa cabeza eran un destino, una ciudad.



Fue muy ilustrativo y después de un cambio de autobús llegamos a San Pedro Sula y Héctor me preguntó – ¿Por qué esta ciudad? –

– No lo sé Hectorin, según leí es la ciudad con más homicidios de todo el continente –

Héctor tragó saliva – ¿Nos trajiste aquí para matarnos? ¿Así querías que acabara todo esto? Ni a tu peor enemigo –

No le respondí yo solo estaba concentrado en querer cruzar una calle, pero era imposible, todos se echaban el coche encima, nadie cedía el paso, en la hostilidad se les iba la vida, entonces un policía intentó detener el tráfico para que pasamos los peatones apiñados en una esquina y cuando estábamos a punto de pasar un taxista nos echó el coche encima, empujando con el cofre a una señorita que gritó y cayó al suelo.

El policía gritó – ¡Détente taxi! –

Pero el taxista lejos de hacer caso sacó su brazo por la ventana y con el dedo en alto le hizo un ademan ofensivo a la autoridad.

Todos nos quedamos pasmados, y ayudamos a la señorita a levantarse, para aquel momento el taxista ya estaba muy lejos y el policía no podía hacer nada más por nosotros, pues le era casi imposible detener el tránsito, los conductores furiosos empezaban a pitar con la amenaza de acelerar sus autos sin importar quién estuviera en el pavimento.

Nos apuramos a llevar a esa señorita casi en brazos y le pregunté si se encontraba bien, ella extrañada, como si ofrecer ayuda fuera algo malo no me respondió, y se puso en pie para irse caminando a pasos largos. El policía me guiñó el ojo y se encogió de hombros, apartándose de la vía para no ser aplastado.

Por suerte no hubo heridos, solo desconcertados; a decir verdad no recordaba algo así, fue un episodio estresante, Héctor no podía decir nada, en cada calle nos jugábamos la vida, pues no había una esquina donde desapareciera la hostilidad. Hasta las nubes parecían negras, la energía era sombría, pero triste, era como si los pensamientos malignos se acumularan por todas partes y nos atormentaran como truenos, la atmósfera de la ciudad era de tensión, el clima empeoró de súbito y la lluvia ácida empapó las calles.

– Ya no quiero estar en esta ciudad – dijo un Héctor rebelde que no paraba de rascarse

– Pues es pronto se hará oscuro y en la noche todo se cierra –

– Vamos a morir aquí –

– No va a pasar nada, encontraremos un lugar y mañana temprano nos vamos –

Con miedo de preguntar a la gente hostil me quedé con las palabras en la boca muchas veces, no fue que hasta llegar a un parque con estatuas en ruinas nos acercamos a unos muchachos, eran dos hombres y dos mujeres y le pregunté a uno de ellos – ¡Chicos! ¿Sabrán ustedes donde se puede pasar la noche? –

– ¿De qué película salieron ustedes dos? – Dijo el rapado con tatuajes, yo solo me reí mientras todos reían, Héctor me tiró de la camiseta – Mejor ya vámonos –

El otro muchacho sacó un jeringuilla y mientras se inyectaba algo me inquirió – ¿Quieres? Nosotros vamos a pasar la noche en el parque, aquí con fiesta y teniendo sexo con nuestras mujeres, pero ellas son muy compartidas, si quieren unir sus pijas a la fiesta les damos todo, pero hay que pagarlo –

– ¿Pijas? – preguntó Héctor

– Sus vergas hermano, ¿eres idiota o finges? –

– Es idiota – dije para salir del apuro, entonces una de las muchachas se quitó la blusa y le dijo – Inyéctame en la tetita – y se empezaron a reír.

Que buen ambiente hay en San Pedro Sula, pensé. La mujer casi desnuda gemía con la jeringuilla en el brazo dejando sus pezones al reflejo de la luz de la luna en el oscuro parque, entonces el pelón de tatuajes dijo – ¿Van a consumir o los mando para el otro barrio? –

– ¿Cuál barrio? – preguntó Héctor

– Los mato cabrones, pásame el arma mi amor –

– Héctor, ¿Podrías dejar de preguntar? – le dije mientas el tragaba saliva, sintiéndose condenado a muerte; entonces la otra chica dijo – Míralos Walter, no son de peligro, se escaparon de la Casa de la Risa, solo hay que mostrarles el camino de vuelta –

– Sí, somos de allí, pero no sabemos volver –

– ¿Tu eres el listo del dúo? – Me inquirió mientras se reían los demás, entonces agarró mi cara con fuerza, apretando mis mejillas y me dijo – ¿Ves esa casa blanca que está a dos calles? –

– Sí –

– De allí no debes salir – y me soltó de golpe

– Bueno chicos ya nos vamos a casa, me alegró saludarles –

El otro tipo sacó el arma y dijo – Una pendejada más y disparo –

– No Milton, déjalos que se vayan – dijo la muchacha desnuda montándosele encima y pidiendo más droga.

Héctor y yo caminamos hasta la famosa Casa de la Risa, era una mansión, blanca y con puertas cristalinas en la entrada; no había vigilancia y nos metimos hasta adentro, recorrimos los pasillos hasta encontrar una escalara y a nuestro encuentro acudió una viejecita – Hola muchachos –

Nos abrazaba como si nos conociera de toda la vida, tanto abrazo nos empezaba a poner nerviosos, después escuchamos un grito que venía de una de las habitaciones – ¡Viene por mi! ¡Viene por mi! –

– No se asusten muchachos, Irma habla sola, dice que el demonio la visita todas las noches –

La viejecita se puso a fumar, mientras nos contaba que conoció una mosca, decía que esa mosca la visitaba todas las noches y que hacía el amor con ella, que nada era más placentero que copular con una mosca.

Héctor y yo la escuchábamos y ella seguí hablando, nos llamó la atención cuando el cigarro le llegó hasta las uñas y se estaba quemando los dedos – ¿No le duele? –

– El dolor es mental – respondió muy seria – Lo que más me duele es mi mosca, nunca nadie entendió nuestro amor –

– ¿Oiga y para dormir? –

– Para dormir es la vida eterna, aprovechen, pero si quieren vayan a una habitación y si ven a la mosca díganle que vuelva –

Héctor iba a abrir una puerta y la señora gritó – No, esa puerta no, allí está Mara, ella se arrancó los ojos por que le tiene miedo a la luz, siempre dijo que vivir en la oscuridad es mejor, a veces se quita los venajes y verla así puede ser impactante aunque ella no los vea –

Salió a nuestro encuentro un joven – Vengan a mi habitación, yo me llamo Samuel y soy vocalista de un grupo de rock, ¿conocen Iron Maiden? –

– Sí, claro que sí –

– Pues yo canto con ellos en sus primeros discos –

La viejita se enfureció – ¡Váyanse con ese loco y si viene la mosca díganle que baje a la cocina –
Samuel nos metió a su habitación, estaba llena de carteles de Iron Maiden y nos puso su radio a todo volumen, cantaba sobre su cama y nos dijo – No se asusten, la vieja Rebeca está loca, también hay gente normal aquí como yo –

Cantamos las canciones de Iron Maiden y cuando el muchacho nos dio tregua pudimos dormir, él se aisló a una esquina, empezó a sudar por las manos, palideció, dijo que estaba harto de los fans, que lo dejáramos en paz por favor, y entre la cama y la pared pudimos conciliar el sueño unas cuantas horas.

Nos despertó una carcajada estruendosa, y salimos mientras el supuesto cantante de Iron Maiden, el Bruce Dickinson hondureño dormía salimos al encuentro de un hombre de túnica amarilla; nos miró con su mirada cristalina, ausente, se nos acercó y tomo nuestras manos – ¿Qué mal les aflige? ¿Qué demonio los ataca? Solo los que vivimos aquí podemos ver el mundo de la realidad –

– Nosotros no somos de aquí –

– Nadie somos de aquí, todos venimos de otro lugar muy lejano y volveremos a casa, este mundo a veces es un calvario, pero en casa tendremos paz, todas nuestras mentes descansaran, y ya no habrá sufrimiento –

Era un sabio o un loco, un loco muy sabio – Lo que yo quería decirle es que estamos aquí de visita –

– No teman, pues aunque las paredes colapsen ustedes volverán bien a casa y a su destino final, está escrito –

– ¿Quién eres maestro? –

– Soy Isaak, lidio entre el mundo del mas allá y del más acá –

Lo miramos y nos dijo – La vida solo es caminar, sigan a su corazón y no importa donde estén, ni los demonios que los hagan caer, ustedes deben seguir –

Nos dio la espalda y se fue a paso lento, poco después los pasillos se llenaron de gente diferente, de sonidos extraños, de gritos inusuales y Héctor me dijo – ¿Esto es un manicomio verdad? –

– No lo sé, se respetan más aquí adentro que allá afuera, lo del parque fue peor –

– ¿Nos vamos a quedar a vivir aquí? –

– No sería tan mala idea –

Caminamos hacia la salida y allí estaba un señor, tal vez 55 años, estaba en un teléfono de monedas, intentaba hacer una llamada, lo curioso es que lo vimos ayer que llegamos, llevaba toda la noche intentando hacer esa llamada; pero no lo lograba, se le caían las monedas y volvía a digitar.

– Déjenlo – dijo la anciana Rebeca, la amante de las moscas y añadió – El lleva años intentando hacer una llamada, es el viejo Ernesto y sé que algún día lo logrará –

Se reía mientras perseguía a una mosca y hacia buzz buzz, corría tras ella buzz buzz y Héctor y yo salimos de la Casa de la Risa, rumbo a un autobús que nos llevaría al puerto de Tela, veíamos a lo lejos la Casa y se me ocurrió extender los brazos como alas y gritar buzz buzz.

viernes, 3 de abril de 2020

Río Pánico


 A la mañana siguiente abrí los ojos, el panorama en aquel gigante basurero era desolador, acostados entre chatarra, malos olores, moscas y zopilotes, desperté a Héctor de un acostumbrado tirón de pelos – ¿Qué te pasa carbón? –

 – Ya deja de roncar que te vas a comer todas las moscas –

 Se quiso reír, pero no lo hizo al escuchar sollozar entre sueños a nuestra querida y nueva amiga Leslie; tan quemada por el sol, exhausta, respiraba con dificultad y entre las moscas luchaba por respirar, al ver lo difícil que era su vida le dije a Héctor – Le voy a dejar mi mochila, con mi ropa y mi comida –

 Héctor no decía nada, era muy callado por las mañanas; salimos de la casa de Leslie abriéndonos paso entre la basura, los zopilotes y las ratas hasta llegar a las afueras de la ciudad y allí por las calles preguntamos a una pareja que se caía de borracha – ¿Saben ustedes donde salen los autobuses para Comayagua? –

 Ellos nos indicaron, y es que no había mucha gente a quién preguntar; llegamos a la explanada de fango y abordamos un viejo autobús después de pagar unas pocas lempiras. El viaje fue corto y después de haber salido del basurero el paisaje era más agradable. Solitario, sin zopilotes; caminamos pensativos, sin rumbo hasta que llegamos a la orilla de un rio que corría con aguas cristalinas, su sonido, el manantial, me quité la ropa y con mis únicos calzoncillos me metí para sentir el fresco correr de las aguas, Héctor hizo lo mismo, dejó su mochila y se metió al río también y allí estuvimos un largo rato hasta que nos sentimos observados, un anciano, vestido de blanco, de ropa impecable nos estaba mirando, nos sonrió, pero de sus dientes solo quedaban dos piezas, le sonreí – Está muy fresca el agua – Le dije, el no respondió, solo nos miraba desde la otra orilla del rio.

 – Ayúdenme a cruzar al otro lado – dijo – Yo soy el terrateniente más rico de este pueblo llamado Comayagua y les puede dar lo que quieran, decirles donde está enterrada mi fortuna –

 Héctor me miró y acercándose me dijo al oído – Otro loco –

 – No estoy loco – dijo el anciano, ustedes forasteros vienen de tierras lejanas y no solo a ver miseria y destrucción, vienen por el tesoro –

 Me encogí de hombros y dije – Claro, yo lo ayudo, aunque solo sea por un plato de comida –


Me sumergí en el río y entonces algo ralentizó la corriente, después objetos pesados y pestilentes empezaron a golpearme la cara y emergí de inmediato, el escenario era devastador, una señora a la orilla del río empezó a vaciar botes de basura, pañales, bolsas enormes de plástico y sin importarle que estábamos adentro Héctor y yo, menos aún el río y las consecuencias de la contaminación siguió vaciando cosas y basura, papel de higiénico sucio, plásticos, y le grité – ¡Deténgase! ¡Está loca! –

 Se nos quedó mirando con desdén y un tipo que la acompañaba, tal vez de su misma edad, 50 años le dijo – Tira toda la basura, que te importe mierda si ese par de jodidos no tienen casa para bañarse –

 El agua en el río circulaba lenta, Héctor y yo estábamos paralizados, llenos de impotencia mirando como ese par de incivilizados cavernícolas regresaban a su choza, sin el más mínimo remordimiento – ¡Malditos cerdos! – les grité, ellos en cambio azotaron la puerta de su casa.

 – Cómo les puede gustar vivir entre la mierda – dijo Héctor enfurecido.

 El río estaba herido, nosotros también, el olor a desechos no nos dejaba permanecer adentro ni un minuto más y dejé que el sol me secara, pues entre los desechos, la comida en descomposición y las cascaras de plátano que no acababan de irse podíamos salir más embarrados, y ahora con el miedo de que otro vecino hiciera lo mismo.

 Ya no había nada que contemplar allí, la naturaleza nos regalaba agua cristalina y estos cerdos se empeñaban en destruir el planeta, allí fue donde pensé si notros no éramos un mal padecimiento del planeta, pero lo dejé ir al caminar con Héctor, sin decir palabra, ni sentir hambre.

 En ese momento giré la vista, buscaba al viejito de inmensa fortuna, pero había desaparecido, estoy seguro de que ese hecho también le lastimó.

 Caminamos hacia el centro y encontramos una gran iglesia de pueblo, llena de juventud adornando un gran árbol de navidad y un belén, haciéndonos saber que aunque no lo pareciera y estábamos lejos de casa la navidad se acercaba, estábamos en adviento y por un momento Héctor entristeció.

 Le tomé el hombro y le dije – No te sientas triste por el pavo, ni los brindis, ni las compras, mira cómo se pasa la navidad en esta parte del mundo, por aquí no se paran los reyes magos de oriente, ni tampoco la esperanza –

 – Lo único que voy a extrañar es tener la panza llena –

 – ¿Y si pedimos posada? Aquí, ahora que es época de peregrinos, ya vimos la estrella en Tegucigalpa, es tiempo de buscar nuestro pesebre –

 Nos acercamos a los muchachos – Les está quedando genial –

 – ¿Quieren ayudarnos? – dijo una muchacha.

 – Pero claro que sí –

 Empezamos a mover adornos, figuras, poníamos la escarcha en el árbol gigante como podíamos y otra muchacha corrigió a Héctor – Esto no va así ¿Nunca has puesto el árbol en tu casa? –

 – No, mi madre decía que yo era muy torpe –

 La sinceridad de Héctor provocó las risas de todos, eran 10 tal vez 12 muchachos entre chicos y chicas, de nuestra edad y le seguimos ayudando a marchas forzadas hasta que nos dio la noche, después hicieron una fogata y calentaron bombones. Ver ese árbol gigante y esas figuras con los Reyes Magos, San José y la Virgen María, los burros y el lago cristalino emulado por un espejo, el musgo y la cama del Niño Dios.

 Todos nos empezamos a aplaudir y en la fogata se empezaron a presentar, Christian, Carlos, María José, Denisse, Janeth, Andrea, Guadalupe, Iván, Elideth, Jennifer, Arturo, Madai, Eneida.

 – Óscar – dije

 – Héctor – dijo

 – ¿Y de dónde nos visitan? –

 – De España y de México, pero los dos vivimos en Ciudad de México – dijo Héctor

 – ¿Y qué les parece Honduras? ¿Qué tal Comayagua? –

 – La verdad es que no sé cómo llegamos aquí, lo único que recuerdo es el río, nos bañábamos en el cuándo una señora tiró kilos de basura, pero antes de eso hablábamos con un señor, viejito, de ropa blanca impecable que nos pedía que lo cruzáramos del otro lado del rio –

 Todos se quedaron serios, parecía que había dicho algo malo, entonces una de las chicas me preguntó – ¿Y lo cruzaste? –

 – No, el viejito se fue cuando la señora tiró tanta basura en el río –

 Todos se miraban, no sabían si decirnos, pero de entre la fogata salió Christian, parecía ser el líder de ellos y me dijo – Ese viejito que viste no es de este mundo, varios lo cuentan como una leyenda, pero ahora ustedes que vienen de fuera nos dicen esto, no cabe duda que el enemigo nos acecha –

 María José empezó a leer unos versículos de la biblia y Héctor y yo nos mirábamos en medio de ese escenario surrealista.

 Carlos se puso en pie y dijo – Un amigo de mi abuelo vio esa aparición en los años cuarenta, el viejito le pidió que lo cruzara de un lado a otro del río prometiéndole riqueza, mi abuelo cuenta que su amigo lo cruzó sobre sus hombros, pero cuando iban a la mitad del río el viejito empezaba a ser cada vez más pesado, el amigo de mi abuelo se quería detener, pero el viejito con otra voz extraña, como de ultratumba le gritaba “no voltees, no te detengas” la curiosidad del amigo de mi abuelo fue demasiada y encaró a la bestia que llevaba sobre sus hombros, era como un insecto gigante, con baba espesa, lo derribó y salió corriendo, poco tiempo después el amigo de mi abuelo murió, tuvo fiebre y todos pensaban que alucinaba, pero hay muchas versiones –

 Denisse se puso en pie – Nadie se acerca a ese río, por allí solo corre basura y maldiciones, el río está encantado –

 Los muchachos eran muy apegados a la iglesia, pero las leyendas del pueblo no les eran ajenas; rezamos, comimos muchos bombones en la fogata y después de un rato apreciando nuestra gran obra llegaron dos curas y felicitaron a los muchachos.

 Después era evidente no reparar en nosotros y decir – ¿Quiénes son estos muchachos? –

 – No somos mendigos padre, se lo juro – dijo Héctor haciendo estallar en risas a todos, pero Elideth habló – Un mexicano y un español que nos visitan desde afuera, vienen del río encantado y vieron al enemigo –

 – Basta chicos, no vamos a hablar del río – dijo uno de los sacerdotes y el otro dirigiéndose a nosotros dijo – Gracias hijos por su ayuda, en nuestro árbol aparecerán sus nombres, si podemos hacer algo por ustedes –

 – Todo bien padre, dormiremos bajo el árbol y mañana partimos rumbo a otro lugar –

 Los chicos se alborotaron – Vengan a mi casa –

 – No, a la mía –

 Y así entre el barullo el sacerdote dijo – Se quedarán en la casa de huéspedes, son nuestros invitados de honor –

 Después de un aplauso encendieron el árbol, se veía hermoso, así se encendió Comayagua, así esos jóvenes le daban un respiro de esperanza a Honduras.