domingo, 24 de julio de 2016

La Morfosismeta

Es imposible saber cómo las demás personas interpretan las metáforas, fue una casualidad que me encontrara leyendo la metamorfosis de Kafka; ¿Y qué entendí?

Bueno, hablaba de una persona que cuando se levantaba de su cama y despertaba del sueño estaba convertido en un gran escarabajo que casi no podía moverse, tenía muchos pies, pero todos delgados y débiles. Unos se imaginan un asqueroso insecto sucumbiendo sin poderse levantar por su gran caparazón. Otros entendemos que la metamorfosis es el paso del tiempo, ese paso inminente que nos arrebata la juventud y nos vuelve mayores. Cuando un día despertamos y ya no tenemos fuerza, la juventud se nos ha ido y nos hemos convertido en un insignificante insecto o en algo peor.

Tal vez ese sea el en resumen de esa obra, pero no hablaré de ella, aunque ese libro rondó algunos días en mi cabeza, pero la juventud aún me acompañaba y quería pensar que ese día lejano tardaría mucho en llegar, si es que llegaba.

En ese tiempo yo era maestro de física y de matemáticas en un bachillerato, era exhaustivo el horario. Horas muertas y complicadas, no podía despegarme tanto de la escuela ni salir muy lejos, entonces para comer tenía un cercano lugar, era una especie de fonda, cocina económica; llamado La Casa de la Abuela”, no era coincidencia lo de la vejez de la que hablaba Kafka en su libro, pero sí lo de los insectos. Ya lo entenderéis.

Allí preparaban una comida a un precio accesible y estaban incluidas la sopa, el guisado y alguna guarnición; en ocasiones el agua y el postre. No es publicidad al lugar, eso viene ahora. No lo olviden, la fonda se llama La Casa de la Abuela”.

Era muy cómoda la idea de no preparar comida y dejar que otras manos lo hagan por nosotros; en cierto modo ese era mi caso.

El pequeño local tenía 7 mesas, con 4 sillas cada una; en la cocina estaba una señora mayor y sirviendo las mesas su hija, que debía tener 17 años. Yo ya era bien conocido en el sitio, iba solo y mientras comía me ponía a pensar. Debo decir que me gustaba la soledad, no solía compartir mis descansos con otros profesores ni alumnos; me esfumaba para tener mi espacio, mi escape mental.

Una tarde como era mi costumbre fui a comer a la fonda en mi hora de descanso, había 3 mesas ocupadas y me senté en la de la esquina, mi favorita. Estaba tan distraído y cansado que empecé a comer la sopa con mucha lentitud, y después vino el arroz; aquel arroz anaranjado, con guisantes y tomate.

No suelo mirar lo que como, pero algo me supo mal, no podría describirlo con exactitud, tal vez receso, rancio, amargo; qué sé yo y algo en el platillos desentonaba con el color de lo demás, era oscuro, parecía de color café.

En mi letargo reaccioné y pude ver la mitad de lo que parecía un gran insecto en medio de mi plato, una cucaracha decapitada para ser exactos. De inmediato saqué con mi mano el bocado y miré esa antena que me hacía cosquillas en el paladar.

La palidez de mi cara llamó la atención de los allí presentes, escupí el bocado y detrás de la antena salió masticado entre el arroz otra parte del cuerpo de esa cucaracha enorme que era parte del platillo.

Me quedé en un silencio sepulcral, parecía que el mundo se había parado. Hurgué entre mis dientes a ver si quedaban restos del asqueroso insecto, pero nada.

En mi paranoia intenté armar la cucaracha, quería estar seguro de que su cuerpo que había entrado en mi boca estaba sobre el plato, y así fue, apareció todo menos la cabeza y una antena. Lo tenía milimétricamente calculado.

Empecé a sentir un enorme malestar y a imaginar cosas, tenía escozor por todo el cuerpo y me sudaban las manos, me imaginaba la cabeza del animal en mi estómago y no podía soportarlo. Quería abrir mis entrañas y arrojarla como quien expulsa a un demonio.

Fueron segundos, largos segundos en los que la metamorfosis se había metido dentro de mi y no yo en la cucaracha. La voz de la muchacha me trajo a la realidad preguntándome – ¿Está todo bien?

Esa pregunta retumbó en mi cabeza – ¿Está todo bien?
                                                           – ¿Está todo bien?
                                                           – ¿Está todo bien?

Pero como va a estar bien – Me repetía, si tengo la cabeza de ese animal en mis entrañas. Mi vista se fue a blanco y mis pensamientos recordaron como la cucaracha podía vivir 3 días sin cabeza, moría por inanición; pensaba que ese pequeño cerebro lleno de fluidos estaba moviendo su antena acariciando mi estómago. No dudé más y un fuerte eructo estuvo a punto de provocar el vómito sobre la mesa. Los demás comensales me miraron mientras la pobre muchacha quería tapar el sol con un dedo, pretendiendo que nadie se diera cuenta de lo que me estaba ocurriendo.

Pero a la vez sintió lástima, me miró piadosamente y dijo de nuevo – ¿Está todo bien?

Mi respuesta fue salir corriendo, pero al atravesar la puerta no pude contener el vómito que salió a presión; dejando rociado el primer árbol que se atravesó en mi camino, justo aquel que estaba a 4 metros de la entrada de la fonda.

Los clientes del lugar empezaron a murmurar, mientras una señora se echó las manos a la cabeza también palideciendo. Para aquel momento ya todos se habían dado cuenta aunque de reojo miré a la señora salir de la cocina para recoger mi plato.

Las personas se ponían de pie dejando sus platos casi intactos, pero a mi eso no me importaba, empecé a buscar entre el vómito la cabeza de la cucaracha; quería sentirme aliviado de haberla echado fuera de mi, busqué con cuidado y eso terminó de ahuyentar a toda la gente, a los que estaban y a los que empezaban a llegar.

La muchacha salió tras de mi, seguía insistiendo en saber si me encontraba bien; pero era evidente que no, la miré con los ojos llorosos y cristalinos por la fuerza del vómito y seguí buscando la cabeza de ese horrendo animal.

Me la imaginaba amplificada, esos ojos negros, profundos; esa cara viscosa, las barbillas que le colgaban y tal vez una boca entristecida; buscaba esa horrible cara con tanta ansia que me llevaría al alivio. Pero no había más que buscar, la cabeza seguía dentro de mi.

Caminé lento, intentaba alejarme del lugar, pero no llegué muy lejos. Una segunda arcada y más potente aún me hizo vomitar con más fuerza; fue involuntario, entonces me puse de rodillas para dejar que saliera con más facilidad.

Yo continué con mi tarea, encontrar esa cabeza, pero no la hallaba y a medida que pasaba el tiempo me desesperaba. Por enésima vez la voz de la muchacha que seguía tras de mi me interrumpía – ¡Discúlpame! De verdad discúlpame

Yo asentí dándole a entender que estaba perdonada, lo único que quería es que se fuera lejos de mi, que regresará a su fonda y que me dejara encontrar lo que estaba buscando.

Ella no se iba y para aquel momento ya habíamos llamado la atención de todos los que pasaban por la calle, la gente que venía a pie se alejaba y los conductores de los vehículos desaceleraban para ver como la pobre muchacha al borde de la desesperación me pedía perdón una y otra vez.

No faltó una tipa que venía en su coche y se detuvo, bajó el cristal de la ventana y gritó – No le ruegues a ese borracho, déjalo allí tirado como lo que es Y se esfumó.

En otro momento me hubiera importado, pero en ese no, yo tenía que encontrar lo que estaba buscando y seguí hurgando en el vómito que había dejado sobre la acera.

Escuchaba pasar los coches, eran ruidos infernales, junto a esa muchacha que no se separaba de mi. Al no tener éxito sentí vaciar mi estómago con una última arcada, eso fue unos metros más lejos y esa chica seguía mis pasos y mis huellas.

Cuando en el último vomito no encontré la cabeza de la cucaracha pude resignarme, la encaré y le pedí que se fuera, que todo estaba bien, que no pasaba nada. Ella se fue apenada y a paso lento; llegó hasta la fonda, esa que dije que se llama La Casa de la Abuelay la señora algo le dijo; no sé qué fue pero le impidió a la muchacha que me asistiera, lo cual agradecí muy en el fondo.

Me sequé las lágrimas del esfuerzo y miré ese desastre en la calle; la anciana quería maldecirme, pero ella había tenido la culpa, y lo sabía, tan fue así que no me sostuvo la mirada, yo seguí mi camino y en La Casa de la Abuelano había ni un solo cliente.

Me sentía débil y tres calles adelante me detuve a respirar algo de aire, miré de nuevo hacia la fonda y ambas mujeres están afuera limpiando, la pobre chica se lamentó con un sincero gesto y en mis adentros me quedaron ganas de decirles que si encontraban esa cabeza me lo hicieran saber, pero era un vil disparate, una tontería, de tal manera seguí mi camino.

Tenía que cumplir con una clase de matemáticas a las seis de la tarde y para eso tenía que encontrar un sitio para asearme y lavarme los dientes. En mi camino a la escuela apareció una pequeña oficina privada y abajo estaban dos policías corpulentos. A mi se me miraba muy mal y les fui a pedir su cuarto de servicio para poder asearme.

En seguida me di cuenta que uno de los oficiales era gay y me sonrió – No tenemos permiso de prestarle en baño a nadie, pero contigo haré una excepción –

Ya estaba allí y no podía escoger, seguí al oficial, quien me llevó hasta un sótano, sacó una llave y abrió el cuarto de baño. Me pidió que pasará y cuando estábamos adentro lo cerró con llave, quedando allí los dos.

Empecé a desconfiar, pero jamás me sentí intimidado, lavé mis dientes y mi cara, remojé mi pelo a la mayor velocidad para poder salir de allí.

Le agradecí al oficial y le pedí que me abriera la puerta, se empezó a reír ese hombre armado y corpulento y me dijo Si haces pipí te dejo salir

De acuerdo Dije sin rechistar; entonces el oficial se sentó cómodamente para verme orinar, me miraba el pene con fascinación y se rascaba la cabeza.

En un principio me costó orinar, pero pude lograrlo con su mirada encima, acosándome. Me arreglé antes de lo que debiera y unas gotas mancharon mi pantalón, cosa que le causó gracia al oficial.

Le agradecí nuevamente y le dije – ¿Ya nos podemos ir?

– ¿A dónde vas con tanta prisa? Me preguntó poniéndome una mano en el pecho y deslizándola hasta mi barriga y sonrió.

Cuando me tocó la barriga sentí dolor, y recordé la cabeza de esa cucaracha, yo también me reí, pero fue un poco amarga mi risa y le dije Tengo cosas que hacer oficial

Lo miré a los ojos, y al verme roto se contuvo, o tal vez la presión de dejar solo a su compañero, en pleno día y en una oficina y optó por sacar la llave y abrirme esa puerta. Fue muy a su pesar pero lo hizo.

Yo estaba tan perjudicado que no le di importancia y le volví a dar las gracias a lo que el chiveado respondió – De nada guapo

Salí de ese cuarto de baño que parecía bodega y el aire me hizo muy bien, tan bien que agarré color en la cara.

Cumplí con mis compromisos del día, en la noche llegué a casa y le conté a esa familia con la que viví un tiempo lo que me había pasado. Ellos se sorprendieron y mi novia de aquel entonces intentó ayudarme con platillos suaves para mi estómago; pero a pesar de sus cuidados no pude comer en tres días, caí debilitado en cama, pero no fue nada preocupante, me recuperé poco a poco.

Y desde ese día reviso lo que como, lenta y minuciosamente, aunque la morfosismeta esté por venir y arrebatarme la juventud algún día.



jueves, 21 de julio de 2016

Rodeo Nocturno

Regresé corriendo a casa aquel día lluvioso, mi futuro era en blanco y negro a pesar de los hechos, así lo consideraban mis mayores. Todo parecía empañarse como los cristales de ese coche con el que casi me estrello, por suerte estaba aparcado y la inercia me llevó a patinar unos segundos sobre la acera.

Me sequé la lluvia, o tal vez el sudor, que sé yo, todo estaba tan mezclado entre la agitación y el frío de aquel sábado de agosto. Por un momento se detuvieron mis pensamientos y recordé que mi tía llegaba esa misma noche de España, y como siempre que visitaba México nos pedía ir a un lugar llamado “El Rodeo”, que estaba en el centro de la capital azteca. En aquel sitio solo se escuchaba música banda y era en vivo, aún recuerdo a Julio Zepetua con la banda Zero, nunca supe bailar, por el contrario, las trompetas me dejaban aturdido.

Yo no quería salir aquella noche, pero mi tía me convenció, nadie mejor para insistir que Cristina Vázquez – ¡Venga capullo, que os visito poco! – dijo una y otra vez.

Fuimos allí, mi tía y unos vecinos de mi querida colonia Romero Rubio; Toño, Pili, Rosy, Doña Kary, e incluso mi propia madre. Y es que cuando uno es tan joven no tiene escapatoria. Como iba a pensar que esa noche en la que yo iba tan indispuesto las cosas darían un giro de 180 grados, pero estaba en mi destino, esa noche allí tenía que estar.

Como mencioné yo no sabía bailar y me quedé la noche entera bebiendo cerveza sentado en un rincón, mirando como todos movían esos esqueletos, con sus sombreros y botas, pasándose a la mujer por debajo de las piernas, por arriba y hasta la giraban en el aire, eso era mejor que los aerobics, tenían que terminar fatigados. Pero desde la silla la estampa completa parecía un circo; inevitable echar unas carcajadas al ver eso con la quinta cerveza en la mano.

El lugar comenzaba a vaciarse y los que quedaban estaban en la pista dándolo todo, pero del lado de las mesas estaban dos chicas, me acerqué un poco envalentonado por lo ya bebido y le dije a la pelirroja – ¿Quieres bailar? –

Era evidente que yo no tenía ni idea, y ella respondió – No sé bailar, a mí me gusta el rock, vengo a acompañar a mi prima y a mi tía –

Me eché a reír y le dije – Yo tampoco sé bailar – Al tiempo que con mi torpeza tiré un par de cervezas de su mesa al mover la mano y fueron a parar a sus vestidos. Ellas se levantaron de inmediato para no seguirse mojando y yo en mi cabeza pensé – He rematado la faena como un idiota –

No pude ni pedir disculpas, aunque supongo que notaron mi cara de vergüenza, las chicas se portaron de una manera excepcional y la pelirroja me dijo – No te sientas mal, fue un accidente –

– ¿Lo dices en serio? Estaba a punto de cerrar los ojos para esperar una bofetada –

Las chicas se empezaron a reír y la amiga se presentó – Yo soy Yliana – Después la pelirroja – Yo soy Laura y vengo de Squamish, Canadá –

Sonreí y me presenté con ellas extendiéndoles una disculpa de nuevo, a la que respondieron que no debía preocuparme por nada, me insinuaron que les gustaría ir a otro lugar, que esperaban que nos volviéramos a ver y me dieron el teléfono de la casa donde se estaban quedando.

Pasaron los días y llamé a Laura, nos encontramos y junto con Yliana salíamos a varios lugares; Yliana y Laura eran primas hermanas, La madre de Laura era mexicana, hermana de la madre de Yli, pero en esa ocasión solo Laura había ido de vacaciones, se quedaba en casa de su tía, junto a otro tío muy joven que se llama Gerardo, quien a veces salía con nosotros.

Hicimos una linda amistad, sobre todo Laura y yo, esa pelirroja que me había inducido a bailar en “El Rodeo” estaba en mi cabeza más de lo que yo podía imaginarme, pero no me atrevía ni siquiera a tocarla.

Prácticamente nos acabábamos de conocer, pero yo sentía conocerla de muchos años, ¿Dónde había estado todo este tiempo?

La familia me recibía en casa todos los días y siempre estaban dispuestos para salir, pero llegó el sábado y por petición de mi tía iríamos a “El Rodeo”, yo no tuve problema alguno y me ofrecí a ir por Laura a su casa; al parecer nadie quería acompañarla, no sé qué había pasado aquella noche; era todo tan extraño, se notaba el ambiente distorsionado, pero cuando llegué todo cambio, Yliana decidió acompañarnos de última hora, y después Gerardo, fueron muy tensos esos minutos porque la madre de Yli no estaba muy de acuerdo, cosa que me parecía fuera de la lógica después de todo un verano de salidas diarias.

 – ¿Entonces por qué he venido hasta aquí? – Me preguntaba, pero sin darle importancia seguí hablando con Gerardo mientras las muchachas se arreglaban.

Las chicas estaban listas, y fue despampanante ver a Laura solo con los labios pintados, me perdí un segundo en sus ojos y regresé a la realidad sin saber dónde aterrizar.

Esa tarde yo no llevaba coche y bajamos a pillar un taxi. A unos pasos había una base como le solían llamar, allí donde se apilaba una fila de ellos y decidimos tomar uno.

Ya había oscurecido y yo distraído mirando a Laura iba a entrar en el coche; que no era más que el famoso bocho sin asiento en la parte delantera y atrás solo cabían tres personas. Laura me dijo que pasara, que se sentaría en mis piernas, yo pasé incrédulo y cuando la sentí hice ejercicios de respiración, mis pulsaciones iban tan rápido que podía parárseme el corazón. Después entraron Yliana y Gerardo respectivamente.

Tener a Laura encima de mí me distrajo por completó y me sumergí entre los nervios y la desorientación, no sabía dónde esconder mis manos sudorosas. Pero poco tiempo me duró el gusto de tener a Laura tan cerca, el taxista arrancó sin que le dijéramos hacia donde nos dirigíamos. Gerardo se dio cuenta de que algo extraño estaba ocurriendo. Otro taxista de la base se nos cerró bruscamente, pero el taxista que nos llevaba dijo – Hijo de su perra madre –

Y con valentía lo esquivó. Gerardo dijo – Señor aun no le hemos dicho hacia dónde vamos –

El taxista nos miró por el retrovisor enfurecido y dijo – Dígame a donde –

Gerardo le dio la ubicación de nuestro destino, pero parecía que el taxista no le había escuchado. Él ya tenía la ruta trazada y al pasar unas cuantas calles en un lugar muy oscuro el taxista se detuvo; de inmediato dos tipos armados subieron al taxi abriendo la puerta bruscamente, al tiempo que gritaban – Somos de la policía judicial, ya valieron madres –

Yo no alcanzaba a entender lo que estaba pasando, éramos 7 personas arriba del diminuto bocho, entonces un gordo fue a por mi y me agachó acostándome en el lugar delantero donde no había asiento; a punta de golpes me separó bruscamente de Laura y me pisó los gemelos provocándome un terrible dolor.

El taxista me decía de todo – Dame tu dinero y pertenencias hijo de perra –

Al mismo tiempo el gordo asaltante les gritaba a las chicas que las iba a violar, mientras un tercero sometía a Gerardo a puñetazos sacándole las cosas de sus bolsillos.

Nos pidieron que cerráramos los ojos, para que no pudiéramos denunciarlos ni reconocerlos, cuando escuché que violarían a las muchachas dejó de importarme mi propia vida y pensé – No lo voy a permitir, no lo harán delante de mi, sobre mi cadáver –

Entré en un estado de adrenalina muy elevado, no sentía miedo ni dolor, yo mismo había asimilado que esa noche era mi última noche, tal vez esa hora o minuto.

El taxista me trajo de vuelta a la realidad con un fuerte puñetazo y me dijo – Dame todo lo que traigas –

Yo indignado lo encaré sin sentir dolor y le dije – ¡Ya te lo di todo! ¿Qué más quieres? –
– Te voy a violar –

– Eso es lo único que me faltaba – Pensé

Y mirándolo le dije – ¡Ya te lo di todo! – Se lo grité ahogado en un grito de desesperación
– Te dije que no me veas – Y empezó a darme golpes como un loco, mientras Yliana y Gerardo seguían buscándose cosas en los bolsillos.

El gordo me puso boca arriba y me pasó la mano por todos lados, desde el suelo del taxi podía ver el cielo estrellado y pensaba, tal vez pronto mi espíritu o algo de mi viaje hacia allá, este será el taxi que más lejos habrá de llevarme.

Resignado a la misma muerte intentaba ver a Laura, quien permanecía ida y no respondía a mi mirada, en cabio Ileana si intercambió conmigo una mirada de angustia, ella no estaba resignada a morir, yo sí; pude rezarle al arquitecto del universo mirando las estrellas de esa oscura noche, pidiéndole que todo acabara rápido, que se apiadara de estos cuatro jóvenes.

A Gerardo no pude verlo, solo se escuchaban sus gritos pidiendo clemencia – Por favor no me golpeen más, ya les di todo – Al parecer el ladrón más agresivo seguía torturándolo.

Fueron los 20 minutos más largos de mi vida, tal vez 40, Ileana gritó – ¡No me toque maldito! –

Se dispararon las alarmas y la adrenalina estaba en lo más alto, el momento se acercaba, pero los asaltantes estaban indecisos, era como una tortura sin fin. Empezaron pidiéndonos identificaciones, podía ser un secuestro, pero nadie de nosotros portábamos en nuestros bolsillos ninguna credencial que tuviera nuestros nombres, fotos o dirección. Los asaltantes vieron el mísero botín que se llevaron de nosotros y uno le reclamó al chofer – Escoge a tus víctimas, estos no traen nada encima, son unos miserables –

– ¿Y qué hacemos con ellos? – Dijo el chofer

– Podemos matarlos o tirarlos al canal –

Los tres delincuentes estaban decidiendo nuestro futuro y por sus palabras no era muy alentador, seguían opinando y dando vueltas, hasta que el taxi se detuvo. Abrieron la puerta y me arrastraron para bajarme bruscamente, atrás de mi y con una patada salió despedido Gerardo. Después las chicas; en especial Iliana que era la rebelde fue bajada por los pelos.

Cuando vi a Laura fuera del taxi me alegré, pero mi alegría fue muy corta. El chofer se quedó dentro del taxi con el motor encendido, el delincuente que golpeaba a Gerardo nos colocó en una pared de hormigón de espaldas al que portaba el arma, como se solía hacer en los fusilamientos.

La calle estaba totalmente oscura, no había ni un alma y nos iban a matar como perros. Escuché el amartillamiento del arma y me puse duro, como cuando se recibe un golpe, contraje mis músculos como si fuese a detener el recorrido de la bala, pero solo había que esperar.

El bandido armado gritó – Hasta aquí sus alegrías, no se les ocurra voltear, será mejor así –

Vino un silencio sepulcral, yo no sabía si estaba vivo o muerto, seguía con la cara pegada a la pared y los minutos corrían; quería saber lo que había pasado, tenía muchas preguntas, ¿Estaba vivo? ¿Muerto?

Y con miedo torné mi cabeza para reconocer mi alrededor, vi a Laura, y a Gerardo clavando su vista en la pared, Yliana ya se había dado la vuelta, nos miramos y nos dimos cuenta de que los ladrones ya se habían ido, Yli fue hacia mí y se puso a llorar en mi hombro, yo la abracé tratándole de decir que todo estaba bien.

Gerardo también volteó y dijo – Pensé que ya nos iban a matar – Mientras que Laura no reaccionaba, parecía que estaba fuera de sí, no decía absolutamente nada.

Yo me sentí aliviado al saber que estaba vivo, pude comprobarlo al ver la cara hinchada de Gerardo. Yo no le tenía miedo a esos callejones oscuros y les dije a los muchachos – Salgamos de aquí –

Caminamos con precaución hasta llegar a una tienda de ultramarinos, allí fue donde vimos luz, nos vieron entrar como fantasmas y le dije a una señorita que estaba atendiendo – Présteme por favor su teléfono – Y le conté lo que nos había pasado. Ella muy amable nos dejó llamar a mi casa y yo que pensaba que estaba tranquilo y que nada me había afectado me llevé una sorpresa; al momento de digitar los número los dedos se me doblaban y las manos me temblaban, no era capaz; Yliana me ayudó con la tarea y me puso el auricular en el oído que estaba sostenido por Gerardo.

Hice una llamada a casa, allí estaba mi tía, mis padres y los mismos vecinos y amigos que nos acompañarían a “El Rodeo”; yo les conté lo que nos había sucedido, pero no había manera de que nos pudieran ayudar, teníamos que enfrentar nuestros miedos de inmediato y tomar otro taxi, allí en esos oscuros callejones donde estábamos fuera de cualquier coordenada, pero vivos.

Agradecimos a la dependienta por el teléfono, la mano que temblaba le decía adiós, mientas las débiles piernas se ponían en marcha. Después de varios intentos fallidos encontramos una calle grande y con miedo le hicimos la parada a un taxi. Nos llevó a casa, y mostrándose curioso nos preguntó que nos había pasado; Yliana y Gerardo contaron los hechos y yo solo miraba por la ventana la noche, tomé la mano de Laura, cosa que nunca me había atrevido a hacer, no sabemos cuánto dura la vida y ese era el momento.

Al llegar a casa todos estaban afuera esperándonos – ¿Qué les pasó? – parecía una rueda de prensa llena de preguntas, y repitieron Yliana y Gerardo la historia. Lo mejor de todo fue que nos recibieron con un tequila, dicen que es bueno para el susto.

Mi tía dijo – Lo importante es que están bien, supongo que será mejor descansar para que se repongan del susto –

– Nooo – Le dije – Vamos a celebrar la vida, estamos vivos, vamos a “El Rodeo” a bailar –
Mi tía se quedó sorprendida al escucharme, tal vez los golpes habían movido algo dentro de mí, y sí, algo había cambiado, ya no tenía temor de tocar a Laura, tampoco despreciaba la banda ni las trompetas, menos aún una noche llena de promesas ante la fragilidad de la vida, y los convencí.

Parecía un loco eufórico sonriendo, pero contagie a Gerardo, a Yliana y a Laura. Fuimos todos a “El Rodeo”, allí los sombrerudos bailando, y el mundo seguía girando, pude volver a ver ese circo. Entre los vecinos, mi tía y nosotros éramos más de diez personas. Todos se fueron a bailar, Yliana bailaba muy bien, Gerardo con la cara hinchada estaba moviendo la cadera con una morena que encontró y yo me quedé en la mesa con Laura, tanto miedo que tenía de tocarla, pero si me hubieran matado jamás lo hubiera podido hacer, la vida me daba una segunda oportunidad y la besé, la besé sin miedo al rechazo; ella me correspondió y en esos besos me sentí vivo, sentía el gusto y el dolor de las heridas que me habían dejado aquellos ladrones y gracias a ellos aprendí a no temer.




domingo, 17 de julio de 2016

El Chilipuca

Abrí los ojos lentamente, me despertaba la voz de un señor desconocido y yo entre sueños comenzaba a ver su rostro. Me costaba regresar por el excesivo cansancio, pero poco a poco me fui despertando para atinar a decirle – ¿Qué quiere? –

– Discúlpame por despertarte – Respondió apenado, y continuó – No sé dónde bajarme –

El autobús que venía de Tapachula, Chiapas a la Ciudad de México hacía un largo recorrido de más de 14 horas, yo dormía cuando me era posible, pero mi destino era la última parada; la estación norte de la capital mexicana.

Se lo hice saber y le pregunté – ¿A dónde va? –

– Mira hermano, soy maestro de escuela primaria y vengo de El Salvador, llevo muchas horas de viaje y voy hacía el norte –

– Si quiere puede bajarse donde lo haré yo y le explico que autobús puede tomar, pero me parece que quedan más de cinco horas todavía –

El hombre de no más de 45 años era amigable, de piel morena, estatura media, pelo corto estilo militar y unas grandes gafas; se mostraba desconcertado y necesitaba ayuda, yo recordé años atrás cuando por primera vez viajé a El Salvador y vino a mi cabeza toda la ayuda que recibí; y por el cariño a ese país simpaticé con el señor.

El tipo hablaba demasiado y continuó las próximas horas contándome que su pueblo era muy pobre, que se había mudado a San Salvador para dar clases y mencionaba con recelo aquella guerra civil que tanto había lastimado a su país, era un tipo culto y a mis veinti pocos años le di la confianza, como si de un viejo amigo se tratara.

Llegamos a la Ciudad de México con la noche encima, le indiqué al maestro como seguir su camino y él se quedó en medio de la estación sin saber qué hacer, por un momento me sentí mal y recordé alguna de aquellas lejanas y oscuras noches en El Salvador, siendo rescatado por alguno de sus paisanos y pensé – Tal vez sea momento de pagar mi deuda –

Me acerqué y lo vi congelado – ¿A dónde va? –

– Al norte, pero me gustaría quedarme unos días aquí en la ciudad, quisiera pasar a la Basílica y rezarle a la Virgen de Guadalupe –

– Mi casa está cerca, si quiere puede pasar allí la noche –

– ¿Lo dices en serio? –

– Sí – Respondí no muy convencido

– Mi nombre es Israel Guajardo –

– Un placer maestro –

– Háblame de tu –

Lo miré asintiendo y juntos fuimos al compartimento de autobús donde se guardan las maletas, empezaban a hacer entrega del equipaje y nos mirábamos por momentos prolongados, el Maestro Israel solo cargaba un bolso así como yo, pero seguían saliendo maletas y le pregunté – ¿Traes mucho equipaje? –

– Solo este bolso ¿y tú? –

– También –

Empezamos a reír, yo solo traía un bolso porque mi visita a Tapachula fue corta y tenía mi ropa en la casa, el hombre viajando desde tan lejos se había ido con lo que llevaba puesto, eso era muy extraño, parecía como si hubiera salido con prisas, pero no reparé más en la situación. Nos alejamos del lugar y antes de llegar recibí una llamada, eran Chuy y Cocán, me preguntaron si podían llegar a la casa, que me darían la bienvenida, a lo cual no me negué.

Caminamos juntos por los oscuros callejones hasta llegar a donde yo vivía en aquel tiempo, una casa en la segunda planta, no podré olvidar ese confortable hogar con una alfombra grande, dos baños y dos habitaciones, el salón era grande, un balcón e incluso un cuarto de servicio; mismo que le asigné al maestro.

Me miró con tanta gratitud y me dijo hablándome por mi nombre – ¡Muchas gracias hermano! Te agradezco el que me tiendas la mano –

Yo solo atiné a decirle que en su país me habían tratado muy bien y que se lo agradeciera a sus compatriotas. Sonó el timbre y le dije tengo visitas, tal vez tomemos algo en el salón – ¿Los puedo acompañar? Es que no quiero estar solo –

Fue extraño ver a un hombre corpulento pedirme como un niño pequeño compañía y le dije que no había problema, entonces bajamos y entraron Cocan y Chuy; venían acompañados de alguien más, no recuerdo quien era ese tipo sin rostro. Los invité a subir, pero Chuy dijo – Tenemos un plan, súbete al coche –

Les presenté al maestro diciendo que era de El Salvador, Chuy había estado conmigo en ese viaje y le dio hasta un abrazo, podía notar a Chuy un poco alcoholizado y el maestro sintiéndose en confianza sacó sus cigarros sin filtro y nos ofreció a todos.

Subimos al coche y mi bienvenida fue de locura, terminamos en un putiferio, con unas cervezas y viendo mujeres desnudas; para el maestro todo era tan raro, pero allí estaba riendo entre copas y muy a gusto.

Menuda la fiesta, acabamos con una tremenda borrachera y salimos abrazados como amigos de toda la vida. Cocan me llevó a casa y le pedí a Chuy que se quedara, que no quería pasar la noche solo, me entró una extraña paranoia, entonces Chuy con su simpatía y sin que nadie nos escuchara dijo – Ya ves, metes a cualquier cabrón en tu casa – y se empezó a reír.

El maestro en el cuarto de servicio y Chuy y yo en la cama de abajo; después de sueños raros desperté y ya era medio día, en el salón estaba el maestro fumando y le pregunté – ¿Qué tal pasaste la noche? –

– Bien, gracias por todo – Me lo dijo con tremendas ojeras, le asigné una toalla y le dije que se diera un baño.

Chuy se fue y llegó Kenia, yo nunca estaba solo, Kenia era mi pareja de aquel tiempo, le presenté al maestro y ella me miró extrañada, tal vez pensó por un momento que había perdido la cabeza, pero lo trató muy bien, incluso hizo un platillo típico mexicano. 

Comimos y podía ver en los ojos del maestro una profunda tristeza, el habló y dijo – Llévame a la Basílica hermano, necesito rezar –

– Si Israel, podemos ir en un rato, es sábado y tenemos la tarde libre –

Se fue a asear y Kenia me dijo – Que personajes conoces –

Mi pareja profesaba otra religión diferente a la católica y le pregunté – ¿Qué hago? ¿Lo llevo a la Basílica? –

– Sí, acompáñalo, es su fe, pero intenta hacer oración con él –

– Tú sabes que yo no sé hacer eso –

– Inténtalo, él lo necesita –

Salió el maestro como nuevo y afeitado, pero su semblante seguía siendo triste, Kenia le preguntó – ¿Le pasa algo? –

– Sí, me siento muy mal –

El maestro se vino abajo y Kenia y yo lo miramos, el siguió hablando – Te agradezco hermano tu hospitalidad, pero salí de El Salvador por una muerte –

Pasando saliva nos quedamos con la boca abierta y el continuó – Quiero rezar por ella, mi novia murió en un accidente que tuvimos hace unos días, ella no quería salir esa noche y yo le insistí, la familia de ella me culpó y uno de sus hermanos quería matarme, pero nadie entiende que fue un accidente –

Kenia me dijo – Llévalo a la Villa, tú sabes que yo no creo en eso –

Me fui con el maestro y lo dejé en la capilla, necesitaba tiempo, se desahogó en dos horas, al salir no parecía estar aliviado, tenía los ojos empañados de un llanto que trataba de ocultar, pero no le pregunté más, nuevamente llegamos a la casa justo al caer la noche, cenamos algo y a lo lejos estaban unos amigos afuera de mi portal, eran 5 o 6, se trataba del Tico, el Cepillin, Aldo, David y otros dos, venían muy guerreros, con botellas de alcohol, después de un viernes aguerrido con Chuy y Cocan, tendría un sábado de gloria. Les presenté al maestro y se hizo la fiesta, pero esa fiesta fue más allá de lo que yo hubiera pensado, el alcohol fue excesivo y uno de los muchachos puso una gran bolsa de marihuana en la mesa; al maestro le brillaron los ojos, pero intentó disimular.

Empezaron a rular un par de cigarrillos y todos fumamos, al maestro se le cruzó el alcohol y la marihuana y nos enseñó una forma nueva de como fumarla, a la cual bautizaba como “El Bazucazo”, consistía en soplarnos por el cigarro a la vez que inhalábamos.

Fue un desastre, todos nos pusimos verdes, el maestro estaba efusivo y se quitó la camisa; su cuerpo era un lienzo de cicatrices y dijo – Yo fui guerrillero en la guerra de El Salvador, estas son mis heridas y estoy vivo de milagro – Decía al tiempo de señalarse navajazos y un impacto de bala.

En ese momento se convirtió en un héroe y el Tico me dijo – No sé de donde sacas estos personajes, pero con este te luciste mi hermano –

La euforia nos indujo al sueño profundo y fuimos cayendo uno a uno como moscas, yo me aseguré de que el maestro se fuera a dormir arriba, al cuarto de servicio y los demás se quedaron en el suelo.

Al día siguiente y con el cerebro aturdido se fueron yendo uno a uno, como robots, sin decir adiós, incluso sin abrir la boca, parecían zombis sin rumbo. Solo el Tico se quedó conmigo y llegó la hora de la comida, el maestro no bajaba y le toqué la puerta.

Me abrió con unas tremendas ojeras – He pasado una mala noche, siento que ella viene a verme –

– Fueron las drogas –

– Yo sé fumar, algo está pasando –

No le di importancia y fuimos a comer unos tacos con el Tico. Era domingo de resurrección, y la tarde se fue lenta.

El maestro estaba muy triste y cuando el Tico se fue me dijo – Ya estamos sobrios, vuelve a caer la noche y tengo miedo de que ella vuelva –

– ¿A qué te refieres? –

– Siento que ella está enfadada conmigo y viene por las noches a visitarme –

Le llamé a Kenia y le conté lo sucedido, ella me recomendó que le hiciéramos una ofrenda a la difunta novia del Maestro Israel y que oráramos.

Salí con él, le pedí que me acompañara antes de que se hiciera más tarde y salimos por unas flores, regresamos a casa cerca de las 10 de la noche, acomodé una ofrenda y le pedí el nombre de la difunta – Tienes que creer en esto – Le dije con total seguridad y el asintió con la cabeza – Espero que con esta oración ella descanse –

No sé de donde saqué las palabras pero hice una oración como si en realidad tuviera fuerza, Israel pudo sonreír y liberarse al terminar, sintió esa fuerza que solo la fe interna propicia, y yo sentí su energía. Israel me lo agradeció con un fuerte abrazo, encendí una veladora y nombré a la difunta novia pidiéndole que descansara y que encontrara la luz. Israel subió con confianza al cuarto de servició y se dispuso a dormir. Yo me quedé mirando a la ofrenda esperando que el maestro se liberara.

La mañana siguiente bajó Israel casi llorando, debilitado y con unas tremendas ojeras y me dijo – Ayer ni bebimos, tampoco nos drogamos y esta noche fue horrible, ella no descansa –

Traté de tranquilizarlo y le comenté que el martes tenía clases y que él tenía que decidir continuar con su viaje. Me agradeció el tiempo y me dijo – Hermano, esta es la última noche que me quedo, déjame dormir abajo, te lo suplico –

Lo vi tan mal y accedí, lo dejé dormir en la kingsize donde yo dormía y le dije está bien maestro verás cómo esta noche no pasa nada.

Pasó el lunes sin gran novedad y llegó la noche, nos dijimos hasta mañana y dormimos.

A las tres de la madrugada me despertó el maestro, así como en aquel autobús días atrás, me llamó por mi nombre y en medio de la oscuridad abrí los ojos – ¿Qué pasa Israel? –

– Ella no descansa, sigue aquí, siempre te estaré agradecido por ocultarme, pero tienes que saberlo, ¡yo la maté! Por celos –

Mis pelos se erizaron y no podía decir nada, el maestro me agradecía lo que había hecho por su persona y me confesó su crimen y en medio de la noche se dibujaba su silueta contándome con detalle el horroroso y sanguinario suceso.