martes, 28 de marzo de 2017

Lagañas de Perro

La muerte es como un largo y profundo sueño, pero despertar de la muerte puede ser muy sorprendente.

Tal vez no desperté de la muerte, ¿o sí? Abrí mis ojos, sentía la cabeza pesada y no lograba ver nada, todo estaba cubierto por grandes nubes, era como si mi ataúd fuera una enorme cámara de humo espeso y frío. El humo era blanco, infinito, incondensable; fueron segundos en los que mi mente estaba tan nublada como mi vista.

Pero… ¿Cómo había llegado ahí? ¿Qué había pasado antes?

La historia empezó así. Fue un fin de semana mortal como su desenlace, yo era guitarrista de la estudiantina de la universidad y por aquel mes se celebraba la noche de muertos; vivía en la gran ciudad donde los trayectos eran largos, en el día los aborrecía, pero por la noche todo era diferente; mi última clase terminaba a las diez  y para esas horas ya no había tránsito y menos aún por la avenida que yo regresaba a casa; era oscura y solitaria, como yo.

He de confesar que disfrutaba ese trayecto, la noche templada y un poco de mi música favorita; Elton John o Neil Diamond; a veces alternaba con la radio y era muy curioso buscar algo interesante en las estaciones que se sintonizaban con mucha interferencia.

En aquel tiempo existía un programa que se llamaba La Mano Peluda” en teoría era un programa de terror que se volvía cómico en ocasiones; donde un locutor abría el teléfono y esperaba las llamadas de los radioescucha para que contaran su historia o algo paranormal que les hubiera ocurrido.

Era muy gracioso porque se notaba cuando la gente inventaba tonterías; ese programa se volvió tema de conversación con algunos amigos que también lo escuchaban desde casa, mientras yo dejaba de pensar en el camino.

El locutor murió hace algunos años, muy  joven por cierto; Juan Ramón Sáenz. Y recuerdo en esas fechas donde se acercaba la noche de brujas que La Mano Peludadedicaba las dos horas de emisión a charlar con gente más profesional, temas que tenían que ver con la muerte, el esoterismo y tradiciones.

Esa noche de viernes fue muy peculiar, algo me retumbó en la mente; precisamente el locutor estaba diciéndole a su invitado que para ver bajar a los muertos en estas fechas había que ir a los panteones y untarse lagañas de perro en los ojos.

De principio me pareció asqueroso, pensé en una horrible conjuntivitis, pero me entró la curiosidad, la idea coqueteaba conmigo. Tomé mi móvil, de esos móviles gordos de aquellos tiempos y llamé por teléfono mientras conducida; antes no había multas, el tema celular estaba empezando y no se sabían de los peligros, entonces enlacé a mi amigo Oscar Méndez.

Hola

– ¿Oscarin?

– Sí, ¿pues a quien Chingados llamaste?

Tenía razón, y nos echamos unas risas.

Te llamo porque esté bado tenemos presentación con la estudiantina y después una amiga; Michelle hará una fiesta de disfraces en su casa, ¿quieres venir?

Estaría de bolas mi obelisco

Además no me lo vas a creer, estaba escuchando La Mano Peluday dijeron que si te pones lagañas de perro en los ojos ves a los muertos bajar, hay un panteón que se llama Mixquic  está en Mixquic, que tal si terminando la fiesta vamos al pueblo

Mi amigo se quedó pensando, no sabía si me diría que sí o que no, pero él pensaba en otra cosa y no tardé en descubrirlo – ¿Será verdad que con las lagañas de perro podremos ver a los muertos?

Uff pues no lo sé, pero podemos intentarlo, seguro que en el panteón hay varios perros callejeros, tú agarras a uno, yo le quito las lagañas y nos las untamos

Pues sí, solo que le hagamos así –

Entonces ya es un hecho, vamos a pasar un fin de semana de lujo

Me quedé pensando muy seriamente y recordé que todos los perros de la calle tienen lagañas, no debía ser difícil quitárselas, la idea me daba muchas vueltas en la cabeza y volví a llamar a Oscarin, quien estaba yo más inquieto  Soy yo otra vez, ¿Qué vas a hacer hoy? 

Tengo una fiesta, voy con mis hermanos Héctor y Jessica, si quieres puedes venir

– ¿En serio? –

– Sí, pero es de disfraces

Acabo de salir de mi última clase y no llevo disfraz puesto

No te preocupes, ven así –

Me dio la dirección y fui hasta el lugar donde era la fiesta, si no mal recuerdo se llamaba La Herradura; llegué y saludé a Hectorin, Oscarin y a Jessy, todos iban disfrazados menos Héctor y claro, yo.

Después de unas pocas palabras y de no conocer a nadie me senté con Héctor y algo le comenté del tema, pero no le interesó mucho; Oscarin iba vestido de El Zorroy en un arranque me dijo Esto está de hueva, vámonos Lo dijo gritando, para que todos le oyeran.

Héctor se enojó y le reclamó, le decía que no se sabía comportar; a Oscar le daba igual y me dijo Mi obelisco, ¿te vas conmigo o te quedas en está mierda? –

Me puse en pie sin contestar y me despedí de Héctor, quien se quedó asombrado, Jessy estaba con su novio y al parecer no se percató de nuestra huida. Además yo no conocía a nadie, y estábamos muy lejos, de hecho Oscar se podía quedar a dormir en mi casa.

Nos subimos al coche y le pregunté – ¿Cómo llegamos a Lindavista?

Yo aquí no conozco, pero tú dale todo derecho a ver a dónde salimos

En ese momento me di cuenta que Oscarin venía un poco bebido, pero le hice caso, empecé a conducir el Tsuru y me metía por calles y más calles desoladas, oscuras, hasta que llegué a una larga avenida que estaba aún más desolada.

Las tenues luces no me dejaban ver ni los topes que pasábamos casi volando, entonces al no encontrar la salida de esa avenida grande y recta me desesperé y metí el acelerador a fondo, fue excesivo, los pelos nos volaban con el aire; hasta que de pronto  algo se movía en la oscuridad, preferí no hacer caso y seguí con la velocidad a tope; Oscarin no me decía nada.

Fue casi sorpresivo, milimétrico; apareció una moto frente a nosotros, estaba con las luces apagadas y allí parada, en la mitad de la avenida, pero con dos personas arriba. Fueron milésimas de segundo en las que cerré los ojos y los imaginaba volando por los aires, pero más sorprendente fue la reacción del conductor que pisó a fondo justo cuando me tenía atrás y con gran habilidad y maniobra se apartó del camino.

– ¿Qué fue esa mierda? Preguntó mi amigo aletargado

– ¡Y yo que sé! Un maldito loco

Todo era tan extraño, ¿Qué hacía un motorista en medio de la vía? ¿No era un fantasma? Apenas pude preguntarle a mi amigo, pero no dio tiempo ni de articular la primera palabra cuando de las oscuras esquinas salieron cuatro motoristas más. Tenían chamarras de piel, barbas largas y había alguna mujer entre ellos.

– ¿Qué está pasando?

Nos quieren asaltar, métele más, conduce más rápido dijo mi amigo alterado.

Pisé el acelerador aún más a fondo y estos motoristas igualaban mi velocidad, traía uno al lado izquierdo, dos del lado derecho, y otras dos motos venían atrás; pero si nos paraban nos harían papilla, nos asaltarían, nos quitarían el coche.

Pensé que sacarían un arma o algo así, giré levemente la cabeza y vi al acompañante de mi lado izquierdo, un gordo, malicioso, de pelos largos y con barba muy espesa, sus rizos volaban mientras brillaba su chamarra de piel con las luces tenues. Fue un corto intercambio de miradas y pude ver su intención por adelantarme y sacarme del camino, pero estaba decidido a todo, no lo iba a permitir. No sé de donde salió ese pensamiento mío, pero con una brusca maniobra di un volantazo y le eché encima el coche al de mi lado izquierdo.

Mi amigo me miró sorprendido cuando vio como la moto se salía del camino, pero nada me importó, estaba a punto de hacer lo mismo con los dos que venían del lado derecho, pero ellos predijeron mi movimiento y frenaron para no encontrase de frente con mi cofre.

Empecé a zigzaguear, tenía preparado un frenado repentino para los que venían atrás, pero la mirada de mi amigo me detuvo No pares, se puede quedar el coche por el golpe

El que se salió del camino se incorporó como pudo, seguían ahí, atrás nuestra, empeñados; no había manera de deshacerse de ellos, eran cinco motos, muy hábiles todos los conductores, de no ser así ya hubieran desistido, o peor aún ocurrido una desgracia.

Hubo un momento de silencio y yo seguí con el acelerador a fondo, no había policía, ni gente ni coches, solo largas avenidas desoladas y esos pandilleros que nos pisaban los talones.

Después de unos minutos le pregunté a mi amigo si veía algo, lo noté sereno y dijo No creo, la verdad no me he fijado, seguro ya les dio hueva

Tenía pesar de mirar por el retrovisor, pero lo hice, después de tanto correr y de seguir corriendo sin perder la concentración vi unas luces a lo lejos, y esas luces se iban apagando, nos habían liberado o no valíamos la pena, estaba a punto de descubrirlo.

A unos metros estaba periférico, totalmente iluminado, había tránsito vehicular aunque poco; nos alejamos de sus terruños, y no sé si ellos se volvían o nosotros nos alejábamos, pero esas motos se perdieron en la oscuridad, así como salieron, ya no quedaba rastro de aquellos mal vivientes, y tuve tiempo de hacer una pregunta estúpida – ¿Qué habrán querido?

Si tienes curiosidad podemos regresar

Con esas palabras se cerró la conversación y jamás volvimos a hablar de tema. Mi amigo venía casi dormido y muy relajado, así como si nada hubiera pasado. No sé si me contagió y lo tomé del mismo modo, fue un silencioso regreso a casa donde solo las altas luces de las farolas se asomaban por la ventana con su resplandor.

A la mañana siguiente Oscarin saludó a mis padres, después empezamos a hablar de lo nuestro, el plan magistral del  sábado por la noche; la presentación con la estudiantina, la fiesta de Michelle y el panteón, las lagañas de perro y es que en verdad queríamos ver muertos.

Cualquiera que nos escuchara hablar podría pensar que éramos un par de locos y seguramente no estarían tan equivocados, pero hablábamos del tema con mucha naturalidad, de cómo sujetar a un perro, para quitarle las lagañas, incluso de cómo nos las pondríamos. Estábamos armado una estrategia completa.

Después de comer empezó la tarde y con mi guitarra al hombro saludaba a todas las chicas de la estudiantina y a las que se acercaban de otras estudiantinas; esa guitarra era mágica. Después a mis amigos, era genial compartir el escenario con Ray, Marino, Marco, Meli, Leo, Andrea, Javier, Chucho, Charlie, Manuelito, Norma, Jorge y tantos y tantos momentos y canciones que me queda pequeño el papel.

Empezamos con el popurrí que tanto me gustaba y el maestro Beto Flores haciéndonos las señas desde su teclado – Dos, Tres y ese toro enamorado de la luna –

Esas luces, esa sensación, esas voces unidas de la Estudiantina UNITEC. Cada noche, cada presentación me marcaba la vida. Ver tantas caras a lo lejos cantando lo que cantábamos, ver tanta euforia y después bajarse del escenario y era cuando ya nada importaba.

Mi amigo se metió al vestidor y de allí partimos rumbo a casa de Michelle, era evidente que el repetiría disfraz y yo conseguí algo del grandioso Drácula clásico, esa camisa apretada y con mangas donde se cruzaban mil holanes. El peinado relamido y la capa que te hacía sentir un súper héroe, aunque se trataba de un marchito monstruo.

Michelle se disfrazó de diablita. Todos los amigos de la estudiantina fuimos a esa fiesta, creo que era por el Rosario y mi amigo y yo empezamos a descarar el plan de ir a Mixquic cuando ya la fiesta estaba entrada, pero una respuesta fue desoladora, no recuerdo si fue Ray quien dijo – ¿Cómo se les ocurre?, tienen que atravesar la ciudad, eso está completamente al sur y ya casi es media noche

Miré a mi amigo y me dijo – Vámonos, ya casi es media noche

Se sumaron otros tres amigos, uno de apellido Ocampo, a los otros dos no los recuerdo por nombre, pues eran nuevos en la estudiantina y duraron muy poco.

En la fiesta unos se quedaban, otros se iban, otros se emborrachaban y nosotros íbamos a buscar “lagañas de perro

Wow, era un master plan; me repetía en la cabeza, mientras los tres incrédulos de atrás se reían, pensaban que estábamos bromeando, pero nos vieron tan serios que terminaron por seguirnos la corriente como a los locos.

Llegamos al panteón de Mixquic, los disfraces que llevábamos no encajaban con las tradiciones, había chicas vestidas de catrinas, o gente con las caras pintadas de blanco emulando una clavera, pero nosotros: Drácula, El Zorro y El Espantapájaros jamás se juntarían ni en la peor de las películas, la gente nos miraba como si hubiéramos bajado de un platillo volador, creo que si pudieran adivinar nuestros pensamientos nos verían aún más asombrados.

Empezamos a beber mientras mi amigo se fumaba los cigarros de las ofrendas, eran esos cigarros sin filtro, tabaco negro. Con ese bigote que parecía más de Dalí que del Zorro se empinaba los vasos de vodka y después fue al acecho, a perseguir perritos.

Nunca pensé que fuera tan difícil agarrar uno, esos perros eran tan diestros como los motoristas, se sabían hacer los escurridizos. Oscarin en su mejor intento se rompió el pantalón contra una lápida y se sentó adolorido. Los perros no se detenían y la gente se iba haciendo borrosa.

Bebimos y rendidos no veíamos ni con claridad a los vivos, es cuando supe que estaba en un estado inconveniente, pero relajado y es que estar en Mixquic había valido la pena, flores naranjas de cempaxúchitl, por todos lados, veladoras, lapidas iluminadas, era una fiesta en pleno panteón, era una noche para compartir con los muertos.

En la ofrenda se ponían retratos, comida, cigarros, fruta, era tan espectacular y una linda catrina me explicó que a los muertos se les pone en la lápida lo que en vida les gustaba, pues aunque no lo puedan comer ni palpar absorbían las esencias, los olores, era algo mágico.

Oscarin se fue a una esquina y quedó tendido, las velas nublaban mi vista y quería volar, ver desde arriba ese panteón, de colores mágicos y espectaculares. Había buscado una gran fiesta y en la muerte también hay alegría, sonaban aquellas enormes radios de pilas, pues aún no existían los dichosos iPods. Lejos de pensar que la muerte era oscura esa noche la muerte tenia colores, sobre todo el naranja, también tenía aromas, algo parecido al incienso. Mis ojos se cerraron y la noche dio paso al día.

¡Ahh verdad! Ahora lo recuerdo, abrí mis ojos y el gran nubarrón gris que me envolvía era niebla, por un momento pensé que estaba muerto, pero estaba vivo, bastó con sentarme y ver que la niebla me llegaba al cuello. De la noche anterior nada quedaba, solo esos árboles de corteza fría y cuando empecé a caminar encontré a mis amigos tirados en las esquilas, también sumergidos en la niebla.

Era el Drácula de la desolación caminando entre rastrojos de difunto, la niebla me llegaba a las rodillas y la capa me tapaba la camisa, no me explicaba cómo se había deslizado de la espalda al pecho. Al espantapájaros no le quedaba encanto y podría espantar hasta a los cuervos, El Zorro tenía los bigotes tiesos y de los otros dos mejor no hablamos.


Los miré dormir plácidamente y no los desperté, solo el aullido de la temprana mañana de un perro me recordó que tenía una tarea pendiente.










lunes, 20 de marzo de 2017

Trafico Trágico

Ese día esperaba morir, pero los brazos de la gélida noche me abrazaron con fuerza y me mostraron lo frágiles que somos. Me sumergía en mis ojos y quería volar, como esos pájaros que vuelan tan alto y hay días que no tienen dónde aterrizar.

Conducía mi coche, sin pensar, no tenía ni la más remota idea de que esa noche mi vida cambiaría por completo. Lo que empezó con una fiesta terminó en una dolorosa ruptura, no solo de mis huesos, sino de muchas cosas más.

Aprendí que todo lo que se puede pegar tarda mucho en hacerlo y lo que ocurre en un fugaz segundo lleno de frenesí puede durar varios años en sanar, desde el alma hasta el cuerpo.

No soy inocente, lo sé, todo empezó en casa de Karlita, en una fiesta donde me lo estaba pasando bomba. Manolo, El Troll, Dulce y tantos amigos más, noches como esas jamás quisiéramos que acabaran, y en el sin fin de copas acabé con una tremenda borrachera que me privaba de la realidad.

Esa noche yo había llegado con El Troll y con un amigo de el que se llamaba Alejandro, a él no lo conocía, era bastante más joven, pero a fin de cuentas buen tipo. Alejandro sin casi conóceme empezó a insistirme que era hora de irnos, que tenía que llegar a su casa, que lo llevara. En mi generosidad y sobrevaloración de sentirme capaz de conducir un coche dije que sí, que desde luego le llevaría y El Troll dijo – Por ahí me das un aventón –

Me despedí sin despedirme, aun quería reenganchar con una morena servida en vaso, pero… ya era suficiente, no necesitaba más alcohol para ponerme peor. Se acercó una muchacha que al parecer vivía por ese rumbo, solo recuerdo sus rizos, pero me vio y prefirió quedarse, no estaba en su destino nuestro trágico trayecto, asintió y pausadamente me dijo – Esta noche no, tal vez otro día –

No le di importancia y me coloqué al volante, ya listo para llevar el coche. El Troll y Alejandro empezaron a discutir, al principio pensé que era a causa de mi estado etílico, pero no, la gran pelea era para ver quien venía de copiloto. Eran como dos críos – ¡O suben o arranco! – Les grité bromeando; pero dio resultado, eso puso fin a la discusión y Alejandro se quedó adelante, le ganó el asiento con un empujón, mientras El Troll iba muy enojado en el asiento de atrás.

Pusimos en marcha ese coche, quién iba a pensar que al Ford Escort blanco solo le quedaban unos kilómetros de vida, pocos, muy pocos.

Después de recorrer unas cuantas y oscuras calles, este conductor cafre borracho y despistado asomó el cofre del coche a una gran avenida y de pronto todo se rompió en un frágil momento que duró segundos.

Fue muy sorpresivo como un tráiler de grandes dimensiones pasó tan cerca que nos hizo temblar, venía a una velocidad excesiva y para nuestra mala suerte uno de los hierros de la defensa de mi coche quedó enganchado a él.

En ese momento tomamos gran velocidad sin tener el control, estábamos pegados al tráiler y éste no se detenía; el volante giraba solo y las piezas de mi coche se iban quedando por el camino una a una, nos desarmábamos segundo a segundo.

El tráiler nos había sacado de la esquina a toda velocidad y ya era imposible detenernos, parecía que terminaríamos igual que mi auto; hechos pedazos, pero por fortuna un poste nos detuvo de golpe, pasamos de cien a cero en fracciones de segundo.

Fue tan grande el impacto que el poste nos separó del tráiler y el motor se partió en dos, y después de eso todo se fue a negro.

Perder la conciencia no es nada reconfortante, lo olvidé todo, no sabía dónde estaba, alguien me hablaba pero no podía abrir los ojos, me bajé por mi propio pie y sentí la sangre caer por mi boca, miré al Troll, y a Karla, estaban varias personas, no sé con exactitud quienes ni cuantos, de pronto algo nubló mi vista, vi a un hombre allí tendido en el pavimento, con la cabeza sangrando, de hecho había sangre por todos lados y brillaba con la tenue luz de la farola, se veía oscura y espesa.

No podía dejar de mirarlo, extrañado dije – Acabo de atropellar a alguien, lo maté – Me sentía como un asesino, no recordaba el tráiler, tampoco el poste, solo miré a aquella persona allí tendida en la acera con la cabeza completamente abierta, las manos desvencijadas y el rostro sin forma.

– No atropellaste a nadie, es Alejandro – Me dijo Karla

– ¿Quién es Alejandro? –

– Pues el amigo del Troll, con el que llegaste a la fiesta ¿no me digas que ya no lo conoces? –

Me hice a un lado y es que no me acordaba de ningún Alejandro, se quedaron desconcertados, pensaron que había perdido la razón. Y en parte sí, pero la había perdido desde mucho antes de sentarme al volante.

Llegó una ambulancia y se llevó a quien llamaban Alejandro, pregunté si estaba vivo y El Troll me dijo que si, que venía con nosotros y que había salido volando rompiendo el parabrisas. No forcé los recuerdos, pero cuando desperté del desmallo vi un par de zapatos que se habían quedado pegados en el cristal delantero y todo empezaba a tener lógica.

Para mí es muy duro recordar estos momentos, me llenan de tristeza y de dolor y me cuesta mucho cada palabra que escribo, porque es regresar el tiempo, a esa oscura noche, en la que la muerte había estado tan cerca.

 Karla para ayudarme llamó a uno de nuestros amigos, uno que es abogado; este muchacho había estudiado la preparatoria con nosotros y consideré en mi poca cordura que era la mejor y la única opción. Él llegó de inmediato y dijo – Tú no te preocupes mi hermano, yo  voy a hacer que ese maldito trailero te pague tu coche y todas las lesiones –

Por un momento sentí que tenía la razón y le dije – bueno ¿pero se va a recuperar ese chico, el tal Alejandro? –

Nadie respondió, se lo llevaron muy mal, inconsciente, había perdido mucha sangre. El abogado asumió el caso y tenía un plan, me vio desconcertado, pues de la borrachera ya no quedaba nada.

El plan del abogado consistía en que se dijera que El Troll iba conduciendo, porque yo estaba fuera de mí. Karla me llevó a su casa y me ofreció una cama, el herido estaba muy grave en el hospital luchando por su vida y yo estaba muerto de la tristeza y lleno de culpas que no me dejaban dormir.

Estaba seguro que en manos del abogado todo estaría bien, solo miré al cielo y pedí por la vida de este tal Alejandro, no quería que nada le pasara. Lo del coche a fin de cuentas me lo pagarían y el trailero culero tendría que responder.

A la mañana siguiente amaneció plomizo, triste y gris, salí de casa de Karla y me fui a donde vivía por mis identificaciones para después ir a la delegación. Llegué en taxi, un amable anciano me llevó por el camino, quiso escarbar en mi tristeza, pero poco pude explicarle, solo el asombro que ambos tuvimos al ver mi coche partido en dos. No puedo describirlo, no soy capaz, pero siendo burdos ese coche parecía un transformer, se había puesto de pie, era como una “L” había cambiado de forma.

El señor me miró con asombro, me tomó del hombro y con su voz suave me dijo – Si no se murió en ese accidente es que algo le queda aún por hacer en esta vida –

Me bajé del coche sin decir nada, aunque meditaba sus palabras cada segundo. Le pagué y pensé en lo que me faltaba por hacer, pero la situación daría un vuelco terrible, inesperado.

Crucé la explanada de la delegación y ese abogado del que no daré el nombre se me acercó con enfado, parecía otra persona, estaba como poseído, no sé si por la ambición o por quien – Tu amigo el Troll está en la cárcel y lo van a pasar a la grande y de allí ya no hay salida –

No sabía que decirle, nada tenía sentido – Pero... ¿Cómo? Tú dijiste que el trailero me pagaría mi coche, él es el que tiene que estar en la cárcel, él nos arrolló –

– Tú estabas borracho y tu coche no tiene seguro, ya me dijo el dueño de la empresa de trailers que no va entregar a su trailero –

– Entonces ¿Estás con ellos? –

– Mira, yo te podría cobrar hasta la risa, pero te voy ayudar, a ti y al Troll, necesito veinte mil pesos para sacarlo de la cárcel –

– ¿Entonces para qué vinimos a la delegación? ¿Para encerrar al puto Troll? –

El maldito me miraba, pero no respondía ¿y de donde iba a sacar yo veinte mil pesos?, ¿De dónde?

Era una pesadilla, llegué a la explanada y estaban varios amigos de la prepa, mucha gente que había estado en la fiesta, pero me miraban horrible, y me lo dejaron saber – El Troll está en la cárcel por tu culpa, el sí es un amigo, dio la cara por ti –

Pero… ¿Qué cara? Era el plan del abogado ese. Ahora no solo cargaba a cuestas con una persona casi moribunda, sino con un amigo en la cárcel y mucha gente descontenta, viéndome como lo que era, un pobre diablo.

Me senté en las escaleras de la explanada y me sentía tan solo, la gente murmuraba, hasta que de pronto una señora muy peculiar caminaba como si se le moviera el suelo y atrás de ella venia su marido, logré reconocerlos, eran los padres del Troll. Cuando la señora me vio casi rompe en llanto y me dijo – Ojala se hubieran muerto ayer, ya me tienen los dos hasta la madre, si se hubieran muerto por lo menos sabría a donde llevarles flores –

Se tapó la cara y quiso llorar, pero fue muy fuerte, encaró al abogado y él se negó a recibirla, dijo que un tío de él estaba a cargo del caso que era muy grave y que teníamos que juntar veinte mil pesos –

La madre del Troll se enojó y dijo – Pues que lo encierren por pendejo, yo no voy a dar ni un quinto – Y se fue junto con su marido.

La señora tenía razón, era mejor recibir flores que todo este pesar. En aquellos tiempos, cuando uno es más joven, más ingenuo, y también más pobre, se me ocurrió levantarme y decirles a todos los congregados en la plaza – Ayúdenme, por favor, entre todos podemos juntar veinte mil pesos –

Unos se hicieron los locos, otros se rieron, menos Manolo que me prestó un dinero y me dijo – Agárralos cabrón, no me debes nada –

Ese fue el gesto más bonito y llegó la noche, tomé el billete que me dio mi amigo entre las manos y cuando todos se fueron empecé a llorar. Aun me faltaba mucho para llegar a los veinte mil pesos.

El abogado me sorprendió llorando y me dijo – Hay que afrontar lo que hiciste –

Su tío me echó la mano al hombro y me vio tan mal que me dijo – Solo junta dieciséis mil y yo lo saco –

El abogado estaba siempre con un amigo y cuando su tío se fue me dijo – ¿Cuánto dinero traes? –

– No sé –

– Es que hay una emergencia; el chico que dejaste inconsciente se puso mal, está entre la vida y la muerte y necesitan dinero –

– Quiero verlo, quiero estar con la familia –

– Si vas por allí te linchan, ya me dijeron, dame dos mil pesos y yo lo arreglo, les tapo la boca a esos –

– ¿Pero va a vivir? –

– No lo sé, lo que quieren es dinero –

Le di los dos mil pesos, allí se iba todo, incluso el billete que me había regalado Manolo. Se fueron y no me quedaba otra alternativa, la única persona de mi familia era mi tío Pepe, quien vivía en Chiapas, muy muy lejos de la capital. Le llamé por teléfono y le conté toda la historia, le pedí el dinero y su presencia. Si no hubiera sido por él no sé cuál hubiera sido el final de la historia.

– Está bien, voy a ir y te voy a prestar el dinero, pero después de eso vas a hacer lo que yo te diga, sacamos a este de la cárcel y te olvidas del coche, te olvidas de todo y de todos, te vas –

Evidentemente acepté las condiciones. Al día siguiente Pepe estaba allí, venía con un amigo de nombre Rosendo. El abogado se quiso dirigir a mí, pero Pepe interrumpió, que se firmaran las condiciones para que El Troll saliera de la cárcel.

Se cerró el trato por dieciséis mil pesos que pagaría en cómodas mensualidades, pero se cerró con el sí del abogaducho ese. El maldito ya no me encaró más, en unas horas saldría El Troll, Pepe me lo repitió – Nos vamos ya, no estarás en el momento triunfal, donde el sale de la cárcel y lo reciben como un héroe, es momento de dejarlo todo, así nada mas –

El cumplió su parte, yo cumplí la mía. Me fui dejando esa explanada que era testigo de mi tristeza, ya no estaría allí en el momento de alegría para poder recibir al Troll, tenía tanto que decirle, que nos contáramos las angustias, pero no me fue posible, no siempre se puede estar en los momentos de gloria.

Estaba agradecido con Karla, y con Manolo, las demás personas eran sombras, me fui lejos y pensé que el coche no tenía valor al lado de las desgracias, fui por lana y regresé trasquilado. Al fin tomé un respiro y me fui a Chiapas con Pepe; pero algo no me dejaba dormir, y era Alejandro, aquel muchacho del que poco sabía, pero todas las noches aparecía en mi mente.

Conseguí el teléfono de su madre, la señora Yolanda, le llamé y me presenté como el desgraciado que era – Señora, disculpe mi insolencia, yo soy el borracho que iba conduciendo el día que su hijo quedó inconsciente y le di mi nombre completo con santo y seña –

Un silenció me la arrebató en el teléfono y muy tiernamente me dijo – Mi hijo está bien, perdió la memoria un tiempo, pero se recupera, estará bien –

Una emoción tan grande me invadió y casi me saca las lágrimas – Me alegro tanto, yo nunca dejé de pensar en ustedes, les mandé dos mil pesos con el abogado, sé que es poco pero… –

Me interrumpió de súbito – No joven, el abogado nunca nos hizo llegar ese dinero, nos dijo que estabas prófugo –

Se me hizo un nudo en la garganta, pero lo desaté – No señora, estoy aquí, para apoyarle en lo que necesite –

– Gracias a Dios mi hijo está bien, no necesitamos nada, cuídate y aprende la lección –

Aprende la lección
Aprende la lección
Aprende la lección

Fue hace doce años ya, Alejandro se recuperó, perdí mi coche, hasta el día de hoy El Troll no me habla, mis amigos se alejaron de mí, y el abogado se vendió.

Aunque debo confesar, pudo haber sido peor. Ojala que me perdonen ellos y Dios. A lo mejor algunos me juzgaron con cierta razón, como un borracho irresponsable que puede manejar, pero si los errores se pagan este va cicatrizando día con día, fueron momentos duros, mi pierna y mi espalda ya no son las mismas, tampoco mis amigos, bueno, algunos, algo se rompió dentro de mí, y espero que siga soldando día con día.