lunes, 9 de septiembre de 2019

La Niña del Fusil

La undécima plaga se extiende como un virus en el planeta, nos multiplicamos por millones y las áreas verdes se vuelven grises, los árboles no pueden darnos aire en medio de esas tinieblas de humo. Y yo esa tarde volaba hacía la muerte, o más bien ya estaba en la muerte, no había ningún sitio seguro en este planeta, aunque la tierra prometida estaba señalada por la desolación y la guerra. Mi destino final era Palestina, la tierra de los filisteos, pero antes de llegar allí tenía que darme un gusto, como el deseo no cumplido del condenado a muerte en el paredón, pues la muerte de golpe no sabe a nada.

Mi deseo era conocer Egipto y las pirámides de Guiza, que es la única maravilla que aún sigue en pie, pues de las otras seis no queda ni el territorio geográfico.

Desde el avión podía ver la incontable contaminación en los cielos de El Cairo, bajo esos aires oscuros quedaba la urbe limitante con Israel por la península de Sinaí, y después el destino final, la Palestina edomita, o cananea, la Palestina de la Cisjordania.

No quería dejar de visitar a mi querido amigo José Mancilla, por curiosos azares del destino él llevaba unos años viviendo en Egipto, entonces le llamé, le dije que iría, que nos veríamos allá. Él emocionado me dijo que sí, que teníamos mucho de qué hablar desde la escuela en México hasta la vida en el medio oriente.

Después de aterrizar comí algo, mi amigo me había citado en su casa hasta la noche, y esperé a que callera el sol, caminando por esa ciudad hostil para el peatón, en la que cruzar una calle podía costar la vida. Fui cauto y toreé a ese tráfico agresivo por las pequeñas aceras, buscando algún callejón para contemplar el agitado mundo árabe.

Salí hasta el portón que me había indicado, metálico y grande, que contrastaba con el edificio café de tierra y piedras incrustadas en la pared, toqué el timbre y dije – Soy el escritor –

Afuera había bullicio, pero la mansión de Mancilla como era de esperarse rompía todas las reglas. Bajó el mismo a darme la bienvenida y con una sonrisa candorosa me abrazó – Te ves igual – dijo.

– ¿Eso es bueno? –

– Puede serlo, pero ese estilo de camisas te va bien, te sigo en redes y me gustan esos trajes tan peculiares –

– Gracias revolucionario, la verdad me gusta disfrazarme –

Mancilla echó a reír y me dio otro abrazo – No quería que llegaras antes, preparé esta fiesta en tu honor, si no te importa allá adentro podemos hablar en inglés, es que la gente no habla ni mexicano ni español –

Asentí, pues la lengua no tenía importancia, en poco tiempo estaría en Palestina, donde solo escucharía árabe.

– Pero… cuéntame ¿Qué tal es vivir en El Cairo? –

– Ajetreado, como Madrid, como México, solo que esta es la cuna de las civilizaciones, hay mucho estudioso del libro de Thot, el contraste religioso y lo que queda de los faraones, pero pasa, pasa a la fiesta que te hemos preparado –

Me quedé pasmado, era un fiestón, con gente de raros atuendos, por primera vez no me sentía extraño, esto no era común en medio oriente, iba contra toda ley, Mancilla tenía desde Drag Queens, hasta árabes de barba y turbante – Oye ¿Son carnavales? –

– Aquí son carnavales todo el año –

Se me apagó la sonrisa al ver unos ojos miel, me detuve un segundo, pero mi amigo me tiró del brazo para que siguiera caminando. Era una fiesta liberal, donde se podía encontrar de todo, yo en lo personal no quería saber nada mas de drogas, tampoco de otros asuntos, de pronto Mancilla bajó la música y les dijo – Nuestro invitado de la noche, el escritor Óscar Fernández –

Después vinieron los aplausos, como si de una presentación se tratara, Mancilla continuó – Juntos luchamos en nuestros primeros años contra un sistema injusto, compañero de andanzas, de la mala fama, esa que te crean los tutores y maestros, pero hoy ellos siguen allá y nosotros, nosotros estamos mejor que nunca, brindemos hijos de la rebelión –

Me dieron un trago, y yo que me sofocó pronto me fui hacia el ventanal – Bendita guerra santa, ¿eso te ha traído aquí? – le pregunté a Mancilla cuando se aproximó al ventanal también.

– Esto es caótico, mira cómo pusieron medio oriente, y digo pusieron, pues cuando yo llegué ya estaba así –

– ¿Y quién tiene la razón? –

– Todos, o ninguno, yo creo que ninguno –

– Hay menos caos en esta fiesta, y hasta parece una fiesta gay –

– Lo es, pero el ambiente es diverso, hay de todo –

Me puse serio, me quería reír, pero no lo hice, Mancilla era un personaje surrealista, sacado de una novela de ficción, generoso con todos, pero impredecible, me sacó de mis pensamientos – ¿Te incomodamos los gais? –

– De ninguna manera amigo, conozco gente asombrosa, escritores, músicos –

– Somos los mejores – dijo Mancilla en tono picaresco.

– No sabía que tú lo eras –

– Ni yo tampoco, hasta que me conocí mejor, pero hay niveles en los que te enamoras del alma de las personas, no de su sexo, ni de su raza –

Mancilla tenía razón, hasta en eso era rebelde, estaba muy solicitado por sus invitados, y de pronto llegó un muchacho joven, me atrevería a decir que rondaba los 17 años, no lo sé, llegó y abrazó a Mancilla por detrás, él se sonrió mirando al niño con amor, lo acercó hasta a mí y me dijo candoroso – Él es Abdel, ha cambiado mi vida –

– Saludos escritor, Pepe me ha hablado mucho de usted, empezaba a ponerme celoso –

Los tres nos reímos; yo aún no era capaz de conversar con nadie y el niño me dijo – Estos muchachos quieren conocerle Óscar, aquí la gente es muy amigable –

Hola les dije, me empezaron a saludar y cada uno me daba su nombre con apellidos, como quien pasa la lista de asistencia en el colegio, después se mostraban curiosos por la escritura y todos me daban a entender que su vida podía estar en uno de mis libros, eso me pasaba todo el tiempo, la gente quiere trascender a como dé lugar.

Abdel, el más curioso me preguntó – ¿Viene a Egipto para quedarse? –

– No niño, me voy a Palestina – respondí, entonces varios incrédulos me siguieron con la mirada, y Mancilla irrumpió diciendo – ¡Ahora ven lo que les decía!, el escritor es compañero mío de viejas hazañas, piensa que puede cambiar al mundo y lo único que hemos hecho es correr del sistema –

Se escucharon varias carcajadas – No voy a cambiar el mundo, voy a morir allá niño – Le respondí al joven adelantándome a su pregunta y callando las risas.

Mancilla me sonrió – Aún no es tiempo de morir, te regalo estos ojos color miel –

– ¿Cuáles? –

– Esos que te gustaron al entrar, ¿crees que no me di cuenta? –

Después de sus palabras apareció una mujer vestida de soldado, eran los ojos que había visto al entrar, se me acercó y con suavidad me dijo – No me digas que te quieres morir –

– Desde hace mucho me estoy preparando –

– ¿Y cómo se prepara uno? –

– Cada día morimos un poco, estamos más cerca, a veces los finales son horribles y cuando te das cuenta ya mucha gente ha desaparecido –

– Ahora ya sé porque eres escritor –

– ¿Y tú que eres? ¿Por qué cargas ese fusil? –

– No es un fusil, es una ametralladora, ¿No las conoces? –

– Sí, claro, ya me han puesto alguna en la cabeza, en los asaltos, cuando vivía en la tierra de Mancilla –

– Pero no te han querido matar –

– No, parece que no, y tu ¿Has usado el fusil? –

– ¿El rifle? Claro, he matado unos cuantos palestinos –

Me ganó la risa y la contagié, nos echamos a reír nerviosamente, yo más que ella, y Mancilla se acercó – Llévalo a la habitación de invitados y trátalo bien –

– ¿No me vas a matar? –

– Estás preparado ¿no? –

Sonreí, era hábil, ingeniosa – Pues al matadero entonces –

Llegué a la habitación, lejos del bullicio y ella se me quedó mirando, yo sentado a la orilla de la cama, ella en un banco, puso el fusil, bueno, el rifle sobre la mesa y le pregunté – ¿Lo vas a usar? –

– No, hoy no, es mi trabajo y a veces me aburre disparar –

Me abrazó y empezó a besarme el cuello, de pronto me echó la mano al medio del pantalón y reaccioné – ¿Cómo así? No sé ni tu nombre niña –

– ¿Niña? Puedo ser de tu edad escritor –

– No te creo –

– ¿Cuántos años tienes? –

– A un caballerito no se le pregunta la edad y menos así tan golpeado –

Se empezó a reír, se soltó el pelo rizado que le llegaba a mitad de la espalda y me dijo – Sabes, a ti no te mataría, si varios fueran como tú les hubiera perdonado la vida –

– ¿Así como yo? –

– Mancilla tenía razón, eres un personaje –

– ¿Mancilla te paga para que vengas conmigo a la habitación? –

– Es un gran amigo y me pidió que te recibiera como te mereces, me contó todo lo que tengo que saber –

– Pero si no quieres no tenemos que hacer nada –

– ¡Calla! – me dijo mientras me arrancaba mi camisa de lentejuelas rompiéndome los botones – Pero mira lo que hiciste con mi camisa niña –

– ¡Calla! – repitió, y después nadie detuvo su alma desenfrenada y pecadora, pues no diré más, porque quiero omitir lo que en la sociedad medioriental se conoce como pornografía, lo siento, creo que es peor en la hipocresía de la sociedad occidental, o en las dos, sí, en las dos. Por eso el pecador seré yo, o ella, pero no ustedes.

– Bueno, pero no me has dicho ni tu nombre –

– María, un nombre bíblico, soy de raíces egipcias, pero israelí, vengo a ver a mi familia al Cairo y después regreso a defender con mi rifle la tierra de los ortodoxos –

Ella sabía de historia, de razas, incluso de religiones, pero se ganaba la vida así, defendiendo a los que le pagaban.

Su respiración no me dejaba concentrar, estaba cerca de mi oído. Su lengua rasposa lo desató todo hasta el sentir del golpeteo de la cabecera, pude ver sus ojos color miel y esas marcas de bala o de algo más, pero no le quise preguntar nada, solo el sudor y la agitación la hacían sollozar, esa gota de sudor que le caía por la frente se deslizaba por su pecho hasta llegar a mi, quise perseguir la gota y ella me dejó que lo hiciera con mi boca y después otra vez volví a tomarla, me sacó y su hilo de saliva se confundía con mi semen, mientras la cabecera golpeteaba y yo de repente miraba el fusil ese, mientras la cama se desbarajustaba como la carcacha de mi abuelo por los viejos caminos de Carballino, la cama estaba a punto de ceder y yo, yo levitaba.

El sudor caía como lluvia sobre mi y un fuerte grito la estremeció, ella había gritado mientras la piernas le temblaban, se le nublaban los ojos color miel y se dejó caer sobre mi, empapándome aún mas de todo. Después de haber estado un rato abrazos le dije – Niña, nos tenemos que dar un baño –

– El sudor se seca, nosotros también –

– Tienes razón, me he quedado seco –

Me sonrió mientras se ponía la ropa y tomaba su rifle, o su fusil, salimos de la mano y me llevó a través de los pasillos, por el camino había gente fumando mariguana o gente teniendo sexo, solo actividades lúdicas y relajantes, también Mancilla estaba teniendo un romance en una habitación contigua, pero no daré detalles de él, no aun si no he dado detalles del mío.

Era una gran fiesta, estaba llena de amor, la finalidad no era el sexo, era una hermandad. Mancilla salió a mi encuentro y dijo – María nunca sonríe, supongo que está contenta –

– Si, pero no suelta el fusil –

– Y dale con el fusil – dijo María – Es rifle, ametralladora –

Abdel, Mancilla y yo nos reímos, bueno, más bien se rieron ellos, yo me acoplé después, el alcohol no causaba estragos, en esa residencia de Mancilla apartada del mundo se podía hablar de todo y al disminuir el volumen de la música abrió un dialogo – Ya ves querido amigo, aquí no hay reglas más que el respeto universal, sin juzgar, este escándalo no es un crimen, un crimen son las reglas que han inventado los banqueros para dejar a la gente en la calle y la usura, que en la edad media se pagaba con la muerte –

Abdel miraba a Mancilla con admiración, todos lo hacían, hablaba con voz alta y en todo de orador, podía notar como en el viejo sistema éramos unos esclavos, pero en El Cairo Mancilla era un rey.

Salió un árabe letrado y un poco fumado diciendo – ¿Y las indulgencias? Cuando los antiguos curas te vendían un trozo de cielo, antes los ricos compraban el paraíso, pero eran ignorantes, engañados –

Me quedé pensando yo que no soy partidario del sistema tampoco y es dije – ¿Qué será de esos curas y banqueros cuando la vida se acabe? Siguen metidos en sus cuevas y no saben si afuera hay oscuridad o luz de día, dándole las buenas noches a la mañana, olvidándose de a quienes han engañado –

María me miró entusiasmada, Abdel dijo – Bien escritor –

Mancilla abrazó al niño, queriéndolo impresionar me preguntó – ¿Sirve de algo escribir denunciando al sistema? –

– No hace falta que te responda, la gente solo sabe quejarse, estamos en la sociedad de los derechos, no de los deberes –

El muchacho sonrió y curioso me preguntó – ¿Va a escribir de esto escritor? De la noche de hoy, de esta fiesta que preparamos para usted –

– Sí, voy a escribir de esta noche, de mi amigo Mancilla, de María, de ti también y de toda esa ciudad que está allí afuera. Dime niño, ¿Puedes ver todas esas luces a través de la ventana? Esa gran ciudad del Cairo –

– Sí – dijo Abdel esperando mi respuesta.

– Pues de todo esto no quedará nada, solo páginas de papel es lo único que recuerda a las civilizaciones –

El niño miró por la ventana, también María – No es necesario llegar hasta allá, las cosas ya están ocurriendo, es el síndrome del ego, donde solo importa el individualismo, estas sociedades colectivas están flotando en la mentira –

– Pero somos muchos, El Cairo es invencible – dijo Abdel.

– Te equivocas niño, de todo eso que ves no quedará nada, algún día todas esas luces estarán apagadas, en penumbras, somos una plaga y solos nos exterminaremos –

Mancilla me clavó la mirada ante la admiración de sus invitados – Todos estamos en el mismo barco y lo estamos hundiendo, no hay unidad en los pueblos, siempre buscan la separación, tampoco hay unidad en las familias, ni en los matrimonios –

– Estamos programados, llegamos solos y nos vamos solos, si no estás contigo es la única manera de sentirte solo –

Mancilla se quedó pensando y me dijo – He hecho muchas cosas en mi vida, pero muchas otras no, y no porque no haya querido, me lo han impedido, tengo muchos sueños recurrentes cuando duermo, sueño con esas cosas que aún no he logrado –

– No has sabido utilizar a las personas correctamente – dijo María.

La miré y le atesté – Con el fusil se callan bocas, se matan opiniones, se descuentan enemigos –

– No es fusil escritor, es rifle, pero desde la biblia, no has leído cuando Dios le habla a Moisés y le dice  “Ve a tierras Edomitas, destrúyelos, invádelos, pues yo los pondré en tus manos y las trompetas que derribaron el muro de Jericó”, fue un mandato del cielo, eso quiere decir que hay preferencia por unos más que por otros, por eso para mí resulta absurdo hablar de igualdad y de justicia –

– Tienes razón niña del fusil, que me vas a decir a mí de hijos preferidos cuando no lo eres, la justicia no existe, vivimos en un mundo injusto, pero tiene momentos que valen la pena, y no creas todo lo que dice el hombre, yo no creo que Dios esté en contra de algunas de sus propias creaciones –

– Yo tampoco creo que Dios esté en contra de sus creaciones, no creo que favorezca más a unos que otros, el mundo es de los astutos, de esos que no se dejan envolver con tonterías, de esos que tienen la mente despierta y no se dejan engañar – dijo Mancilla y añadió – Al pueblo pan y circo, ya lo decía el emperador –

Los invitados nos escuchaban atentos, Mancilla estaba dando cátedra y el niño nos sacó del trance – Peso yo dejé la escuela, ¡no creo en nada! –

Abdel era pícaro, atrevido, incluso desafiante, no me quitaba la mirada y me dijo – Me gusta este escritor, me gustaría leerlo y más cuando hable de esta noche –

Mancilla se molestó, estaba incomodo, entonces lo soltó el veneno – Vete con el escritor si quieres –

– ¿Qué coño pasa? Yo estoy con la niña del fusil –

– No soy la niña del fusil, soy una soldado –

Mancilla recapacitó – No es contigo amigo, solo que el niño y yo… Yo amo al niño, tengo algo con él y él siempre quiere darme celos –

– Pero el niño conmigo pierde su tiempo –

El niño cínico dijo en alto – ¡Qué lástima mi escritor! yo también soy macho, solo que me gusta hacerlo con hombres, Mancilla es mi mujer –

No pude contener la risa y la niña del fusil me abrazó, como queriéndome proteger de un peligro inexistente, era su instinto, Mancilla enrojeció y los demás reían, Abdel no se detuvo y acaparando la atención continuó – Me cayó usted muy bien escritor, yo desde pequeño ando en las calles y sé lo que es trabajar duro, eso es un verdadero hombre, no importa que me esté tirando al Mancilla –

Me detuve para no reír – Tienes razón niño, eres un verdadero hombre –

Mancilla inquirió – Ya no bebas más –

– ¿Eres mi padre o mi mujer? –

– Perdonen los desfiguros de este niño necio – dijo Mancilla a sus invitados.

– Búscate uno más maduro – gritó una voz.

– Es que a esa edad son mi debilidad, tal vez el próximo año lo cambie por uno más joven –

Abdel se giró con violencia – Si me dejas te mato – yo lo besó, se lo llevó a una habitación, mientras todos seguían bebiendo y cometiendo toda clase de desfiguros, la niña del fusil me apuntó y me dijo – vamos a la habitación a ensayar tu muerte –

– ¿Ahora si me vas a matar? –

– No, vivo es como me sirves –

Puso su fusil de mi lado izquierdo, invitándome a tocarlo; su frío hierro, mientras que ella encima de mi dejaba caer su sudor, con ese pelo revoltoso suelto y esas cicatrices que no apagaban los ojos color miel, la niña del fusil era el mejor regalo que me habían hecho en muchos años, mi amigo Mancilla era un revolucionario, pero generoso, en su caos siempre había la reciprocidad, mientas la niña no paraba de hacernos golpetear contra la cabecera, esa cama en cualquier momento se caía o levitaba, yo quería pensar que levitaba, sí, mejor que levitara como yo, pues para la caída siempre hay tiempo.











miércoles, 28 de agosto de 2019

Fuente de Piedra


Los siguientes tres años me acompañó esa imagen de la de la Mujer de Jade, no sabía si era ella o si nunca había estado allí. Recorrí las carreteras del aire desde Lago Salado hasta Tijuana, para terminar en el fin del mundo; Carballino.

Era como si el universo fuera finito, pues en el Barrio de Flores se terminaba el mundo, o más bien empezaba. Allí donde estaba la fuente, donde brotaba agua, era el principio, justo allí, en esa fuente de piedra comenzaba mi reinado, el del Príncipe de Mimbre.

Miraba ese sol resplandeciente que atravesaba los cielos, juro no haber visto objeto tan grande en mi vida, bajaba por esa carretera de piedra, o de asfalto; que al bajarla corriendo dejaba sentir el desbarajuste del mismo cuerpo, o de la carcacha del abuelo, ya no lo recuerdo, o si, creo que si lo recuerdo, pues es muy fácil recordarlo, en ese pueblo mío ni las piedras se han movido de su sitio.

¿Era yo el mismo? No lo creo, bueno sí, pero solo cuando volvía a casa, era cuando me sentía menos ajeno, aunque la gente me quería convencer de lo contrario, no podían entender lo que es tener dos patrias, o ninguna, más bien ninguna; era el extranjero sin tierra, el príncipe sin reino, a veces era el mismo, a veces no, cuando España me era ajena sentía que mi corazón se había endurecido, también México me era ajeno, pero ya qué más da, soy el producto que la vida ha creado y aquí estoy disfrutando de la fuente de flores, de su agua fresca que es tan libre como yo. Allí en Carballino, mirando su caída que es eterna, como eterno es mi peregrinar.

Todo se repetía, las guerras, los separatismos y la clase política descarada que con las mismas mentiras conseguían el triunfo; por el otro lado seguían los pobres que solo sabían reproducirse y pedir dinero.

En mi largo peregrinar buscaba una mirada compasiva, y encontré la de Alejandra, la Mujer de Jade. Yo lo había dejado todo por ella, pero ella tenía otros sueños y yo me tenía que buscar los míos propios, y es verdad, no hay nada peor que depender de alguien para ser feliz. Venimos a este mundo a aprender desde adentro, todo lo que pensamos se vuelve real, se vuelve tangible, si supiéramos eso cuidaríamos cada pensamiento consciente, pues nadie nos puede privar de nada, nosotros solos nos boicoteamos.

Años atrás me había matado en La Ciudad de Lago Salado la Mujer de Jade, pero algo quedaba de mi, entonces era el momento de renacer o de morir. Tal vez de morir, sí, era momento de partir, lo reflexioné frente a la fuente, miraba su caída de agua con tanta vitalidad y yo colgando la corona en mi reino, ese reino que estaba en ruinas, El Reino de Piedra.

Durante mi vida no había tenido muy buena publicidad, pues era un soñador sin rumbo, y eso de escribir era una tontería, pues una profesión decente es ser médico, ingeniero, abogado; yo soy ingeniero, pero no de los buenos, o al menos eso decían de mí, que me gustaba la fiesta, que no podía estar en un lugar y echar raíces, y tenían razón, lo mejor es echar raíces, pues todo el mundo se parece, cambian algunas cosas, las formas, pero el fondo es el mismo.

Si conoces Carballino conoces el mundo, está comprobado; pues esos madrileños tienen la capital, pero no hay nada que envidiarles, ni su equipo de futbol que genera millones y millones de euros solo por ver a unos cuantos tipos corriendo detrás de una pelota tan redonda como la tierra.

Esas navidades me quedé en España, con mi familia, con la que me crié, pero que poco veía, pues el mundo y sus aventuras me tenían muy ocupado, ¿y ahora? Ahora seguía la despedida, pasando las santas fiestas me iría a un destino que presagiaba el final; Tierra Santa. Para ser exactos Palestina, la tierra de los cananeos, de los enemigos de las 12 tribus, y estaría en medio del conflicto más largo registrado en la humanidad. La guerra que debería aparecer en los record güines.

¿Qué si ya lo había pensado bien? Sí, digo, no, pero al menos lo había pensado, y no se lo conté a nadie. Recuerdo que aquel año nuevo en vísperas de mi partida fuimos después de la cena a un canta bar en Orense; Orense es una ciudad que se encuentra a 15 minutos de donde se originó el mundo (Carballino). Esa noche estaba toda la familia, empezaba el 2010, pero la gente estaba muy sobria, entonces Diego; mi hermano y yo abrimos la noche cantando a dueto una canción de los Hombres G, llamada Venecia.

Era muy gracioso, yo hacía las voces bajas – Io sono il capone della mafia jaja, io sono il figlio della mia mamma, Entonces Diego cantaba en alto – Vamos juntos hasta Italia, quiero comprarme un jersey a rayas, pasaremos de la mafia, nos bañaremos en la playa.

Éramos los únicos que animaban el bar, bueno, Diego, yo, y el ron blanco que toda la euforia nos la cobraría en la resaca, era como venderle el alma al diablo, pero que importaba a estas alturas, había que bailar para ponerle un poco de emoción a la letra de Venecia. Y después de las risas el público el bar se animó un poco más, cantaron Nino Bravo, que sé yo, algunos clásicos y después a bailar hasta el amanecer.

Al día siguiente caminé hasta llegar al Barrio de Flores, su agua era mágica hasta en la resaca, lo curaba todo, desde el dolor de cabeza hasta las temblorinas. Miré mi reflejo en el fondo de la fuente y me puse a recordar si algo había valido la pena en mi vida, mi corazón endurecido y mis pies cansados se apartaron un momento de mi y miré junto a mi reflejo las caras de todos, de mi recién fallecido editor, Erick Valdes, de Alejandra, La Mujer de Jade, de los verdugos del Príncipe de Mimbre, y en los pilares del Reino de Piedra estaban Napo y Lety.

A Napo lo conocí en Haití, me salvó cuando estuve más cerca de la muerte; a Lety la conocí brillando al final de sus días, creo que también me salvó vida. A Napo le dediqué mi primer libro, El Inframundo, que hablaba de las flores que crecen en el desierto y de los rituales ocultos; mientras que Lety me dedicó su vida para que hiciéramos un libro llamado Portavoz de la Miseria, donde su espíritu se hace visible.

Las experiencias más duras me habían traído el mayor aprendizaje, pero ya no quería aprender más, era preferible ser arrogante y necio, vivir en un estado de confort, pues el mundo se está desbarajustando, y digo se está, porque cuando yo llegué a este planeta ya estaba todo así, pues con el dolor nada se arregla.

En el fondo de la fuente, había más caras, Héctor Méndez, quien me acompañó a cruzar puertas para llegar a otros mundos y submundos, tantas personas, tantas historias, tantas voces diciéndome cosas, pero no, no es esquizofrenia, es reflexión.

Mis mayores me decían que no debía escribir, que si no vendía mucho o era un best seller la gente se reiría de mi, pero nadie entendía la cara el éxito, pues si no hubiera escrito nada ¿Qué quedaría de mi?

Mucha gente iba a las librerías a buscar otro tipo de libros como los de superación personal, que te ayuden con el autoestima, que te digan cómo vivir, que hacer para ser feliz, desgraciadamente no hay libros que te ayuden a bien morir, o a desaprender, o a dejarte sorprender por la vida, hemos hecho de este mundo un manual con órdenes y comandos, con trabajos que nos privan de ver los atardeceres, pero que nos dicen que la felicidad es llegar a casa y ver tele.

En esa fuente los miré a todos, y esas fascinantes historias a las que me había llevado al lado salvaje de la vida, el viaje con Héctor Méndez en Haití, que casi nos cuesta la vida, de no ser por Napo que nos ayudó a salir del Inframundo, también la historia de Mi Sangre, que me hacía recordar al primer amor y a la inmadurez, a Ricardo Hernández y sus poesías, a Venecia González que me descubrió y a Natalia Salazar. Mi resurrección en la Tierra de la Involución, la promesa a Lety en el Portavoz de la Miseria, la poesía a Cinthia Ibarra en la Reina del Horizonte y por ultimo las leyendas del Campanario Oscuro en Galicia, para ser exactos en Sagra  y Corcores en mis raíces y antepasados.

Así es como se escribe la vida, algunos la registran, otros no, tal vez había algo mas que contar, bueno eso no me preocupa, si las historias son como el agua de esta fuente no tendrán final.

Era la víspera de marcharme; marcharme otra vez a la última aventura, el destino Palestina y ahora si sobrevivo seguro escribiré un capítulo más de este libro de la vida al que le quedan algunas páginas en blanco.

No sé porque la fuente era lo único que me daba paz, tal vez había una muy parecida en mi planeta, ¿o era la misma? Yo creo que era la misma, en mi Reino de Piedra las cosas estaban tal y como yo las había dejado, solo acumulaba mas historias y recuerdos vertidos en letras, en vida.

Me quedaba en mi Reino de Piedra, mirando mi reflejo en esa fuente de agua interminable, como queriendo ver el futuro en el agua, pero las respuestas eran turbias, el agua cristalina. Entonces mirando la caída eterna del agua, que como dije era eterna, como eterno se volvió mi peregrinar.









lunes, 17 de junio de 2019

Agujeros en el Tiempo

Me gustaba caminar como si escapara de algo, andar en solitario sin preguntarme nada, solo observando. Dejaba que las calles me sorprendieran con su cambio repentino de coches y personas, y aunque esta ciudad no es tan amigable con el peatón, yo lo disfrutaba.

Era mejor predecir el camino que a las cambiantes personas, unos días bien, otros mal; dejé de pensar hasta que a lo lejos un mercado me iluminó la cara, era de esos ambulantes, donde había merolicos, frutas, moscas y más moscas, me acerqué a ver la mercancía, y no me detuve hasta que unos ojos aceituna a lo lejos se clavaron en los míos.

Me sonrió; la mujer que tenía esos ojos, ella estaba a tan solo unos metros y yo no supe quién era, solo intente devolverle una pobre sonrisa y seguí mi paso. De pronto me tomó del hombro, corrió para alcanzarme y girándome me volvió a mirar – ¿De verdad no sabes quién soy? –

Quería decir que sí, pero no atinaba a decir nada, no quería llamarla por otro nombre, estaba en una encrucijada, y cuando ella me habló por mi nombre reaccioné, quería encontrar en la enorme mujer un rasgo amigable que me recordara quién era. Me preguntaba tantas cosas, ¿porque sabía de mí? con lo complicado que es encontrarse con alguien en esta gran ciudad que de no haber dicho mi nombre podría jurar era una loca cualquiera.

La miré queriendo descifrar que había en el pasado donde apareciera ella y no podía, ni esos ojos aceituna me lograban remontar, no la veía en ninguna parte de mi película del pasado, entonces me rendí y la mujer de sonrisa cándida me reclamó – desde que conoces tanta gente te olvidas de los pobres –

– ¿Por qué lo dices? –

– Vi tus libros en el tianguis, y estoy sorprendida de encontrarte por aquí –

– ¿Y están baratos? –

– Sí, mucho, como en 10 pesos –

Me reí con la extraña al tiempo que solté un mueca sintiéndome en aprietos, y es que la verdad nunca fui bueno para las caras, le quería explicar que yo solo caminaba, que no tenía intención de hablar con nadie, que no me lo tomara a mal, pero que debía irme; al final no le dije nada, ¿para qué dar tantas explicaciones? Eso haría que tuviéramos una larga conversación y yo no quería, entonces solo le dije – Lo siento –

Me dijo su nombre, la escuela en la que estudiamos y me asomé al pasado tratando de recordarla. Y por fin, allí estaba ella, la muchacha más guapa del colegio, era tan imposible una mirada misericordiosa de esa mujer en aquellos tiempos, que decir de una cita, la miré de nuevo y de la piel de la juventud no quedaba nada, había engordado tanto, era otra persona, pero no le dije todo lo que pasó por mi mente, solo le sonreí.

Me giré para verla mejor – ¿Cómo es que me recuerdas? A mí, al chico tonto del colegio –

– ¿Cómo es que no me recuerdas? A mi, la chica más popular del colegio –

Nos echamos a reír y nos miramos – Cualquiera hubiera muerto por salir contigo –

Entristeció, pues su reinado era cosa del pasado.

– ¿Tu no? –

– ¿Yo no qué? –

– ¿Tu no hubieras muerto por salir conmigo? –

– Desde luego que sí, todos –

– Pues me casé con el peor –

No le respondí, sus ojos aceituna entristecieron nuevamente y me dijo, ven, te invito a desayunar a mi casa, vivo muy cerca de aquí, además no todos los días uno se encuentra con alguien como tú.

– Te agradezco, pero debo irme –

– Sé que ya no vives en la ciudad, por favor acéptame la invitación –

– ¿Te importa si en dos días nos vemos? Es que hoy tengo un evento ¿quieres venir? –

– Voy por mi hijo a la escuela, pero en dos días nos vemos, ¿Te puedo dejar mi número de teléfono? –

– Sí claro –

– Te espero en dos días –

– Lo prometo –

– Por la mañana, te invito a desayunar, la casa está sola, mi marido en el trabajo y mi hijo en la escuela –

Asentí y después de un abrazo de la chica más popular de la escuela me alejé al mismo paso, seguí caminando esas calles que siempre me sorprenden y noté que el tiempo a veces lo cambia todo, de la popularidad al anonimato.

Somos efímeros, el tiempo nos trasforma, pero esa mujer era buena, de poder escogerlo todo se había quedado con el sufrimiento, no se maquillaba, iba con tubos en la cabeza y unas sandalias rotas, quien otrora fuese impecable con su persona.

Me fui al evento que tenía, y pasaron los dos días, por un momento pensé en cancelarle a la señora el desayuno, pero odio cancelar cosas, así que contra mi voluntad fui y la encontré en el viejo mercado, al verme me abrazó, fuimos a comprar verduras y manzanas, le ayudé a escoger las menos magulladas como ella decía, llegamos a su casa y allí preparó unas quesadillas, después me dio un tazón con frutilupis, y me preguntó – ¿Entones tú también estabas enamorado de mí? –

– Todos, pero tu jamás le hubieras hecho caso a un tonto como yo, de solo pensar en charlar contigo me hubiera dado un infarto –

– Sí tú me lo hubieras pedido yo estaría contigo –

– No sabías ni quien era –

– Claro que sí, y estoy sorprendida en lo que te has convertido –

– ¿Y tú qué tal? –

– Me fue mal, mi marido es un promiscuo y siempre me pide que me meta con otros hombres, trae amigos, dice que le excita verme con alguien más –

– ¿Así casual? –

La mujer se empezó a reír, yo no tenía nada que decirle, pero lo hice, le pregunté una tontería – ¿Y lo has hecho? –

– Pocas veces, solo cuando alguien me gusta, sabes, le hablé de ti a mi marido, él sabe que estás aquí –

Se me agrandó la rueda del frutilupis y tragué saliva, podía escucharse aterrador, entonces se cambió de ropa, el corto vestido me dejaba ver demasiado – ¡Tú me gustas! – dijo.

La miré, y miré las paredes de su casa, donde había fotos de su boda, de la comunión de su hijo y sentí que ellos nos miraban, el caminar por las calles me había llevado a una situación que me sacudía de inestabilidad personal, no era capaz de juzgar para bien o para mal, las cosas solo estaban sucediendo.

– ¿Y si te dijera que me gustas? Que me encantas – Dijo la mujer con voz suave en mi oído pasando su lengua por mi cuello.

– Sí me lo hubieras dicho hace 20 años hubiera muerto – Eso pensé, pero no se lo dije, también pensé que mi corazón no hubiera resistido que esos ojos aceituna tornaran su mirada misericordiosa hacia a mi y de todo lo que pensé no le dije nada, solo me lo guardé, nervioso, por la situación atiné a decir – Déjame terminarme estos frutilupis para tener energía –

– Siempre tan divertido –

Miraba a la mujer intentando acercarse, despojándose de su ropa lentamente y yo me quedé pensando como si hubiera caído en una fisura del tiempo, un agujero atemporal que no debía estar ahí, no en ese lugar ni de esa forma, ni con este endurecido corazón que la vida me había heredado.

Cerró la cortina y se cerraron mis ojos, los testigos de las fotos eran más reales que yo. Tenía que aceptar que su realidad estaba lejos de la mía, como un fantasma que apareció de pronto la miré y entonces tomé una decision…




miércoles, 17 de abril de 2019

Tierra Sellada


Lo había sentido antes, quizá en otra vida, pero lo había experimentado ya. El olor a madera putrefacta inunda mis sentidos, mis poros transpiran la humedad, pero mi aliento sofocado, es imperceptible. La tierra sedienta me cubría; el sol la castigaba más y más, sacando de ella hasta la última gota de agua, y ella en respuesta se cuarteaba como si mostrara su descontento.

Por momentos no tenía miedo, intentaba cerrar los ojos y no quería saber más nada, pero de pronto las cosquillas que me hacían las delgadas patas de un largo insecto que escalaba mi pie me regresaban al martirio, ¿por qué no podía alejarlo de mí? Mi cuerpo estaba inmóvil y yo en ese ataúd de madera yacía muerto.

Rodeado de tanta gente y presenciando mi propio funeral, puedo verlos a través de la separación de las tablas con las que está hecho mi ataúd, escucho sus murmullos que son rezos y un fuerte llanto de mujer, aparecen de pronto sus caras aunque no todos se atreven a asomarse para darme el último adiós. Qué incómodo estoy, mi cuello no puede sostener tanto peso suspendido entre mi cabeza y mi espalda y por si fuera poco la medida de mi ataúd está mal, por su estrechura tengo entumidos los hombros y no puedo acomodarme, ningún músculo de mi cuerpo me responde. ¡Dios mío! Tengo desgarrada la garganta de tanto gritar ¿Por qué ya nadie me escucha? Mi supuesto estado de paz me está llevando a la psicosis.

Y el maldito insecto no deja de recorrerme burlándose de mí, cómo quisiera sacudirme y aplastarlo, pero sigo sin poder levantarme de mi letargo.

Se acerca el momento final, ya casi la tierra me cubre por completo y en el proceso se ha colado algo de arena por mis fosas nasales, cómo quisiera estornudar, pero no puedo. Solo escucho sus rezos, esos rezos fúnebres que lejos de llevarme al descanso me atormentan y me hacen estremecer en mis adentros horrorizando, solo quiero que me abandone la poca vida que me queda, si es que de dentro de la muerte hay un hálito de vida – ¡Maldita impotencia! – pensé. Cómo me gustaría levantarme y gritar a todos ellos que me dejen salir de aquí, pues yo no estoy muerto, aunque no me pueda mover tengo miedo, miedo a la noche, miedo a la soledad y a este desolado campo santo que está lleno de supuestos muertos como yo.

Me había abandonado la fuerza, mis manos ya no eran mías, pues me desobedecían, ¿Quién era yo? ¿En qué me había convertido? Sólo era dueño de mis pensamientos y ellos me hacían estar consciente de que la vida ya no me pertenecía. No perdía ni un detalle de mi entierro, escuchaba las viejas oraciones que yo les recé a mis mayores cuando murieron en mi lengua natal; el francés criollo.

Ahora lo sabía todo, estaba en esa tierra, el lugar donde la muerte te lleva a una nueva vida, aunque la muerte es el único camino, la patria de la desolación donde todos los días te abandona el espíritu y cada momento se vuelve una constante lucha por la resistencia, ya no tenía más dudas, estaba en Haití. Mi natal Haití.

Como si de acero se tratara la pesada cortina de mis parpados inmóviles dejan que se filtre la luz que poco a poco la tierra cubre dando paso a la oscuridad espesa, pero los cuchicheos no se desvanecen, esos rezos torturan mis oídos, son juntos un titilante siseo que como serpientes se arremolinan en torno mío, arrullando mi último viaje. Me pierdo de nuevo en las figuras de la oscuridad, algunas delineadas con una fina capa de moho negro. Adivino otra figura; parece un humano, su delgadez y esa estela blanca de calitre parece su túnica; su rostro de rasgos casi finos y la piel pegada al hueso ¡es El Bokor!

Un recuerdo rasguña mi mente, casi causándome dolor; entre las figuras me veo a mi, la última noche, cenando con mi familia a la luz de las velas que alumbran un escaso espacio de la calle, se han unido los vecinos, y cuentan historias de terror para asustar a los más pequeños.

— ¿Qué es un zombie padre? — me pregunta mi hijo al escuchar a mi primo hablar sobre ello — Un zombie es un muerto en vida, viene por las noches y te muerde y te conviertes en zombie y tienes que comer cerebros para toda la eternidad ¡Aaaargggghhhh! — mi hijo saltó de su sitio y corrió a los brazos de su madre, entre las risas y burlas de los que estábamos ahí.

— ¿Por qué le mientes al niño? Mentir está mal — Una voz profunda que venía de la sombra partió las risas erizándonos la piel. Todos sabíamos de quién era esa voz, El Bokor de mi barrio caminó casi flotando en el fango que cubría el callejón.

— No le he mentido, si lo vimos el otro día en la televisión de monsieur André, una película muy divertida de zombies que comen gente — Le dije intentando suavizar el ambiente.

— ¡Eso es mentira! ¡Es blasfemia y lo sabes! — dijo encolerizado — Estados Unidos y sus fantasías, han manchado nuestra cultura, se han burlado de Haití y del Vudú — y bajando la voz se acercó a mi rostro, casi susurrando — Papa Doc supo poner a esos cerdos en su lugar — mientras me decía aquello mi sangre se heló, su fétido aliento me impregnó y pude ver sus sucias piezas dentales que parecían danzar al ritmo del fuego que nos iluminaba.

— Papi ¿De qué habla? — mi hijo me sorprendió a mi lado ya.

— Después te cuento — le dije para evitar más preguntas, aún cuando no tenía idea de lo que aquel hombre hablaba. El Bokor adivinó mi ignorancia y sonriendo se acercó a mi hijo, curvando su columna como una cobra — El número favorito de Papa Doc era el 22 ¿Sabías eso? — mi niño sacudió la cabeza negando, apenas había escuchado ese nombre en la calle y era muy pequeño para mostrar interés — Estados Unidos hizo enfadar mucho a Papa Doc y él utilizó su poder para que un día 22 esos bastardos tuvieran una lección ¡destripó al imbécil ese como a un insecto! — terminó su frase con una profunda carcajada.

Levanté  a mi hijo del suelo, para protegerlo de lo que le estaba asustando cada vez más — No te asustes pequeño, tu padre no ha sabido explicarte. Un zombi es un espíritu arrancado de la tierra. Cuando alguien hace algo muy malo, como mentir — dijo clavando sus ojos en mi — Lo paga con la vida… y con la muerte —

— Basta Señor, por favor, no quiero que mi hijo se preocupe por cosas que ni siquiera yo he visto —

— Tu incredulidad insulta, pero tu ignorancia puede ser curada — Mis vecinos, más listos que yo ya se habían ido, sólo mi esposa y mis hijos estaban conmigo — Verás niño, para hacer un zombi no necesitas morder a nadie, sólo tienes que poner un poco de este polvillo — y sacó un frasco pequeño que fue antes de cápsulas — en su comida o en su cara, y luego de unos días tendrás un zombi para ti, que haga lo que tu le digas y quieras.

Mi hijo temblaba en mis brazos, pero su curiosidad galopante no dejaba de cuestionar — ¿Es un polvo mágico? — lo que desató la risa del Bokor.

— Sí. Mucha gente niega su magia. Han venido esos cerdos americanos a querer explicar con su ciencia y su merde, pero sólo han encontrado sus ingredientes de este mundo. El pez globo, algunas hierbas, huesos de… —

— ¡Basta ya! — me arrepentí inmediatamente de mi ofuscación — Por favor Monsieur, no quiero que el niño tenga problemas para dormir, mejor nos vamos —

El Bokor se acercó a mi pequeño — Pero la magia viene de los ingredientes que no puedes encontrar en esta tierra —

Se incorporó, su mirada profunda y negra se clavó en mí, sonriendo se dio la media vuelta y se fue tal como vino — Hasta pronto familia, y recuerden que mentir está mal —

— No debiste decirle todo eso — me increpó mi esposa — Es muy peligroso —-

— ¿Tu también? vamos a dormir, ya no pensemos en cosas que no sabemos si son ciertas —

— ¿No notaste que sus pasos no se oían? ese hombre tiene magia —

— Eso es porque está muy delgado, casi se lo lleva el viento — quise tranquilizar a mi mujer con un poco de humor y caminé hacia la casa.

Sí, puedo verlo, la figura grisácea y curvada de humedad soy yo, entrando a casa, y la pequeña que se extiende es mi mujer, que de la mano lleva a mis otros hijos.

Pensé toda la noche en lo que me había dicho El Bokor, no era ignorante; el tema era muy doloroso para mi familia. Agradecí a Bondye que mi madre no estuviera ahí. Su hermano Nivard había desaparecido una noche, luego de pelear con el sobrino del Bokor de su barrio. Todos sabían que el tío Nivard había firmado su sentencia de esclavitud eterna, pero nadie se atrevía a alzar la voz “más allá del susurro del viento” decía mi madre.

Destrozada por la pérdida de su hermano mi madre no se detuvo en su búsqueda de la verdad, sabía que podía ser una misión suicida, pero su amor fue más grande. Comenzó a hacer trabajos en su barrio, por una moneda, o por comida que luego revendía en barrios más alejados, juntaba religiosamente cada moneda, hasta que reunió lo necesario para ir a bibliotecas, lo más alejadas posible, investigó y se iba a otros pueblos, donde sabía que la gente tenía respuestas; habló con Bokores, con familias de hombres y mujeres zombificados, se cambiaba el nombre, se llegó a disfrazar de hombre. Nunca le pillaron, ni sospechaban cuando ella decía que iba a trabajar y no volvía en un par de días.

La investigación cesó cuando un día el tío Nivard fue visto por las calles, vagando sin saber ni su nombre. La Grann corrió a buscar a su hijo y solo encontró un despojo  harapiento y hediondo. Lo llevó a casa y quiso alimentarle, Nivard había perdido los dientes, y parecía tener un ojo vaciado. Le pusieron pan en una mano pero no fue capaz de asirlo, mi madre reconoció, de su ardua investigación y lectura, el color de sus dedos; estaban negros, secos porque no tenían sangre ya. Nos contaba mi madre, muy en secreto, que cuando un Bokor zombifica a alguien con sus polvos la persona cae “muerta” — Pero no está muerta mon cheri, está dormida, y su cerebro duerme y su corazón duerme; y pareciera muerta, porque sus pulmones aspiran muy despacio también. Pero el corazón no debe dormir, oh no cheri, porque cuando el corazón duerme algo se muere, como al tío Nivard se le murieron los dedos de la mano y de los pies. Cuando el corazón y los pulmones duermen muy despacio se llama Narcolepsia, yo lo leí. Oh sí mon cheri, cuando me disfracé de muchacho para leer aquello — “aquello” me hacía hormiguear la piel.

El tío Nivard desapareció de nuevo a los pocos días, y luego lo encontraron muerto, hinchado como perro en un campo de azúcar. Lo único que no había cambiado de como lo vieron la última vez fue su olor, el tío Nivard hedía a metros de lejos, cuando lo vieron por última vez olía así porque ya estaba muerto, mi madre lo sabía, yo ahora lo sé, yo estoy muerto, como Nivard.

Un muerto en mi ataúd, mirando mi vida y mi historia en las figuras de la oscuridad. El terror me hace su presa cuando una cortina de pino obstaculiza el paisaje, es hora; ha llegado la hora de que me lleven a lo que será, según mi familia, mi último lugar de descanso, han esperado el tiempo prudente, el que nadie dicta y que todos entienden, debe aguardarse para asegurar que el finado no sea un muerto en vida; el aire se acaba en mi confinado ataúd, mis respiraciones cortas no alcanzan a llenar mi pulmones, no estoy muriendo, yo ya estoy muerto.

Solo los haitianos sufrimos la muerte lenta y ahora una maldita cucaracha me camina por la frente, me dan tanto asco esos animales carroñeros, pero no puedo sacudírmela, no puedo mover ni un dedo, mis ojos se han quedado abiertos como mi boca. Pero, no, espera, la maldita está surcando mis labios, por momentos siento el cosquilleo de sus largas antenas y ahora sin poderla detener me temo que en cualquier momento entrara por mi boca.

Por más que la vigile no podré impedirle nada, me conformaré con la miseria de esperar aquí cuatro días, profanado por insectos y pudriéndome de adentro hacia afuera.

Empieza a caer la noche y los rezos de mi gente cesan, ¿Será que me han dejado solo?

– Vuelvan aquí, no se vayan –

Haití pobre y oscuro, donde los pobres tienen esclavos, ¿Será que mi tierra está consagrada al diablo? El vudú es nuestro mayor secreto y todos los que vivimos en esta isla tenemos miedo a que un Bokor nos convierta en zombis.

Me enterraron vivo, pues mis constantes vitales estaban reducidas a la mínima expresión y en este país no tenemos los aparatos médicos necesarios para comprobar que aun estoy con vida.

Muerte aparente, pero solo aparente, porque estoy vivo y pude escucharlos cuando celebraron mi velorio, escuché el llanto de mi esposa más cerca que mis propios latidos. Mis familiares me lloran, pues para ellos he muerto, cuando el bokor ha de venir por mi me llevará lejos, a las plantaciones de caña de azúcar para trabajar como esclavo, pero, me estoy anticipando, la asquerosa cucaracha se ha metido por mi boca, y siento sus delgadas patas en mi lengua, con sus antenas me acaricia la garganta.

Trato de no pensar en lo que me espera, me angustia, desearía que la verdadera muerte se manifestara en mi, pero estoy en pausa, en el limbo, siento que el sudor me escurre, pero no me lo puedo limpiar aunque me pique, percibo el calor de la profunda tierra, pero no me hace falta respirar, porque respiro. Esos polvos engordaron mi sangre y mi cuerpo se puso rígido, inflexible, contrastando con mi ama llena de angustia.

La maldita cucaracha sigue ahí, ha hecho de mi boca su hogar, entra y sale como le place y poco a poco empiezan a aparecer más insectos junto con la tierra que se cuela por la abertura de mi ataúd de madera de pino y clavos.

Según el ritual me han enterrado en un cementerio, aquí pasaré cuatro noches como Lázaro, el que resucitó de entre los muertos, después un Bokor vendra por mi, me reanimará con una poción para que sea su esclavo, pero jamás podrá revertir el daño que me ha hecho, seré un zombi, caminaré sin voluntad y sin fuerza, con este veneno que ira pudriéndome hasta que mi segunda muerte sea placentera.

Estoy atrapado como las larvas esperando convertirme en mariposa, no importa quién me desentierre, solo el Bokor podrá despertarme. Antes de sacar las alas para volar mi cuerpo empezará a pudrirse y mi cerebro cada vez pensará menos.

Cuando salga de este desolado sepulcro seré un espíritu arrancado de su tierra, eso es lo que literalmente significa zombi, en el dialecto de mis antepasados, los Fon de Benín.

Ahora solo me queda esperar pensando en que ya no soy yo, ya no queda nada de lo que fui, tengo hambre, la verdad es que me comería tu cerebro, pero los zombis no estamos fabricados para eso, como me gustaría que la ficción fuera la realidad y la realidad ficción.

Desde mi tumba desearía morir, no quisiera estar padeciendo este letargo, sigo gritando y nadie me escucha – ¿Hay alguien allí afuera? –

Sí estas al pie de mi tumba desentiérrame y llévame a casa –

En Haití todos tenemos miedo, por eso la gente entierra a sus familiares debajo de sus casas, para asegurarse que ningún Bokor ha de llevárselos como esclavos, con un capataz que nos hará recoger día y noche caña de azúcar.

Tras los zombis solo hay droga revestida por rituales, y aunque no lo creas yo soy tan real como tu – Hola –

– ¿Puedes oírme allí afuera? –

Espero que alguien me salve antes de que llegue el Bokor, ahora solo puedo aspirar a regresar de la muerte como Lázaro.