miércoles, 2 de septiembre de 2020

Turbulencia en las vías

Se quedaron allí acampando Courtney y los cuidadores del banco, pero invadido por la curiosidad uno de los custodios preguntó – ¿Por qué nos salvaste? Los criminales no tienen piedad –

– Algunas veces sí, creo que están de suerte – Reparó la rubia

– Y ahora… ¿Qué haremos mi compañero y yo? No tenemos a dónde volver –

– Espero que no decidan regresar, porque en su pueblo les espera la muerte –

– Entonces… ¿Qué hacemos? –

– Alguien me dijo una vez “huye” –

Los custodios se quedaron pensativos mientras la rubia ponía el botín sobre el suelo – Esto lo repartiremos en tres partes iguales, pero si ustedes quieren podemos tener más –

– ¿Qué quieres decir? Nosotros no somos delincuentes, siempre fuimos cuidadores de banco –

– Pensaba en asaltar esta noche el próximo tren, pero si no quieren acompañarme lo entiendo, lo haré yo sola –

– ¡Estás loca! Eso es condenarnos a una muerte segura –

– No tienen que venir conmigo si tienen miedo, con su parte del botín y esos dos caballos pueden huir, yo esperaré aquí al tren de media noche –

– Entonces… ¿No somos tus prisioneros? –

– No –

Los dos cobardes custodios se montaron en los caballos y salieron despavoridos con su parte del botín; sin dar las gracias galoparon hasta perderse en la oscura noche, dejando a la rubia sola.

Courtney sabía que esto no sería fácil, se necesitaban muchas agallas para subir sola y atracar un tren. De pronto vino a su mente la inspiración que tenía; se trataba de Jessy James; sólo bastaba con recordar las historias que la gente contaba para sentir esa confianza y precisión que tenía ese bandido al asaltar un convoy; se necesitaba mucho valor y estar consciente de que podría morir en el intento.

De pronto se escucharon las ruedas haciendo temblar los rieles con tal fuerza que no cabía duda; allí lo divisó a lo lejos y estaba dispuesta a todo.

Sentía el poderío que ese monstruo ejercía sobre los rieles; tan imponente se acercaba a toda velocidad con su estructura de hierro y en su correr lo abordó enganchándose de la escalera de un vagón de carga; lo hizo al instante, sintiendo el aire que el convoy levantaba a su paso.

El sonido podía dejar sordo a cualquiera y tenía que entrar a como de lugar antes de que las fuerzas le abandonaran, pero momentáneamente resbaló y quedó prensada por un brazo; eso le evitó no caer para terminar en una muerte instantánea.

La rubia se dolía, ese brazo enganchado estaba a punto de quebrarse y nada podía hacer, las manos le sudaban y el dolor le hacía percibir el frío de la muerte; pero ella no se rendía, buscaba la manera de tomar el control de su cuerpo que se movía a toda velocidad enganchada por esa bestia perversa de hierros que no se detenía ni un segundo.

En medio de su desesperación trató de liberarse, era mejor la muerte que seguir sintiendo ese dolor, pero le fue imposible. “Si Jessy James la hubiera visto estaría avergonzado de esa novata” pensaba en medio del delirio que le provocaba el mal momento.

Suspendida y con la sangre que salía disparada con el viento y la velocidad el dolor se volvía mas intenso que si tuviese una navaja en la mano no dudaría en cortarse el brazo; volvió a pensar en medio de la locura y la desesperación.

Sus rizos rubios volaban como sus esperanzas, hasta que una mano mitigó el dolor, y para su suerte minutos después alguien la sujetó y con toda su fuerza la metió al tren.

Courtney estaba casi inconsciente, no podía soportar el dolor; el hombre que la salvó le preguntó – ¿Te encuentras bien? –

– Al menos estoy viva – dijo la rubia aliviada.

– ¿Qué pretendías hacer? A veces es mejor pagar el viaje –

– Me temo que tienes razón –

Courtney se recostó y el hombre la examinó con cuidado, y tocándole el brazo le preguntó – ¿Te duele? – La rubia con un grito dijo – ¡Sí! –

– Vaya que has tenido suerte, es un verdadero milagro que tu hueso no esté roto –

– Pues me duele como si lo estuviera –

– No sabes lo que dices – le dijo el hombre al momento de amarrar un trozo de tela en el brazo de la rubia para detener la sangre.

– ¿Quién eres tú? ¿Hacia dónde va este tren? ¿Por qué me salvaste? –

– No sé qué respuesta te puedo dar primero; pero bueno, yo soy Joseph y también viajo sin pagar, voy a Arizona –

– ¿Vamos a Arizona? –

– Cerca, aunque en realidad sólo es la ruta –

– Pero… No puede ser, yo vengo huyendo de allí –

– Estás muy confundida, duerme un poco –

Courtney se quedó intranquila, pues al huir de Misuri tomaba el camino de vuelta a casa sin haberlo decidido – Tengo que salir de aquí – dijo en voz alta.

El hombre maliciosamente sonrió – Pero aun nos estamos conociendo, yo soy un hombre solo y tu estás viva gracias a mi, podemos juntos pasar una gran noche –

– Ni lo pienses – dijo la rubia.

– Pero yo te salvé la vida –

– Lo sé y yo decido como pagarte –

Sacó la tercera parte del botín que había robado y se lo entregó en las manos al hombre con el que estaba en deuda, pero el aceptado las monedas quería algo más, fue entonces que la rubia miró por la ventana y doliéndose lo pensó, se lanzaría al vacío.

El hombre predijo lo que la rubia estaba a punto de hacer y la tomó del brazo lastimado, haciéndola gritar, después le sacó un seno a la fuerza y lo empezó a lamer con vehemencia.

– No sé si es mejor estar muerta que soportar esto – dijo la rubia atestando un fuerte golpe en la cabeza al hombre derribándole.

Sabía que los segundos estaban contados, tenía que lanzarse al vacío para liberarse de aquel tipo y entonces lo hizo sin pensar, cayendo sobre los matorrales.

A lo lejos el hombre gritaba, pero el tren se lo llevó con toda su velocidad hasta hacerse diminuto.

De aquello solo quedaba un mal recuerdo, Courtney quedó tendida mirando al cielo y esas titilantes estrellas que se veían igual desde cualquier lugar – Perdóname Jessy James – le susurró al cielo y después se empezó a reír sola – Esto me pasa por tomar el tren equivocado –

La rubia nunca se rendía – Sí Jessy James me hubiera visto seguro que estaría muy avergonzado – se repetía en la mente, habían sido momentos muy confusos los que turbaban su mente, pero ese era solo el principio, la rubia estaba decidida a asaltar el tren al mismo tiempo que se alejaba de casa, y eso es lo que haría, esperar al tren que llevara la dirección opuesta.

Tenaz y persistente miraba esas vías por horas; ese era su único escape, ya nada tenía que perder, excepto el miedo, y sin más alternativa esperó a que cayera la segunda noche para dar el golpe.

El tren venía retrasado, pero no perdió la paciencia, ahora sabía que el tren que esperaba venía en la dirección correcta. Y cuando temblaron de nuevo las vías, puso su corazón en el momento, cubrió su cara y tomó una fuerte carrera para poder subir; esta vez lo había logrado y pensó – La primera vez no pude ni siquiera subir, pero esta vez será diferente, lo haré sola, pero lo haré como Jessy James, asaltaré este maldito convoy –




lunes, 10 de agosto de 2020

Maquinista sin Rieles

Llegaron tan lejos como pudieron, mientras hubo luz en el horizonte; al cerrarse la noche el forastero se detuvo y encendió una fogata, mientras que Jessie no perdía detalle. Durante todo el camino el extranjero no había dicho una sola palabra, situación que por momentos incomodaba al joven herrero; quiso empezar a hablar y dijo – Fue terrible mi vida, no quisiera volver a ver más a mi familia, y presiento que usted tiene el mismo problema –

Oliver permaneció callado. Jessie dijo – Estas tierras no pueden ser buenas para nadie, ¿De dónde viene? ¿Por qué dejó su tierra? Tiene que ser mucho mejor que vivir aquí –

 –Tú no sabes nada, en mi tierra yo estoy muerto –

El pequeño herrero se quedó frío con las tajantes respuestas del forastero,  no había más qué preguntar. Oliver se puso en pie y dijo – Lo único que me interesa es llegar a Condado Blanco –

– Pues le tengo una mala noticia, la gente aquí no conoce de distancias, el territorio es demasiado grande, la única opción es tomar un tren –

– ¿Y los caballos? –

– Pues tendrán que esperar o morir de tristeza –

– De ninguna manera pienso dejar a Tumbleweed –

– Entonces tenemos que detener el tren, lo más fácil hubiera sido subirnos en movimiento –

– No tenemos opción –

– Pero… Podemos provocar un accidente –

– Llévame hasta las vías –

– Pero… Están muy lejos, a dos horas de aquí –

Oliver montó a Tumblewed y cabalgó hacia la dirección errónea. Jessie también se montó en su mula y entre murmullos dijo – ¡Vaya que es raro este tipo! – Después reparó diciendo – Forastero, ¡Sígame! –

Se fueron hacia a las vías; el joven herrero aún no confesaba que ignoraba el camino a Condado Blanco, sin duda era un mal momento para decirle al forastero la verdad, porque éste podría enfurecerse y obligarlo a marcharse.

Por el largo camino el joven herrero preguntó – ¿Cuál es su nombre? – El extranjero ablandó su duro gesto y se limitó a decir – Oliver –

– Yo me llamo Jessie –

– Ya me lo habías dicho –

– Si no le importa podría ser más amable conmigo, yo sólo trato de ayudarlo, sé que pasaremos mucho tiempo juntos y me gustaría hablarle de un modo más cercano –

– Háblame como quieras, la verdad me da igual –

– Muy bien Oliver, ahora dime cuál es el plan –

El extranjero lo miró frunciendo el ceño y el joven herrero se quedó callado, podía ver que Oliver no tenía ninguna intención de hablar aquella noche y sólo cabalgaron tres horas para llegar a esperar el tren de madrugada.

El sueño estaba por vencerlos, pero a lo lejos en medio de la oscuridad divisaron las vías y eso los reanimó. El forastero se bajó del caballo y se puso a pensar un poco y empezó a recoger matorrales secos y le pidió a Jessie que acarreara más y más. El joven herrero con mal gesto murmuraba – ¿Por qué nunca puedo saber los planes? –

Oliver juntó demasiados y le pidió a Jessie que cuidara de ellos, que no se los llevara el viento, mientras que él puso la oreja en el suelo y cuando sintió que temblaba prendió fuego a los matorrales y éstos ardieron bien.

El maquinista tendría que meter freno forzosamente al ver las grandes llamas.

A lo lejos veía el tren y para ese momento los matorrales ardían en medio de las vías, sin opción tendrían que detenerse.

Oliver le pidió a Jessie que se escondieran; al momento los frenos rechinaron por el roce con los rieles, el ruido era ensordecedor, fue un violento y largo sonido que culminó con el detenimiento total del tren que milagrosamente no descarriló.

El susto fue terrible; y el maquinista gritó – ¡Fuego! ¡Hay fuego en la vía! – Oliver dijo – Ahora – Y en el vagón trasero subieron caballo, mula, Oliver y Jessie. La gente estaba alarmada, salió a ver qué sucedía, mientras el maquinista enfurecido seguía gritando – Malditos bastardos, ¿Quién pudo ser capaz? Casi nos cuesta la vida –

Dos tipos armados descendieron del tren buscando a los culpables, pero no hallaron nada en las cercanías, los responsables nunca aparecieron y nadie se podía imaginar que estaban arriba del tren en los vagones de carga. El pequeño incendio se extinguió y sin responsables a la vista el tren tuvo que emprender su marcha de nuevo.

Jessie con sorpresa admiraba cada vez más al forastero – ¿Cómo se te ocurrió esto? ¿Cómo sabías que iba a funcionar? – Preguntó

Oliver como siempre respondía con hostilidad – Es mejor observar que preguntar – De nuevo Jessie murmuró algo, pues el forastero lo trataba como si fuera un tonto.

Se pusieron cómodos después de amarrar a los caballos, tomaron una pequeña siesta para recuperar energía y el extranjero compartió la comida que le habían regalado las ancianas. Al cabo de un rato empezaron a recorrer los vagones y Oliver dijo – No será posible pasar desapercibidos así, tendremos que buscar el disfraz menos sospechoso –

– ¿Y que se te ocurre? ¿Vestirnos de ovejas? – Preguntó Jessie burlándose, el forastero le siguió la corriente y dijo

– Tal vez no sea tan mala tu idea –

El joven herrero destanteado por la respuesta dijo – Tú eres el de las ideas, a ver qué se te ocurre ahora –

– Ya lo tengo, yo seré un anciano y tu mi hijo –

– ¿Y cómo conseguiremos el disfraz? –

– Sólo observa –

Al momento el extranjero se dirigió a los camerinos privados, tendría que espiar a los que allí se hospedaban para encontrar el disfraz adecuado. Se movía en el tren como si lo conociera perfectamente, parecía que no era la primera vez que hacía algo así. Después de mirar a varios adinerados a través de ranuras en las paredes encontró a la víctima perfecta.

Golpeó la puerta y no recibía respuesta, volvió a tocar con más violencia y un anciano enfadado salió diciendo – ¿Quién se atreve a molestarme? – El extranjero se acercó violentamente, sacó su arma y le apuntó en la cabeza; Jessie miraba horrorizado, pero sólo observó. El anciano temblaba como una hoja, estaba paralizado por el miedo y con suplicas dijo – ¡Por favor no me mate, nada malo he hecho yo, devolveré las tierras! –

– No me interesan las tierras que robó, ni soy quien para que me confiese sus pecados –

– Entonces… ¿Qué quiere? –

– Aquí el que hace las preguntas soy yo; y si quiere conservar su vida haga lo que le digo –

El anciano asintió que si con la cabeza mientras se arrodillaba con más suplicas; Oliver que no soportaba la cobardía dijo – ¡Cállese!, En cualquier momento puede cambiar su suerte – Y después murmuró – ¿Qué más da morir hoy o mañana? El destino de todos será el mismo –

El extranjero le pidió a Jessie que buscara ropa entre las cosas del anciano, pero él no encontró nada, entonces Oliver dijo agresivo al anciano – Desnúdese –

– Pero… ¿Cómo?– El extranjero al ver la resistencia del anciano amartilló el arma y dijo – ¿Se desnuda usted o lo desnudo yo? –

Sin más alternativa el anciano se quitó la ropa y de sus carnes flácidas salían a relucir lunares y arrugas que cubrían su cuerpo marchito. Le quedaba tan poca ropa que empezó a quitarse los calzones, pero el extranjero con una expresión de asco le dijo – Es suficiente – Sacó una navaja y cortándole el pelo blanco se hizo una barba discreta, el viejo quedó trasquilado y el forastero se vistió con los ropajes para tener aspecto de anciano. Jessie estaba maravillado y dijo – ¿Y yo? ¿Cuál será mi disfraz? –

– Pensé que ya estabas disfrazado –

– No es gracioso –

– Descuida muchacho imberbe, una gabardina te será suficiente – Después miró al anciano y guardando su pistola dijo – Le pediría que no hablara, pero es muy probable que sí lo haga –

– No hablaré, se lo juro, yo no hablaré –

– No se preocupe usted, de eso me voy a asegurar –

El extranjero tomó una soga entre sus manos, amarró al anciano y con un calcetín dentro de la boca lo silenció, lo escondieron debajo de la cama y le pidió a Jessie que mirara si respiraba con normalidad, pues a esa edad podía complicarse todo. Oliver antes de despedirse le dijo – No tiene de que preocuparse, al llegar a su destino lo encontrarán –

La mirada del anciano era de impotencia y de rabia, se sentía tan humillado, pero a la vez tranquilo porque sabía que no lo matarían. Lo escondieron muy bien debajo de su cama y lo taparon con las sábanas, pues no podían despertar sospechas durante el viaje. De pronto unos golpes en la puerta interrumpía la quietud y alguien desde afuera preguntaba – ¿Está todo bien señor Redford? –

El extranjero se asomó bajo la cama y le dijo al anciano – Como se le ocurra hacer algún ruido le mato – Entonces fingiendo la voz de un adulto de edad avanzada dijo – Sí señor, todo está bien –

El vigilante no se fiaba ni un pelo, entonces abrió la puerta – Disculpe mi imprudencia, pero escuché sonidos extraños –

– No se preocupe, sé que usted sólo cumple con su deber –

– Pero señor Redford… ¿Quién es este muchacho? –

– Es mi nieto –

– No se me informó que viajaba usted con su nieto –

– ¡Qué desorganización! Llevamos tiempo planeando este viaje y mi nieto estaba confirmado, a menos de que dude usted de mi palabra –

– De ninguna manera señor, espero que sepa disculpar mi atrevimiento, por cierto, lo veo a usted muy rejuvenecido 

– Este nieto mío me contagia de su vitalidad –

– Nuevamente le pido una disculpa, no volverá a ocurrir otra imprudencia de mi parte –

En ese instante el revisor salió del camarote y Jessie con un asombro sin igual dijo – No me imaginaba que tú pudieras… –

– No te dejes sorprender por nadie tan fácilmente niño, ahora sígueme, no tengo duda de que se darán cuenta más temprano que tarde de este incidente, tenemos que mezclarnos con la gente –

Y así lo hicieron, se dirigieron hacia los vagones centrales y buscaron dos asientos entre el tumulto, pasando casi desapercibidos, aunque algunos murmuraban cosas, pues era extraño que a esas horas en medio de la nada apareciesen un anciano y un joven de raro aspecto.



jueves, 18 de junio de 2020

En Los Ojos de mi Padre


Por las calles de la ciudad habían murciélagos quemados, mutilados, se habían convertido en el blanco de algunos ignorantes que pensaban que quemando a esos oscuros animales se iba a detener la pandemia que estaba poniendo de rodillas al mundo.

Afuera el mundo ardía, no se colaba ni un poco de luz en medio de tanta oscuridad, y yo adentro, en el quirófano, secándome los ojos disimuladamente, mientras la sanidad en el mundo colapsaba yo estaba rodeado de doctores, presenciando el nacimiento de mis dos hijos.

Habíamos llegado al hospital de emergencia, pues la noche anterior un ultrasonido nos confirmaba que uno de los dos niños no estaba creciendo y sus horas estaban contadas dentro del vientre, era un flujo retrograda y para evitarle la muerte programamos el parto doce horas después.

Podía sentir la fragilidad de la vida allí adentro, no estamos más a salvo que afuera; donde la gente se lavaba las manos varias veces y usaba cubre bocas, otros quemaban murciélagos y los decapitaban, pero el virus letal volaba en el aire sin piedad, no fue hasta que escuché el llanto de mi primer hijo que reaccioné, dos minutos más tarde nació la segunda y allí fue cuando vi el milagro de la vida opacado por la muerte.

Minutos antes de entrar al parto el Doctor Infiernus me dijo – El panorama es muy oscuro, tienen 31 semanas de gestación y no la van a librar – Me auguraba la muerte, pero yo les oía llorar, el llanto era vida, el de ellos sí, el mío no.

A diferencia de los padres que graban los partos y se hacen fotos con sus hijos y lo trasmiten en vivo, para mi aquel momento fue de pesadez, de lucha, solo el anestesiólogo me abrazaba queriendo consolarme, dejándome entrever su homosexualidad por una rendija.

Pero… ¿A dónde habíamos llegado? Estaba el Doctor Infiernus, el Doctor Melcocha y el Doctor Gris. En medio de ese confuso tablero de ajedrez me guiaba por el llanto pausado de mis hijos, la niña fuerte, el niño tiritando en su osamenta, tenía más huesos que piel. Fue hasta cuando se apagó la luz del quirófano que noté que seguía caminando en la turbiedad, no sabía cómo, pero seguía caminando.

De momento entristecí, pues mi tío había muerto dos días antes, y mis hijos eran dos y habían nacido con una diferencia de dos minutos uno del otro, como siempre tenía dos opciones, venirme abajo o seguir, creo que la opción dos era la mejor.

Los niños también habían elegido la opción de la vida. Al día siguiente me citó el Doctor Infiernus, ese personaje sacado de un comic de poca monta me inquirió – Los niños están muy delicados, y aquí en el hospital la cuenta será muy alta, dime cuando ya estés rebasado –

No entendía su doble discurso, o tal vez sí; hablaba de la vida de mis hijos, pero también del dinero, desplegó su factura y me hablaba en un promedio de casi 5,000 euros, fue un momento frívolo, enmudecido en que las paredes colapsaron. Era evidente que mi cara le decía que yo estaba rebasado, muy rebasado, entonces lo acepté – Sí doctor, estoy fuera de presupuesto –

En ese momento la cara le cambió, ya no era el caza fortunas sino un desentendido amigo – Los niños ya no estaban delicados, es más, debían irse a un hospital público, pues al menos les quedaba un mes de incubadora a cada uno –

Estaba empezando a entender el mundo y mi mente viajó 6 o 7 años atrás, cuando conocí a Patch Adams personalmente, aquel doctor americano que curaba con risoterapia y escupía en sus conferencias cada vez que hablaba de la seguridad de salud privada en los Estados Unidos, en ese momento me dieron ganas de escupir como él, hasta que el Doctor Infiernus interrumpió – Un mes aquí son como 57, 000 euros, mejor paga la primera cuenta del hospital y dame 1, 500 euros a mi, solo así puedo ayudarte a sacarlos –

Era el momento de huir, pues el hospital privado me podía dejar en la calle, y ante la desesperación no hay antídoto, fui a la Seguridad Social, pero el traslado no sería fácil, la burocracia me haría perder 3 días más, los que incluían registrar a los niños y darlos de alta como derechohabientes.

Esos tres días me escondí como rata, mi teléfono sonaba todo el tiempo, era el hospital privado que me pedía las aportaciones, y me notificaban que debía una fortuna, tal era mi desfortunio que la cantidad seguía creciendo sin control, hasta alcanzar cifras en esos tres días de 11, 400 euros.

Caminaba de un hospital al otro, sin esperanza, como si el mundo se hubiera desentendido de mi, desolado como los murciélagos decapitados, calcinados, el virus que azotaba al planeta sorprendía con las cantidades de muertos que reportaba cada día, la economía iba en picada y ese año bisiesto 2020 estaba cambiando al mundo.

Llegó el día de cambiar a mis niños del hospital privado al público, hablé con una doctora que me dijo que me recibiría al niño en la mañana y a la niña por la tarde, solo era pagar la ambulancia y el resumen médico.

Tan pronto me paré en el privado llegaron como cardumen de peces aquellas administradoras queriendo cobrarme, yo sereno, después de haber batallado por ese traslado les pedí calma, dije que me llevaría al niño y evidentemente regresaría por la niña.

Cuando recién llegué y pagaba las facturas las sonrisas y la amabilidad eran totalmente diferentes, pero como toda hiena enseñaron los dientes, crucé el túnel y los ascensores hasta llegar al niño con los paramédicos, hicieron el cambio de incubadora y salimos por la rampa rumbo a la ambulancia. Afuera nos aguardaba el de seguridad quien se opuso a darnos salida, entonces me llamó el Doctor infiernus y sin más embrollos dijo – Me depositas 1, 500 euros o no sales del hospital –

– Pero doctor, yo le voy a pagar, pero el niño está en traslado –

El de la ambulancia me dijo – Ve – como si él supiera algo.

Salí corriendo a buscar el banco y hacer una trasferencia de mis ahorros, pero de nada me sirvió correr, pues en tiempos de contingencia por el virus las filas en los bancos estaban en la calle, pues no podían permanecer en un lugar cerrado más de diez personas – Se van a morir todos – pensé, hagan lo que hagan todos serán portadores de la maldita cepa.

Con desespero pedí entrar a hacer mi trasferencia, pero los burócratas bancarios no se apiadaron de mi, incluso mi historia podía ser un cuento chino, pero un señor de entre la gente me cedió su turno, no sé si lo sintió o manejaba un sensibilidad que no tiene prejuicios y me dio su lugar.

Salí del banco gracias a él, no sin antes agradecerle; salí con la ficha de depósito como una bandera que ondeaba cuando se conquista algo, como esa bandera americana que puso Neil Armstrong en la Luna y aunque no había viento, se movía, ondeaba.

Le mandé una foto al médico de mi comprobante de pago y esa fue la llave; se abrieron las aguas como se abrió el mar rojo para que en pleno éxodo cruzara el pueblo elegido, yo no era del pueblo elegido, era un gentil subiendo a una ambulancia, cegado por el sol y sudando cada gota, poco después y en un parpadeo la sirena de una ambulancia por primera vez me daba tranquilidad.

Nos abrimos paso entre los coches y el engrane se movía solo, los paramédicos le daban a los doctores del público al niño, hasta que después de una serie de interminables tramites logré que lo intentaran y le hicieran un lugar; ahora tenía que regresar por la niña, y ya que me sentía más tranquilo por haber ganado una batalla, una llamada me volvió a poner en taquicardia, pues el Doctor Infiernus me volvió a llamar y como era su costumbre muy directo se limitó a decirme – Necesito 380 euros para el cardiólogo –

– Pero doctor, ya no tengo dinero –

– ¡Tú si tienes dinero!, te importa más eso que la vida de tu hija –

– Pero le juro que ya no tengo –

– Si quieres que tu hija salga quiero ese depósito ya y después me tienes que hacer caso, vas a ponerte como loco en el lobby del hospital, y te escapas con la niña –

Como loco ya estaba y después de siete horas sin comer y sin hambre lo pensé, y conseguimos apoyo de otra persona que le depositó ese dinero al doctor, minutos después llegué por la niña, pero eso iba a ser más difícil que cruzar la frontera de Serbia con Bosnia en tiempos de guerra.

Al cruzar el lobby tenía más de cinco personas rodeándome, pidiéndome aunque fuera la factura de mi camioneta, me abrí paso con los paramédicos de la ambulancia que contraté y llegué hasta la niña, y le dije – Ya regresé por ti – sé que no me lo había preguntado, pero se lo dije, se lo tenía que decir.

Los médicos empezaron a cambiarla de incubadora a la cama térmica móvil, pero las administrativas me hicieron bajar y detuvieron a los paramédicos, fue donde recordé la cara del maldito Doctor Infiernus y grité – ¿Están secuestrando a mi hija? Si le pasa algo en el traslado ustedes serán las responsables –

Ordené a los paramédicos que no se detuvieran mientras yo libraba una batalla a gritos con las administradoras, pues ya les había pagado una gran cuenta y también al doctor le había pagado el rescate, creo que era seguir el protocolo de ese circo. Me abrí paso hasta ver a la niña en la ambulancia, pero una de las caras se me quedó grabada, su desprecio, su gesto y después el paramédico pidió una sábana, para que no le diera la claridad a la niña en la cara, la rechoncha enfermera gritó – Se llevan mis sábanas y no me las devuelven –

Una sábana percudida y unas facturas de locura, eso era la miseria mezclada con la mezquindad, poco después llegó una doctora, no sé cómo llamarla, parecía una gíbara de cuello largo y me dijo – Le tengo que cobrar por el resumen médico, no está incluido –

La niña en la ambulancia y yo tuve que volver al cuarto de incubadoras, no podía decir que no al segundo recate, pues cada minuto que pasaba era un peligro, y lo vi así pues donde todo era limpieza y pulcritud, donde nos lavábamos las manos varias veces al día estábamos contando dinero como si fuera la bóveda de un banco, pagué, recibió, resistí los gritos de las administradoras, y continué hasta esa ambulancia que era el camino a la libertad.

Estando allí arriba, sin dinero ni deudas aspiré profundo y el pesado automóvil se abrió paso con la sirena hasta llegar al hospital público. Fueron más papeleos y la niña entró junto a su hermano, en camas vecinas, sentirse de nuevo juntos calmó sus llantos.

Y cuando pensé que todo había terminado escuché gritar a una enfermera – Acaba de dar a luz una señora con Covid-19 aquí en el hospital –

En ese momento me estremecí, y recordé lo frágiles que somos, la vida esta tan llena de muerte y no se colaba ni un poco de luz en esta basta oscuridad. Recuerdo que era un martes y miré las estrellas, eran 3 como mis hijos y yo, y después de todo pensé – Seguro pase lo que pase y si no es aquí habrá un lugar lejano en el que volvamos a encontrarnos, en un lugar que haya más luz que oscuridad –

Aun no canto victoria, pues me encuentro escribiendo estas líneas ahora que están internados, he conocido a las madres solteras que visitan a sus hijos todas las tardes, entraré al club de costura, pero espero algún día poderle leer estas líneas a mis hijos, que solo sean risas, que el covid haya desaparecido y que la tranquilidad nos deje permanecer fuer de la tormenta, navegando detrás del sol.






domingo, 5 de abril de 2020

Fun House (La casa de la risa)

Una vez que tocamos cama caímos en coma, era tal el cansancio acumulado que fue un abrir y cerrar de ojos y los gallos ya estaban cantando, me puse en pie y sentía el cuerpo pesado, podría decir que me encontraba hinchado hasta que sentí el bravo escozor que recorría mi cuerpo.

Rápidamente me quité la ropa y pude verme, algún insecto alojado en el colchón tenía más hambre que Héctor y yo juntos, tenía unos enormes granos que me cubrían el cuerpo, sentía fiebre y como pude doblé mis puños anchos como los de Mike Tyson.

– Que chinga te pusieron Oscarin – decía un Héctor rascándose como sarnoso, al principio podía tener gracia, pero no teníamos idea que tipo de insectos vivían en los colchones.

– Ahora si se te ven más nalgas, y tienes tres pezones más grandes que los dos que tenías antes –

Me quise reír, o tal vez golpearlo, quise abrir el agua para ducharme y no fui capaz de permanecer debajo del agua mucho tiempo sin sentir dolor, debo decir que ponerme la ropa fue otro suplicio.

– Para un día que te puedes bañar no lo haces, eso de ser puerco ya es por gusto – dijo Héctor sin parar de bromear esa mañana. Yo solo lo miraba – En Tegucigalpa casi perdemos la cabeza en medio de una balacera ¿y tú aún tienes humor? Y en San Salvador la niña que saltaba sobre la cama –

Me senté a la orilla del colchón y Héctor se me acercó –Es mejor no recordar todo eso, me volvería loco, no sé si pueda resistir mucho más, pero yo nunca te pregunto nada, no sé qué sigue ahora, tú has sido el guía –

– San Pedro Sula – respondí sin pensar

Se me quedó mirando sin saber lo que le decía – Pinches mosquitos, me picaron por todas partes, ya no soporto el comezón –

– Estos no pueden ser mosquitos, las ronchas son más grandes que tus ojos, que tus dos ojos juntos –

Héctor se empezó a reír mientras se rascaba – Nos picaron por todos lados –

Como un par de sarnosos salimos del lugar rumbo a San Pedro Sula, sin despedirnos de nadie salimos de Comayagua y yo no sabía qué decirle a este Quasimodo moribundo que tenía sus esperanzas puestas en que los días mejorarían, ahora ya no entendía ni yo cual era el propósito del viaje, pero con las pocas fuerzas que nos quedaban seguimos nuestro camino.

Tomamos el autobús, pero la extraña geografía de Honduras nos haría un viaje mucho más largo, en aquellos tiempos las vías de comunicación no eran muchas, teníamos que regresar a Tegucigalpa para ir a San Pedro Sula, no había línea directa entre Comayagua y San Pedro. Yo pregunté – ¿por qué? – Y el chófer del autobús en modo gracioso me explico que esto era como una tarántula gigante donde Tegucigalpa era la cabeza y cada una de las terminaciones de las patas que salían de esa cabeza eran un destino, una ciudad.



Fue muy ilustrativo y después de un cambio de autobús llegamos a San Pedro Sula y Héctor me preguntó – ¿Por qué esta ciudad? –

– No lo sé Hectorin, según leí es la ciudad con más homicidios de todo el continente –

Héctor tragó saliva – ¿Nos trajiste aquí para matarnos? ¿Así querías que acabara todo esto? Ni a tu peor enemigo –

No le respondí yo solo estaba concentrado en querer cruzar una calle, pero era imposible, todos se echaban el coche encima, nadie cedía el paso, en la hostilidad se les iba la vida, entonces un policía intentó detener el tráfico para que pasamos los peatones apiñados en una esquina y cuando estábamos a punto de pasar un taxista nos echó el coche encima, empujando con el cofre a una señorita que gritó y cayó al suelo.

El policía gritó – ¡Détente taxi! –

Pero el taxista lejos de hacer caso sacó su brazo por la ventana y con el dedo en alto le hizo un ademan ofensivo a la autoridad.

Todos nos quedamos pasmados, y ayudamos a la señorita a levantarse, para aquel momento el taxista ya estaba muy lejos y el policía no podía hacer nada más por nosotros, pues le era casi imposible detener el tránsito, los conductores furiosos empezaban a pitar con la amenaza de acelerar sus autos sin importar quién estuviera en el pavimento.

Nos apuramos a llevar a esa señorita casi en brazos y le pregunté si se encontraba bien, ella extrañada, como si ofrecer ayuda fuera algo malo no me respondió, y se puso en pie para irse caminando a pasos largos. El policía me guiñó el ojo y se encogió de hombros, apartándose de la vía para no ser aplastado.

Por suerte no hubo heridos, solo desconcertados; a decir verdad no recordaba algo así, fue un episodio estresante, Héctor no podía decir nada, en cada calle nos jugábamos la vida, pues no había una esquina donde desapareciera la hostilidad. Hasta las nubes parecían negras, la energía era sombría, pero triste, era como si los pensamientos malignos se acumularan por todas partes y nos atormentaran como truenos, la atmósfera de la ciudad era de tensión, el clima empeoró de súbito y la lluvia ácida empapó las calles.

– Ya no quiero estar en esta ciudad – dijo un Héctor rebelde que no paraba de rascarse

– Pues es pronto se hará oscuro y en la noche todo se cierra –

– Vamos a morir aquí –

– No va a pasar nada, encontraremos un lugar y mañana temprano nos vamos –

Con miedo de preguntar a la gente hostil me quedé con las palabras en la boca muchas veces, no fue que hasta llegar a un parque con estatuas en ruinas nos acercamos a unos muchachos, eran dos hombres y dos mujeres y le pregunté a uno de ellos – ¡Chicos! ¿Sabrán ustedes donde se puede pasar la noche? –

– ¿De qué película salieron ustedes dos? – Dijo el rapado con tatuajes, yo solo me reí mientras todos reían, Héctor me tiró de la camiseta – Mejor ya vámonos –

El otro muchacho sacó un jeringuilla y mientras se inyectaba algo me inquirió – ¿Quieres? Nosotros vamos a pasar la noche en el parque, aquí con fiesta y teniendo sexo con nuestras mujeres, pero ellas son muy compartidas, si quieren unir sus pijas a la fiesta les damos todo, pero hay que pagarlo –

– ¿Pijas? – preguntó Héctor

– Sus vergas hermano, ¿eres idiota o finges? –

– Es idiota – dije para salir del apuro, entonces una de las muchachas se quitó la blusa y le dijo – Inyéctame en la tetita – y se empezaron a reír.

Que buen ambiente hay en San Pedro Sula, pensé. La mujer casi desnuda gemía con la jeringuilla en el brazo dejando sus pezones al reflejo de la luz de la luna en el oscuro parque, entonces el pelón de tatuajes dijo – ¿Van a consumir o los mando para el otro barrio? –

– ¿Cuál barrio? – preguntó Héctor

– Los mato cabrones, pásame el arma mi amor –

– Héctor, ¿Podrías dejar de preguntar? – le dije mientas el tragaba saliva, sintiéndose condenado a muerte; entonces la otra chica dijo – Míralos Walter, no son de peligro, se escaparon de la Casa de la Risa, solo hay que mostrarles el camino de vuelta –

– Sí, somos de allí, pero no sabemos volver –

– ¿Tu eres el listo del dúo? – Me inquirió mientras se reían los demás, entonces agarró mi cara con fuerza, apretando mis mejillas y me dijo – ¿Ves esa casa blanca que está a dos calles? –

– Sí –

– De allí no debes salir – y me soltó de golpe

– Bueno chicos ya nos vamos a casa, me alegró saludarles –

El otro tipo sacó el arma y dijo – Una pendejada más y disparo –

– No Milton, déjalos que se vayan – dijo la muchacha desnuda montándosele encima y pidiendo más droga.

Héctor y yo caminamos hasta la famosa Casa de la Risa, era una mansión, blanca y con puertas cristalinas en la entrada; no había vigilancia y nos metimos hasta adentro, recorrimos los pasillos hasta encontrar una escalara y a nuestro encuentro acudió una viejecita – Hola muchachos –

Nos abrazaba como si nos conociera de toda la vida, tanto abrazo nos empezaba a poner nerviosos, después escuchamos un grito que venía de una de las habitaciones – ¡Viene por mi! ¡Viene por mi! –

– No se asusten muchachos, Irma habla sola, dice que el demonio la visita todas las noches –

La viejecita se puso a fumar, mientras nos contaba que conoció una mosca, decía que esa mosca la visitaba todas las noches y que hacía el amor con ella, que nada era más placentero que copular con una mosca.

Héctor y yo la escuchábamos y ella seguí hablando, nos llamó la atención cuando el cigarro le llegó hasta las uñas y se estaba quemando los dedos – ¿No le duele? –

– El dolor es mental – respondió muy seria – Lo que más me duele es mi mosca, nunca nadie entendió nuestro amor –

– ¿Oiga y para dormir? –

– Para dormir es la vida eterna, aprovechen, pero si quieren vayan a una habitación y si ven a la mosca díganle que vuelva –

Héctor iba a abrir una puerta y la señora gritó – No, esa puerta no, allí está Mara, ella se arrancó los ojos por que le tiene miedo a la luz, siempre dijo que vivir en la oscuridad es mejor, a veces se quita los venajes y verla así puede ser impactante aunque ella no los vea –

Salió a nuestro encuentro un joven – Vengan a mi habitación, yo me llamo Samuel y soy vocalista de un grupo de rock, ¿conocen Iron Maiden? –

– Sí, claro que sí –

– Pues yo canto con ellos en sus primeros discos –

La viejita se enfureció – ¡Váyanse con ese loco y si viene la mosca díganle que baje a la cocina –
Samuel nos metió a su habitación, estaba llena de carteles de Iron Maiden y nos puso su radio a todo volumen, cantaba sobre su cama y nos dijo – No se asusten, la vieja Rebeca está loca, también hay gente normal aquí como yo –

Cantamos las canciones de Iron Maiden y cuando el muchacho nos dio tregua pudimos dormir, él se aisló a una esquina, empezó a sudar por las manos, palideció, dijo que estaba harto de los fans, que lo dejáramos en paz por favor, y entre la cama y la pared pudimos conciliar el sueño unas cuantas horas.

Nos despertó una carcajada estruendosa, y salimos mientras el supuesto cantante de Iron Maiden, el Bruce Dickinson hondureño dormía salimos al encuentro de un hombre de túnica amarilla; nos miró con su mirada cristalina, ausente, se nos acercó y tomo nuestras manos – ¿Qué mal les aflige? ¿Qué demonio los ataca? Solo los que vivimos aquí podemos ver el mundo de la realidad –

– Nosotros no somos de aquí –

– Nadie somos de aquí, todos venimos de otro lugar muy lejano y volveremos a casa, este mundo a veces es un calvario, pero en casa tendremos paz, todas nuestras mentes descansaran, y ya no habrá sufrimiento –

Era un sabio o un loco, un loco muy sabio – Lo que yo quería decirle es que estamos aquí de visita –

– No teman, pues aunque las paredes colapsen ustedes volverán bien a casa y a su destino final, está escrito –

– ¿Quién eres maestro? –

– Soy Isaak, lidio entre el mundo del mas allá y del más acá –

Lo miramos y nos dijo – La vida solo es caminar, sigan a su corazón y no importa donde estén, ni los demonios que los hagan caer, ustedes deben seguir –

Nos dio la espalda y se fue a paso lento, poco después los pasillos se llenaron de gente diferente, de sonidos extraños, de gritos inusuales y Héctor me dijo – ¿Esto es un manicomio verdad? –

– No lo sé, se respetan más aquí adentro que allá afuera, lo del parque fue peor –

– ¿Nos vamos a quedar a vivir aquí? –

– No sería tan mala idea –

Caminamos hacia la salida y allí estaba un señor, tal vez 55 años, estaba en un teléfono de monedas, intentaba hacer una llamada, lo curioso es que lo vimos ayer que llegamos, llevaba toda la noche intentando hacer esa llamada; pero no lo lograba, se le caían las monedas y volvía a digitar.

– Déjenlo – dijo la anciana Rebeca, la amante de las moscas y añadió – El lleva años intentando hacer una llamada, es el viejo Ernesto y sé que algún día lo logrará –

Se reía mientras perseguía a una mosca y hacia buzz buzz, corría tras ella buzz buzz y Héctor y yo salimos de la Casa de la Risa, rumbo a un autobús que nos llevaría al puerto de Tela, veíamos a lo lejos la Casa y se me ocurrió extender los brazos como alas y gritar buzz buzz.

viernes, 3 de abril de 2020

Río Pánico


 A la mañana siguiente abrí los ojos, el panorama en aquel gigante basurero era desolador, acostados entre chatarra, malos olores, moscas y zopilotes, desperté a Héctor de un acostumbrado tirón de pelos – ¿Qué te pasa carbón? –

 – Ya deja de roncar que te vas a comer todas las moscas –

 Se quiso reír, pero no lo hizo al escuchar sollozar entre sueños a nuestra querida y nueva amiga Leslie; tan quemada por el sol, exhausta, respiraba con dificultad y entre las moscas luchaba por respirar, al ver lo difícil que era su vida le dije a Héctor – Le voy a dejar mi mochila, con mi ropa y mi comida –

 Héctor no decía nada, era muy callado por las mañanas; salimos de la casa de Leslie abriéndonos paso entre la basura, los zopilotes y las ratas hasta llegar a las afueras de la ciudad y allí por las calles preguntamos a una pareja que se caía de borracha – ¿Saben ustedes donde salen los autobuses para Comayagua? –

 Ellos nos indicaron, y es que no había mucha gente a quién preguntar; llegamos a la explanada de fango y abordamos un viejo autobús después de pagar unas pocas lempiras. El viaje fue corto y después de haber salido del basurero el paisaje era más agradable. Solitario, sin zopilotes; caminamos pensativos, sin rumbo hasta que llegamos a la orilla de un rio que corría con aguas cristalinas, su sonido, el manantial, me quité la ropa y con mis únicos calzoncillos me metí para sentir el fresco correr de las aguas, Héctor hizo lo mismo, dejó su mochila y se metió al río también y allí estuvimos un largo rato hasta que nos sentimos observados, un anciano, vestido de blanco, de ropa impecable nos estaba mirando, nos sonrió, pero de sus dientes solo quedaban dos piezas, le sonreí – Está muy fresca el agua – Le dije, el no respondió, solo nos miraba desde la otra orilla del rio.

 – Ayúdenme a cruzar al otro lado – dijo – Yo soy el terrateniente más rico de este pueblo llamado Comayagua y les puede dar lo que quieran, decirles donde está enterrada mi fortuna –

 Héctor me miró y acercándose me dijo al oído – Otro loco –

 – No estoy loco – dijo el anciano, ustedes forasteros vienen de tierras lejanas y no solo a ver miseria y destrucción, vienen por el tesoro –

 Me encogí de hombros y dije – Claro, yo lo ayudo, aunque solo sea por un plato de comida –


Me sumergí en el río y entonces algo ralentizó la corriente, después objetos pesados y pestilentes empezaron a golpearme la cara y emergí de inmediato, el escenario era devastador, una señora a la orilla del río empezó a vaciar botes de basura, pañales, bolsas enormes de plástico y sin importarle que estábamos adentro Héctor y yo, menos aún el río y las consecuencias de la contaminación siguió vaciando cosas y basura, papel de higiénico sucio, plásticos, y le grité – ¡Deténgase! ¡Está loca! –

 Se nos quedó mirando con desdén y un tipo que la acompañaba, tal vez de su misma edad, 50 años le dijo – Tira toda la basura, que te importe mierda si ese par de jodidos no tienen casa para bañarse –

 El agua en el río circulaba lenta, Héctor y yo estábamos paralizados, llenos de impotencia mirando como ese par de incivilizados cavernícolas regresaban a su choza, sin el más mínimo remordimiento – ¡Malditos cerdos! – les grité, ellos en cambio azotaron la puerta de su casa.

 – Cómo les puede gustar vivir entre la mierda – dijo Héctor enfurecido.

 El río estaba herido, nosotros también, el olor a desechos no nos dejaba permanecer adentro ni un minuto más y dejé que el sol me secara, pues entre los desechos, la comida en descomposición y las cascaras de plátano que no acababan de irse podíamos salir más embarrados, y ahora con el miedo de que otro vecino hiciera lo mismo.

 Ya no había nada que contemplar allí, la naturaleza nos regalaba agua cristalina y estos cerdos se empeñaban en destruir el planeta, allí fue donde pensé si notros no éramos un mal padecimiento del planeta, pero lo dejé ir al caminar con Héctor, sin decir palabra, ni sentir hambre.

 En ese momento giré la vista, buscaba al viejito de inmensa fortuna, pero había desaparecido, estoy seguro de que ese hecho también le lastimó.

 Caminamos hacia el centro y encontramos una gran iglesia de pueblo, llena de juventud adornando un gran árbol de navidad y un belén, haciéndonos saber que aunque no lo pareciera y estábamos lejos de casa la navidad se acercaba, estábamos en adviento y por un momento Héctor entristeció.

 Le tomé el hombro y le dije – No te sientas triste por el pavo, ni los brindis, ni las compras, mira cómo se pasa la navidad en esta parte del mundo, por aquí no se paran los reyes magos de oriente, ni tampoco la esperanza –

 – Lo único que voy a extrañar es tener la panza llena –

 – ¿Y si pedimos posada? Aquí, ahora que es época de peregrinos, ya vimos la estrella en Tegucigalpa, es tiempo de buscar nuestro pesebre –

 Nos acercamos a los muchachos – Les está quedando genial –

 – ¿Quieren ayudarnos? – dijo una muchacha.

 – Pero claro que sí –

 Empezamos a mover adornos, figuras, poníamos la escarcha en el árbol gigante como podíamos y otra muchacha corrigió a Héctor – Esto no va así ¿Nunca has puesto el árbol en tu casa? –

 – No, mi madre decía que yo era muy torpe –

 La sinceridad de Héctor provocó las risas de todos, eran 10 tal vez 12 muchachos entre chicos y chicas, de nuestra edad y le seguimos ayudando a marchas forzadas hasta que nos dio la noche, después hicieron una fogata y calentaron bombones. Ver ese árbol gigante y esas figuras con los Reyes Magos, San José y la Virgen María, los burros y el lago cristalino emulado por un espejo, el musgo y la cama del Niño Dios.

 Todos nos empezamos a aplaudir y en la fogata se empezaron a presentar, Christian, Carlos, María José, Denisse, Janeth, Andrea, Guadalupe, Iván, Elideth, Jennifer, Arturo, Madai, Eneida.

 – Óscar – dije

 – Héctor – dijo

 – ¿Y de dónde nos visitan? –

 – De España y de México, pero los dos vivimos en Ciudad de México – dijo Héctor

 – ¿Y qué les parece Honduras? ¿Qué tal Comayagua? –

 – La verdad es que no sé cómo llegamos aquí, lo único que recuerdo es el río, nos bañábamos en el cuándo una señora tiró kilos de basura, pero antes de eso hablábamos con un señor, viejito, de ropa blanca impecable que nos pedía que lo cruzáramos del otro lado del rio –

 Todos se quedaron serios, parecía que había dicho algo malo, entonces una de las chicas me preguntó – ¿Y lo cruzaste? –

 – No, el viejito se fue cuando la señora tiró tanta basura en el río –

 Todos se miraban, no sabían si decirnos, pero de entre la fogata salió Christian, parecía ser el líder de ellos y me dijo – Ese viejito que viste no es de este mundo, varios lo cuentan como una leyenda, pero ahora ustedes que vienen de fuera nos dicen esto, no cabe duda que el enemigo nos acecha –

 María José empezó a leer unos versículos de la biblia y Héctor y yo nos mirábamos en medio de ese escenario surrealista.

 Carlos se puso en pie y dijo – Un amigo de mi abuelo vio esa aparición en los años cuarenta, el viejito le pidió que lo cruzara de un lado a otro del río prometiéndole riqueza, mi abuelo cuenta que su amigo lo cruzó sobre sus hombros, pero cuando iban a la mitad del río el viejito empezaba a ser cada vez más pesado, el amigo de mi abuelo se quería detener, pero el viejito con otra voz extraña, como de ultratumba le gritaba “no voltees, no te detengas” la curiosidad del amigo de mi abuelo fue demasiada y encaró a la bestia que llevaba sobre sus hombros, era como un insecto gigante, con baba espesa, lo derribó y salió corriendo, poco tiempo después el amigo de mi abuelo murió, tuvo fiebre y todos pensaban que alucinaba, pero hay muchas versiones –

 Denisse se puso en pie – Nadie se acerca a ese río, por allí solo corre basura y maldiciones, el río está encantado –

 Los muchachos eran muy apegados a la iglesia, pero las leyendas del pueblo no les eran ajenas; rezamos, comimos muchos bombones en la fogata y después de un rato apreciando nuestra gran obra llegaron dos curas y felicitaron a los muchachos.

 Después era evidente no reparar en nosotros y decir – ¿Quiénes son estos muchachos? –

 – No somos mendigos padre, se lo juro – dijo Héctor haciendo estallar en risas a todos, pero Elideth habló – Un mexicano y un español que nos visitan desde afuera, vienen del río encantado y vieron al enemigo –

 – Basta chicos, no vamos a hablar del río – dijo uno de los sacerdotes y el otro dirigiéndose a nosotros dijo – Gracias hijos por su ayuda, en nuestro árbol aparecerán sus nombres, si podemos hacer algo por ustedes –

 – Todo bien padre, dormiremos bajo el árbol y mañana partimos rumbo a otro lugar –

 Los chicos se alborotaron – Vengan a mi casa –

 – No, a la mía –

 Y así entre el barullo el sacerdote dijo – Se quedarán en la casa de huéspedes, son nuestros invitados de honor –

 Después de un aplauso encendieron el árbol, se veía hermoso, así se encendió Comayagua, así esos jóvenes le daban un respiro de esperanza a Honduras.