El alcohol, pasé casi media vida cuidándome de los perros
rabiosos, de los amores fatales, de las peores amistades; quién me diría que lo
que casi me mata; y de paso dejaría damnificados a unos cuantos sería el
alcohol; porque egoísta nunca he sido y si un día para mi mal viene a buscarme
la muerte, compartiría mi aventura con unos incautos más, más que yo, quiero
decir, pero sólo un poquitín. Todos hemos sabido sobre el borrachito que se
ahogó en su propio vómito, ¿pero qué hay del borrachín que casi ahoga a medio
mundo? de ese nadie sabe nada, pero pronto lo sabrán.
Pasaban los días en mi pueblo, me había apuntado a la
brigada de bomberos para hacer algo de mi vida, pero conforme los calores del
verano se apagaban los incendios también y mi trabajo se hacía menos necesario.
No es que extrañara el olor a humo en mi cabello, o el beso hollín de los
restos de un incendio, pero eso de quedarse sin nada qué hacer en el trabajo es
fatal. El lluvioso cielo de Carballino se encargaba ahora de las llamas
insurgentes, sublevadas que no entendían que no debían mordisquear la
naturaleza.
Caminé, como todos los días, hasta la calle de los bares en
mi barrio de Flores, el ambiente pintaba gris, la antesala para el tiempo
suspendido del otoño y subsecuente invierno. Una chispa de color saltó de entre
las mesas, era Neftalí; que con su desenfado cambiaba de perspectiva cualquier
escenario. Luego de un escueto saludo me sentenció – Me voy para Reikiavik –
Me quedé desconcertado, había escuchado ese nombre alguna
vez, pero no me venía a la cabeza en donde podría estar. Tal vez era una broma,
y que tal si la vida era una broma; Neftalí era un desenfadado soñador, con una
guitarra a cuestas, que convertía las bromas en realidades.
– Pero… ¿Por qué? –
– Mi barrio es un barrio bajo –
Lo escuché muy catastrofista, pero la realidad es que yo me
quedaba sin trabajo y él también, las lluvias apagaban el fuego mejor que
nuestras brigadas y reparé de nuevo en sus palabras – Me voy de aquí, me voy para
Reikiavik –
Me quedé de piedra, cuales eran mis opciones, irme a ese
lejano país, Islandia; o morir aquí de tristeza, me apuré la bebida y le dije –
¿Pero cuando? ¿Trabajo de qué? ¿Y si tardo más en tomar la decisión? –
– Ya sabes que te espero en el país del hielo –
– Bueno, sí Neftalí, pero dame más detalles –
– Donde los días y las noches pueden ser eternos –
– Eso lo sé, pero háblame del trabajo –
– Tomorrow, may be tomorrow –
Recuerdo que era un martes y el viernes estábamos montados
en el avión, era un clásico martes de hadas y ninfas, pero de eso hablaré en
otra ocasión.
Un vuelo de bajo costo, la versión europea fría y aburrida,
de las guaguas latinoamericanas. Me había documentado lo suficiente para
aterrizar en Islandia; el clima es más frío que el cuerpo de Walt Disney; pero
las tías están tan buenas que podrían calentar a Walt Disney. Eso compensaba la
situación térmica.
En los trabajos pagan muy bien, mejor que en cualquier lugar
de la Unión Europea; a excepción del Reino Unido, que aún no lanzaba al suelo
sus juguetes en este parque de hielo. Bueno, estoy hablando del 2006,
posiblemente cuando lean esto ya estaré muerto.
Era una extraña aventura, poco sabía de aquel país, en
realidad muy poco, sólo que eran algo más de 300,000 habitantes y que se
hablaba islandés. Le quise pedir más detalles a Nefta y sólo atinó a decirme
que los lagos se congelan, entonces supe que era extremadamente frío. Y bueno
hasta ahí, nadie necesita más información.
Para qué hablar del embarque, del delicado rostro de la
sexagenaria empleada, de sus adecuados modales al lanzarme mi pasaporte como
freezbe a un perro. Aterrizamos en medio de la noche, la penumbra y la lluvia,
fue turbulento, pero las expresiones de la gente eran siempre las mismas, nadie
reía, ni se preocupaba, eran como muñecos inmersos en sus adentros.
Unos clamaban amor, otros amistad sincera, nosotros sólo
queríamos empleo y su búsqueda fue más
sencilla de lo que pensé, luego de una ligera inspección de Sigrun, la
administradora del único hotel de Reykholt. Fuimos aceptados como empleados
calificados para limpiar baños y recamaras.
Nos fuimos a esa tierra escandinava, los paisajes eran
espectaculares, la aurora boreal es más increíble de lo que cualquiera pudiese
explicarlo, no es que no quiera decir nada en esta ocasión, pero esos colores
que no son más que la luz de los rayos solares reflejados en el polo norte,
pintan el cielo en cambiantes tonos, tan solo en segundos, no hay palabras, ni
lente de cámara que los pueda ver como el ojo humano.
Empezamos trabajando en un hotel en Reykholt, hacíamos el
aseo en las habitaciones. Yo preparaba las camas, mientras Nefta limpiaba las
tazas de baño, siempre lo admiré por lo bueno que era con las uñas, no quedaba
mancha alguna mientras sollozaba – Uuu, uuu, todos se van y el deseo gira en
espiral en esta atmosfera de vicio –
Pobre, creo que el olor le afectaba mucho, pero aun así
decidí preguntarle – Nefta, ¿Está todo bien? –
– Y si la respuesta está en el viento, para que te digo lo
que siento –
– Es verdad, huele fatal, parce que no hacen la digestión
con ese omelette que les ponen en el desayuno todas las mañanas, pero bueno, ¿cómo
quedó ese baño? –
– Transparente –
– Eso campeón, eres un fenómeno, no tienes tanto tiempo para
tocar la guitarra, pero vaya que sigues con tus ejercicios de digitación,
aunque sea bajo el agua –
– Sí este año no salimos campeones, que no digan que no
hemos peleado –
– Cierto –
Me había quedado muy claro, debía ser difícil estar con la
cabeza tan cerca del inodoro, despegando esas manchas provocadas por una
extraña erupción que preferiría no imaginar.
Después de un mes nos mudamos a Reikiavik, nos fuimos a
distintos trabajos, pero vivíamos puerta con puerta en un hotel llamado “Salvation
Army”; Justo en el cuarto piso. A reserva de que me quedaba a unos pasos de mi nuevo
trabajo, la habitación en la que residía era una cripta; con suerte podía
estirar mis brazos de lado a lado sin chocar con las paredes, el muro era de un
cartón frágil y mi pequeña cama estaba pegada a un lavamanos. La ropa permanecía
colgada en perchas frágiles justo al lado de mi cabecera; y las duchas y los baños
eran compartidos.
Todo estaba bien, a excepción de mi vecino de al lado. Los
cuartos eran tan pequeños que se escuchaba todo y el tipo ponía música
electrónica para dormir durante la noche; no era nada alto el volumen, pero
suficiente para desquiciarme como una gotera que caía. No pude hablar con él,
parecía ser eslovaco o de algún país de la ex Yugoslavia y no dominaba ni el
inglés, ni ninguna otra lengua que yo pudiera conocer. Tenía una mirada
intensa, tatuado y muy introvertido, me miraba sin decir nada cuando nos
cruzábamos.
La semana era muy aburrida, se acercaba el invierno y cada
día se perdían 15 minutos de luz en promedio, hasta llegar casi a la penumbra
total. Los sábados todos salían, bebían hasta perderse, ¡Bebían como vikingos!
Esa noche fui un vikingo, salí con Neftalí a tomar unas
birras, pero lo perdí, me perdí a mi mismo. Por unas horas no supe quién era,
ni que hice esa noche, ni con quien estuve, todo era tan confuso y mi mente
estaba rota, fue un sábado inolvidable, lleno de olvido. No supe como llegué al
hotel, pero me dicen que llegué y caí en un profundo sueño, tan profundo como
la muerte.
Advertencia al lector:
Los siguientes hechos son narrados basados en testimonio de
los afectados; bueno en realidad reclamos a voces altas y miradas de odio; pero
de acuerdo con un estudio realizado por la universidad de la vida, los
resultados arrojan que “si no me acuerdo no pasó” así que lo que viene es una
especie de recreación, los nombres y lugares no han sido cambiados porque
después de todo al único que debería darle vergüenza es a mi y pues yo estoy
narrando esto así que, venga vamos allá.
Al día siguiente tocaban con brusquedad a mi puerta, estaba
tan cansado que no quería ni abrir, seguramente era Neftalí. Pero mi sorpresa
fue tan grande cuando puse un pie en el suelo, sentí como si me estuviera
sumergiendo en una gran sopa de fideos, mi habitación estaba convertida en una
piscina y había cosas flotando. Cualquiera podría pensar que estaba loco, pero
el agua me llegaba a los tobillos.
Me levanté descalzo y en calzoncillos me dirigí hacia la
puerta para abrirla. Pero quien llamaba a no era Nefta, eran los bomberos que
estaban evacuando a la gente. Se veían desesperados, al fin gente expresiva. Un
tipo gritó – Sorry – pero su compañera le interrumpió gritando – ¡Jesus! No
sorry –
Puedo jurar que no fue por mi, sino por el desastre en la
habitación. Neftalí estaba en pie, mirándolo todo y yo me preguntaba que estaba
sucediendo. Muy aletargado empezaba a comprender que había una inundación y que
estaban evacuando a toda la gente. Yo sé, una inundación en el cuarto piso; por
la mente de cualquiera podría pasar el diluvio universal o algo peor, pero los
hechos me aturdían cada vez más.
Salió mi vecino, el de la música electrónica, su computador
goteaba porque el agua había atravesado todas las paredes de cartón y por un
momento pensé – Ya no tendré que soportar esa música – Pero él me devolvió una
mirada de odio, como si yo fuera quien tuviera la culpa, o peor aún, tal vez
podía leer mis pensamientos.
Lo esquivé, como era de esperarse nunca dijo nada, su lengua
lo hacía mudo. Seguí caminando, pero me sentía desnudo; era una extraña
sensación al caminar por el pasillo, pero recordé que literalmente estaba
desnudo, miré mis piernas y estaba caminando en calzoncillos, mientras los
demás evacuaban. Algo tenía que hacer, sí, ponerme un pantalón.
Después de esconder aquellos gayumbos a rayas rescaté mis
zapatos y calcetines del fondo de la cama, con cada paso cedían y se ablandaban
como galletas remojadas en leche, sentí que se me iba a deshacer el calzado en
el trayecto, pero evidentemente no sucedió.
Salimos por el largo pasillo en el que como cascada corría
el agua, ese momento me recordó a la película del Titanic, así se ha de haber
vivido la manera en que el mar devoró a ese inmenso barco. Miré a Neftalí
buscando respuestas, pero nunca llegaron, sino por el contrario, la situación
se volvía más confusa a cada momento. Bajamos al tercer piso, allí no había
agua, solo la que descendía por la escalera y se comía a grandes bocanadas la
vieja alfombra.
Visto así no podía ser una inundación, según la poca lógica que
me quedaba, una inundación en un cuarto piso tenía que tener a la ciudad de
Reikiavik en jaque; entonces pensé en fuertes lluvias, pero recordé que arriba
todo estaba seco, el quinto piso y las escaleras que conducían a él estaban
intactas. Parecía una inundación atrapada en un solo piso; eso sí era aún más
confuso.
¿Y qué tal si era una fuga? ¿De dónde podría provenir?,
pasamos el segundo y el primer piso y todo parecía tan normal como las quietud
de las calles de Reikiavik, afuera nada estaba sucediendo. Era tanta la
tranquilidad del país, que esa inundación del cuarto piso en el hotel
“Salvation Army” fue noticia de periódico.
Se acercó a mí el conserje, mientras varias miradas que me
acusaban seguían mis pasos, la prensa no pudo acercarse a la propiedad privada
y el señor de avanzada edad y altura considerable me dijo en inglés – Traté de
despertarte antes, pero no reaccionabas, te levanté de la cama y te movías como
un títere, después llegaron los bomberos y pudiste despertar –
Tenía los ojos bien abiertos y le pregunté al señor – ¿Qué
pasó? –
Él se sorprendió y me dijo – ¿De verdad no lo recuerdas? –
Notó mi desconcierto en la mirada – ¿Recordar qué? –
respondí con otra pregunta. El hombre empezó a asignar habitaciones y espero
hasta el final para hablar conmigo, me habló por mi nombre y me dijo – Ayer
llegaste muy mal, casi inconsciente, antes de dormir vomitaste en el lavabo y
lo dejaste abierto, eso provocó la inundación –
– Pero… No puedo creerlo, no comí piedras, ¿Cómo pudo pasar?
–
Empecé a sentir vergüenza y me disculpé, le pedí perdón, en
verdad me dolía desperdiciar el agua de esa manera, pero el con tanta
tolerancia me dijo cariñosamente – Fue mejor así, te pudiste haber ahogado con
tu propio vómito, no reaccionabas –
La alfombra tenía la textura del cereal cuando se le deja
remojar mucho en la leche, incluso hacía el mismo sonido cuando se le presiona;
las estrechas tuberías, acordes con la talla de la habitación no habían tenido
capacidad para contener más de seis horas de fluido de agua constante, misma
que había llenado el lavabo y trastumbado el mismo, hasta seguir su curso y
llenar mi nivel y dos abajo; después de todo resultó cierto eso de que el agua
sigue su curso.
Una pobre incauta versión de mí, cuasi inconsciente había
tenido la necesidad de vaciar el contenido estomacal; y había escogido el
lavabo, quizá fuera por eso que dejé el grifo abierto, lo que mi poca capacidad
cerebral no calculó fue que mis ojos no se abrirían más, no al menos en las
siguientes horas. El desconcierto dejó paso al terror cuando el flujo de agua
no cesó y por el contrario, cual Titanic, en tierra firme, el nivel del raudal
no hacía más que aumentar.
Me pasó la vida como esa inundación que pudo haber estallado
dentro de mí y al paso de las horas lo entendía todo, la inundación, las
miradas de reproche, el computador escurriendo del chico de la música
electrónica y a Neftalí quien me dijo – ¡Ya nada es lo que era! –
Y tenía razón, todo cambió, me asignaron una habitación en
el último nivel, lejos de la música electrónica y de Neftalí, lejos de todo.
Tal vez allí las tuberías eran mejores, pero, nada de gracioso tenía ese
evento, el conserje y los que me conocían me llamaban vötn, que significa aguas
en islandés. Vötn, Mr. Vötn.
Quise preguntarle a Nefta y lo llamé Neftalí, pero el con
rapidez me corrigió y me dijo – Soy Nefta Lee –
– Sorry – Atiné a decir – Soy muy malo con la pronunciación
Neftalí, pero dime Nefta Lee, ¿Qué recuerdas? ¿Cuándo pasan estas cosas? –
– Cuando llegas
tarde, una cosa lleva a la otra – dijo el señor Lee al señor Vötn
Y tenía razón, suerte, era salir vivo de esta y volver a
verte, lo dije en mi mente a ese barrio bajo de Carballino, donde nunca seré
una estrella de la televisión, pero Reikiavik me volvió un adicto al
aguardiente. Dejé mis lentes opacos sobre el buró y bajé al cuarto piso. Todo
parecía tan normal, pero un ruido se escondía tras la puerta de mi vieja
habitación. Mi pequeña celda y guarida no tenía cama y estaba siendo habitada
por una gran succionadora de agua que terminaría de secar el lugar en algunos
días.
Otro trabajo que pierdo a causa del agua, primero, la
brigada de bomberos, y ahora esto. Pensé bailando con la aurora – Me hubiera
quedado aquí, en el país del hielo, sin tratar de derretirlo –
Atte.
Mr. Vötn
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