La rutina era más fea que pegarle a un
padre, aunque prefiero no hablar de padres. Los días siguieron pasando hasta
crear un rosario de semanas y las cosas no cambiaban, por el contrario, se ponía
feo el asunto. Mis propósitos de ser buen estudiante se convirtieron en básicamente
no cagarla.
A la mierda las buenas calificaciones, y
las menciones honoríficas, eso era un lujo ¿A quién coño le importa estar en el
cuadro de honor cuando la misma paz interna peligra?
Todo el tiempo estaba corriendo de la
llovizna de burlas que venían de frente y por la espalda, para ese momento ya
no quería tener amigos, y los amigos tampoco me querían tener a mí, el rechazo
generalizado me aislaba cada vez más, no encontraba ese grupo con el que
pudiera crecer, sentirme parte, sentirme involucrado. Estaba mal asesorado, o
es que en mi casa me pegaban de pequeño.
En el grupo de los cerebritos e
intelectualoides no tenía cabida, con casi todas las asignaturas reprobadas era
el ejemplo de “mátame cuando llegue a ese punto”; en el grupo de los fuertes ni
hablar; con esos gandules solo había vacante como saco de boxeo; entonces solo
quedaba el grupo de los decentes, hipócritas y puritanos, pero ni pensarlo,
mejor así, un inadaptado, no se necesitaba un grupo para serlo. Era más fácil descastrastrar
a un perro castrado que encontrar mi sitio.
¿Miedo al rechazo? No, en absoluto, al
principio me invadía un poco la melancolía que fue dando paso poco a poco a la
indiferencia, en ocasiones rabia. Me miraba todos los días en el espejo y
pensaba – Es que no eres tan malo, no eres quien la gente te ha hecho creer
quien eres – Mientras mis tan necios como castaños pelos se despeinaban más
cuando les acercaba el peine, pensaba en los profesores y coordinadores del
colegio que alimentaban la mofa colectiva con sus, nada inteligentes,
comentarios; mis compañeros que se creían superiores a mi sólo por ser locales
y tantas otras cosas que hacían la insuperable diferencia.
Y por las noches el maldito insomnio,
para los que no padecen de eso, significa pensar tantas tonterías como llegan a
la mente, pensando en arreglar este irreparable mundo y así un pensamiento
llevaba a otro hasta que la propia mente cansada daba tregua cediendo paso al
mundo de los sueños; ese mundo onírico que tampoco daba paz, estaría a punto de
librar otra guerra, guerra en la que yo sería el enemigo público otra vez.
Acostado en cama y tapado hasta la
barbilla cerré los ojos para tener uno de los sueños más vívidos y locos que
jamás hubiera imaginado. Todo parecía tan real, la gente, los lugares, la tenue
luz de la ciudad, pero nada tenía sentido como en la vida misma, me visualizaba
atrapado en un viejo autobús del que tenía que escapar, yo estaba herido y de
pronto la salida de emergencia; me puse a pensar y recordé que era más difícil
abrir una salida de emergencia que una normal, cumplí con las instrucciones
como si tuviera tres manos, giré las tres manijas, empujé hacia afuera y hacia
arriba, todo al mismo tiempo, como solo Karate Kid podría hacerlo y escapé.
Usando una camiseta blanca de sisas y
tirado en el suelo implorando compasión, me miraba con debilidad, arrastrándome
sobre mi cuerpo y de pronto salió a mi paso un parrilla de gas, esa parrilla
era gris y estaba llena de cochambre, con cucarachas; yo en mi sueño podía ver
con claridad que había una fuga y escuchaba con mis agudos sentidos el sonido
del gas al escaparse y veía un espeso humo trasparente que en la realidad era
imperceptible. Me acerqué hasta la estufa y con mi boca tapé el tubo; el gas
entró a través de mí y me infló la barriga como si mi cuerpo pudiera moldearse
como un globo.
Pude notar una extraña fuerza y me puse
en pie, caminaba con mucha seguridad y salí a la calle, miraba con lástima a
esas personas que corrían presurosas para llegar a su trabajo y por sorpresa
cuando me quise reír de ellos se escapó una llamarada de fuego por mi boca, una
flama tan poderosa que podía hacer arder entre llamas todo a su paso.
Empecé a caminar temerario y entonces
puse a prueba mis poderes, lancé una bocanada de aire y automáticamente el
fuego salía disparado desde mi estómago, quemando todo a su paso. Al darme
cuenta de mi poder embestí a las personas que se cruzaban en mi camino y con
solo soplarles las hacía arder entre llamas, seguí mi paso provocando un
sendero de destrucción y al darme cuenta de mi gran poderío empecé a quemar
coches, edificios, más gente y escuchaba sus gritos mientras se calcinaban, por
un momento me produjo placer y seguí atacando a todos como en la película de
Godzilla, pero… ¿Debía acaso sentir culpa? Era todo tan extraño, el placer de
verles sufrir me impulsaba a quemarles, calcinarles, escuchar sus gritos y de
pronto mi barriga se desinflaba, perdía poder, potencia.
La reserva de gas se me había agotado,
solo me quedaba la insana diversión de
calcinar personas vivas y ciudades, la cólera y los calzoncillos de ositos que
me dio mi abuela las últimas navidades, no recordaba por qué no me había puesto
pantalones, pero nadie tiene tiempo de ponerse pantalones cuanto tiene que
quemar una ciudad.
Un chorro caliente me hizo virar a la
izquierda, era el perro de tres patas que se me había cruzado anteriormente, estúpido
perro cojo, ¿por qué no te quemé
antes?, ah sí claro porque seré loco, pero jamás sádico. Me sacudí la pierna,
los orines del perro me escurrían por la pantorrilla empapando mi calcetín… joder
no recordaba que llevaba los calcetines agujerados, pero en el lado positivo
quienes me podían recriminar estaban tostaditos y humeantes, no creo que mis
calcetines viejos les molestaran tanto.
Quería recuperar mis poderes, pero la
estufa quedaba lejos, o tal vez había dejado de existir, había recorrido una
ciudad entera donde solo quedaban cenizas y con las ultimas llamas de fuego que
salieron por mi boca aproveché a quemar a los últimos cristianos que se
atravesaron en mi camino, y me sentía tan bien con sus gritos, viendo sus manos
pasar de la carne al negro tostado. Pero la diversión había terminado, para mi
mala suerte mi barriga había quedado tan plana como la de Paulina Rubio, y de
mi boca ya no salía más fuego, mi poder se había extinguido, entonces hice
fuerza, mucha fuerza, exhalaba como si tuviera ese gas dentro de mí, pero ya no
salía nada y desperté; desperté exhalando, soplando con tanta fuerza que me dolía el estómago. Todo había sido un sueño, me
sorprendí en la madrugada soplando con fuerza y entonces comencé a reír. Recordé con claridad el sueño
y me conecté con mi conciencia, muy a mi pesar sentía placer como cuando dormía, no sntía remordimiento
de crear esa destrucción a mi paso. Preferí no pensarlo y me preparé para
asistir a la escuela y pasar por más de lo mismo.
Ya no era Galle-Godzilla, era ese niño
estúpido de sentimientos reprimidos, sin el poder de echar fuego por la boca,
no era más que el escuálido y pequeño, presa fácil de los gandules, no tenía
manera de hacer pagar a mis victimarios y con la frustración a cuestas esperaba
que la vida fuera como en los sueños.
Las venganzas de los inadaptados eran
silenciosas, no podían llevar firma, pues las consecuencias podían ser fatales.
Navarro orinaba la puerta de la Coordinación y las mochilas de algunos compañeros,
a ver si podían seguir riendo con ese hedor, El Charro Panzón meaba en los
pupitres y tiraba las mochilas por la ventana cuando el aula estaba sola, pero
eran anónimos, solo ellos disfrutaban su pequeña gloria y no dejaban de ser
masacrados, su desventurada situación tampoco tenía remedio.
Necesitaba más que una reprimenda, o un
camino, me urgía un consejo, sentir que alguien se preocupara por mí, de
verdad, de corazón; deshacerme de esa horrible presión por encajar, por ser
como los demás, ya no digamos sobresalir, que era punto menos que imposible.
Esperanzado en silencio por esa alma
caritativa que escuchara mi grito de auxilio un día se me acercó un compañero
llamado Sánchez Briseño, pensé que vendría como los demás, a burlarse, a
hacerme daño, pero no fue así. Estaba yo a punto de orinar en un pupitre cuando
el aula se había quedado sola y sin bacilar este compañero me dijo – Pero… ¿Qué
estás haciendo? –
No supe qué responderle, pues era
evidente que iba a mear un pupitre y prosiguió – Mírate ¿Pretendes seguir así?
Llevas poco tiempo en el colegio y ya todos te conocen, y tú sabes que no es
por nada bueno –
Apreté los labios apenado, y me guardé el
pene, nadie se había dirigido a mi nunca en esos términos y no estaba preparado
para responder a algo que no fuera agresión; bajé la mirada y me quedé callado.
Mi compañero se sinceró conmigo como nadie lo había hecho desde hacía una
eternidad – Yo estoy repitiendo el primer grado de secundaria, y no es nada
agradable, este es un fracaso que a lo mejor tu puedes evitar –
Este amigo movió algo dentro de mí,
pero mi desconfianza me hacía dudar, ¿Por qué estaría alguien interesado en mi?
¿A él que coño le importaba mi vida? A pesar de todos esos retorcidos
pensamientos me sentí avergonzado, algo que tampoco había experimentado en años.
Quería pensar que no todo en el mundo
era maldad e incluso de toda la gente que quemé en mi sueño tal vez no todos lo
merecían; me sentí salvado por un instante, pero la desviación a la salvación
había pasado muchos kilómetros atrás, ya era tarde; el camino del desastre me
llevaba a toda velocidad y esto era como querer arreglar el ala rota de un avión
con cinta adhesiva.
Galle-Godzilla era el único que podía
salvarme ahora, este tren me llevaba a toda velocidad, mi conducta no mejoró, sólo
seguía suplicando un poco de comprensión; lo cierto es que yo era un caso
perdido. Aunque por el lado brillante de las cosas mis notas mejoraron, sí de
once en el siguiente periodo sólo suspendí nueve; era un récord ganador y nadie
puede discutir lo contrario; excepto mi padre claro está, que repitió la dosis
de histeria, gritos, improperios, colores en el rostro, ojos a punto de salir,
la vena del cuello, puños cerrados; demencia total… en ese orden.
Me fui a la cama anestesiado, los oídos
me zumbaban como si acabase se de salir de una fiesta, pero una fiesta no muy
buena. Desperté y todo igual, claxon neurótico llamando, recordatorios a
gritos. Cuando llegué a la escuela suspiré profundo, al menos lo del auto había
acabado y los pasos que me llevaban ahora a mi aula era el remanso entre tanta
tortura. Para mi poca fortuna fui llamado a la oficina de coordinación,
noticias malas, seguro, pero todo era mejor que la burla y los cuchicheos de
los primates con los que compartía clase.
Cuando entré a la oficina vi al
flamante Camarón, sentado detrás de un escritorio amplio que ocultaba su
barriga; sonriendo me invitó a sentarme, tenía las manos sobre el escritorio y
jugaba con sus pulgares. Tímido me senté, sabía que si me había llamado no era
para darme un premio; y entré en ataque de pánico, que no duró más que unos
segundos porque mi interlocutor comenzó a hablar.
Sonriendo y mirándome directo a los
ojos disparó sin contemplaciones – Fernández, no sé cómo empezar; tu conducta
es desastrosa, por donde vas te metes en líos, y tus calificaciones son
terribles. Pensarás que exagero, pero estás por debajo de cualquier promedio,
podría decir sin miedo a equivocarme que eres el peor alumno de toda la
generación; sé que es duro, pero haz algo ya, en mi largo tiempo como
Coordinador no he visto casos como el tuyo, a excepción de uno, diez años atrás,
tuvimos a un alumno que me recuerda mucho a ti –
Me quedé mirándolo, en cierta manera le
agradecía la sinceridad, pues en las palabras del Camarón no había una doble
lectura y pregunté – ¿Usted cree que me puedo salvar? – Lo pregunté con toda
sinceridad, queriendo salir de una duda en la que estaba inmerso desde adentro.
Era evidente que el Coordinador sentía
simpatía por mi, algo veía por eso un señor tan ocupado con cientos de alumnos
y maestros a su cargo me dedicaba ese tiempo, era tan difícil hacer una cita
con él, pero él decidía darme el tiempo, estaba impresionado, intrigado, o tal
vez era eso, simpatía.
Parecía que me estaba leyendo la mente
y me dijo – Yo hablé muchas veces con ese alumno, no era malo, no tenía un
fondo malo, me recuerda a ti, quiero evitarte su camino de espinas, con él no
pude hacerlo, fracasamos, la dirección general pidió su expulsión y yo no pude
evitarlo –
– ¿Y diez años después aun lo
recuerdan? –
Me miró con tristeza y el Camarón se
sinceró, siempre lo recordaré, es como cuando a un médico se le muere un
paciente en las manos, no sé qué fue de él, solo espero que sea un hombre de
bien –
– Tal vez él está bien y encontró su
lugar –
No hay comentarios:
Publicar un comentario