lunes, 10 de agosto de 2020

Maquinista sin Rieles

Llegaron tan lejos como pudieron, mientras hubo luz en el horizonte; al cerrarse la noche el forastero se detuvo y encendió una fogata, mientras que Jessie no perdía detalle. Durante todo el camino el extranjero no había dicho una sola palabra, situación que por momentos incomodaba al joven herrero; quiso empezar a hablar y dijo – Fue terrible mi vida, no quisiera volver a ver más a mi familia, y presiento que usted tiene el mismo problema –

Oliver permaneció callado. Jessie dijo – Estas tierras no pueden ser buenas para nadie, ¿De dónde viene? ¿Por qué dejó su tierra? Tiene que ser mucho mejor que vivir aquí –

 –Tú no sabes nada, en mi tierra yo estoy muerto –

El pequeño herrero se quedó frío con las tajantes respuestas del forastero,  no había más qué preguntar. Oliver se puso en pie y dijo – Lo único que me interesa es llegar a Condado Blanco –

– Pues le tengo una mala noticia, la gente aquí no conoce de distancias, el territorio es demasiado grande, la única opción es tomar un tren –

– ¿Y los caballos? –

– Pues tendrán que esperar o morir de tristeza –

– De ninguna manera pienso dejar a Tumbleweed –

– Entonces tenemos que detener el tren, lo más fácil hubiera sido subirnos en movimiento –

– No tenemos opción –

– Pero… Podemos provocar un accidente –

– Llévame hasta las vías –

– Pero… Están muy lejos, a dos horas de aquí –

Oliver montó a Tumblewed y cabalgó hacia la dirección errónea. Jessie también se montó en su mula y entre murmullos dijo – ¡Vaya que es raro este tipo! – Después reparó diciendo – Forastero, ¡Sígame! –

Se fueron hacia a las vías; el joven herrero aún no confesaba que ignoraba el camino a Condado Blanco, sin duda era un mal momento para decirle al forastero la verdad, porque éste podría enfurecerse y obligarlo a marcharse.

Por el largo camino el joven herrero preguntó – ¿Cuál es su nombre? – El extranjero ablandó su duro gesto y se limitó a decir – Oliver –

– Yo me llamo Jessie –

– Ya me lo habías dicho –

– Si no le importa podría ser más amable conmigo, yo sólo trato de ayudarlo, sé que pasaremos mucho tiempo juntos y me gustaría hablarle de un modo más cercano –

– Háblame como quieras, la verdad me da igual –

– Muy bien Oliver, ahora dime cuál es el plan –

El extranjero lo miró frunciendo el ceño y el joven herrero se quedó callado, podía ver que Oliver no tenía ninguna intención de hablar aquella noche y sólo cabalgaron tres horas para llegar a esperar el tren de madrugada.

El sueño estaba por vencerlos, pero a lo lejos en medio de la oscuridad divisaron las vías y eso los reanimó. El forastero se bajó del caballo y se puso a pensar un poco y empezó a recoger matorrales secos y le pidió a Jessie que acarreara más y más. El joven herrero con mal gesto murmuraba – ¿Por qué nunca puedo saber los planes? –

Oliver juntó demasiados y le pidió a Jessie que cuidara de ellos, que no se los llevara el viento, mientras que él puso la oreja en el suelo y cuando sintió que temblaba prendió fuego a los matorrales y éstos ardieron bien.

El maquinista tendría que meter freno forzosamente al ver las grandes llamas.

A lo lejos veía el tren y para ese momento los matorrales ardían en medio de las vías, sin opción tendrían que detenerse.

Oliver le pidió a Jessie que se escondieran; al momento los frenos rechinaron por el roce con los rieles, el ruido era ensordecedor, fue un violento y largo sonido que culminó con el detenimiento total del tren que milagrosamente no descarriló.

El susto fue terrible; y el maquinista gritó – ¡Fuego! ¡Hay fuego en la vía! – Oliver dijo – Ahora – Y en el vagón trasero subieron caballo, mula, Oliver y Jessie. La gente estaba alarmada, salió a ver qué sucedía, mientras el maquinista enfurecido seguía gritando – Malditos bastardos, ¿Quién pudo ser capaz? Casi nos cuesta la vida –

Dos tipos armados descendieron del tren buscando a los culpables, pero no hallaron nada en las cercanías, los responsables nunca aparecieron y nadie se podía imaginar que estaban arriba del tren en los vagones de carga. El pequeño incendio se extinguió y sin responsables a la vista el tren tuvo que emprender su marcha de nuevo.

Jessie con sorpresa admiraba cada vez más al forastero – ¿Cómo se te ocurrió esto? ¿Cómo sabías que iba a funcionar? – Preguntó

Oliver como siempre respondía con hostilidad – Es mejor observar que preguntar – De nuevo Jessie murmuró algo, pues el forastero lo trataba como si fuera un tonto.

Se pusieron cómodos después de amarrar a los caballos, tomaron una pequeña siesta para recuperar energía y el extranjero compartió la comida que le habían regalado las ancianas. Al cabo de un rato empezaron a recorrer los vagones y Oliver dijo – No será posible pasar desapercibidos así, tendremos que buscar el disfraz menos sospechoso –

– ¿Y que se te ocurre? ¿Vestirnos de ovejas? – Preguntó Jessie burlándose, el forastero le siguió la corriente y dijo

– Tal vez no sea tan mala tu idea –

El joven herrero destanteado por la respuesta dijo – Tú eres el de las ideas, a ver qué se te ocurre ahora –

– Ya lo tengo, yo seré un anciano y tu mi hijo –

– ¿Y cómo conseguiremos el disfraz? –

– Sólo observa –

Al momento el extranjero se dirigió a los camerinos privados, tendría que espiar a los que allí se hospedaban para encontrar el disfraz adecuado. Se movía en el tren como si lo conociera perfectamente, parecía que no era la primera vez que hacía algo así. Después de mirar a varios adinerados a través de ranuras en las paredes encontró a la víctima perfecta.

Golpeó la puerta y no recibía respuesta, volvió a tocar con más violencia y un anciano enfadado salió diciendo – ¿Quién se atreve a molestarme? – El extranjero se acercó violentamente, sacó su arma y le apuntó en la cabeza; Jessie miraba horrorizado, pero sólo observó. El anciano temblaba como una hoja, estaba paralizado por el miedo y con suplicas dijo – ¡Por favor no me mate, nada malo he hecho yo, devolveré las tierras! –

– No me interesan las tierras que robó, ni soy quien para que me confiese sus pecados –

– Entonces… ¿Qué quiere? –

– Aquí el que hace las preguntas soy yo; y si quiere conservar su vida haga lo que le digo –

El anciano asintió que si con la cabeza mientras se arrodillaba con más suplicas; Oliver que no soportaba la cobardía dijo – ¡Cállese!, En cualquier momento puede cambiar su suerte – Y después murmuró – ¿Qué más da morir hoy o mañana? El destino de todos será el mismo –

El extranjero le pidió a Jessie que buscara ropa entre las cosas del anciano, pero él no encontró nada, entonces Oliver dijo agresivo al anciano – Desnúdese –

– Pero… ¿Cómo?– El extranjero al ver la resistencia del anciano amartilló el arma y dijo – ¿Se desnuda usted o lo desnudo yo? –

Sin más alternativa el anciano se quitó la ropa y de sus carnes flácidas salían a relucir lunares y arrugas que cubrían su cuerpo marchito. Le quedaba tan poca ropa que empezó a quitarse los calzones, pero el extranjero con una expresión de asco le dijo – Es suficiente – Sacó una navaja y cortándole el pelo blanco se hizo una barba discreta, el viejo quedó trasquilado y el forastero se vistió con los ropajes para tener aspecto de anciano. Jessie estaba maravillado y dijo – ¿Y yo? ¿Cuál será mi disfraz? –

– Pensé que ya estabas disfrazado –

– No es gracioso –

– Descuida muchacho imberbe, una gabardina te será suficiente – Después miró al anciano y guardando su pistola dijo – Le pediría que no hablara, pero es muy probable que sí lo haga –

– No hablaré, se lo juro, yo no hablaré –

– No se preocupe usted, de eso me voy a asegurar –

El extranjero tomó una soga entre sus manos, amarró al anciano y con un calcetín dentro de la boca lo silenció, lo escondieron debajo de la cama y le pidió a Jessie que mirara si respiraba con normalidad, pues a esa edad podía complicarse todo. Oliver antes de despedirse le dijo – No tiene de que preocuparse, al llegar a su destino lo encontrarán –

La mirada del anciano era de impotencia y de rabia, se sentía tan humillado, pero a la vez tranquilo porque sabía que no lo matarían. Lo escondieron muy bien debajo de su cama y lo taparon con las sábanas, pues no podían despertar sospechas durante el viaje. De pronto unos golpes en la puerta interrumpía la quietud y alguien desde afuera preguntaba – ¿Está todo bien señor Redford? –

El extranjero se asomó bajo la cama y le dijo al anciano – Como se le ocurra hacer algún ruido le mato – Entonces fingiendo la voz de un adulto de edad avanzada dijo – Sí señor, todo está bien –

El vigilante no se fiaba ni un pelo, entonces abrió la puerta – Disculpe mi imprudencia, pero escuché sonidos extraños –

– No se preocupe, sé que usted sólo cumple con su deber –

– Pero señor Redford… ¿Quién es este muchacho? –

– Es mi nieto –

– No se me informó que viajaba usted con su nieto –

– ¡Qué desorganización! Llevamos tiempo planeando este viaje y mi nieto estaba confirmado, a menos de que dude usted de mi palabra –

– De ninguna manera señor, espero que sepa disculpar mi atrevimiento, por cierto, lo veo a usted muy rejuvenecido 

– Este nieto mío me contagia de su vitalidad –

– Nuevamente le pido una disculpa, no volverá a ocurrir otra imprudencia de mi parte –

En ese instante el revisor salió del camarote y Jessie con un asombro sin igual dijo – No me imaginaba que tú pudieras… –

– No te dejes sorprender por nadie tan fácilmente niño, ahora sígueme, no tengo duda de que se darán cuenta más temprano que tarde de este incidente, tenemos que mezclarnos con la gente –

Y así lo hicieron, se dirigieron hacia los vagones centrales y buscaron dos asientos entre el tumulto, pasando casi desapercibidos, aunque algunos murmuraban cosas, pues era extraño que a esas horas en medio de la nada apareciesen un anciano y un joven de raro aspecto.



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