Odiaba los palenques;
ese desolado lugar donde los gallos pierden la vida peleando unos contra otros
y entre gritos, aplausos y apuestas tuve que descubrirlo; pasaba cerca de un
bote de basura, allí dentro de un palenque y vi a esos gallos con la mirada extraviada,
sus cuerpos desplomados unos sobre otros y mi corazón se encogió, me sentí tan
mal y mirando ese ruedo lleno de arena y sangre me salí a tomar el aire, juré
no volver a ir a un palenque hasta que uno de los artistas mexicanos más
grandes de la historia decía adiós por siempre.
Se trataba del gran
Vicente Fernández, harto de la prensa y las presiones había anunciado su
retiro, su cabello canoso, tantos años en el escenario y esos reporteros
imprudentes que le acosaban sin parar con la pregunta – ¿Cuándo te retiras? –
Él lo confesó y dijo –
Pues ahora es cuando – Movido por el impulso le dijo adiós a su público y en su
última gira y una de las últimas presentaciones lo encontré. Fue a la feria de
Pachuca, hablando de palenques, malditos palenques.
Tiempo atrás había
intentado establecer contacto con el charro de voz inquebrantable, por medio de
Juanjo, su asistente, quien era padre de una de los alumnos de una de mis
mejores amigas; pero Juanjo siempre nos cerró las puertas, cuando Vicente hacía
gira por ciudades cercanas, Juanjo nos negaba todo tipo de comunicación. Es el
clásico manager que tiene dos caras, de corta estatura y cara grande terminó
por no volver a contestar su teléfono.
Me comuniqué a la
Feria de Pachuca, pues ese manager no era el camino para encontrar al charro y
a mi llamado acudió Ximena, una encantadora muchacha que trabajaba para ellos,
le conté que estaba interesado en ir, en conocer, en valorar la gastronomía y
en particular ver a Vicente Fernández por primera vez en un palenque.
Ella con amabilidad, e
incluso me atrevería a decir que ternura me dijo – Ven a Pachuca, aquí yo te
atenderé personalmente –
Era raro creer que
alguien a quien nunca había visto en mi vida, y que tampoco me conocía en
persona me brindara ese apoyo y su teléfono personal. No lo pensé más y le dije
a mi amigo Noé Flores que me acompañara a Pachuca; en aquel tiempo ambos
vivíamos en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.
Por Cierto, Noé es el de la izquierda.
Por una extraña razón él se animó y emprendimos el largo viaje hasta la tierra de la verdadera barbacoa, Pachuca, con su fuerte viento y esas mañanas frías y nubladas.
El recibimiento de
Ximena fue de lo más emotivo, parecía alguien dedicada totalmente a mi y a Noé,
comimos juntos, me enseñó la ciudad, incluso eso le trajo problemas, pues sus compañeras
de trabajo le empezaban a hacer caras y a complicarle la vida, insinuándole que
solo paseaba con el novio.
Entre risas le dije si
le molestaba que la relacionaran conmigo, Ximena era muy seria, pero pude
sacarle una carcajada, todo era un misterio en aquel lugar, pues por alguna
inexplicable razón Ximena nos trató a Noé y a mí como si fuéramos una visita
personal o amigos de toda la vida.
Entró a la oficina y
su semblante cambió, parecía haber entristecido y me dijo – Óscar, te tengo que
dejar, las de la oficina de la feria se han quejado de mí, nos comunicamos más
tarde, no podré llevarte hasta Vicente Fernández, pero el hará una rueda de
prensa, parece que se despide esta noche –
Se alejó y miré a Noé,
pues Ximena había hecho hasta lo imposible por hacernos sentir bien en todo
momento, comimos la deliciosa barbacoa y tomamos los pulques de sabores,
visitamos la bella airosa y después nos sumergíamos en la soledad profunda de
un frío atardecer.
Llegó la noche y
fuimos mi amigo y yo hasta el lugar donde el charro más grande de México daría
su rueda de prensa; contrario a lo que pensamos eso parecía un manicomio por la
desorganización, estaban más de doscientos reporteros de las cadenas y
televisoras más importantes del país esperando ingresar en la sala.
Había rejas, y todos
en la acera empujándose por entrar. Salió uno de los organizadores y dijo – O
se comportan o no los paso –
Parecían chimpancés en
un zoológico apiñados, empujándose e insultándose y el orden no se establecía.
Después de unas horas de empujones y frio llegó una camioneta negra, era él, el
gran Vicente; el señor bajó su ventana y ante nosotros se dibujó la silueta de
un hombre ya muy cansado, con tantas batallas a cuestas. Los reporteros se
lanzaron al cofre, sin piedad, gritando, preguntado, mas golpes, empujones y
entonces un periodista llegó con su micrófono a la boca del interprete y se
hizo es silencio para escuchar la pregunta más aberrante que jamás hubiera
imaginado.
– Señor Vicente,
cuéntenos ¿Cómo sigue de su próstata? –
Miré a Noé con
incredulidad, todos nos quedamos más fríos que el clima y Don Vicente se enfadó
– Estoy retirándome, es mi último palenque y que me falten así al respeto, a
mis años, disculpen muchachos, pero ya no voy a dar rueda de prensa –
Fue ahí donde se
esfumaron los sueños de conocerlo y auxiliado por policías, ejercito y estado
mayor ingresaron la camioneta del artista en el estacionamiento del palenque
que solo nos dividía por una maya ciclónica horrenda.
Empezaron los gritos y
los empujones, querían golpear a ese reportero – Por tu culpa ya nos chingaron
– y se hicieron de palabras, Noé me insinuaba que era tiempo de partir, pues la
cosa se ponía fea, de pronto y arrastrados por la multitud de periodistas nos
vimos estrellado en la reja, pues todos corrieron y nosotros quedamos hasta
adelante, de los gritos no se oía nada y Noé me dijo – Me están aplastando la
cámara, ya vámonos –
Entendimos la reacción
de los reporteros cuando una silueta cansada se aproximaba a donde nosotros estábamos,
era Don Vicente que se acercó y dijo – No se vale que sean irrespetuosos
muchachos, yo les quería dar una conferencia de prensa, pero con esas preguntas
no –
Nadie lo escuchaba,
todos acercaban sus micrófonos como locos y le seguían preguntado incoherencias,
Don Vicente se dio cuenta y dejó de hablar, les dejó gritar sin responder, él
había quedado tan cerca de mí, solo una maya ciclónica nos separaba, misma maya
que se me clavaba en los huesos y le dije – Don Vicente, me gustaría regalar un
libro – Con la poca movilidad que tenía se lo enseñé y me dijo – Claro que sí –
– Pero es que por la
reja no cabe y sería una grosería lanzárselo por arriba –
El me miró, mientras
los reporteros seguían como poseídos y al ver ese espectáculo grotesco se fue;
no faltaron los insultos, los chiflidos, mientras el señor se alejaba hasta
perderse en la oscuridad del pasillo.
Pasaron 5, tal vez 6
minutos y salió un señor alto con sombrero negro empujó la reja pegándole a los
reporteros en la cara y me miró de entre la multitud – Pásate güero –
Yo incrédulo me
acerqué – ¿Yo? –
– Sí, tu –
– Pero vengo con un
amigo –
– ¿Quién es? –
Señalé a Noé y el
sombrerudo me dijo – Pasen los dos, en chinga –
Noé y yo entramos a
pesar de sentir los tirones de ropa y los gritos de los reporteros y uno gritó
– Pero esos pendejos no son de prensa –
Le respondí con una
mentada de madre una vez estando detrás de la reja y le dije – Claro que no soy
prensa, vergüenza son –
Mas chiflidos y
mentadas de madre contra mí y contra Noé, regresé mi mirada a la multitud de
periodistas y les dije – Miren, para la noticia de hoy – Y le pinté dedo con mi
mano, Noé asustado – Cálmate, nos van a madrear ahora que salgamos –
El sombrerudo se echó
a reír – Pero que divertidos esos de prensa, mandan a lo peorcito –
Le respondí con una
sonrisa mientras le seguíamos, sin dejar de caminar; fue así que nos llevaron
hasta el final del pasillo, después unas escaleras y directos al camerino del
charro vivo más grande de México; Don Vicente Fernández.
Lo tuve de frente ante
toda expectativa de fracaso, Noé y yo éramos los únicos invitados y le dije
extendiéndole la mano – Señor Vicente, gracias por aceptar el libro, pero le
voy a regalar dos –
Se sonrió – Yo leo a
veces hijo, pero mi esposa Cuquita si los lee, ella me pondrá al corriente –
– Gracias por
recibirnos –
– Yo llegué temprano
para una conferencia de prensa, pero esta gente
solo me quiere insultar y faltar al respeto –
Nos quedamos hablando
con un grande, todo lo que había tenido que pasar para llegar hasta la cima y
esos pseudoperiodistas en unos minutos le querían quitar el ánimo en su último
palenque al gran Vicente.
– A veces los inicios
son más emotivos que los finales – Murmuró el charro y cada una de sus palabras
tenía mucha luz, era una larga carrera donde se empieza solo y se termina
igual, le cambié el tema y comenzamos a reír cuando le conté lo que les hice a
esos reporteros, era lo que se merecían, el charro se despidió y me dijo –
Gracias por los libros –
– Gracias a usted Don
Vicente, es un honor haber charlado con usted, en realidad no me quisiera ir,
primero por la compañía, claro y segundo porque allá afuera me van a partir la
madre –
Don Vicente se empezó
a reír, y se limpió los ojos – Yo te mando a mi guardaespaldas para que te
saque lejos de ellos –
Noé dijo – La foto –
Posé con Don Vicente y
la cámara se había atascado en la zona del lente – Ya les rompieron la cámara
esos reporteros – dijo Vicente – Tranquilo hijo, ahora se compone – pues vio a
Noé muy nervioso.
De pronto llamó a
Juanjo, ese manager, quien sorprendido nos reconoció y Don Vicente le dijo –
Haznos la foto chaparro –
Quién lo diría, el
tipo que me lo negaba era quien me tomaba las fotos, como cambian las cosas, la
despedida fue emotiva y escoltados salimos del lugar. Fue un placer Don Vicente
y afuera la multitud de periodistas no resignados, aunque más calmados, nos
vieron salir sin tocarnos un pelo y nos fuimos, algunos quisieron acercarse,
pero no les di ni la mirada, pues podían desencadenar un problema.
Llegamos hasta la
oficina de Ximena y ella preguntó – ¿Cómo fue todo? –
– Excelente, Conocimos
a Vicente y pues básicamente fuimos los únicos –
– ¿En serio? Eso es
muy difícil –
Eso pensé yo y lo
seguía pensando, me fui a cenar con Ximena y con Noé y la fría noche de Pachuca
nos cobijaba con la niebla y la voz del gigante se escuchaba por todo el
complejo, por tu maldito amor, por tu maldito amor.
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