Unos le llaman suerte, otros le llaman astucia, yo pienso
que es una combinación entre esas dos y algo más, tal vez “magia”.
An Englishman in Tequesquitengo, era un difícil blanco para un
spanish backstage man, todo se vislumbraba tan difícil, tan complicado, como
decía Sting en su canción Fragile. En cualquier momento se podía romper todo
con un movimiento en falso.
Pero empezaré diciendo que amaneció un sábado muy triste,
dos amigos Fernando Salomón y Luis Ego tenían el plan de ir al estado de
Morelos donde se presentaría el grandioso Gordon Matthew Thomas Sumner, mejor
conocido como Sting.
A Fernando ya le conocía, a Luis Ego lo conocería horas
después en una de las misiones más audaces del fantasma del backstage. Me había
levantado sin ganas, con pensamientos torpes y desganados, como esas veces que
vas a tratar de ligar con la más guapa del bar y puedes ver el “NO” desde antes
de intentarlo, pero existía un “SI”, tan diminuto como mis esperanzas.
Todo se había terciado muy mal, aquella mañana quedé de
verme con Fernando en la estación de autobuses de Taxqueña, ubicada en el sur
de la Ciudad de México, para juntos tomar el autobús a Cuernavaca de allí, al
destino final; Tequexquitengo.
Eran las ocho de la mañana, tal vez las nueve, no lo tenía
muy claro. Los nervios me superaban y el metro venía deteniéndose, y por
cuestiones ajenas a mi llegué 15 minutos tarde. Llegué dando trompicones a la
estación de autobuses del sur y para mi sorpresa Fernando ya se había marchado,
lo buscaba con la mirada una y otra vez, le llamaba a su teléfono móvil y no me
contestaba, fueron momentos de duda, tal vez debía regresar, nada tenía ni pies
ni cabeza, era una decisión difícil, al frente de mí solo se veía niebla,
niebla muy espesa.
– Ya estaba allí –
pensé, no tenía por qué desistir, fue una corazonada, o tal vez una locura, o
algo de las dos cosas; y sin torturarme con más suposiciones estúpidas decidí
tomar el autobús hacia Cuernavaca, Morelos.
Fue largo el camino, pero llegué y la suerte volvió a
sonreírme después de esa hora triste mirando por la ventanilla, Fernando me
devolvía la llamada preguntándome – ¿Dónde estás? –
– En Cuernavaca – Respondí con avidez
– Ya la libraste, estoy con un amigo, ven y alcánzanos en
otra terminal que nos llevará al destino que buscamos –
Me dio las instrucciones al tiempo que el cronómetro iba en
mi contra, si no llegaba en 10 minutos se iban. Le pedí al primer taxi que me
llevara al lugar, sin demoras, sin contratiempos, lo hizo en un corto camino en
el que no cruzamos palabra. Yo solo en mi cabeza pensaba que ya no encontraría
a los amigos.
Por fortuna esta vez no fue así, lo vi a lo lejos y sus
largas barbas se movieron para esbozar una sonrisa picaresca – ¿Qué tal man? –
Me dijo extendiéndome la mano; con la incredulidad que me abandonaba poco a
poco lo saludé, alegre de verlo, y allí me presentó a Luis Ego, un muchacho que
vive en Cuernavaca. Intercambiamos pocas palabras y compramos los asientos del próximo
autobús a Tequexquitengo.
Fue allí que llegó la relajación, los tres juntos, sin rumbo
fijo, especulando a cerca de algo tan lejano – Conocer a Sting –
Toda una aventura, un viaje incierto hacia un bello lugar en
el que nunca había estado; Tequexquitengo; me dejó con la boca abierta al ver
ese gran lago que está situado en el corazón del poblado, y esas casas y
hoteles que rodeaban expectantes sus estancadas aguas.
Corría el año 2015 y el calor azotaba cada rincón, cada
sombra, al bajar del autobús caminamos como quijotes, locos y visitando todas
las posadas en busca de alguien inalcanzable, esperando encontrar un poco de
viento sin molinos.
Fernando, el experto, se sentó a la sobra y dijo – No está
por ningún lado, cabe la posibilidad de que lo hospeden en una quinta privada,
tal vez lo trajo un político o un maloso –
Luisito visiblemente molesto y cansado dijo – Esto está
imposible, no creo que demos con el –
Era muy temprano y les dije – Vamos hasta el escenario, es
al aire libre, busquemos los camerinos, que tal si están haciendo el soundcheck
–
Los amigos se animaron, pero de nada sirvió, fue un largo
peregrinar para encontrar ese desolado escenario, con gente moviéndose como
loca de arriba abajo. A nuestro encuentro salió una señora, y lejos de
brindarnos ayuda nos fichó, nos mandó sacar del lugar de una mala manera, nadie
sabía nada, nadie quería darnos información.
Después de haber caminado tanto estábamos de vuelta en los
caminos de tierra, bajo el furioso sol que no dejaba de agotarnos con su fuerte
brazo de calor. Fernando se acercó a una tienda y compró algo para beber,
mientras se tomaba una cerveza dijo – Esto está imposible, muy hermético, la
seguridad que se va a desplegar al rato va a ser infranqueable –
Miré a lo lejos el escenario, y el gran lago, y por un
momento me sentí tan pequeño, la
geometría del azar era prácticamente imposible, algo así como sacarse la
lotería. Pero lo decía Sting en su canción “Shape of my heart” podría haber
oculto un rey bajo la manga.
Todo era en verdad tan surrealista y se trataba de no
desistir, dicen que lo que empieza mal termina mal, pero esa tarde sería la
excepción. Tuve a bien tranquilizarme al tiempo que le sol se escondía, conocí
un poco mejor a Luis, y en verdad ambos amigos eran un par de profesionales en
conocer celebridades, me compartían con sus teléfonos unas tremendas fotos, al
parecer estaba entre los grandes, pero de los tres mosqueteros no quedaban
esperanzas, mejores días habíamos tenido.
Sin importar el día difícil decidimos acercarnos al
escenario, para ver el concierto, o entrar al camerino, algo tenía que suceder,
era el golpe final. Y así lo hicimos, pero la seguridad era imponente, los
filtros más aun, entonces tuvimos que entrar por separado para después
reunirnos en la primera fila y accesar.
Nos miramos antes de separarnos y continuamos nuestros
caminos en solitario, yo pasé los filtros comprando un boleto de reventa y me
fui abriendo paso entre las multitudes. Al haber pasado unos cuantos controles
me seguí abriendo paso hasta la primera fila. Y en verdad fue muy fácil, pues
eran una inmensidad de sillas sobrepuestas y la gente no se sentaba, estaban en
las barras de las esquinas bebiendo cerveza.
Yo fui el primero en llegar a la cita, estaba frente al gran
escenario, parecía una fortaleza. Tan cerca, pero tan lejos. El espíritu del
desgano se apoderó de mi cuando le llamé a Fernando a su teléfono móvil y no me
contestaba, otra vez estaba en la misma situación, solo ante la incertidumbre.
Para mi desgracia no le había pedido el teléfono a Luis y pensé – Tal vez ellos
conocían el camino, el verdadero camino –
Justo dieron las ocho y me senté a esperar a que Sting
hiciera su aparición, hora justa en la que estaba programado el concierto. Pero
pasaban los minutos y nada, ni Sting aparecía, ni Fernando, ni Luis. Entonces
decidí ponerle movimiento a mi mundo, me acerque a un reportero que se veía
molesto y le pregunté – Disculpa ¿Por qué no sale Sting? ¿No ha llegado? –
Me miró como el que no te quiere hacer caso y me dio la
respuesta más grande que jamás hubiera esperado, en su enojo me dijo – Sting
está atrás de ese escenario, lleva esperando más de media hora, pero nuestros
políticos e invitados son unos impuntuales y unos irrespetuosos, por eso
estamos como estamos –
Su respuesta fue determinante y asentí con la cabeza dándole
la razón, pero su dedo señalaba un pequeño pasadizo donde estaba un policía vigilando.
Me alejé sin mucho afán y llegué hasta esa pequeña puerta, era tan delgada como
el burletero de una plaza de toros, solo cabía una persona. Todo era tan
frágil, el momento exacto, el lugar milimétrico.
Me llamé por mi nombre y me dije, es momento de atravesar
por allí, y es ya; tomé mi teléfono móvil y empecé a simular una conversación
en inglés, me acercaba al policía y me temblaban las piernas, pero no la
mirada, seguí caminando sin pensar envuelto en mi conversación absurda, y
después de la respuesta del periodista seguí el camino hasta verme frente al
policía que…
No me preguntó nada, se abrió para darme el paso como si
todo estuviera preparado para mí, y una vez estando del otro lado la vista era
más de lo que me podía imaginar.
A unos pasos estaba Sting conversando con su pianista afuera
del camerino y todo a su alrededor estaba blindado, pero no había marcha atrás,
era momento de guardar mi teléfono y acercarme al músico británico.
Todas las decisiones se desarrollaron en segundos, caminé
hasta Sting y lo saludé con una amigable sonrisa hablándole en su idioma –
Bienvenido Señor Sting –
Me miró de arriba abajo, con paciencia y me dio las gracias;
el ambiente a mi alrededor se volvió frágil, todo se podía romper en cualquier
momento, pero nadie se me acercó, pues el artista empezó a entablar una
conversación conmigo, algo que nunca me hubiera esperado.
No le quise decir lo que le decía todo el mundo, además
quise ser muy breve, entonces saqué uno de mis libros; Portavoz de la Miseria
que en inglés se lee como “Misery´s Voice” y se lo entregué.
El muy agradecido lo recibió y me hizo una broma con su
habitual seriedad – ¿El libro es acerca de mi? –
Yo lo entendí casi al momento “Misery´s Voice” se puede
interpretar como La voz de la miseria, o una voz miserable y tal vez me quiso
decir si el libro hablaba de su miserable voz.
Yo me llevé las manos a la cara y le dije – No señor Sting, no… –
El me interrumpió riéndose – Era una broma –
Hojeó el libro y dijo – ¿Qué hace un español en México? –
– Lo mismo que un englishman en Nueva York – Y nos empezamos
a reír.
De pronto, todo se tensó alrededor, habían descubierto al
intruso, o sea a mí, que más prueba fehaciente que una foto, sino, jamás
hubiera pasado, me despedí de él muy cordialmente y le pedí una foto, él le
dijo a su pianista que la tomara y como detalle posó con el libro, le sonreí y
le dije – Gracias, de verdad gracias –
– No, gracias a ti por el libro – Me dio una palmada en la
espalada y se fue hacia su camerino.
No me moví mientras él abandonaba la explanada, perecía que
la seguridad había fallado, aproveché esos segundos para quitarle la tarjeta a
mi cámara por si me la rompían o por si me rompían la cara.
Con más decisión que al entrar, decidí salir, pero el
policía quiso detenerme cuando la señora que por la tarde me había sacado me
reconoció. Le quité las manos de mi hombro y me eché a correr entre la
multitud. Algunos elementos salieron en mi búsqueda, pero al llegar a una
lejana fila me agaché ocultándome entre varias personas que bebían de pie; y
justo allí estaba una viejita sentada, sola – ¿De quién te vienes escondiendo
hijo? –
Sonreí – De nadie, señora –
Vi pasar a los que se monitoreaban con el radio, pero de mi
ya no había ni rastro – ¿Y le gusta Sting señora? –
– Si claro, tiene mucha elegancia en sus canciones, es muy
bueno –
– Sí, lo es – Pensé
Me alejé poco a poco cuidándome las espaldas y de pronto
sonó mi teléfono, era Fernando y le contesté – ¿Dónde estás? –
– Aquí, cerca del escenario –
– Vente, estamos Luis y yo en la tercera fila –
Con miedo bajé, pero ya no había peligro, el lugar se
llenaba de gente, para ese momento era una multitud la que me cobijaba, y me
encontré con Luis y Fernando.
– Vi a Sting – Dije.
Ellos me miraron como quien mira a un incoherente, pero
Fernando me siguió el juego – ¿Y qué tal? –
– La verdad que muy bien –
– A ver la foto –
Metí la memoria en mi
cámara y cuando la vieron se quedaron con la boca abierta – ¿Cómo le hiciste? –
Dijo Fernando – Métenos por favor, venimos juntos –
Me tenía que arriesgar por ellos, volví a dejar de pensar y
el espíritu del arrebato entró en mi cuerpo, eran las 9 y aun no empezaba el
concierto – Yo los meto – dije con decisión.
Los llevé hasta el escenario, pero por el otro lado y nos
detuvieron, había tantos policías, tantos bloqueos que parecía más sencillo que
un pecador entrara en el paraíso. Solo quedaba la puerta donde había entrado
yo, les conté con detalle la historia y llegamos hasta donde estaba ese
policía, quien de inmediato me reconoció. Nos miró a los tres y me dijo – Ya lo
conseguiste ¿No? ¿Qué más quieres? Por aquí no va a volver a pasar nadie, tengo
el radio, pero no voy a hacer nada, si yo fuera tú me iría, te lo digo como
cuates, güero –
Lo miré disculpándome y me sonrió como quien aprende una
lección, estoy seguro de que no le volverá a pasar, además era Sting, esas
cosas solo pasan una vez en la vida, con esa suerte, precisión, tal vez magia,
que se yo. Se apagaron las luces y de pronto el Englishman dijo sobre el
escenario – Nos faltan 43 – Y empezó a cantar, cantó con esa virtud que lo hace
único –
Todo tan frágil, tan preciso, quien hubiera pensado que se hubiera
podido romper con tanta fragilidad.
Felicidades! Qué magnífica experiencia!
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