El insomnio
es una guerra entre la mente y la nada. Regresaría a la gran escuela para
empezar el nuevo curso escolar, pero en el mismo grado, repetiría el primer año
de la secundaria, porque el sufrimiento en mi primer primero no había sido
suficiente.
Me sentía
como un caballito de mar en el gran océano, pues los hipocampos somos torpes
para nadar, además de lentos, para avanzar un metro y medio por hora bailamos y
echamos chorros de agua. Pero en ese hostil océano acechan todo tipo de
criaturas feroces, que se saben con la fuerza y solo era cuestión de suerte
permanecer vivo.
Yo seguía
siendo pequeñito, no había crecido casi nada; me imaginaba irreverentes a mis
nuevos compañeros, solo esperaba encontrar la fuerza para defenderme o la
casualidad para no estar en el momento menos indicado.
Mi corazón ya
no era el mismo, estaba lleno de tristeza y se fue perdiendo entre la malicia
de mis compañeros, ahora entendía mejor el mundo, no importaba ser bueno, sino
el mejor sin importar a quien se dañe, la burla era satisfactoria para el
victimario y de buenas intenciones es mejor no hablar, esas llevan al infierno.
Volver a
empezar no tenía sentido, si no hacía un pacto con el diablo la batalla la
perdería tarde o temprano. El aire tenía un aroma distinto, ahora cargaba un
fracaso a mis espaldas; repetir el curso no era alentador, yo esperaba sentirme
libre, que las torturas acabaran, los abusos de los compañeros bribones y con
suerte los regaños de mi padre.
Esta no era
una muerte era más bien una resurrección, los días grises y de desesperanza
estaban en el pasado, junto con Macrino y la sonrisa tímida de Miranda, hoy se
me daba una nueva y fresca oportunidad. Pero la vida era todo menos justa,
porque en un gesto de enorme compasión, el Coordinador y las demás autoridades
de la institución decidieron darme otra oportunidad.
¿Pero
quién demonios les dijo que yo quería otra oportunidad? ¡Nadie! sabía que este
reingreso significaría más de lo mismo, romper las falsas esperanzas era cuestión
de tiempo y quiero suponer que todos lo sabíamos.
Empezó
el curso de una manera violenta, las nuevas generaciones estaban locas y lo que
parecía una mañana cotidiana desembocó en un zafarrancho que se salió de
dimensiones.
Toda la
escuela es peligrosa, no había esquinas donde refugiarse, así como en el
océano, yo un desamparado hipocampo con los ojos saltones miré como el cardumen
de pirañas atacaba a su presa hasta deshacerla por completo.
Lo que
sucedió es que un alumno entró al colegio vestido con la camiseta de otro
equipo, un plantel rival; eso desató una alerta que puso las miradas fúricas en
él. Era una presa fácil, sin camuflar, se había puesto solo en peligro y
sucedió lo inevitable. Empezaron los chiflidos, de esos que dejaban sordo a cualquiera,
después los insultos, y el tipo ya estaba en la boca del pez grande que lo
habría de devorar.
No
bastó con los gritos, ni con las palabras humillantes, se acercaban otros
alumnos para golpearlo, patadas, puñetazos, collejas y más, eran diferentes
personas, se acercaban y se alejaban al momento de propinarle tremendos golpes.
Después y como los tiburones, que no son cazadores solitarios, se asomaron por
los balcones muchos y muchos alumnos, que con gritos formaron una sombra
colectiva que empezó a lanzar cosas desde su trinchera. Escupitajos,
bolígrafos, libretas, mochilas, provocando una lluvia desgraciada sobre ese
pobre infeliz.
La cara
de pánico que tenía ese pobre diablo me conmovió y al mismo tiempo nunca había
visto a tantos alumnos unidos por una causa; lástima que la causa era mala.
Pero ni los gritos, ni los golpes, ni los chiflidos, incluso ni la lluvia de
escupitajos fue poca, para que dos corpulentos alumnos salieran de entre la
multitud y le destrozaran a golpes la camiseta al supuesto provocador. Allí
estaba el tipo semidesnudo, con los pantalones hechos trizas y la camisa rota
en el suelo como harapos, harapos que eran su dignidad.
Para
terminar la faena, llegó El Camarón, un gordo crustáceo que era nuestro
coordinador, su patética intervención fue la gota que derramó el océano, encaró
al pobre muchacho que había quedado como un mendigo y le dijo sin piedad –
Tienes que salir de la escuela, estás poniendo el desorden –
Otro
punto más para el sistema, después de ser golpeado, escupido y humillado
terminaron corriéndolo de la gran escuela, el tipo se fue acompañado del
Coordinador y gritó desde afuera – ¡Pinches nacos! – que es un equivalente a –
¡Macarras de mierda! –
Allí
quedaban en el suelo los trozos de la camiseta destruida y la gente enardecida
seguía gritando cosas, era buen momento para empezar el curso, pero yo tenía
que continuar con mi camino, el camino del desastre.
Los
caballitos de mar tienen una excelente visión y pueden mover cada ojo de manera
independiente; al entrar en el aula ejercí mis poderes visuales y en ese
cardumen de peces novatos y desorganizados se escondían tiburones y especies
malignas de las profundidades, yo era presa fácil y rápido reconocí el peligro,
el frio me hizo temblar y la mirada tan pesada de un bribón me hizo voltear,
era Mota, un depredador de viejas cicatrices, su sonrisa maliciosa me sonreía y
fue ahí donde pensé – Esto no puede empezar tan mal – Era el primer día y ya
estaba exhausto.
– Hola
Gallego – dijo Mota casi dejando escapar una risotada, sus colmillos afilados
me mostraban la antesala del desastre, lo miré, pero no lo encaré, bajé la
mirada y su voz ahogada continuó – Este curso la vamos a pasar muy bien –
Cambié
de color como los caballitos de mar, se agolparon en mi mente pensamientos de
suicidio, de desesperación y lo volví a hacer, sin pensarlo, con mi portafolio
le atesté un golpe en la mejilla que le torció la boca.
Se hizo
un silencio, y él sonrió sobándose la cara – Ay mi querido Gallego, sigues
siendo el mismo, lo pendejo no se te quita –
Lo que
parecía desembocaría en una pelea desastrosa no pasó, Mota me devolvió la
mirada sin dejar de sonreírme escabrosamente y resopló – Tengo todo un curso
para hacerte la vida imposible –
Nuestros
compañeros nos miraban asombrados, acababan de salir de la primaria y esto era
solo una pequeña demostración de lo que podía pasarles. Por detrás se me acercó
un regordete y me tocó el hombro para preguntarme – ¿Tu eres el Gallego? –
– Sí –
le grité alzando el puño para enfrentarlo, el jovencito afeminado se arrodillo
ante mí – ¡No me pegues! ¡Por favor no me pegues! –
El Mota
nos observaba disfrutándolo, justo antes de que llegara la profesora de
geografía y el afeminado muchacho seguía de rodillas – ¡Levántate! No te voy a
hacer nada –
–
Perdóname si te molesté –
Me
quedé pensativo para verlo mejor y le pregunté – ¿Y tu como coño sabes que yo
soy el Gallego? –
– Yo
soy Uribe y la verdad solo quería saberlo –
– No te
pregunté tu nombre, no me interesa, solo quiero que me digas como sabes que yo
soy El Gallego –
El
gordo sudaba, parecía una ballena sofocada, arrepentido de hablar ahora tenía
que hablar y ante mi mirada endurecida lo soltó – Bueno, es que este año el
Camarón hizo una junta con nosotros los alumnos nuevos y los padres de familia
y tu apodo era el ejemplo del peor alumno, de lo que no se debía hacer; bueno,
ya lo dije, no me pegues por favor –
Lo dejé
allí y le di la espalda, sus palabras me dejaron pensando, jamás creí
convertirme en un referente del fracaso académico y menos aún que las autoridades
se refirieran así de mi persona exhibiéndome públicamente. Seguí mi largo
camino hasta el pupitre de atrás y se levantó otro muchacho muy reverente – Yo
soy Morales, quiero estrechar tu mano, me han hablado tanto de ti –
Lo miré
y seguí caminando, hasta mi lugar, mientras otro compañero gritó – ¡Tenemos al
Gallego en el salón!, será genial este curso –
Después
de los aplausos hizo su aparición la maestra de geografía, que como tortuga con
displasia se movía – ¿A qué se debe tanta algarabía muchachos? –
Antes
de una respuesta, su respuesta fue respondida con precisión, los miró, me
miraron, la miré y se echó las manos a la cabeza – No puede ser –
Me
senté y todo intento de camuflarme y pasar desapercibido como lo hacen los
caballitos de mar fue inútil, a pocas horas de haber iniciado el curso ya era
conocido por todo el cardumen de peces y tiburones; no había nada que ocultar,
yo era un recusador y el peor ejemplo en la escala de valores para la gran
escuela, era más venenoso que un pulpo de anillos azules o más letal que un pez
piedra.
Los
días subsecuentes fueron un poco más calmados y aprendí a temerle a la calma,
yo quería con todo mi corazón pasar de moda, pero no lo lograba, puedo recordar
a cientos de pelmazos como el Pampers, quien estaba en el límite del retraso
mental y la realidad alterna, después llegó Wally, un gran colega que tenía la
cara como un pez globo, alto y corpulento, de gafas redondas y un fleco
extraño, después se nos unió Calderón y los tres juntos nos volvimos unos
ladroncillos vulgares.
Yo no
sabía robar, pero con Wally aprendí, el me protegía, era muy alto y fuerte,
pero a cambio yo tenía que trasegar las mochilas y recolectar discos de música,
videojuegos, películas y cosas de interés para el ocio de mi amigo. El a cambio
le empezó a hacer la vida complicada al Mota.
La
espiral de violencia, contrario a lo que cualquiera pudiera pensar, trajo la
calma, la calma y el perdón; y finalmente, el perdón y la amistad, una
verdadera amistad basada en la complicidad y el abuso hacia otros compañeros, a
decir verdad no me gustaba golpear a nadie, pero eso hacía que uno ganara
respeto, era como preparar la paz mediante la guerra. Uno de los animales más
astutos del mar y amo del ilusionismo es el calamar, que pude crear un abrigo
de invisibilidad, por sus órganos de pigmentación y pasar inadvertido; como en
el mar cada entorno tiene sus trucos.
Mota se
volvió el rey y fue el único que me ganó en asignaturas suspensas, le vi
realmente afectado por eso, sentí empatía por mi amigo, yo había pasado por
ahí, había estado en esa horrible habitación llamada fracaso, bueno, a decir
verdad aún seguía ahí, dentro de sus paredes desnudas y esos enormes cristales
desde lo que se podían ver las burlas y los dedos señalando, Mota y yo éramos
marineros del mismo barco.
Pero lo
pescaron pocos días después en una emboscada; Mota agredió bruscamente a
Mayerstein, quien salió con lesiones por la golpiza. Aun hasta el último día
Mota demostró lo ruin que podría ser, cuando fue interrogado sobre el origen de
la pelea se le ocurrió la genial idea de inculparme. Claro que yo carecía de
toda credibilidad y la palabra de ese traidor bastó para que yo fuese culpado
de causar aquellas lesiones. Para mi suerte de poco le valió aquella sucia
artimaña a Mota, cuando Mayerstein perdió el miedo y le dijo lo sucedido al
Coordinador, su cabeza rodó, tal cual lo hiciera la testa de María Antonieta,
quizá no fuimos testigos de la decapitación, figurada claro está, pero sí se
nos anunció con bombo y platillo que Mota había sido expulsado de la escuela, a
ver si eso nos servía a los demás de escarmiento y mejorábamos nuestro actuar.
La partida de
Mota fue un remanso para mí, no era necesario ya ir molestando a inocentes para
encajar y para no ser molestado; podía respirar con un poco más de
tranquilidad, e incluso me hice el firme propósito de poner atención en las
clases, sin Mota yo era el último de la estirpe maligna que quedaba en la
escuela, el último sobreviviente de un caos que tarde o temprano me alcanzaría,
como la misma muerte.
Ese
turbulento mar desembocaría en un rio, tal vez me estoy desviando, pero había
un compañero de apellido Ríos, la verdad es que no figuraba en mi vida, ni en
la escuela y el muy listillo quiso hacer sus pinitos de una manera muy
estúpida.
Como el
cangrejo ladrón gigante llegó de lado y me sorprendió, yo siempre me quitaba
los zapatos horripilantes que parecían hechos de plástico lastimando mis pies;
pues este tipo pateó uno de mis zapatos que por el golpe salió volando, fue por
él y lo lanzó con todas sus fuerzas para divertir a los presentes. Cuando el
zapato caía del otro lado del aula sus amigos estallaban en risotadas como
tontos, y el imbécil aplaudía como una foca arrítmica y animaba al resto a reír
con él. Su broma no me ocasionaba ninguna gracia, no estaba yo de humor para
soportar más humillaciones, no más, nadie me iba a destronar.
Tranquilo
respiré lentamente, caminé pausado hasta donde estaba mi zapato y lo recuperé,
me calcé con calma y me senté en mi
sitio; durante varios minutos cavilé mi venganza, no podía soportar la risa de
los demás, sentía sus burlas como dilapidación. Esperé hasta que todos ocuparan
sus pupitres, tranquilos, pequeños cachorros amaestrados esperando alguna
instrucción. Analicé a Ríos, lo vi sentarse y luego con su risilla cínica
mirarme de reojo para agacharse y tomar algo de su mochila, era momento de
actuar; cuando Ríos se agachó su culo estaba expuesto, él estaba flexionado del
vientre dándole la espalda al enemigo enfurecido y el pez espada actuó.
Como si de un
instinto se tratara en cuestión de segundos saqué mi comida de la mochila y por
suerte mi madre me había puesto una leche de chocolate de esas pequeñas en
forma de tetrabrik, con el arma entre mis manos me acerqué a Ríos, le hice el
agujero al tetrabrik por donde se pone la pajita, y la aplasté para que saliera
a chorro manchando todo el culo de Ríos, que sintió mojado su trasero como si
se hubiera meado.
Esta vez sí
rieron todos y los que no lo hicieron se quedaron asombrados, y una voz popular
gritó – ¿Ya vieron lo que le pasó a Ríos? Ríos de leche en el culo –
Ríos no pudo
soportar el resultado de lo que había sembrado, su nuevo y merecido apodo
acompañado de burlas. Mi empapado compañero puso el grito en el cielo, se
incorporó y corrió hacia mí como un loco. Yo reía frenéticamente, la afrenta
había sido pagada, pero ahora tenía que correr; y así lo hice, me puse de pie y
emprendí una carrera fuera del aula. Corrí tan rápido como pude, mientras Ríos
iba atrás mía, al punto del llanto; escuchábamos a lo lejos las carcajadas de
todos los compañeros que habían presenciado aquello. Ríos nunca me alcanzó,
tuvo que resignarse que en esa ocasión había perdido y ni con todo lo que
corrió se secaría, estaba pagando el precio, la advertencia estaba lanzada, no
sólo para Ríos, también para el resto de la clase.
Ríos desde el
otro balcón me miraba agitado y yo reía, reía con una fuerza que él podía
escucharme, a pesar de la distancia escuchaba mis carcajadas flexionándose del
cansancio, como el depredador que se da por vencido cuando no puede alcanzar a
su presa, resignado y triste, humillado por un lento caballito de mar que
buscaba una efímera guarida. Hoy había triunfado, pero mañana será incierto,
medité tomando unas pequeñas bocanadas antes del siguiente round, pues en el agitado
océano la vida es todo menos tranquila.
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